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podían también dominar juntamente la llanura interior y la costa. Señorearon en esta á Menace (1) (Málaga), Sexi (Almuñecar), Abdera (Adra), Mellaria (Tarifa), Bessipo (Caños de Meca), el promontorio de Juno (Trafalgar), el Heracleum (isla de Santi Petri), toda la Cotinusa, el puerto Menestheo (Puerto de santa María) y otros varios del litoral, donde hicieron poblaciones, ó templos, ó torres, y tierra adentro fundaron, entre otras ciudades, á Asta, consagrada á Astarte, á Belón (hoy Bolonia) con templo á Baal ó Belo, y la soberbia Asido, con templo á Hércules, rival en suntuosidad y riquezas del de la Isla gaditana, para perpetuar su descendencia de la famosa Sidón fenicia.

No es ya un misterio oculto el sistema arquitectónico y de construcción que empleaban los fenicios según la clase de sus edificios. Por lo que hicieron en Tiro y Sidón, en Biblos y Chipre, y por lo que hacían en sus emporios de la costa africana, se deduce lógicamente lo que debieron hacer en las fundaciones que dejaron en España. En los templos, todo el desarrollo del lujo cananeo, en obras de talla, en maderas olorosas, en revestimientos de preciosos metales, oro, plata, bronce, ya fundido, ya batido en chapa, en columnas de pórfido y de mármoles, en aras y sarcófagos de jaspe ó de basalto. En las construcciones civiles y militares, como puertos, fuertes, muros, torres, bastiones, palacios, cisternas, etc., gran sencillez exterior, muros de grande espesor, ángulos robados en planta curva, paramentos en talud, fuertes y elevados estribos abrazando dos y tres pisos y unidos en arco por la parte superior; bóvedas fraguadas con mortero, no de sillares; cúpulas hemisféricas, galerías, coronamientos almenados. Lo más característico de la construcción fenicia de albañilería era la excelente mezcla de cal y guijo que usaban para los muros, paredes y bóvedas, pues en los frag

(1) Nos servimos de los nombres geográficos latinos por ser desconocidos los que á estas poblaciones se daban en la época á que se alude.

mentos recogidos hoy, apenas se distingue la cal de la piedra ó guijo partido: tan compacta resultaba esta especial mampostería ó más bien finísimo cemento. Así en la generalidad de los casos era completamente innecesario revestimiento alguno de cantería. Esta apenas se empleaba: como por excepción la ponían en algunos muros y puertas; pero entonces los sillares, nunca almohadillados ni con molduras que indicasen el despiezo, formaban una superficie enteramente lisa y homogénea, como si fuera todo de una pieza.

Debemos añadir, sin embargo, que lo mismo que en Fenicia se encuentran no escasos monumentos abiertos en la roca ó peña viva, debidos á industria de los naturales ó cananeos, así también han reconocido allí los arqueólogos modernos construcciones megalíticas fenicias, semejantes por la descomunal dimensión de los sillares á las de los celtas y pelasgos. En la antigua Biblos, por ejemplo (Gebal de los fenicios), señala Guérin una torre cuyo subasamento es de piedras de prodigiosa magnitud, y que no obstante reconocen los más entendidos como muestra de la arquitectura militar de los giblitas. Pero estos monumentos

son raros.

Vimos ya que en la isla de Saltes, frontera á Huelva, habían plantado sus columnas desde su segundo arribo á nuestra Península: ahora, no contentos con derramarse por todos los puertos y estuarios de la Bética, como enjambres industriales, ni con explorar el Océano discurriendo por la costa occidental, se atrevieron á avanzar hasta las regiones septentrionales de Europa, llegando á las islas Cassitérides (1), de donde sacaron inmensas cantidades de estaño.

(1) Contra el común sentir de casi todos los cosmógrafos españoles, é interpretando de una manera satisfactoria el texto de Estrabón: en frente de los Artabros hacia el septentrión están las islas llamadas CASSITÉRIDES, situadas en alta mar y casi en el clima británico, opina Bamba que estas islas corresponden á las que hoy llamamos Sorlingas.

Es muy de notar que los cautelosos fenicios de Cádiz tuvieron ocultas á todos los pueblos sus navegaciones al emporio del estaño por más de ochocientos años que transcurrieron desde el tiempo de Homero al de Polybio Craso.

CAPÍTULO V

Inmigraciones de griegos, cartagineses y romanos, y sus colonias.-Navegaciones de los gaditanos.-Luchas entre los cartagineses y los naturales.

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OмO unos novecientos años antes de la Era cristiana, se presentaron también en España los griegos asiáticos á competir con sus antiguos maestros los fenicios. La primera expedición fué de rodios, los cuales atracaron en la costa de Cataluña y fundaron á Rodas (hoy Rosas), poblando al propio tiempo las islas Gimnesias ó Baleares. Á estos si

guieron los focenses y los samios, que, establecidos primero en la costa de la Galia meridional, donde es hoy Marsella, y corriéndose al mediodía, tomaron á Rodas, y edificaron más abajo el famoso templo de Diana, que luego vino á ser la ciudad de Denia. Y no lejos de allí, en la misma costa, los griegos de Zante fundaron después la ciudad de Sagunto (hoy Murviedro) que tanto nombre había de alcanzar en la historia.

