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(asi se habían de llamar las partidas á que los contrabandistas habian de ser destinados) sobre perdonársele el delito cometido contra las reales rentas, si se presentara con armas y con caballo, había de pagársele unas y otro por su justo valor (1).

No es de extrañar que las partidas crecieran. Siguieron, pues, prestando buenos servicios á la causa nacional. En Aragón, Mariano Renovales y Miguel Sarasa; en Cuenca, el Marqués de las Atalayuelas; en Guadalajara, el Empecinado y Saturnino Albuin (a) el Manco; en la Mancha, Isidro Mir, Giménez y Francisco Sánchez (a) Francisquete; en Toledo y Extremadura, Quero, Auyesteran y Lougedo; en León, Julián de Delica; en Salamanca, Jerónimo Saornil; en Burgos, Soria y la Rioja, Juan Gómez, Francisco Fernández de Castro, los curas Tapia y Merino y Cuevillas y Narrón; en Navarra, Mina; en Salamanca y Ciudad-Rodrigo, Julián Sánchez, y otros de algunos de los cuales ya hemos tenido ocasión de hablar, molestaban de continuo á los franceses, y lograban no pocas veces malograr sus empresas y hasta alcanzar victorias ruidosas.

De esta clase fueron las que consiguió repetidamente Renovales. Fué Renovales uno de los prisioneros de Zaragoza. Logró escapar cuando se le conducía á Francia, y guarecido en asperezas de los lindes de Navarra y Aragón, al pie de los Pirineos, reunió paisanos y soldados dispersos. Con seiscientos hombres fué contra él en el mes de Mayo el jefe de batallón Puisalis.

Entre los valles de Roncal y Ansó, comenzó el combate y terminó en la roca. llamada de Undari. De los seiscientos franceses sólo se salvaron poco más de un centenar. Un nuevo combate contra los franceses, librado victoriosamente el 15 de Junio en los mismos lugares que el anterior, consagró la fama de Renovales y le animó á nuevas empresas.

Unióse en Julio á Renovales don Miguel Sarasa, rico hacendado de las comarcas en que aquél combatia. Formó Sarasa la izquierda de las fuerzas del intrépido caudillo, y se apostó en el monasterio de benedictinos de San Juan de la Peña.

brir el pormenor y la verdad de un hecho tan horroroso; pudiendo asegurar entre tanto á V. E. por declaración de testigos oculares la efectiva muerte de este héroe en la plaza de Figueras adonde fué trasladado desde Perpiñán, y donde entró sin grave daño en su salud, y compareció cadáver, tendido en una parihuela, al siguiente dia, cubierto con una sábana, la que destapada por la curiosidad de varios vecinos y del que me dió el parte de todo, puso de manifiesto un semblante cardeno é hinchacho, denotando que su muerte había sido la obra de breves momentos; á que se agrega por el mismo informante encontró poco antes en una de las calles de Figueras á un llamado Rovireta, y por apodo el fraile de San Francisco, y ahora canónigo dignidad de Gerona, nombrado por nuestros enemigos, quien marchaba apresuradamente hacia el castillo, adonde dijo iba corrriendo á confesar al señor Alvarez porque debía en breve morir». Todo lo que pongo en noticia de V. E. para que haga de ello el uso que tenga por conveniente. Dios guarde à V. E. muchos años.-Tortosa, 31 de Marzo de 1810.-EXCMO SR. CARLOS DE BERAMENDI.-EXCMO SR. MARQUÉS DE LAS HOMAZAS.

Las Cortes de Cádiz mandaron, andando el tiempo, grabar con letras de oro el nombre de Alvarez en el Salón de Sesiones, y en 1815, don Francisco Javier Castaños mandó colocar en el calabozo del castillo de Figueras en que expiró Alvarez, una lápida recordatoria.

(1) Reglamento ya citado de 28 de Diciembre de 1808.

