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Bien es cierto que no fué toda la culpa de la Regencia, si se atiende que en todo buscaba el apoyo del Consejo de España é Indias, siempre encarnizado enemigo de la Central, cuyo poder había tenido por ilegítimo. ¿Qué ocasión se presentaría al Consejo reaccionario que no aprovechase para zaherir y denigrar á las Centrales?

No significaba, en verdad, la Regencia sino un paso atrás, un retroceso. Era lógico que hallase en aquel Consejo, tan enemigo de toda libertad, su natural aliado (1).

cierto que se hallaban á bordo de la expresada fragata los individuos citados con trescientos baúles de plata y oro; pero mandado ratificar en su delación por el Tribunal de vigilancia á quien se remitió, se afirmó en ella, diciendo se lo había oido asi al contador de Rentas don Francisco Sierra, con la diferencia de que el de la propia fragata, don José María Croquer, decia ser ciento cincuenta nada más los baúles, y que algunos de ellos, sin embargo de ser de media carga, no los podían levantar entre seis marineros; el que también añadia que para reducir la plata å oro habian pagado sus dueños cinco reales vellón por cada duro, noticia que apoyaban igualmente el tercenista don Pascual de las Veneras, el oficial mayor don Manuel Diosdado, don José Antonio Martinez y otros que no tenia presentes.

Evacuadas las citas, y refiriéndose los citados á conversaciones tenidas en aquella oficina, resultó ser el autor de esta especie el contador de la fragata, el cual no aseguraba en qué consistía el contenido de los baúles, y por consiguiente que era falso el descuento del cambio que se decía.. Daba cuenta del resultado de la diligencia de reconocimiento afirmando que los baúles no eran en junto sino veinticuatro.

Propuso el Tribunal de policia que se hiciese manifiesto público de la sumaria y sus resultas ⚫ para imponer silencio à los calumniadores, con apercibimiento à don Francisco Fernández Noceda para que en lo sucesivo se abstenga por un falso celo de exagerar especies desnudas de un fundamento sólido, siendo tanto más severo este apercibimiento con respecto á don José María Croquer, como que en calidad de jefe del ramo de la Real Hacienda en la fragata Cornelia, debía conocer mejor la falsedad de las especies que propalaba y lo perjudicial que era divulgarlas, por lo que debía advertirselo á sus jefes para que celen su conducta, y no le confien en adelante destinos de que pueda abusar su genio discolo y subversivo del orden ».

El Consejo terminaba la consulta opinando ser necesario «dar à la causa otro estado diferente, porque puede asegurarse no estar verificada la diligencia del reconocimiento con una exactitud tal, que pueda dar margen á una providencia capaz de indemnizar el honor ultrajado de los interesados, y castigar la falta de precaución ó ligereza de los delatores, pues no resultando plenamente convencidos éstos de su malicia, de ninguna manera deben tenerse por reos, mayormente cuando no se han tomado declaraciones por preguntas de inquirir ni se han hecho los cargos correspondientes ».

Y agregaba:

Lo mismo reconoció el Tribunal de policia, y por ello no consultó á V. M. la imposición de la pena de la ley à los calumniadores, adoptando los medios exquisitos para evitar detenciones à los calumniados, sin perjuicio de que pudieran usar de su derecho, y con el objeto de que el público pudiera cerciorarse prontamente de la falsedad de la delación.

>El Consejo cree muy importante el que en este negocio se administre rigurosa justicia; y no teniendo para ello estado la causa, es de parecer que V. M., siendo servido, podrá mandar que se devuelva al referido Tribunal de policia y seguridad pública de la Real Isla de León para que substanciándola legalmente la determine en justicia.»

La Regencia se conformó con este parecer y se publicó y acordó su cumplimiento el 14 de Mayo. (1) A felicitar á la Regencia por su instalación, afirmó el Consejo que las desgracias de la Patria habian dependido de la propagación de principios subversivos, intolerantes, tumultuarios y lisonjeros al inocente pueblo y recomendó que se venerase las antiguas leyes, loables usos y costumbres santas de la Monarquia.

Para el Consejo, la autoridad ejercida por la Junta central había sido una violenta y forzada usurpación tolerada más bien que consentida por la Nación... con poderes de quienes no tenían derecho para dárselos ».

Todo poder tiende á la absorción y la Regencia no se libró de este defecto, á que en puridad, ni la propia Central había sabido substraerse, á pesar de contar en su seno con hombres ilustres y desinteresados.

Sólo cuando se vió la Central muy apurada sintió prisas por convocar las Cortes y convirtió este anhelo en imposición á su sucesora la Regencia.

En los contratiempos y vicisitudes por que la Nación pasaba, halló pronto. la Regencia pretexto para aplazar el cumplimiento de su compromiso, quizá con ánimo de eludirlo del todo. Ello es que suspendió la acordada convocatoria de Cortes para tiempos mejores. Ordenó, sí, que se continuase las elecciones asi en España como en América; pero ¿implica esta medida otra cosa que prevenir el mal efecto que su acuerdo había de producir en el país? (1).

