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la navegación que contaba en 1586 más de 1000 buques mercantes en las costas de España y otros 1500 de menor porte destinados al cabotaje. «La marina española era superior á la de Francia y aun á la de Inglaterra, y nada igualaba á la prosperidad comercial de Sevilla, donde el oro de América hacía afluir las riquezas del mundo entero, dominando con estos tesoros en los mercados de Berberia, Roma, Génova, Florencia, Venecia, Nantes, La Rochela, Londres y Lisboa.» (1)

V

El poderío de España fué indiscutible durante nuestro siglo de oro, á pesar de la heterogénea confederación de sus Estados que conservaban notables divergencias en su gobierno é instituciones, manteniánse unidas con estrechos vínculos bajo la férrea mano de los primeros Austrias. Sólo se quebrantó la paz interior desde la derrota de las Comunidades en el rápido allanamiento de Aragón y con motivo de la rebelión de los moriscos de Granada, mientras ardía la discordia en las demás naciones del continente y en las Islas Británicas que á la sazón se hallaban desgarradas por las guerras civiles y religiosas.

El imperio de Felipe II fué, según Lord Macaulay, «uno de los más poderosos que hayan existido, siendo su influencia en Europa durante algunos años, mayor que la de Napoleón 1.o El ascendiente de España era en cierto modo merecido, pues lo debía á su incontestable superioridad en el arte de la política y de la guerra; era la patria en el siglo XVI de los hombres de Estado y de los capitanes famosos, pudiendo reivindicar para sí y los graves y altos personajes que rodeaban el trono de Fernando El Católico las cualidades que atribuía Virgilio á sus conciudadanos. La habilidad. de los diplomáticos españoles era célebre en toda Europa y

(1) La España desde el Reinado de Felipe II hasta el advenimiento de los Borbones por Mr. Ch. Weis.

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viye todavía en Inglaterra el recuerdo de Gondomar. Ni tampoco hubo nunca en ninguna sociedad moderna tantos hombres eminentes á la vez en las letras y en las carreras de la vida activa.» (1)

Otros autores extranjeros han emitido juicios no menos encomiásticos. Dice Weis que «España se elevó rápidamente al rango de potencia preponderante; los españoles tenían el don de conservar su autoridad, una vez sentada sobre los pueblos conquistados, y los virreyes aquella familiaridad noble que no excluye la obediencia ni el respeto. La infantería era la primera de Europa; el infante era intrépido bajo el fuego y lleno de respeto hacia sí mismo; los jefes se distinguían por su conocimiento y práctica del arte de la guerra, que hacía capaces á casi todos para el mando. La literatura española ejercía una influencia decisiva en el teatro francés, y la lengua castellana estuvo á punto de invadirla y la enriqueció con sus palabras sonoras y con sus cumplimientos armoniosos y huecos. París se asemejaba á Madrid en tiempo de la Liga; los franceses estaban españolizados é imitaban sus modas y aun la extravagancia de sus trajes: Los jóvenes más distinguidos de las principales naciones iban á la capital de España para completar su educación conforme á las maneras de la urbanidad castellana. Los palacios de sus Embajadores en el extranjero eran el centro de la sociedad más elegante, y la diplomacia española poseía la distinción y la superioridad moral que no adquirió la francesa hasta la época de Luis XIV. (2)

El eximio Cervantes, en la reseña de su viaje por Valencia, Barcelona, el Languedoc y Milán á Roma, confirma la extensión de nuestro idioma, cuando al alojarse en un mesón de la Provenza dice «donde por conocer que eran españoles les hablaron en lengua castellana, porque en Francia ni varón ni mujer dejan de aprender la lengua castellana.» (3)

(1, La Guerra de sucesión en tiempo de Felipe V. Biblioteca clásica. Tomo XVI. Introducción.

(2) La España desde Felipe II, tomo I. Introducción. (3) Foronda. Cervantes viajero. Persiles.

Mas aquel brillo se obtuvo con una política agresiva y aventurera que lanzó á la Metrópoli, cuya población no excedió de diez millones de habitantes-ó sea la mitad de Francia á unos dispendios enormes y desproporcionados con los recursos nacionales. El sueño quimérico de dominación universal de Carlos I y Felipe II y sus guerras extranjeras sostenidas con tanta perseverancia, á pesar de las reclamaciones de las Cortes, consumían rápidamente los tesoros del Nuevo Mundo, y nuestra agricultura y nuestras artes sufrían el agobio de los enormes tributos y de la falta de brazos. «No se gastaba en obras públicas lo que imperiosamente reclamaba la nación, y para racionar las tropas de Flandes, Milán, Nápoles y Sicilia se hacían continuas remesas de oro que nunca bastaban para unas atenciones tan ilimitadas.» (1)