Alarmados los franceses, propusiéronse sofocar la insurrección en los valles del Pirineo y enviaron sobre ellos y por distintos lados abundantes fuerzas. Desalojaron el 26 de Agosto de su posición á Sarasa, que se defendió vigorosamente. El monasterio fué por los franceses quemado, perdiéndose su interesante archivo. Sólo quedó en pie una capilla en la que el general Suchet instituyó y dotó por vía de expiación una misa.

Continuaron los franceses la campaña emprendida y atacaron con decisión los valles de Ansó y Roncal. En la villa de Ansó entraron el 27. Más difícil les fué la

conquista del Roncal. Lo disputó Renovales palmo á palmo durante tres días. La superioridad notoria del enemigo y un bien combinado plan de ataque obligó á Renovales à decidirse por la capitulación, deseoso, dice un historiador, «de salvar de mayores horrores á los roncale

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ses».

El vecino de Roncal, don Melchor Ornat concluyó la capitulación en la que se aseguró á los naturales la libertad de sus personas y el respeto de sus propiedades.

Obró acertadamente Renovales, pues le hubiera sido imposible hacer frente á las fuerzas francesas que sobre él venían: las de Ansó, las del valle de Salazar y las procedentes de Olorón.

En aquel juicioso comportamiento hubieran podido aprender mucho algunos tercos generales, siempre dispuestos á resistencias disparatadas.

Renovales se trasladó á las riberas del Cinca. Puesto al frente de las partidas de Perena y Baget, y ayudado por Sarasa, siguió dando que hacer al enemigo.

En Noviembre entregó el Marqués de Villora sin resistencia el puerto de Benasque. Sospechoso entonces por tal conducta, confirmó más tarde las sospechas el de Villora pasándose á los franceses. Poco antes (25 de Octubre) desalojó

el enemigo del santuario de Nuestra Señora del Tremedal, en las sierras de Albarracín, al brigadier don Pedro Villacampa, enviado desde Cataluña por Blake para organizar las partidas y cuerpos francos que operaban en las márgenes del

Ebro, y que hubo allí de refugiarse perseguido por los franceses á que en un principio había logrado desalojar de las cercanías de Calatayud, el Frasno y la Almunia.

Volaron los franceses el santuario, saquearon é incendiaron el pueblo de Orihuela y se extendieron por Albarracín y Teruel.

Lanzó al campo á algunos guerrilleros un afán de personal venganza. En este número deben contarse Francisco Sánchez, de la Mancha, á quien los franceses habían ahorcado un hermano, y don Juan Sánchez, que hizo teatro de sus hazañas tierras de Salamanca y Ciudad-Rodrigo y á quien habian los franceses asesinado los padres y una hermana.

Don Francisco Javier Mina, sobrino de Espoz y Mina, luego célebre, pasó desde muy joven de estudiante á guerrero. Tomó por primera vez las armas, con los demás estudiantes, en Zaragoza en 1808. Hubo de retirarse por enfermo á su pueblo Idocin (Navarra), cuando con motivo del asesinato de un sargento francés ocurrido en la vecindad, vió saqueada su casa y, para librar á su padre de una persecución, se entregó á los franceses redimiéndose luego por dinero del arresto á que le condenaron. En venganza de las penalidades injustamente sufridas, formó una partida y dió con ella que sentir al enemigo, adquiriendo pronto renombre por su admirable audacia.

«En todo el camino carretero de Francia, desde Burgos hasta los lindes de Alava, y en ambas riberas por aquella parte del Ebro, hormiguearon de muy temprano las guerrillas, dice Toreno. Tenía la codicia en qué cebarse con la frecuencia de convoyes y pasajeros enemigos, y muchos de los naturales, dados ya desde antes al contrabando por la línea de aduanas allí establecida, conocían á palmos el terreno y estaban avezados á los riesgos de su profesión, imagen de los de la guerra. Fomentaron tales inclinaciones varias Juntas que se formaron de cuarenta en cuarenta lugares, y las cuales ó se reunieron después ó se sujetaron á las que se apellidaban de Burgos, Soria y la Rioja... Las correrías solian ser lucrosas y no faltas de gloria, sobre todo cuando muchas de ellas se unían y obraban de concierto. >>

Se ve, pues, que no todo era patriotismo.

