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Canónigo de Toledo, que representara al Arzobispo. El Canónigo fué Martín Dominguez, que en presencia de diez y nueve testigos firmantes de Cabañas, la recibió solemnemente. (1) Le guió a D. Rodrigo a esta y a otras muchas adquisiciones la idea de librar a todos los pueblos de su Archidiócesis de jurisdiciones extrañas a su Mitra; cosa que aborrecía hondamente. El monje Guerrero hizo en Cabañas la entrega el 25 de marzo.

Desde hacía tiempo los clérigos de Guadalajara, que pertenecía a su Diócesis, se negaban a pagar el derecho llamado el catedrático, que le debían como a su Prelado. Los excomulgó y suspendió el Arzobispo; pero se atrevieron a ejercer los divinos misterios, apelando antes a Roma. Inocencio III envió a D. Rodrigo la facultad de absolverlos, el 6 de abril de este año. (2)

De más importancia era la Bula que el mismo Papa dirigió al Toledano, el 19 de abril del mismo año, lo mismo que a todos los Arzobispos de la Cristiandad, para que la comunicasen a sus sufragáneos, como también al Emperador de Alemania y a trece reyes católicos, entre los cuales aparecen en los registros los cinco de España, Aragón, Castilla, León, Navarra y Portugal. Era la famosa Bula «Vineam Domini Sabaoth» en que convocaba el celoso Pontífice el Concilio ecuménico de Letrán, que tantas veces había de resonar en la vida del Arzobispo D. Rodrigo Jiménez de Rada. Le dice el Papa: «En nombre de aquel, que es fiel testigo en el cielo, entre todas las cosas deseables para nuestro corazón, en este siglo, a dos cosas principalmente aspiramos; que podamos conseguir la recuperación de la Tierra Santa, y la reforma de la Iglesia universal.» Y después de señalar su importancia y explicar más el programa, dice que no se puede reunir el Concilio antes del bienio, y dispone, que, mediante varones prudentes, se examine especialmente lo que al Papa se ha de someter. Fija la fecha del Concilio para el 1 de noviembre de 1215. Manda que en cada provincia eclasiástica solo uno o dos a lo sumo queden para ejercitar los ministerios episcopales: que los que no puedan concurrir personalmente envíen sustitutos idoneos. Nadie vaya con pompa superflua, sino la necesaria y hagan gastos moderados. Que los Arzobispos y Obispos manden a los Cabildos, no sólo de las Catedrales, sino de todas las Iglesias, que envíen su Deán o representante idoneo, porque hay puntos referentes a los Cabildos, que se han de tratar. Debían los Prelados, ya por sí, ya por otros sabios prudentes, indagar hábilmente todo lo que pareciera necesitar corrección o reforma. (3)

Vese aquí el Papa celoso y original. Vese tambien cómo será necesario que acudan los Prelados todos, exceptuando los indispensables. Téngase esto en cuenta para su tiempo.

El 21 de junio, D. Rodrigo, al llegar a Toledo remedió un mal, del cual dice el mismo en un documento escrito con unción, «tratábamos muy frecuentemente, y tratando nos dolíamos profundísimamente.» Era el alumbrado de la Catedral de Toledo, en estado deficientísimo por escasez de recursos, cuando, como observa el mismo Arzobispo, debía de ser en todo modelo de todas las Iglesias la de Toledo. Para que así lo fuese en lo sucesivo en el alumbrado, cedió su rica villa de Cabañas, y fundó con sus rentas el alumbrado perpetuo, encargando a su Arcediano, Mauricio, el reglamento de su organización y funcionamiento, prohibiendo que el Tesorero del Cabildo fuese el de esta fundación, bajo pena de pérdida de la fundación, aunque lo hiciera cualquier sucesor suyo. (4) Ese Mauricio es el futuro Obispo de Burgos, entonces Mayordomo suyo, que algunos creen que fué su condiscí