Iban gradualmente haciéndose incompatibles los intereses de las diversas naciones que se repartían la mejor tierra de España:

los turdetanos, con su civilización mixta de caldea y celta, resistían tenazmente el yugo con que los amenazaba la seducción y solercia de los fenicios; éstos, aunque apoderados de casi toda la marina, sabían muy bien que lo principal de la Bética era de los turdetanos y de los belicosos celtas sus convecinos y aliados. Los griegos asiáticos, los focenses principalmente, supieron ganarse la voluntad de los españoles, y obtuvieron de ellos. establecimientos con los cuales podían prometerse minar en breve por su base el poderío del común enemigo. Estos auxiliares extranjeros eran notablemente cultos: sus personas, sus trajes, sus armas, las fustas en que navegaban (1), los edificios sólidos y galanos que construían, agradaron tanto á los españoles, que su rey Argantonio trabó al punto amistad con ellos. Venían huyendo, dice Ocampo, del formidable poder de Ciro, que había sojuzgado los principales Estados y repúblicas del Asia; y después de repuestos en los pacíficos dominios del monarca ibero, comenzaron á poblar las isletas que por los confines de Cádiz y del Estrecho tenían aún abandonadas los fenicios, y labraron en ellas casas de placer entre deleitosas huertas y arboledas, convidando para todas estas labores á los españoles andaluces con quienes moraban; y tal maña se dieron, que en el término de tres años ó poco más las llenaron todas de granjerías excelentes, edificadas á la manera de Jonia «con adornamentos, añade aquel historiador, muy nuevos y muy galanos: porque también en esto de los edificios, como en el arte de labrar navíos, tuvieron los focenses grandes primores y trazas de proporción mucho singular».

Sabido es que los jonios fueron los primeros helenos civilizados; la escuela filosófica que llevó su nombre, la más antigua

(1) Los focenses, dice Ocampo, era buena copia de gente bien armada, bastecida y ordenada, y sobre todo sus fustas de tan hermosa facción, y tan apropiadas y desenvueltas para la guerra, que hasta su tiempo nunca semejantes anduvieron por las mares de España. Traía cada cual cincuenta remadores en cada lado, largas todas, bien despalmadas y limpias, sin haber en ellas navío que fuese hondo ni de carga, como traían muchos otros navegantes»,

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de la Grecia, aspiraba á explicar el mundo por un principio único, suponiendo que las diversas transformaciones de ese principio producían todo cuánto vemos y palpamos; y ese principio era siempre para los famosos filósofos que produjo, como Thales, Anaximeno, Heráclito de Éfeso y otros, alguno de los llamados elementos del mundo material, el agua, el aire, el fuego. Este materialismo estaba como infiltrado en la sangre de los jonios y trascendía á todas las formas de su vida pública y privada: el fasto y la elegancia, la poesía, las bellas artes, florecieron entre ellos desde el siglo ix antes de J. C. El dialecto jónico era el más dulce de la lengua helénica; el ritmo jónico en la música era el más afeminado y voluptuoso; el orden jónico en la arquitectura tiene en sus volutas un no sé qué de gracioso, ingenuo y desnudo, que seduce al hombre de gusto más austero. La sola adopción del capitel jónico, dice el exquisito gusto estético de aquel pueblo, ya sea invento suyo, ya sea importación asiria (1). Los jonios, que llevaron al Asia Menor su comercio, su navegación, sus colonias, sus riquezas y su lujo, trajeron á España con todos estos elementos de prosperidad material, una exquisita cultura artística, adquirida en la brillante carrera de rivalidad intelectual de las doce ciudades de Lydia, Caria, y las Islas diseminadas entre el Meandro y el Hermo. Hay, como hemos visto, autores que asignan su venida á nuestras costas al período de servidumbre por el cual pasaron desde la gran conquista persa, consumada por Ciro, hasta la segunda guerra meda que les restituyó la libertad; otros la fijan en la época, cuatro siglos anterior, en que la poesía, más expansiva que los otros ramos de la civilización, había ya producido entre ellos á Homero, cuyas peregrinaciones es fama se extendieron hasta las columnas de Hércules. ¡Dios

(1) Observa Layard en su obra citada sobre Nínive, que la primera indicación del uso de las columnas entre los asirios se encuentra en las esculturas de Khorsabad. En un bajo-relieve de sus ruinas ha hallado el arqueólogo inglés un templete ó pabellón de pescar en medio de un lago: embellecen su fachada dos columnas cuyos capiteles se asemejan tánto al jónico, que no es posible dejar de reconocer en ellos el prototipo de este orden.

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