Imágenes de páginas
PDF
EPUB

560

565

570

Traspasóle furibunda

La daga del rey Don Pedro.

Cual si no hubiese en palacio
Nada ocurrido de nuevo,
Se asentó el Rey á la mesa,
Como acostumbra, comiendo.

Jugó en seguida á las tablas,
Salió después á paseo,
Fué á ver armar las galeras
Que han de ir á Vizcaya luego;

Y en cuanto cubrió la noche
Con su manto el hemisferio

560 "E el rey desque vió que el maestre yacía en tierra, salió por el alcázar, cuidando fallar algunos de los del maestre para los matar, é non los falló, ca dellos non eran entrados en el palacio, cuando el maestre tornó que le mandara llamar el rey, porque las puertas estaban muy bien guardadas; é dellos eran fuídos é escondidos. E entrara con el maestre un caballero de la su orden que decían Don Pero Ruiz de Sandoval Rostros de Puerco, que era comendador de Montiel... é era agora comendador de Mérida, é el rey quisiérale matar é non le pudo haber. Empero falló el rey un escudero que decían Sancho Ruiz de Villegas, que le decían por sobrenombre Sancho Portín, é era caballerizo mayor del maestre, é fallóle en el palacio del Caracol, do estaba Doña María de Padilla, é sus fijas del rey, donde el dicho Sancho Ruiz se acogiera cuando oyó el ruido que mataban al maestre, é entró en la cámara del rey, é había tomado Sancho Ruiz á Doña Beatriz, fija del rey, en los brazos, cuidando escapar de la muerte por ella; é el rey así como le vió, fízole tirar á Doña Beatriz su fija, de los brazos, é el rey le firió con una broncha que traía en la cinta."

Ayala, Cr. de D. Pedro I (año nov.), cap. III.

Entró en la Torre del Oro,
Donde tiene en un encierro

A la linda doña Aldonza,
A la cual del monasterio
De Santa Clara ha sacado,
Y á la que idolatra ciego.

Fué un rato á hablar en seguida
Con Leví, su tesorero,

En quien tiene su privanza
Aunque es un infame hebreo:

Y muy tarde retiróse

575

580

Sin más acompañamiento
Que un moro, su favorito,

Hombre bajo, por supuesto.

Entró en el tranquilo Alcázar,

585

Llegó al vestíbulo excelso,

Y en él paróse un instante

La vista en torno moviendo.

Una lámpara pendiente

Del artesonado techo

En derredor derramaba

Ya sombras, y ya reflejos.

Entre las tersas columnas

Dos hombres de armas, dos negros
Bultos paseaban solos,

Vigilantes y en silencio;

Y en tierra aún tendido estaba, De un lago de sangre en medio, El maestre Don Fadrique

590

595

TOMO I.-12

600

605

610

En su roto manto envuelto.
Se acercó el Rey, contemplóle
Con atención un momento,
Y notando que no estaba
Del todo su hermano muerto,

Pues aún respiraba acaso
Palpitante el hondo pecho,
Le dió con el pie un empuje
Que hizo estremecer el cuerpo;
Desnudó la aguda daga,

Al moro la dió, diciendo:
"Acábalo", y, sosegado,

Subió y entregóse al sueño.

612 "E desque fué muerto Sancho Ruiz de Villegas, tornóse el rey do yacía el maestre, é fallóle que aún non era muerto; é sacó el rey una broncha que tenía en la cinta é dióla á un mozo de su cámara é fízole matar."

Así la Crónica, que en la edición de Llaguno tiene una nota al pie de este pasaje que dice: "Mas me agrada esta lección que la que está en las Abreviadas y en una del Marqués de Santillana, y en otras, en que se dice que el rey sacó una broncha que tenía en la cinta y la dió á un moro de su cámara y le fizo matar; sino se hizo aquello por mayor venganza querer que le acabase un moro."

El fino instinto poético del Duque de Rivas prefirió esta versión, como llevóle su talento pictórico á seguir paso á paso la Crónica del canciller Ayala, tan dramática en su rudeza.

UNA ANTIGUALLA DE SEVILLA

Al Excmo. Sr. D. Manuel Cepero.

ROMANCE PRIMERO

EL CANDIL

Más ha de quinientos años,
En una torcida calle,
Que de Sevilla en el centro,
Da paso á otras principales;

Cerca de la media noche,
Cuando la ciudad más grande
Es de un grande cementerio
En silencio y paz imagen;

I He aquí, según el relato que hace en sus Anales de Sevilla el caballero veinticuatro D. Diego Ortiz de Zúñiga, la tradición que inspiró este romance:

"Proseguía el rey la asistencia en Sevilla, el principic del año 1354, y en él, según las Memorias del Maestro Medina, que para historia que pensaba escribir de esta ciudad tenía recogidas algunos de estos años, le sucedió aquel caso que atestigua su retrato puesto en la calle que llaman el Candilejo; salía solo el rey de noche, y en una, ó por vicio de su rigor ó por accidente de cuestión, dió muerte violenta á un hombre, tan sin testigos, que tuvo por imposible ser conocido como agresor; hallóse el cadáver, y acudiendo las justicias á la averiguación, examinando como se suele, los vecinos, una anciana que vivía

5

10

15

20.

De dos desnudas espadas
Que trababan un combate,
Turbó el repentino encuentro
Las tinieblas impalpables.
El crujir de los aceros
Sonó por breves instantes,
Lanzando azules centellas,
Meteoro de desastres.

Y al gemido: ¡Dios me valga!
¡Muerto soy! Y al golpe grave
De un cuerpo que á tierra vino,
El silencio y paz renacen.

Al punto una ventanilla
De un pobre casucó abren;
Y de tendones y huesos,
Sin jugo, como sin carne,

cerca y que se asomó al ruido de las espadas con un candil en la mano dixo: que sin duda había hecho aquella muerte el rey, porque aunque disfrazado lo conoció en natural ruido que al andar hacían las canillas de sus piernas, cuya deposición, vista por el rey, mandó hacer merced á la mujer; y que como se suelen poner las cabezas de los delincuentes donde cometieron los crímenes, se pusiese en aquél la suya copiada en piedra. Así se executó, y permaneció hasta cerca de nuestros tiempos que la ciudad la mandó quitar y poner en su lugar en un nicho decente un bulto representación del mismo rey, como se ve, quedando á aquella calle los nombres del Candilejo y la Cabeza del rey Don Pedro; testimonio de que, aunque se ignoran algunas circunstancias del hecho, no se puede dudar de su certeza."

« AnteriorContinuar »