(1) Lib. priv. 11. f. 39. V. y 46. Ferotin. p. 129. (2) Ap. 17. (3) Harduin. Acta Cencil. Tom. VII. p. 6-7, (4) Lib. priv. ll. f. 67. r. y v. Bɔl. de la R. A. H. X;

pulo en París (1) y por eso amigo suyo desde aquel tiempo. Cosa muy discutible. Alfonso VIII huyó de nuevo a las ciudades del Norte al brillar en Toledo el sol de julio, siguiéndole, como de costumbre, el Arzobispo; puesto que se iba a negociar la alianza con el rey de León. El 28 de julio donó el rey en Palencia la finca de Palaciolos a su «fiel vasallo» Alonso Téllez de Menéses. (2) La alianza con León se estipuló en esta forma: Restitución al Leonés de los castillos de Carpio y Monreal, pero que no se reerigiesen los derruídos: campaña simultánea de los dos reyes con sus vasallos contra los moros, yendo cada uno a la frontera de su propio reino, para así dividir y debilitar con el doble ataque simultáneo las fuerzas enemigas, y asegurar el triunfo; pero además el castellano cedió a su antiguo yerno el poderoso auxilio del magnate Diego López de Haro con 600 excelentes caballeros. Esparcióse en esto la noticia de que 460 talavereños temerarios habían sido acribillados por los moros cerca de Sevilla, escapándose muy pocos, 8 de julio. (3) Salieron a detener la invasión, reforzada por los Cordoveses, los guerreros de Toledo, que detuvieron a los sarracenos, destrozándolos en Fegabraen, (4) y regresaron el 18 de septiembre, con rico botín.

Tanto el rey como D. Rodrigo, al saber tales conatos de los moros, se inquietaron, y conociendo su gravedad, aprestáronse a la guerra, en otoño. En los meses de verano se había ocupado el Primado, entre otras cosas, en la provisión del Obis pado de Burgos que durante la campaña de las Navas de Tolosa, el 18 de julio del año precedente, se había quedado vacante, por muerte de D. Juán Maté. Seguía vacante hacia el fin de la primavera de 1213, hasta qne D. Rodrigo promovió la elección con su venida a Burgos, proponiendo al Cabildo elector, su amigo, D. Mauricio, varón de gran mérito. Influyó el Arzobispo en la promoción de su íntimo a la Sede de Burgos, no sólo como patrocinador de su candidatura recomendándola a los electores, sino también como árbitro del Cabildo burgalés. (5) D. Mauricio, que el 19 de agosto firmaba los documentos públicos como canónigo de Toledo, el 22 del mismo aparece ya como electo de Burgos. (6)

En los últimos días de noviembre de este año salió D. Rodrigo a la guerra en compañía de Alfonso de Castilla, (7) y pasando por Consuegra y Calatrava, el rey y el Arzobispo se pusieron con su hueste sobre Baeza, mientras el rey de León atacaba y tomaba Alcántara, con el auxilio de las fuerzas castellanas, guiadas por López de Haro. Los castellanos encontraron a Baeza restaurada y fortificada, y a los agarenos poderosamente armados para resistir tenazmente, y resistieron sin desmayos, mientras que otro enemigo más cruel, el hambre, consumía al ejército de Alfonso y Rodrigo. Tan aguda era el hambre que los soldados comían carnes desusadas para el hombre. No se abatía el rey de Castilla, y aun se empeñaba en prolongar el asedio hasta tomar la plaza, sin persuadirse de que era un desacierto, hasta que D. Rodrigo y los demás jefes le convencieron de que podía levantar el cerco decorosamente. (8) Esto urgía, y los sarracenos aceptaron la tregua que se les ofreció. A pesar de que duró sólo un mes este cerco, D. Rodrigo lo llamó largo por los horribles estragos del hambre. Menos mal que, gracias a la tregua, la hueste pudo regresar sin ser hostilizada. En esto paró la rumbosa expedición, que no debía haberse emprendido, a causa del terrible mal del hambre general, y en cuya ejecución el rey de León hizo una de las suyas; porque, sacado el provecho de Alcántara, volvió a su reino, faltando al pacto estipulado de terminar la campaña ambos reyes juntos contra los moros. (9)

(1) Serrano. Don Mauricio. 21. (2) Annales Cister. IV. p. 30.-Año 1213. (3) Anales Tol. 1. (4) Anales Toled. 1. (5) Don Mauricio. 25. (6) Don Mauricio. 24 y 25. (7) Mondéjar. c. 118. (8) Id. c. 119. Anales toledanos segundos. (9) Lib. VIII. c. 13.

