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CAPÍTULO XXXII

Continuación: Jerez de la Frontera

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STA ciudad, cuyo nombre es arábigo (Sherish Filistin, ó Xirás de la tribu de los Filisteos), y cuyo antiguo caserío es también sarraceno, ocupa, mirada por la parte del mediodía, una elevada mesa entre dos vallados, á la cual se sube por una suave pendiente que termina al pié de su ya inutilizada muralla. Ceñía ésta la población en otro tiempo, principiando y concluyendo el recinto de lienzos y torreones en el Alcázar que descuella al sur; pero la antigua cerca, teatro de gloriosas hazañas en las guerras del siglo de San Fernando y don Alonso X, se halla hoy maltratada y aportillada, confundida y medio oculta entre las casas de la ciudad, cuyo ensanche la ha hecho reventar á trechos y las vetustas almenas en aquella época regadas con generosa sangre, asoman echando en cara á los pacíficos idólatras de los intereses mate

riales el abandono de la fe y del ardiente patriotismo de sus mayores (1).

Don Fernando III, antes de emprender la toma de Córdoba, mandó un ejército á explorar la tierra de Andalucía hasta las costas del Océano, y dió su mando á su hermano el infante don Alonso de Molina, asistido de Álvar Pérez de Castro, guerrero experimentado, valiente y sagaz. Salió la hueste de Toledo con gran ardimiento y bríos: con decir que iban en ella Vargas y Gaitanes, dicho está lo que de su correría debía esperarse. Llega el ejército cristiano á Jerez, y asienta sus reales no lejos de las márgenes del Guadalete. Su presencia esparce el terror por la comarca.-Sabedor del peligro que corre la ciudad, acude apresuradamente con un grande ejército á socorrerla el walí de Murcia Aben Hud, que había derrotado al Amir y le tenía usurpado el trono, y trabóse una encarnizada batalla en las inmediaciones de la mesa llamada hoy de Santiago, cerca de los arroyos Fontetar y Musas, porque estaba escrito que la inconstancia de la suerte había de facilitar á los cristianos la reducción de las principales ciudades de aquella parte de Andalucía en el mismo sitio en que facilitó á las huestes de Tarik la conquista de España. La victoria se pronunció de parte de los castellanos. Álvar Pérez de Castro no se vistió aquel día de lucientes armas: presentóse en el campo cubierto con un ligero almejí y el cabello tendido por la espalda, cabalgando en un fogoso alazán sin más que una vara en la mano. Garci Pérez de Vargas, á quien había el Infante armado caballero al comenzar el combate, mató al reyezuelo moro de Alcalá de los Gazules, y Diego Pérez de Vargas, habiendo perdido su lanza en la refriega, desgajó de un olivo una nudosa y enorme rama, y apo

(1) Era natural que los muros de Jerez que tan buen servicio prestaron durante el reinado de don Alonso el Sabio á los leales castellanos, fueran en la Edadmedia alguna vez objeto de la solicitud regia. Así era de presumir, y así lo hemos visto confirmado en documentos históricos. El archivo de la ciudad conserva una carta de don Fernando IV concediendo en favor de la labor de muros, torre y barbacana, el diezmo que sobre la villa cobraba.—Archivo municipal. Cajón 21-n.o 18.

rreando con ella á diestro y siniestro, dejó á sus piés muertos ó mal heridos á muchos moros (1). La expugnación de Jerez estaba reservada á don Alonso X, el cual entró en ella por capitulación en 1255.

La planta de Jerez cuando la ganó don Alonso, era casi un cuadrilongo cercado de gruesa muralla, rebellines y torres con su antemuro: en los cuatro lienzos de la muralla tenía cuatro puertas que se correspondían en cruz: la de Sevilla, la de Santiago, la de Rota y la del Real. En la puerta de Rota se divisan aún torreones perfectamente conservados, y el antiguo almenaje aparece en los muros de Santiago y la Merced, y en las calles Ancha y de Polvera. Á la parte de mediodía se levantaba el Alcázar, que aún hoy existe, de obra morisca, y lleva en su interior una capilla real dedicada á Santa María. Los infieles habían quedado en la población como mudejares ó por vasallos del castellano, y en su Alcázar estaba de gobernador don Nuño de Lara, que puso en su lugar otro caballero llamado Garci Gómez Carrillo, con título de alcaide. Los moros, faltando á su palabra, se rebelaron y cercaron el Alcázar en 1261, y entonces ocurrió un hecho que hizo grande honor á sitiados y sitiadores. El alcaide Garci Gómez Carrillo, después de haber perecido casi toda la guarnición, defendía la fortaleza con tesón, solo y en pié en la torre del homenaje, con la espada en la mano, todo cubierto de sangre y de flechas, sosteniendo con tan esforzado ánimo el ímpetu de los enemigos, que llegó á causar en éstos admiración y asombro. Prendados de tan heróico ardimiento, resolvieron prenderlo sin causarle la muerte: dejaron de estrecharle con las armas, á las cuales hacía él mejor rostro que á las promesas con que intentaban seducirle: tomaron garfios de hierro, y asiéndole en la escalera de la torre, le sacaron de allí maltrecho. Hecho prisionero, y dueños otra vez

(1) Cuéntase que por esta acción se le dió á Diego Pérez de Vargas el apellido de Vargas Machuca.

de la ciudad los moros, le curaron con grande humanidad sus heridas, y aplaudiendo el valor con que había defendido la plaza, le dieron libertad colmándole de agasajos.—Para conservar la ciudad por suya, dice Roa, pusieron luego mano á fortificarla, repararon sus muros, y levantaron su fábrica un tercio más alta, cuyo sobrepuesto aún hoy se echa de ver en el edificio.

No podía el rey don Alonso por aquel tiempo dedicarse á recobrarla, pero lo verificó el año 1264, en que la puso cerco muy apretado, que duró todo el verano. Los moros la defendie ron con obstinación y dureza temerosos del castigo de su pasada traición; y los cristianos la embestían con el encono de la memoria de ésta. Fué al fin entrada por fuerza de armas el 9 de octubre, día de san Dionisio, en cuyo honor mandó luego el rey edificar la iglesia parroquial que lleva su advocación; dejó ir libres á los moros, pobló la ciudad de caballeros é hidalgos de su ejército, y dióles por armas la mar con orla de castillos y leones, símbolo de los peligros en que los dejaba por frontera de enemigos, á quienes con invencibles ánimos habían de hacer rostro como leones y como fuertes castillos, siempre que en lo sucesivo fuera preciso defender la entrada y costa de Andalucía, el reino y su ciudad.

No defraudaron los jerezanos las esperanzas de sus reyes: en el año 1284, reinando en Castilla don Sancho el Bravo, sitiaron la ciudad innumerables tropas del rey de Marruecos BenYusuf. Hallóse Jerez en grande aprieto por espacio de seis meses: el rey, habiendo recibido de la ciudad sitiada un aviso escrito con sangre, partió á Sevilla, desde donde marchó con diez mil caballos la vuelta de Lebrija; incorporándosele allí otras fuerzas, subió su ejército á veintidós mil jinetes y considerable número de peones, y sabedor el rey de Marruecos de la aproximación de tan crecida hueste, levantó el sitio y se retiró á Algeciras.-En el siglo siguiente, año 1314, reinando ya don Alfonso XI, lució en la propia Algeciras con nuevo brillo el esfuerzo de los caballeros de Jerez. El rey Aben-Zahá, que dominaba

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