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ya, decidiéronse ambas potencias á reconocer á Felipe V, bien que exigiendo que evacuárán inmediatamente las tropas francesas los Paises Bajos, y que los ingleses no pudieran tener guarnicion en Nieuport y en Ostende, proposicion que oyó Luis XIV con silenciosa altivez.

Tampoco se habia descuidado entretanto el emperador, ya excitando á las potencias marítimas á la guerra, ya enviando emisarios donde quiera que po dia suscitar enemigos al francés, inclusa la córte de Madrid, donde no faltaban parciales de la casa de Austria, y donde el descontento crecia con el gobierno aborrecido del cardenal Portocarrero, y ya principalmente dirigiendo sus fuerzas á Italia, y preparando una conspiracion en Nápoles. Inclinados á la novedad los napolitanos; divididos entre sí, aunque no mal gobernados por el duque de Medinaceli, prevaliéndose algunos contra él de ciertos desarreglos propios de la juventud á que se entregaba (), las intrigas del emperador encontraron algun eco en aquella ciudad: llegó á estallar la conjuracion, se atentaba á la vida del duque, se dió suelta á los presos de los cárceles, y se puso en lugares públicos el retrato del archiduque de Austria (2). La energía del de Medinaceli y algunas

(4) «El virey, dice Lebret, estaba dominado de una pasion violenta hacia una cantatriz llamada Angelina Giorgina, que habia llevado de Roma como sirviente de su muger. Por su mano pasaban

todas las gracias, se daban todos los empleos, y á su influencia se atribuian todas las injusticias y las dilapidaciones de los caudales públicos,>>

(2) Los conjurados habian ga

fuerzas españolas mandadas por el duque de Pópoli, sofocaron aquel amago de rebelion en su orígen. Pero la noticia de este suceso, y la de los trabajos y manejos que estaba empleando el emperador en Italia, recibidas por Felipe V. en su espedicion á Barcelona, fueron bastantes para inspirarle el deseo y la resolucion de pasar á Italia á visitar y proteger personalmente aquellos pueblos de sus dominios, para lo cual tomó las disposiciones que en el anterior capítulo dejamos indicado.

Embarcóse, pues, segun dijimos, Felipe V. en Barcelona (2 de abril, 1702), con veinte galeras y los ocho navíos que habian llegado de Francia, llevando consigo á don Cárlos de Borja, limosnero mayor; á su confesor el padre D'Aubenton, jesuita; al embajador francés conde de Marsin; al duque de Medinasidonia, nombrado Gran Justicia del reino de Nápoles; al conde de San Esteban; al secretario general Ubilla, marqués de Rivas, con cuatro oficiales; al conde de Benavente, al de Villaumbrosa, al duque de Osuna, al con

nado al cochero del virey y al maestro de armas de sus pages para que le asesinaran. Fuéfe denunciado este proyesto á Medinaceli, y á la media noche hizo prender y dar tormento á los dos asesinos. La conspiracion, sin embargo, llegó á estallar, aunque parcialmente. Cometiéronse algunos desórdenes, y se puso una bandera imperial en el convento de San Lorenzo. La sofocó el duque de

Popoli, poniéndose al frente de algunos soldados españoles y de muchos nobles del pais. Fueron ejecutados algunos sediciosos; el marqués de Pescara y el príncipe de Caserta fueron acusados de alta traicion, y se les confiscaron sus bienes. Sin embargo, hubo necesidad de relevar á Medinaceli, y de reemplazarle con el marqués de Villena, duque de Escalona.Botta, Sttoria d'Italia.

de de Priego, al duque de Monteleon, al de Béjar, y otros varios señores con sus respectivos mayordomos y pages; asi como varios caballeros franceses de su servidumbre, cuyo gefe era el marqués de Louville; entre todas ciento doce personas, sin contar los sirvientes. Hizo felizmente su navegacion, y luego que hubo desembarcado salieron á recibirle el marqués de Villena, nuevo virey de Nápoles, el arzobispo de la ciudad cardenal Cantelmo, y muchos nobles napolitanos en lujosas carrozas, con cuyo séquito hizo su entrada en aquella hermosa capital (16 de abril), en medio de la muchedumbre que obstruia las calles, y las aclamaciones de las tropas españolas, que á su paso abatian las banderas y gritaban: «¡Viva Felipe V.!»