Alfonso y D. Rodrigo estaban con su hueste en Calatrava el 6 de enero de 1214. El rey quedó abrumado ante las aflicciones de su gente y el desastre de la campaña; y todo abatido, entregó el mando de toda la región y de las tropas a su caro y experto amigo el Arzobispo, y se retiró a Castilla la Vieja. D. Rodrigo quedó constituido caudillo universal del ejército y amo de la guerra y de la paz. Jamás, acaso, rayaron tan alto su patriotismo, su valor y virtud como en esta ocasión. Demos primero una idea de la situación aterradora de las cosas del reino castellano.

Cuando se quedó D. Rodrigo con el mando de la hueste de la frontera, fijó su residencia habitual en Calatrava, centro estratégico principal, el punto más a propósito para organizar eficazmente la guerra y evitar sorpresas dolorosas. Además los caballeros de Calatrava constituían la base más sólida e inteligente de sus fuerzas militares. Pero ¡cuán mal se hallaban estos mismos! Escribe D. Rodrigo que cuando Alfonso de Castilla llegó a Calatrava con los restos de su tropa hecha un esqueleto, «los caballeros y seglares. que allí moraban, estaban consumidos, desfallecidos por el hambre, y sólo con un esfuerzo supremo pudieron llegar allí en el séquito real.» (1) Por lo que el rey, que no podía ser agasajado, ni veía medio de socorrer a su ejército, huyó de allí luego con parte de su hueste, dejando sin provisiones ni esperanzas de tenerlas todas las guarniciones y demás columnas militares, que debían defender la extensa zona fronteriza, erizada de castillos y surcada de puertos y senderos, que facilitaban las invasiones agarenas. Por el sur había que defender la dilatada línea de muchas leguas, desde los límites de Extremadura hacia Alcaraz; por el costado de Murcia y por el levante, también otra igualmente larga, siguiendo el lado de la Alcarria hasta tocar a Aragón, con el fin de impedir a los sarracenos andaluces, murcianos y valencianos las irrupciones en las ricas y codiciadas comarcas de la región de Toledo y de la Mancha, que constituían el incesante objetivo de los reyes y valis moros y de los escuadrones de bandoleros infieles, que constantemente acechaban.

Don Rodrigo procedió con orden para desempeñar su difícil cargo. Fijó su cuartel general en Calatrava, y atendió primero a lo más urgente, que era disminuir los espantosos estragos del hambre, que hacía un año que iba en aumento. Nos da él mismo la noticia de cómo obró, diciendo: «Rodrigo, Pontífice de Toledo considerando las palabras de San Juán, que dice: El que viere al hermano en la necesidad y cerrare las entrañas de su misericordia, ¿cómo tendrá la caridad de Dios? Y también dice la Escritura en otra parte: Alimenta al que está muriéndose de hambre, que si no le alimentas lo habrás matado, en el acto entregó a los caballeros cuanto dinero pudo encontrar en su poder; y para que los castillos de la frontera no quedaran sin guarniciones, determinó quedarse allí, padeciendo las penalidades de la indigencia, lo mismo que los demás, y permanecer entre los caballeros para consuelo y subsidio de toda la tierra.» (2) Con su influencia e iniciativas, asegurando la conservación de las conquistas, era un consuelo: con el sustento, que, desprendiéndose de todo lo suyo, les proporcionaba, era el subsidio de la tierra. «Extendió además este subsidio a los habitantes no militares de Calatrava, desde el día de la Epifanía hasta el día de San Juan Bautista, el 24 de junio.» (3)

Qué enormes sacrificios y gastos suponen seis meses de sostenimiento de tanta gente militar y civil. (4) El mismo Prelado adoptó un género de vida austero, en