Que no lo era lo demuestran con ese, otros datos. Rencillas y rivalidades tenian enemistados á los patriotas hasta en las provincias por los franceses ocupadas. En las libres, las contiendas eran aún más hondas por falta de un peligro inmediato que las acallara. En Valencia, la rivalidad entre el general don José Caro y el Conde de la Conquista alcanzó grandes proporciones. En Galicia y Asturias, ya hemos visto cómo el Marqués de la Romana se encargó de sembrar vientos que no podían producir otra cosa que tempestades.

De la Junta central no es poco lo que tenemos que decir; pero antes concluiremos con el relato de las operaciones de los ejércitos realizadas en el resto de aquel año de 1809.

Todo se juntó en la segunda mitad de 1809 en contra nuestra. Si las cosas no

iban en el interior bien, en el exterior se complicaban sobremanera en nuestro perjuicio. Mostrábanse retraídos los ingleses de la Península. Unióse á esta contrariedad, ya apuntada, un lamentable error de Inglaterra y la paz de Austria. Imaginó el gobierno inglés dos expediciones, una á las órdenes de sir Juan Stuart contra Nápoles y otra al Escalda é isla de Walkeren, mandada por lord Chatam. Ambas expediciones resultaron infructuosas. El fin de la segunda fué desastroso. Componiase en total de 80,000 combatientes y tenía por principal objeto la destrucción del gran arsenal construído por Napoleón en Amberes. La naturaleza pantanosa de la isla de Walkeren, con sus enfermedades y la animosidad de sus moradores, bastaron á malograr la expedición.

¡Cuán diferente hubiera podido ser el resultado si, como quería la Junta central, se hubiese aprovechado esas expediciones en España ó si, como pretendía el Emperador de Austria, se las hubiese llevado, cuando aún duraba la guerra, al norte de Alemania!

Desde el armisticio de Znaim, estaba prejuzgada la cuestión de Austria. Ajustóse la paz de Viena con Napoleón en 15 de Octubre. A nadie pudo extrañar este resultado. Lo que sí no sólo extrañó sino que indignó á España con razón, fué la conducta de Austria al concertar aquella paz.

No tuvo Austria reparo en obligarse á reconocer las mutaciones hechas ó que pudieran hacerse en España, en Portugal y en Italia.

Mal correspondió Austria á los favores de España recibidos.

Había la Junta central cedido á aquella nación importantes remesas de plata en barras, enviadas de Inglaterra para nuestro socorro. Había hecho aún más: había consentido que el gobierno inglés negociase en nuestro puerto de América, también para beneficio de Austria, 3.000,000 de pesos fuertes. Tenía, como se ve, perfecto derecho á esperar de Austria mayor consideración.

Amargamente se quejó la Central, en un manifiesto, del proceder del gobierno

austriaco.

Ya se ve que tantas contrariedades habían de acabar de precipitarnos. A los desastres de Cataluña y Aragón siguieron, sin embargo, acciones victoriosas. Tales fueron las de Astorga y la batalla de Tamames.

A Ney, que tornó á Francia, substituyó en el mando del 6.o cuerpo francés, después de su vuelta de Extremadura, el general Marchand. Kellermann seguía en Valladolid y Carrier vigilaba con 3,000 hombres las márgenes del Esla y del Orbigo.

Por nuestra parte había substituído al Marqués de la Romana en el mando del ejército llamado de la izquierda, el Duque del Parque.

Atacó en la primera decena de Octubre el general Carrier à Astorga, gobernada á la sazón por don José María de Santocildes y guarnecida por poco más de 1,000 soldados y ocho cañones. Defendieron la plaza bravamente, no solamente los soldados, sino los habitantes, incluso las mujeres, y los franceses fueron rechazados con no escasa pérdida. Señalóse en la defensa un joven llamado Santos

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