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UÉ siempre triste destino de España servir con sus riquezas y su sangre á sus codiciosos opresores y sacrificarse por ellos para sufrir más ominoso yugo. Como auxiliar de los extranjeros que la beneficiaban exportando sus productos, tenía por enemigos á todos los émulos de sus dueños. Por haber servido á los fenicios, fué la Bética presa de los cartagineses, y por no haberse unido toda contra éstos, fué luégo presa de los romanos. Lo que había hecho Amílcar

desde el peñón de Acra-Leuka enviando todos los años á Cartago naves cargadas de caballos, armas, hombres y plata de España, eso mismo venían haciendo desde las primeras invasiones todos los gobernadores extranjeros; y no bastaba que los infortunados iberos fueran lejos de su patria á comprar con sus vidas los triunfos de sus opresores en otras tierras, sino que era menester les diesen ejemplo de abnegación y bizarría.

Así los grandes triunfos de Aníbal fueron principalmente debidos á las tropas españolas que componían más de la mitad de sus ejércitos: marchando siempre en la vanguardia, fueron las primeras en recibir el impetuoso choque de las legiones romanas, debiéndoseles en gran parte las ventajas obtenidas contra aque

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llos ilustres generales de la república, los Sempronios, los Flaminios, los Metelos y los Escipiones. La caballería ibérica, los infantes celtíberos, los honderos de las Baleares, fueron de los que más contribuyeron á tejer los laureles del gran general cartaginés en Italia.

Pero la política romana, equitativa y civilizadora, se anunció desde la segunda guerra púnica tan beneficiosa á España, que

aun en medio de las ruidosas victorias de Aníbal fué fácil predecir que serían en breve romanas sus mejores y más cultivadas provincias. Mucho honor hizo á Roma por cierto el ejemplar desinterés de sus jefes y soldados, después de la inmensa derrota que los dos Escipiones causaron á Himilcón robándole la obediencia de todos los pueblos de Iberia hasta entonces neutrales, cuando los vencedores, al dar parte al Senado de su inaudito triunfo, le anunciaron al mismo tiempo que así el ejército como los procónsules estaban enteramente desnudos, sin dinero, sin víveres y sin bagajes. Singular contraste formaba esta heróica moderación de los buenos tiempos de la república con la habitual rapacidad de los cartagineses, cuyo gobierno no reconocía más norma que las despiadadas máximas mercantiles. Los romanos entonces se guiaban por principios que no podían menos de seducir á los españoles: por principio y por espíritu patrio, sólo pedían á las naciones su influencia política, respetando su religión, sus leyes, sus costumbres, favoreciendo su industria y su comercio, de que ellos no se curaban. Este sistema despojaba á la conquista de toda dislocación material y tenía que ser aplaudido aun por los pueblos más atrasados, amigos siempre de su quietud y de sus tradiciones. Así se explica el rápido engrandecimiento del pueblo romano, haciendo en todas partes súbditos que se figuraban ser meramente sus aliados, y tratándolos con tanta superioridad, que ni contacto tenía con ellos y los dejaba en posesión de los bienes de la vida con tal de que se resignasen á perder su nombre de nación.

La posesión de la Bética, sin embargo, era la más difícil de arrancar á los cartagineses: para conseguirlo fueron necesarias toda la solercia, toda la prudencia, pericia y buena suerte del joven P. Cornelio Escipión, de quien parecía enamorada la fortuna, tan versátil de suyo, y todo el desaliento que en los penos, encargados de la defensa de aquel territorio, infundieron los reveses de Aníbal y Asdrúbal Barca en Italia.

