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LIBRO SEGUNDO.

La reputacion de Felipe fué grande en su tiempo entre los católicos, los cuales lo celebraban de eminente político.

Los protestantes de su siglo lo acusaron de malvado y de rey poco hábil en la gobernacion de los pueblos.

Los escritores de fines del último siglo y de principios del presente fueron tambien de este parecer.

Pero, como la moda quiere tener jurisdiccion hasta en las historias, de pocos años á esta parte no han faltado autores que despreciando el recto raciocinio ó armados de la ignorancia, por solo su parecer y con la fe de sus palabras y pensamientos han intentado restaurar la memoria de Felipe II, harto maltratada por los severos escritores que han pretendido dar á las generaciones un fiel retrato de la vida y hechos de aquel rey, tan famoso por su poder en Europa durante el siglo décimo sesto.

El rey Felipe II ha sido objeto de mil dudas y contiendas entre los historiadores así españoles como estran

jeros. Los que escribieron su vida en nuestra patria fueron cronistas de los que pagaba la corona de Castilla para loar las acciones de los monarcas: de forma, que su testimonio ante la buena crítica no merece en realidad la fe que algunos quieren darle. La razon es muy sencilla, ¿cómo se puede inferir que la verdad ha servido de norte á hombres que al componer sus historias estaban obligados por su oficio á decir tan solo lo que los reyes querian que ellos dijesen? Los autores estraños del tiempo de Felipe II pudieron escribir guiados del odio por ser este monarca un firme defensor de la Sede Apostólica en contradiccion de casi toda Europa. Fundados en esta circunstancia, muchos autores modernos han intentado restaurar en el mundo la memoria de Felipe, pintándonos á este rey como un gran político, y como al mejor que ocupó en los antiguos siglos el solio castellano.

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Olvidan sin duda los que tal opinion sustentan que no merece en verdad nombre de gran político aquel rey que para castigar á los rebeldes ó para destruir los estorque se oponen al acrecentamiento de su poderío, no se vale de astucias sino de asesinos: porque asesinato fué la muerte en público cadalso del desdichado caballero don Juan de La Nuza, justicia mayor de Aragon. No podia ser juzgado, ni sentenciado sino por el rey y reino juntos en córtes, y con sola una órden de Felipe II fué degollado en Zaragoza. Execrable maldad y accion de las mas inicuas que hasta ahora han conocido los siglos. Pero los historiadores, así antiguos como modernos, tanto Lupercio Leonardo de Argensola, cuanto Mr. Mignet, todos callan las circunstancias mas terribles aun, si mas terribles pueden ser, con que debe presentarse á los ojos del mundo el espantoso asesinato del infeliz don Juan de La Nuza.

Todo el crímen de este caballero se reducia á haber juntado ejército para resistir con mano armada á las tropas de Castilla, que iban á penetrar en el reino aragonés con el fin de castigar á los que se habian levantado en defensa de sus libertades y exenciones.

Habia un fuero en Aragon, el cual prevenia que cuando tropas estranjeras quisiesen entrar en aquel reino para castigar malhechores, los habitantes podian alzarse parà desbaratar los ejércitos que pretendiesen hollar de este modo aquella tierra; y tambien para condenar á muerte á que tal osasen.

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El justicia mayor, apenas supo que un ejército castellano iba á invadir el reino Aragonés, juntó á consejo á sus lugartenientes; y ellos de comun consentimiento fueron de parecer que don Juan de La Nuza estaba obligado por su dignidad á convocar á la nobleza y pueblo, y resistir á las huestes de Castilla.

Este magistrado, de tal forma era presidente de su consejo que no tenia voto decisivo ni consultivo en las causas que se determinaban, y solo era mero ejecutor de lo que acordaban sus lugartenientes: los cuales le daba el rey, mandándole que en todo siguiese sus consejos sin separarse un punto de ellos. De modo que al justicia no tocaba escudriñar las causas, ni examinar las determinaciones de su consejo sino poner en ejecucion lo que él ordenaba. Y porque podria muy bien ser que la disposicion de los lugartenientes fuese errada y por consecuencia la ejecucion de ella tambien, habia un fuero que decia: «El justicia de Aragon no esté obligado á alguna pena por el delito de sus lugartenientes, ni por lo que proveyere ni ejecutare, segun el consejo que ellos le dieren.»

Y era ley muy puesta en razon; porque injusta cosa hubiera sido que por una parte se mandase al justicia seguir el parecer de sus consejeros y por otra se castigase porque lo seguia.

De forma que en el asesinato del justicia, dejando aparte el no tener derecho Felipe II á juzgar á un hombre, que solo podia ser acusado ante el rey y reino juntos en córtes, hubo acto mayor de crueldad y tiranía; porque aunque la facultad de sentenciar al justicia hubiera residido solo en la corona, siempre don Juan de La Nu

za siguiendo el parecer de sus lugartenientes estaba libre de toda culpa y por consiguiente de toda pena (1).

