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de la cruz verde, acompañada de todas las comunidades de frailes que habia en la ciudad y en sus contornos, de los comisarios, de los escribanos y familiares de todo el distrito despues de los cuales iban los consultores y calificadores y todos los demás oficiales del tribunal con los secretarios, alguacil mayor y fiscal; todos con grandes velas blancas encendidas. Entre los oficiales caminaba la cruz verde cubierta con un velo negro, debajo de palio y en andas. La música hacia su parte de celebridad y fiesta, ya con chirimías ya con voces, 'cantando el himno que empieza diciendo Vexilla regis prodeunt etc. Con este órden iba la procesión hasta la plaza en que estaba fabricado el cadalso; en cuyo altar quedaba puesta la cruz verde por toda la noche, acompañada de doce hachas blancas que ardian en blandones y de los frailes de Santo Domingo y de dos escuadras de los soldados alabarderos que le hacian centi

nela.

El dia del auto á la primera luz del alba, se juntaban en la capilla de la Inquisicion todos los que iban á salir penitenciados y á esa hora se ordenaba la procesion que los habia de llevar al cadalso, la cual era por lo comun en esta forma. Delante de todos caminaba la cruz de la catedral ó colegial cubierta de manga y velo, la cual acompañaban los curas de las parroquias y buen número de clérigos. Luego seguian los penitentes y las estatuas de los que habian muerto ó de los que no eran hasta entonces habidos, juntamente con los huesos de los difuntos. Al lado de cada penitente iban dos familiares. La compañía de alabarderos, partida en dos hileras, abria calle y daba guarda á los que caminaban á ser penitenciados por el órden de la gravedad de sus causas, empezando en el de la menor y terminando en el de la mayor: quienes llevaban cada uno las insignias de su culpa y penitencia. Los estaban condenados á morir tenian á sus lados, para que exhortarlos al arrepentimiento, algunos religiosos de los mas calificados de doctos. Remataba esta procesion el alguacil mayor de la Inquisicion á caballo en compañía de

muchos caballeros que tenian por honra y acrecentamiento de sus blasones ser familiares de este piadosisimo tribunal.

Poco despues salia de las casas del Santo Oficio; el tribunal acompañado de ambos cabildos eclesiástico y secular y de algunos familiares con vara alta, y todos á caballo. Luego que llegaban á la plaza se apeaban y subian á sus asientos. En la cabeza del cadalso se levantaba siempre una peana con seis ú ocho gradas, cubierta de una grande alfombra, y encima tres sillas vestidas de terciopelo carmesí, arrimadas á un dosel hecho de la misma materia, en donde estaba un escudo con las armas reales y la insignia de la Inquisicion. Sentábanse en las tres siIlas los inquisidores, y en otra al lado derecho de las gra-` das se ponia el fiscal teniendo delante de sí el estandarte del Santo Oficio, colocado en un pedestal.

Luego que todos tomaban asiento, subia al púlpito del lado derecho del altar un sacerdote para dirigir un sermon llamado de fe á cuantos asistian á aquel acto. Terminada la predicacion, ocupaba el mismo púlpito uno de los secretarios, y en voz alta y estando de rodillas, juntamente con el concurso, leia la protestacion de fe, mientras que todos repetian sus palabras. Luego comenzaban los demas secretarios á ir leyendo la sentencia de los penitentes, ejercicio que tambien hacian algunos de los frailes y eclesiásticos que se encontraban en la ceremonia, además de otras personas á quienes el tribunal encomendaba este oficio.

Acabadas de leer las sentencias, los inquisidores entregaban á los que habian de morir á fuego á la justicia Real y al corregidor de la ciudad en su nombre. Despues que los arrepentidos antes del auto abjuraban de sus errores, los impenitentes eran llevados en jumentos al quemadero con la custodia de alguaciles y otros ministros de justicia. Entonces cercaban varios frailes á los reos para exhortarlos al arrepentimiento. Los que antes de ser puestos en el brasero se confesaban, sufrian la muerte en garrote,

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reservando á sus cadáveres las llamas; pero no faltaban herejes que preferian el suplicio en todo su horror á trueque de no separarse de sus doctrinas.

1

El domingo de Trinidad, dia 21 de Mayo de 1559, en la plaza mayor de Valladolid hubo un auto solemnisimo de fe contra los luteranos españoles. Asistieron á él la princesa doña Juana, gobernadora del reino por ausencia de su hermano Felipe II, el príncipe don Cárlos y muchos grandes de España, prelados, títulos de Castilla y multitud de damas y caballeros. Salieron al auto, para ser llevadas á la muerte, catorce personas juntamente con los huesos y la estatua de otra difunta, y para ser reconciliadas con penitencias, diez y seis vivas.