(1) Lib. IX. c. 14. (2) Lib. VIII. c. 14. (3) Id. ib. (4) Rodericus... præcipue in eo fuit ut sex menses et bello et pace necessaria provisurus...-Annales Cister. IV. Series Prælat. c. X.

todo semejante a los piadosos caballéros de Calatrava, lugar de su ordinaria residencia en ese tiempo. El Papa reinante les había impuesto esta vida áspera: «Dormiréis vestidos y ceñidos... En el oratorio, dormitorio, refectorio y cocina guardaréis silencio perpetuo... Se os permite a todos comer carne tres días de la semana, martes, jueves y domingo, contentándoos de tomarla en una sola comida y de una sola clase; y en todas partes observaréis silencio a la mesa.» (1) No era el gran Maestre que regía a Calatrava el de las Navas, D. Rodrigo Yanguas, que, a causa de las heridas, renunció a su cargo, a raíz de la batalla, lo era el bizarro Rodrigo II, que, como un torrente se lanzaba contra los árabes, siempre aterrándolos, pero con varia fortuna. La mayor que Dios le deparó fué tener por huésped a Don Rodrigo en los meses de mayor calamidad, y el vivir en ese tiempo bajo la autoridad de tan benéfico caudillo. (2) Subió a lo sumo la estrechez de Calatrava y de toda la tierra en la Cuaresma; por lo que reunió el Arzobispo a los caballeros en Capítulo y decretó, de conformidad con ellos, «que antes de abandonar la comarca se debía preferir alimentarse de carne en la Cuaresma, si el Señor no disponía otra cosa. Pero la abundancia de la piedad de Dios proveyó tan misericordiosamente que al dicho Pontífice no le faltaron víveres para su objeto y para soportar la indigencia de los caballeros hasta el día, en que la tierra del Señor dió sus frutos a ricos y pobres.» (3)

El poderoso y sagaz valí de la región de Sevilla, Aben Said, hermano de Mahomed, el organizador del levantamiento de los reyes moros de la Bética en 1213 contra Castilla, que pasó a filo de espada a los talaveranos, que osaron entonces asomarse incautamente por Extremadura, preparó a D. Rodrigo y a sus huestes de la frontera y de la comarca toledana un invierno y primavera terribles. Enterado el jefe moro de la retirada del rey, del mal estado, en que habían vuelto a las líneas de defensa las fuerzas castellanas, y del azote del hambre, que consumía al pueblo, multiplicó sus más tenaces ataques, y avivando las energías de todos los árabes andaluces, con esperanzas de botines y triunfos, acosó igualmente las columnas de cristianos guerreros de los puestos militares, e intentó adueñarse de la región de Toledo, aproximándose a la misma capital. Según hermosamente se explica en las cartas de recompensas, que en favor de D. Rodrigo expidieron los reyes Alfonso, Enrique I y San Fernando, sucesivamente, para premiar sus servicios extraordinarios durante estos seis meses durísimos de campaña militar y de asombrosos actos de caridad, los moros escogieron para realizar sus invasiones en Castilla el camino que va del Puerto de Alhover (4) a la ciudad de Toledo, y por ese puerto irrumpian, asolando cuanto encontraban a su paso...

Así habla el documento en el preámbulo, que precede a las cláusulas de la donación: «Como la ciudad de Toledo, por los pecados de los hombres, está cerca de los castillos y fortificaciones de los sarracenos, padece frecuentes acometidas de éllos, que se llevan muchos cautivos cristianos, y muchos de éstos perecen al filo de la espada. Mas el Puerto, por el cual la predicha ciudad es más atacada es el de Alhover, por el cual, como por un camino abierto, no cesan de atacar a la mencionada ciudad.» (5) También D. Rodrigo observa en su historia que «en aquel tiempo (la fecha de que hablamos) era más gravemente atacada por los árabes la ciudad de Toledo por este camino libre y abierto.» (6) Por cerrarlo construyó el Arzobispo en tan críticos días un castillo, llamado de Milagro, cuyos alrededores