Mostró desde luego, en lo que á la causa de la independencia se refiere, actividad y buen deseo la Regencia. Ibanle en ello también su seguridad y la consolidación de su poder. Fortificar la isla de su residencia fué su preocupación primera. Mejoró la defensa de la Carraca, de Gallineras, del puente de Imazo y de la posición de Santi Petri; ordenó hacer cortaduras en los caminos y volar los puentes del Guade

(1) Y esa misma Regencia habia, sin embargo, poco antes (14 de Febrero) dirigido á los españo

les americanos un manifiesto en el que se leian párrafos tan hermosos como éstos:

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Desde el principio de la revolución declaró la Patria á esos dominios parte integrante de la Monarquia española. Como tal le corresponden los mismos derechos y prerrogativas que á la metrópoli. Siguiendo este principio de eterna equidad y justicia, fueron llamados esos naturales à tomar parte en el gobierno representativo que ha ceado: por él la tienen en la Regencia actual, y por él la tendrán también en la representación de las Cortes nacionales enviando à ellas diputados, según el decreto que va à continuación.

Desde este momento, españoles-americanos, os véis elevados à la dignidad de hombres libres: no sois ya los mismos que antes, encorvados bajo un yugo mucho más duro, mientras más distantes estábais del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos por la ignorancia. Tened presente que al pronunciar ó al escribir el nombre del que ha de venir à representaros en el Congreso nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores: están en vuestras manos. >

Es de tener en cuenta que entre los españoles-americanos estaban comprendidos los filipinos, por depender de México los archipiélagos asiáticos.

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lete y los castillos de Fort-Luis y Matagorda é incendiar los almacenes del Trocadero; mandó habilitar buques, fragatas y lanchas y formó dos escuadras que puso respectivamente al mando de don Cayetano Valdés y don Juan Topete; promovió la formación de una milicia urbana en Cádiz. No se detuvo aqui; envió buques correos á todos los puertos libres del Oceano y del Mediterráneo á fin de levantar el espíritu público y recoger oficiales y soldados dispersos; acordó la formación de una división volante en el Norte de España que puso al mando del general Renovales.

Urgian en verdad las medidas de defensa.

La misma Regencia pintó más adelante con exacto colorido la situación en que se hallaban los asuntos relativos à la guerra, cuando se hizo cargo del poder.

El poderoso ejército, dijo, que había servido de antemural å las Andalucías estaba destruido: los otros, desalentados, débiles y muy lejanos para contener el torrente que arrollaba á la exánime Monarquía: estas ricas provincias invadidas y en su mayor parte ocupadas; las demás, ó dominadas por el enemigo ó imposibilitadas de prestarse socorro, por la interrupción de sus comunicaciones; ningunos recursos presentes, ninguna confianza en el porvenir; la voz de que España estaba enteramente perdida, saliendo de la boca de los enemigos y repetida por el desaliento de los débiles y por la malignidad de los perversos, se dilataba dè pueblo en pueblo, de provincia en provincia, y no cabiendo en los ámbitos de la Península, iba á pasar los mares, á invadir la América, á llenar la Europa y á apurar en propios y extraños el interés y la esperanza.

>Los franceses se arrojaban impetuosamente á apoderarse de los dos puntos de la Isla y Cádiz; y Cádiz y la Isla, sin guarnición ninguna, sin más defensa que un brazo de agua estrecho, un puente roto mal pertrechado de cañones y artilleros, una batería á medio hacer en el centro de la lengua que las separa, aguardaban con terror el momento en que los enemigos, aportillando tan débiles trincheras, profanasen con su ominoso yugo el honor de la ciudad de Alcides. Tal era el aspecto de las cosas cuando el Consejo de Regencia tomó á su cargo el gobierno de la Monarquía española.»>

Dueños los franceses de varios de los puntos fronterizos á la Isla, como Rota, Puerto de Santa Maria, Puerto Real y Chiclana, juzgaron suyo Cádiz. Valiéronse primeramente para intimar la rendición de la plaza y de su ejército, mandado por el de Alburquerque, de los españoles afrancesados don José Justo de Salcedo, don Pedro de Obregón y don M. Miguel de Hermosilla (7 de Febrero). La Junta de Cádiz contestó: « La ciudad de Cádiz, fiel á los principios que ha jurado, no reconoce otro Rey que al señor Don Fernando VII.»

Llegó á poco José al Puerto de Santa María y Soult escribió á Alburquerque y los tres afrancesados al comandante general de la marina don Ignacio de Alava. Ambos generales respondieron con altivez y en igual sentido que lo había hecho la Junta.

Acordaron con todo los nuestros mantenerse á la defensiva. No aconsejaba la

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