DONA LEONOR DE VIBERO

dama muy insigne en su tiempo, habia fallecido mucho antes de la gran persecucion contra los protestantes españoles. Por la delacion de la mujer de Juan García, platero en Valladolid, y luterano, llegó á oidos del Santo Oficio de la Inquisicion las juntas que tenian los herejes, primero en casa de doña Leonor de Vibero, viuda de Pedro Cazalla contador del rey, y despues de difunta esta, en la morada de su hijo el doctor Agustin Cazalla. En premio de este servicio se dió á aquella mujer una renta perpétua sobre el tesoro público, de aquellas que se llaman juros en España.

El fiscal de la Inquisicion pidió que los huesos de doña Leonor de Vibero se sacasen del sepulcro en que estaban en el monasterio de S. Benito el Real, de Valladolid, por cuanto esta señora habia muerto en las opiniones luteranas, no obstante que hasta el último punto las habia recatado de todos los que no pertenecian á su bando. La memoria de doña Leonor de Vibero quedó condenada con infamia trascendental á sus hijos y á sus nietos. Sus bie

nes fueron confiscados, su cadáver desenterrado y reducido á cenizas, su casa derribada hasta el suelo, con prohibicion de volverla á levantar, y sobre sus ruinas erigido un padron de ignominia con unas palabras que declaraban el suceso para recuerdo y escarmiento de los venideros. Esta columna existió hasta el año de 1809 en que uno de los generales del ejército de Napoleon mandó echarla por el suelo, para que no permaneciese á la luz del sol un tan horrendo testimonio de la ferocidad humana.

EL DOCTOR AGUSTIN CA ZALLA,

nació el año de 1510, hijo de Pedro Cazalla, contador real, y de doña Leonor de Vibero, la famosa luterana protectora de los herejes de Valladolid. Estudió en la florentisima universidad de Alcalá de Henares hasta 1536. Cárlos V, atendiendo á la fama de la sabiduría de este eclesiástico, lo nombró en 1542 su predicador y lo llevó consigo el año siguiente á Alemania y Flandes, donde estuvo Cazalla predicando contra los herejes hasta 1552 con tanto crédito y concepto que era la admiracion de los católicos.

Juan Cristóbal Calvete de Estrella (autor contemporáneo), en la relacion del viaje de Cárlos V y Felipe II á Alemania habla en los términos siguientes del doctor Agustin Cazalla. «Pasóse la quaresma en oyr sermones de los grandes predicadores que en la Corte avia, en especial tres, los quales eran el Doctor Constantino, el Comisario Fray Bernardo de Fresneda, el doctor Agustin de Cazalla, predicador d'el Emperador, excelentissimo theólogo y hombre de gran doctrina y eloquencia (1).

(1) El felicissimo viaje del muy alto y muy poderoso Príncipe

Tales son las palabras de Calvete de Estrella en loor de Cazalla; tan grande fama tenia entre los católicos este doctor protestante, cuando aun no se habia dejado arrastrar de las doctrinas luteranas.

La Inquisicion en todos los espurgatorios mandó, borrar del libro de Calvete las razones copiadas, pero en algunos ejemplares, á pesar del rigoroso celo del Santo Oficio, se conservan como una prueba de la fama que dentro y fuera de estos reinos tenia Cazalla, el cual segun el dicho de otro autor contemporáneo (1), era de los mas eloquentes en el púlpito de quantos predicavan en España.

Este doctor fué llevado por Cárlos V á Alemania para que con su elocuencia convirtiese á la religion católica á muchos de los que andaban desviados de ella. Allí con el trato familiar de algunos de estos abjuró secretamente las máximas que aprendió en su niñez y juventud, y volvió á España con el fin de derramar sus nuevas opiniones en el ánimo de sus amigos y allegados. En Salamanca, de cuya iglesia era canónigo, en Toro y en Valladolid comenzó á difundir las doctrinas de la reforma, de las cuales se hizo caudillo en España.

Todos los autores católicos que escribieron del suceso, convienen en que Cazalla en Valladolid y Constantino en Sevilla fueron los cabezas de la conjuracion luterana

en estos reinos.

Preso Cazalla por el Santo Oficio y acusado de sustentar de palabra las opiniones protestantes, negó cuantos cargos le dirigieron sus jueces, hasta que llevado á la cámara del tormento, temeroso del suplicio, declaró que

don Felipe, hijo del Emperador don Cárlos Quinto, Máximo, desde España á sus tierras de la baxa Alemaña con la descripcion de todos los Estados de Brabante y Flandes, escripto en quatro libros por Juan Christóval Calvete de Estrella. En Anvers en casa de Martin Nucio,

1552. (Libro 4.o)

. (1) Gonzalo de Illescas.-Historia Pontifical.

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