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abundantísima cosecha en esas mismas montañas cuya cima coronan perpetuas nieves y en cuya falda se crían las plantas tropicales, la caña de azúcar, el algodón, el arroz, el naranjo, el limonero, la palma; y en esas llanuras, donde si la mano del hombre está ociosa, la naturaleza está en acción continua y hace espontáneamente brotar el romero, el cantueso, el tomillo, la adelfa, el oruzuz, el palmito, la jara, el arrayán, la madreselva, el higo chumbo y la pita; donde desde la barrera de los Montes Marianos hasta las franjas de arena y peñascos en que mueren ó se estrellan las olas del Estrecho, tiende la risueña Flora de Mayo y Junio su espléndida vestidura de corolas de todos matices, que, como embalsamadas copas de rubí, de amatista, de turquesa y de topacio, embriagan al pasajero evaporando al sol sus esencias.

Tomando, pues, nosotros la parte que legítimamente nos pertenece, sin entrometernos en las útiles tareas del naturalista y del filólogo, y sin invadir con demasiada frecuencia el terreno del narrador de viajes, declaramos del dominio de nuestra pluma cuantas bellezas vayamos descubriendo en los tipos y caracteres, en los usos, en la naturaleza, en el arte, en todo lo manifiesto por fin de las obras de Dios y del hombre, en la privilegiada tierra que riega el Guadalquivir después de engrosado con el caudaloso tributo del Genil, y que sirve de dique á las encrespadas olas de dos mares desde Sanlúcar á la boca del Guadiaro. Nuestra misión abraza todo lo bello y memorable del mundo moral y material dentro de la escena en que nos hemos constituído: lo bello, porque describimos bellezas; lo memorable, porque perpetuamos gloriosos recuerdos. La historia va adherida á los monumentos del arte como el musgo y la hiedra á las ruinas; ella da á las rotas arquerías, á los carcomidos capiteles, á las mutiladas estatuas el carácter venerando que los convierte á nuestros ojos en reliquias poco menos que sagradas.

Describiremos por consiguiente las bellezas de las razas andaluzas, de los monumentos artísticos que levantaron, del país

que les sirve de teatro: evocaremos los recuerdos del tiempo pasado, que explican la amalgama de pueblos tan diferentes en sus orígenes, que animan las olvidadas ruinas y dan elocuente voz á las mudas piedras: que hacen llorar al hombre amante de la verdadera civilización de su patria cuando contempla cómo la segur asoladora del tiempo, la ciega furia de las revoluciones, y la ignorancia, que es el inseparable prosélito de la violencia, van pulverizando las maravillas del arte que fué y yermando la deliciosa tierra que la antigua cultura había convertido en un paraíso.

En la región que vamos á explorar hay un riquísimo depósito de toda grandeza fenecida y olvidada: allí memorias palpitantes de miles de años transcurridos, allí vestigios intactos de las codiciosas empresas del cartaginés, de la magnificencia del romano, de la elegante voluptuosidad del sarraceno, de la robusta fe del godo. De estos recuerdos, de estas bellezas hablaremos: que las bellezas de las ciencias tienen para Cádiz y Sevilla sus panegiristas en los alumnos de Dioscórides, de Cuvier, de Lagasca, de Berzelius, de Arago, etc.

Y sin embargo, nuestro programa comprende la historia entera y la completa manifestación de todas las maravillas naturales y artificiales de un país determinado. Pero la comprensión del hombre es muy limitada, y no hay ninguno que sea capaz de abarcar con ella la suma infinita de fenómenos que en sus tres conceptos de bueno, útil y bello, encierra la Creación. En la inmensa cadena de la naturaleza animada, desde el imperceptible infusorio hasta el glorioso querubín, hay arcanos para apurar el genio y la constancia de millones de sabios dedicados todos á especulaciones diferentes; y en la de la naturaleza física y material, desde el conocimiento del simple átomo hasta el de los innumerables mundos lanzados al espacio por la diestra del Omnipotente, caben, sin hacer más que desflorar la materia, cuantas lucubraciones pueden sugerir á la mente humana con el ostentoso apelativo de ciencia, su ansia febril de saber y

su loco orgullo. Por esto Dios en sus altos designios traza á la actividad de cada inteligencia su rumbo especial, dándonos vocaciones diferentes. Pone en la mano del geómetra el compás, en la del astrólogo el telescopio, en la del geólogo el barreno, en la del zoólogo el escalpelo, en la del anticuario la historia y el monumento: da el cincel ó la paleta al artista, lleva al monte y á la llanura al paisista con su cartera, al criptógamo con su cuchillo, al que estudia los insectos con su manga; detiene delante del grupo donde se bebe ó se baila ó se canta, y delante del ruinoso edificio, al pintor de costumbres ó de perspectivas; impele al arqueólogo á desenterrar las ruinas seculares y al historiador á rescatar del polvo de los archivos los carcomidos documentos. Á todos proporciona medios adecuados para comprender en sus obras alguna pequeña parte de sus divinas perfecciones y atributos.

Revela al historiador su providencia, al naturalista filósofo su sabiduría y su poder, al artista y al poeta su multiforme belleza. No se deleitan el historiador, el artista, el literato, con una simple yerbecilla, como se deleita el geógrafo-botánico si logra aumentar con un nuevo vegetal alguna de las familias conocidas, ó si descubre entre las plantas tropicales que matizan y embalsaman la falda de la Sierra un rododendro ó cualquier otro súbdito prófugo de la Flora Alpina; pero tampoco el naturalista exulta gozoso como el arqueólogo si tropieza con un ignorado bajo-relieve romano ó visigodo, ó con cualquiera otra reliquia artística interesante. El hombre científico pensador, al contemplar el gran verjel que limitan y comparten las sierras andaluzas, admira la infinita sabiduría de aquel que para hacer fructífera esa tierra, deshace en lluvia las nubes que á modo de gasas se prenden á los altos picos de Sierra-Morena, de Sierra de Gazules y de Gibalbín, la humedece con blando rocío, la abriga á veces durante el invierno con las nevadas que al mismo tiempo contribuyen á fecundarla con sus sales, la enjuga cuando conviene con las tempestades de primavera, cuyos hu

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