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la reina tenia. Y como los consejos de la reina y de la camarera estuviesen en este punto de acuerdo con los sentimientos del rey, convocó Felipe á los ministros y á los principales grandes del reino, y exponiendo ante aquella asamblea la inquietud que le causaba la conducta de la córte de Versalles, y el rumor que corria de que iba á abandonarle la Francia, les repitió su firme resolucion de morir antes que renunciar la corona ni dejar á España, les declaró que estaba decidido á guiarse por los que tantas pruebas le habian dado de adhesion y cariño, y concluyó pidiéndoles consejo y apoyo.

Honda sensacion y maravilloso efecto produjo este discurso del rey en aquella asamblea. Veíanse en ella muestras generales de aprobacion y signos inequívocos de afecto. El cardenal Portocarrero, que á pesar de su avanzada edad y de sus achaques habia venido á formar parte de aquella respetable reunion, contestó á nombre de todos en un lenguaje lleno de patriotismo y de dignidad, diciendo que el honor, la lealtad y el deber, todo imponia á los españoles la obligacion de defender á su soberano y de sacrificarse por sostenerle en el trono, y que sería mengua y baldon para España consentir que Inglaterra y Holanda desmembrasen la monarquía; y que si Francia no podia en lo sucesivo ayudar á los españoles, ellos solos sabrian defender su independencia y conservar la corona á su monarca, porque no habria español que

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no corriera gustoso á empuñar las armas para el sosten y defensa de tan sagrados objetos. La asamblea prorumpió en entusiastas demostraciones de adhesion y de aplauso, y el anciano prelado borró con este último acto de su larga carrera política las manchas y lunares con que en mas de una ocasion la habia empañado. Concluyó la asamblea rogando al rey que estableciera un gobierno puramente español, escluyendo de él á los franceses, y Felipe accedió á lo que ya de antemano habia pensado aceptar. No paró en esto la habilidad de la princesa de los Ursinos, sino en conseguir despues, por medio de la reina su protectora, no ser incluida en la resolucion general, y aun ella misma fué la primera que anunció á Amelot la nueva de su destitucion.

El embajador francés fué reemplazado por Blecourt que habia sido antes ministro en España. El duque de Medinaceli fué nombrado ministro de Estado; dióse el ministerio de la Guerra al marqués de Bedmar; los demas ministros y secretarios permanecieron en sus puestos por ser españoles. Para las conferencias de la paz que se celebraban en la Haya se nombró plenipotenciarios al duque de Alba y al conde de Bergueick. Las instrucciones que se les dieron no podian ser ni mas terminantes ni mas dignas. « Decidido está el rey, decian, á no ceder parte alguna de España, de las Indias, ó del ducado de Milan; y conforme á esta resolucion protesta contra la desmembracion del Milanesa

do, hecha por el emperador á favor del duque de Saboya, á quien se podrá indemnizar con la isla de Cerdeña. En este último caso, y á fin de conseguir la paz, consiente S. M. en ceder Nápoles al archiduque, y la Jamaica á los ingleses, con la condicion de que cederán estos á Mallorca y Menorca.» Si, á pesar de estas concesiones no se podia lograr la paz, se encargaba á los plenipotenciarios tratáran de decidir al rey de Francia á que cediera alguna de sus conquistas, y procurára el restablecimiento de los electores de Baviera y Colonia, dejando al primero el gobierno de los Paises Bajos hasta que volvieran estos Estados á la corona de Castilla (1),

Muy distantes estaban los aliados de acceder, no solo á las proposiciones del monarca español, pero ni á las que el francés les presentó por medio de su ministro de Estado el marqués de Torcy. Antes bien lo que los representantes de los confederados establecieron como preliminares para la paz en lo relativo á la sucesion española, fué el reconocimiento del archiduque Cárlos como soberano de toda esta monarquía, de modo que ningun príncipe de la dinastía de Borbon pudiera reinar jamás en parte alguna de ella, con cuya condicion suspenderian las hostilidades por dos meses; y si en este plazo no se hubiese realizado, ó se negase Felipe á consentir en ella, el rey de Francia se

(4) Noailles, tom. IV.

TOMO XVIII.

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obligaria, no solo á retirar sus tropas de España, sino á unirse con los aliados para arrancar á Felipe este consentimiento ("). Fijáronse ademas otras condiciones respecto al Imperio, á Holanda y á Inglaterra. Al leer tan ignominiosas y altivas proposiciones sublevóse el espíritu del anciano monarca francés, y pareciendo revivir en él su antiguo aliento declaró solemnemente, que en la dura y cruel alternativa en que se le pouia de pelear contra sus propios hijos ó luchar contra estraños, no podia haber para él duda ni vacilacion; y apelando al valor y á la lealtad de su pueblo contra el orgullo y la insolencia de sus enemigos; «Es repug»nante, decia, á los ojos de la humanidad el hecho >>solo de suponer que podrán todas las fuerzas huma»nas hacerme consentir en cláusula tan monstruosa. »Aunque no sea menos vivo el amor que me inspiran >> mis pueblos que el que profeso á mis propios hi»jos; aunque tenga que sufrir todos los males que la >>> guerra ocasione á súbditos tan fieles; aunque yo »>haya mostrado á toda Europa mis deseos de dar >> les la paz, cierto estoy de que ellos mismos se »> negarian á recibir esta paz con condiciones tan >> contrarias á la justicia y al lustre del nombre >>francés. >>

Y Felipe V. decia á su vez á los españoles: «No > contentos los aliados con hacer alarde de sus exigen

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»cias desmedidas, se atrevieron á proponer como artí>>culo fundamental que el rey mi abuelo hubiera de >> reunir sus fuerzas á las de ellos á fin de obligarme » por fuerza á salir de España, si en el término de dos >> meses no lo verificaba yo voluntariamente; exigencia Descandalosa y temeraria, y sin embargo la única en >>que mostraron hasta cierto punto que conocian y es>>timaban mi constancia, toda vez que ni con el auxi>>lio de tan vasto poder se prometian un triunfo segu>>ro.» Y añadia: «Si tales son mis pecados que hayan >>de privarnos del amparo divino, por lo menos lucha»ré al lado de mis amados españoles hasta derramar »la última gota de mi sangre, con que quiero dejar »teñido este suelo de España tan querido para mí. Fe>> liz si calmándose la cólera del cielo con el sacrificio. »de mi vida, los príncipes mis hijos, nacidos en los >> brazos de mis fieles súbditos, se sientan un dia en >>el trono en medio de la paz y pública felicidad, y si »al exhalar el último suspiro puedo envanecerme de »haber embotado los filos de la fortuna contraria, de >> modo que mis hijos, con quienes ha querido Dios >> consolidar mi monarquía, logren por último coger »los sazonados frutos de la paz....>>

Los manifiestos de ambos monarcas produjeron igual efecto en cada uno de sus pueblos. La juventud española se apresuró á alistarse y á tomar las armas: la nobleza hizo cuantiosos donativos, ya en plata labrada, ya en dinero; los obispos, las iglesias catedra

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