Aunque causó una agradable impresion en el pueblo napolitano la presencia de su nuevo monarca, y todos los funcionarios y corporaciones acudieron á besarle respetuosamente la mano, no produjo en verdad aquel entusiasmo que es la espresion del verdadero amor y cariño. Un incidente, de aquellos á que el vulgo da en ocasiones gran significacion, vino á hacer formar estraños juicios y cálculos á las gentes crépulas y sencillas. El dia que S. M. fué á visitar la capilla de la catedral llamada el Tesoro, donde se conserva con gran veneracion la sangre del santo mártir y patrono popular de Nápoles San Genaro, el arzobispo y cabildo quisieron hacer ver al rey el milagro de licuarse la preciosa sangre de la santa ampolla. Pero

aquel dia no se liquidó como otras veces la sangre á

la aproximacion del relicario que encierra la cabeza

del santo, y Felipe salió del templo con el desconsue-

lo de no haber visto aquel tan celebrado prodigio. La

sangre se licuó después; apresuradamente salieron al-

gunos á dar aviso al rey, que ya iba camino de pala-

cio, y volvió mas tarde á ver el milagro. Mas ya no

faltó en el pueblo quien comentára el suceso como una

señal visible de que no le habia de asistir la protec-

cion del cielo ().

Hizo no obstante cuando pudo Felipe para captar-

se el aprecio de aquellas gentes: indultó á los com-
prometidos en la pasada conspiracion: rebajó impues-
tos, perdonó deudas atrasadas, suprimió gabelas; re-
muneró largamente á los que se habian conducido bien
en el motin de 23 de setiembre de 1701; confirió á
muchos nobles napolitanos la grandeza de España,
haciéndolos cubrir á su presencia; recibió cortés y
afablemente á los legados de Roma, y á los que iban
á besarle la mano y rendirle homenage á nombre de
los principes y de las repúblicas de Italia; presentá-
base con frecuencia y con cierta franca dignidad en
los sitios y en las diversiones públicas; juró solem-
nemente los fueros y privilegios otorgados á aquel
reino por sus antecesores; halagó al clero y al pue-

(4) Journal du voyage d' Ita-

lie, de l'invincible et glorieux mo-
narque Philippe V., roy d' Es-

blo, obteniendo una bula de S. S. en que se declaraba á San Genaro patron de España como el apóstol Santiago; oía misa diariamente, y daba ejemplo de devocion y de piedad; en las fiestas públicas le ensalzaban y prodigaban alabanzas, y le consagraban multitud de honrosas inscripciones. Y sin embargo no cesaban de susurrarse tramas, ni dejaba de hablarse de conspiraciones, que probaban no ser del todo sinceras aquellas exteriores demostraciones de afecto; algunas personas fueron desterradas, y otras eran vigiladas por sospechosas (1).

Deseaba ya Felipe V. pasar á Milan para ponerse al frente del ejército de Lombardía, donde los imperiales conducidos por el príncipe Eugenio hacian la guerra á españoles y franceses, á intento de arrebatar á Felipe la posesion del Milanesado. Habia tratado Eugenio de sorprender á Mantua y á Cremona, y aun

(1) Botta, Storia d' Italia.Dochez, Ojeada sobre los destinos de los Estados italianos de 1700 á 4765.-Belando, Historia civil de de España, Part. II., c. 6 y 7.Rebelion de Nápoles en 1701: Archivo de Salazar, ns. 56 y 65.

Entre los manuscritos de la Real Academia de la Historia se encuentra tambien copia en italia

Rey don Rodrigo.............
Ataulfo, primer ministro...
El obispo Oppas........
Florinda, (a) la Cava........
Conde don Julian............
El general Tarif..............
Muza.......

no de un bando puesto por los
conjurados á nombre de Carlo VI.
Re di Napoli; unos versos caste-
llanos felicitando al rey por la se-
paracion de Medinaceli, y una co-
media festiva y satírica, en tres
jornadas, titulada: La pérdida de
España renovada en Nápoles, cu-
yos papeles se distribuian de la
manera siguiente:

Duque de Medinaceli.
Príncipe Ottaiano.
Monseñor Noriega (el confesor).
La Giorgina.
Príncipe de Machia.

Don Carlos de Sangro (el que degollaron).
El príncipe de Caserta, etc.

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