Pero la gran política de Felipe II se reducia á disponer asesinatos desde su cámara, cercado de frailes y eclesiásticos.

A Mons de Montigny, enviado de Flandes, quiso castigar este rey por haber intentado seducir al príncipe don Cárlos su hijo primogénito, desdichado en tener tal padre, en vivir en tal siglo, y en andar su opinion maltratada por las plumas de aduladores, ó de hombres de poco raciocinio que corrompiendo la verdad, bien por malicia, bien por ignorancia han infamado su memoria.

El enviado flamenco fué recluso en el alcázar de Segovia. Una noche, con órdenes secretas del rey, salieron de Madrid, un escribano, un confesor y un verdugo; y sin sentencia, ni otra cosa alguna, se presentaron en la prision de aquel caballero, al que intimaron la muerte en nombre de Felipe II. Degollado Mons de Montigny, fué vestido con hábito de S. Francisco, con la cabeza hábilmente colocada dentro de la capucha para que cuantos viesen su cuerpo, no conociesen que habia sido muerto por la violencia. Dejo de hablar de otros muchos asesinatos de este género que bastan á igualar á Felipe II con Tiberio con Neron. No quiero repetir lo que en este punto han

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(1) Tan solo un escritor español, (el Padre Fr. Diego Murillo, en su Fundacion milagrosa de la Capilla Angélica y Apostólica de la Madre de Dios del Pilar y excelencias de la imperial ciudad de Zaragoza:-Barcelona 1616:) defendió en tiempo del bobo Felipe III la inocencia de La Nuza con las palabras siguientes: «Aquel fuero es concedido por el rey con juramento de guardallo; y en caso que no le quiera guardar, concede en el mismo fuero que el justicia de Aragon con asistencia de los diputados aya de salir á defendelle, resistiendo a los officiales reales que quieran entrar con mano armada en el reino. Sale el justicia con consejo de sus lugartenientes, guardando la forma que le da el fuero: claro está que esto no es rebelar-. se; porque el rey que concedió y juró el fuero, le concedió esta manera de defensa; y. assí con la licencia del rey procede en lo que haze.>

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dicho algunos historiadores antiguos y modernos (1). Muchos en este siglo han pretendido defender á este monarca, diciendo que todas estas acciones cruelisimas fueron encaminadas por la destreza política para salvar á España de los horrores de una guerra civil y para destruir á los émulos del acrecentamiento de los dominios españoles.

Risa causa ver las vulgaridades que para sustentar su parecer nos presentan los ciegos apologistas de Felipe

(1) El padre Murillo en las Excelencias de Zaragoza (1616), con un valor estraordinario no pudo menos de llamar tirano á Felipe II sirviéndose de artificiosas palabras para no caer en la indignacion de Felipe III. Léase lo que dice acerca de aquel monarca. Hablando (el Dr. Francisco Sobrino) de las grandezas y excelencias del rey, afirma que pacificó á los de Aragon y los reduxo á la obediencia de su corona, y se hizo rey natural suyo; porque antes no era su rey, ni los del reyno sus vasallos. Y lo peor era (dize) que con título de exempciones y fueros, en él no se podia guardar justicia. Todo esto dize el sobredicho doctor; y es cosa sin duda (á lo que yo creo) que no lo dixera, si huviera considerado bien lo que dezia; porque como advirtió bien un autor de los nuestros, en vez de alabar al rey con estas palabras, lo haze tyrano que es una de las mayores injurias que pueden hazerse á los reyes. Porque, si es verdad lo que dice este Doctor, que el rey don Felipe hasta que embió el exército no era rey de los aragoneses, ni los del reyno eran sus vasallos hasta que los sujetó con violencia ¿cómo es posible que se hiziese rey natural suyo? Porque los reyes naturales no se hazen por fuerza, sino que nacen con derecho de sucesion y en entrando la violencia sin este derecho entra la tyranía...... Y si un rey con título de castigar delictos en los que no son súbditos suyos, sin tener otro derecho los sujetasse por fuerza de armas y se hiziesse rey suvo, seria tyrano, y le podrian dezir lo que dixo el otro gitano a Moisés: Quis constituit te judicem super nos? Como quien dize: presupuesto que yo haga violencia á este israelita, siendo verdad que tú no eres nuestro rey, ni tienes oficio por donde te competa el discernir esta causa ¿qué autoridad tienes para hacerte juez entre nosotros castigando nuestro delicto? Esto mismo pudieran dezir los aragoneses al Rey Felipe si fuera verdad lo que dize el Doctor Sobrino. »

No pudo llegar á mas el valor de Murillo al censurar á Felipe II en aquellos tiempos de bárbara opresion y tiranía.

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