Causa tanta pena como asombro el análisis de las sumas invertidas en las guerras de Flandes, de Italia, de Inglaterra, de Francia, Portugal y de la Liga, y Felipe II prodigó además sus recursos para formarse un partido en Inglaterra, en Alemania, Suiza, Italia y hasta en Suecia y en Polonia, calculando Sully los gastos extraordinarios de su reinado en la enorme suma de 600 millones de ducados. También han tenido algunas otras naciones un período de política invasora y arrogante, pero el error fundamental de ambos Austrias estuvo en creer que se puede afirmar la supremacia, prescindiendo por completo del fomento de la riqueza, que es el nervio de las naciones, equivocación lamentable en la que no incurrió Napoleón I y mucho menos los hombres de Estado ingleses, que han tenido siempre. gran sentido práctico, aventajando en largos períodos á nuestros ideólogos.

Quiere decir, que el Imperio español tuvo grandes analogías con el de los romanos por el menosprecio del trabajo, unido á una extensión desmesurada de los dominios, y ocurrió lo que forzosamente había de derivarse (1) Toledano. Instituciones de Hacienda pública de España, tomo I, cap. XIV.

de un desequilibrio tan grande entre la cabeza y el cuerpo, así como entre los medios disponibles y los fines perseguidos.

El cúmulo de dispendios indujo al Emperador en sus apuros, á embargar sin escrúpulos las riquezas traídas por cuenta de los particulares en las flotas de Indias, dándoles en cambio juros, y abrumado Felipe II por las guerras mencionadas, las sostenidas contra los turcos y la rebelión de Granada, contrató en Génova y Venecia grandes empréstitos, apeló á los anticipos forzosos, á los impuestos extraordinarios, á los subsidios de las iglesias, á la confiscación de los tesoros de América y á la venta de encomiendas, jurisdicciones, hidalguías, regimientos, escribanías, alcaidías, tierras baldías, oficios y dignidades; (1) duplicó el impuesto de alcabalas; dió rienda suelta á la amortización civil y eclesiástica; alteró la moneda, creó nuevos arbitrios y después de exprimir tanto al Reino, se vió precisado á suspender el pago de los réditos de la deuda, originando la célebre bancarrota y el descrédito nacional.

Para cimentar su poder absoluto <remudó toda la Monarquía y la arregló de modo que todos estuviesen colgados de sus labios. Compuso los Consejos de letrados, que, no teniendo más fincas que una porción de textos, estaban siempre á su devoción,» (2) y con este endiosamiento del Monarca y el achicamiento llevado á todos los institutos y á todas las fuerzas vivas del país, comenzó, á pesar de las dotes extraordinarias de Felipe II, á cumplirse la profecía de Campanella, señalándose en su reinado las grietas en el grandioso edificio del imperio español.

Las Cortes, reducidas á la impotencia, cedían siempre, bien que no sin protesta. «A los halagos y violencias del poder correspondían los procuradores aceptando primero una participación en el servicio; pidiendo después gracias y

(1) Fundación de los Erarios públicos y Montes de Piedad, por D. Luis Valle de la Cerda,

(2) Cartas Politico-económicas del Conde de Campomanes, publicadas por D. Antonio Rodriguez Villa. Carta 2.a Felipe II.

mercedes que les eran otorgadas sin medida, y accediendo siempre con su docilidad á los deseos del Rey y de sus Ministros. Las Cortes de 1576 no pudieron ser más que la continuación de las anteriores, que sin autoridad ni prestigio caminaban rápidamente á su nulidad más completa.» (1) Las de 1579 declararon «que faltaba ya hasta la esperanza del remedio por estar gastados los caudales de los tratantes y del todo descompuesto y desbaratado el universal y particular comercio,» y las de 1592 «que no había ni podía haber duda en que el reino estaba acabado y consumido del todo. >>

«La cuestión religiosa había creado para España una situación de guerra que agotaba todas sus fuerzas. Entre el valor de nuestros soldados y los recursos de la patria aparecía un notable contraste que denunciaba el enflaquecimiento y la ruina de la Nación. Eran incompatibles el poder absoluto y el sistema representativo del pueblo.» (2)

Comenzada la decadencia de España con un monarca de indiscutible capacidad, pero idealista en su obra política, calcúlese el derrumbamiento que nos esperaba dada la pobreza intelectual de sus sucesores.

(1) Cortes de Castilla. Códice restaurado. Tomo V adicional. Introducción. (2) Cortes de Castilla. Códice restaurado. Tomo V adicional. Introducción.

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