Ya hemos apuntado que las colonias de los cartagineses en

la Bética eran emporios marítimos. Como por excepción, fundaron sin embargo algunas en el interior; tal venía á ser la población de Jaén (Oringis) cuando se apoderó de ella Lucio Escipión después de la fuga de Asdrúbal Gisgón á Cádiz. Por lo que hace á la región meridional, puede asegurarse que era ya una verdadera provincia cartaginesa. Pero el poderío de Cartago en España tocaba á su término: las rápidas victorias de los Escipiones, la defección de Masinisa, las voluntades que forzosamente habían de granjearse entre los valientes iberos unos caudillos que en las poblaciones entradas á viva fuerza respetaban siempre las vidas y haciendas de los naturales, sin encarnizarse más que en los cartagineses, le redujeron en breves años al mero recinto de Gades. Llegó un día en que Asdrúbal Gisgón abandonó sus muros para ir á buscar en la corte del rey de Numidia un auxilio sin el cual no creía poder esquivar la completa derrota que le amagaba, y aquel día, encontrándose en la mesa del rey bárbaro con el mismo general romano ante el cual había huído en la Bética, comprendió que la república de Cartago iba á verse acometida en sus propias fronteras, y que ya para ella no había esperanza. Vuelve sin embargo el hijo de Gisgón á España á consumar el sacrificio que de él reclama su patria: vuelve también Escipión á consumar su próspera conquista; algunas poblaciones españolas, fieles á la alianza jurada, Illiturgis, Castulo, Astapa, Corduba, Ilípula, Hispal, caen á las embestidas del romano; la primera, excepción única á los ojos del generoso Escipión en su política de clemencia y olvido, pagó con su completo exterminio una antigua violación del derecho de gentes: sus habitantes, sin distinción de sexo ni de edad, fueron pasados á cuchillo, sus edificios todos entregados á las llamas: sus mismos escombros fueron removidos, y el suelo que había sustentado sus murallas fué arado y sembrado de sal (1).

(1) Se ignora el sitio donde descolló la antigua Illiturgis. Aquel tremendo castigo le fué impuesto por Cornelio Escipión por haber degollado años atrás á los romanos refugiados en ella después de la derrota de Publio Escipión.

La tercera, Astapa (hoy Estepa la vieja), creyó deber imitar el gran suicidio de Sagunto; sus pobladores, después de una desesperada defensa, juntaron en una pira todos sus tesoros y esclavos, pegáronla fuego, y se arrojaron á la inmensa hoguera con sus hijos y mujeres entregando á los vencedores legionarios de Marcio un repugnante montón de humeantes destrozos, cenizas y sangre. Durante las guerras púnicas, tendrá que consignar la historia atónita nuevos rasgos como éste de resistencia hasta la muerte y fidelidad acrisolada en los heróicos hijos de Iberia: sólo ellos entre todos los pueblos de la antigüedad prefieren la muerte á la esclavitud. Castulo (hoy Cazlona) debió á la magnanimidad de Escipión el salvarse entregando prisionera la guarnición cartaginesa.

Gades, emporio de la civilización y del comercio cartaginés en España, y la primera de sus colonias desde la toma de Cartagena por los romanos, no ofreció la resistencia que de ella debía esperarse. El Senado de Cartago había resuelto abandonar definitivamente á España sacando de ella todos los recursos posibles para una última tentativa en Italia: el gobernador Magón recibió orden de salir de Gades con su escuadra dirigiéndose á Génova, enganchando á su servicio gente de las Galias y de la Liguria y marchando en seguida sobre Roma, y el primer preparativo de su expedición fué despojar á los gaditanos de cuanto oro y plata tenían, echando mano al tesoro público y saqueando los templos de los dioses, sin respetar siquiera el de Hércules. Encomendó la custodia de la ciudad á Masinisa, vendido ya secretamente á Roma, zarpó con dirección á Cartagena, intentó en vano recobrar este puerto, y repelido por los romanos, tuvo que retroceder. En su ausencia, como era de esperar, la población había sacudido el yugo cartaginés, así que, al presentarse de nuevo á ella, le cerró las puertas. Tomó tierra Magón en el pequeño puerto de Ambis, de la misma isla, manifestó á los gaditanos su deseo de tener una conferencia con sus magistrados, y aquellos se los enviaron confiadamente: cuando

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