(1) Bula de aprobación. IV. kal. maj. 1199.–Aguirre V. 122 y sig. (2) Annales Cister. II. Series Prælatorum. n. X. (3) Lib. VIII. c. 14. (4) Alfover, se lee en Liber priv. Eccl. Tolet. (5) Lib. prv. 1. f. 31. v. Memorias. 329. (6) Lib. VIII. c. 14.

pobló enseguida de gente denodada, y por eso al poco se transformó en población notable con el nombre de Almagro, hoy tan conocido y poblado. El mismo Prelado caudillo se trasladó allí por cierto tiempo, para dirigir las obras del castillo y alojar y animar a los guerreros, que las protegían y a la vez cerraban el camino al invasor. Estando allí vió con pena la forzada suspensión de las obras por lluvias e inundaciones. «Y dejando, dice el mismo D. Rodrigo, todo en la inacción, después de encargar la defensa del ámbito de la nueva población a los caballeros y otros guerreros, vino (el Arzobispo) a la ciudad de Toledo, al aproximarse la solemnidad del día de Ramos.» (1)

Dios traía al santo Prelado a su ciudad para enjugar muchas lágrimas. Alcanzó un maravilloso triunfo con su arrebatadora elocuencia y celestial unción en ese día de Ramos. «Como el clamor de los pobres famélicos crecía, el mismo Pontífice, celebrada la procesión, predicó sobre la caridad, y de tal suerte inflamó el Omnipotente los corazones de los oyentes, que empezando por él mismo, todos los que oyeron la palabra del Señor, desde entonces hasta que comenzaron las nuevas cosechas, recibieron a todos los pobres; y de tal modo la caridad multiplicó el número de beneficios, que en toda la ciudad no quedó uno que no tuviera su propio dador de limosna. Mas en el mismo día que se hacía este reparto de caridad, setecientos caballeros y mil quinientos infantes árabes se acercaron al castillo de Almagro, y combatieron durante un día a los que estaban dentro, tan tenazmente que, de todos, apenas quedó uno ileso o que no cayera muerto. Pero temerosos los agarenos de la constancia de los encerrados, habiendo tenido muchos muertos entre los suyos por las flechas, levantando el cerco, volvieron a sus tierras; y tan grande fué el maltratamiento de los asediados, que ninguno de ellos pudo continuar en la fortaleza. Pero después de la retirada de los árabes, habiendo enviado un mensajero al Pontífice Rodrigo, de quien eran vasallos aquellos defensores, se recibieron en su lugar otros valientes y sanos, siendo aquellos transportados en carros a Toledo, donde con la debida comodidad fueron consolados; y allí permanecieron, al cuidado del médico, hasta que recobraron el contento de la salud.» (2) Hasta aquí palabras del mismo D. Rodrigo, cuya inmensa caridad y solicitud tan exactamente reflejan. Pero por no cortarle el uso de la palabra nos ha hecho saltar por encima de sucesos, que él calla en su demasiado concisa relación. Volviendo atrás, los recojeremos. El activo Arzobispo, como generalísimo de la frontera, terminadas las fiestas de la Semana Santa y Pascua de Resurrección, que en este año cayó el 2 de abril, salió inmediatamente a socorrer la extensa línea fronteriza, empezando por Calatrava, con el objeto de asegurar la tranquilidad de la ciudad de Toledo y de su dilatada comarca, amenazadas especialmente en aquellos días por las enérgicas y repetidas irrupciones sarracenas por distintos puertos. Infundía esperanzas y brios a los moros la ausencia del rey de Castilla, que continuaba en Burgos, y la espantosa desolación que el hambre más cruel producía en la afligida región toledana. Fué ésta una excursión de graves penalidades y grandes peligros para el abnegado e intrépido Prelado, como consta por las palabras de San Fernando, en el documento de confirmación de Almagro, en favor de D. Rodrigo, que necesariamente debo traducir aquí. Dicele: «Vos, Rodrigo, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, construísteis al otro lado del puerto (de Alhover) un castillo, llamado Milagro, y padecísteis allí muchas tribulaciones, penalidades y el peligro de la muerte por la salvación de la mencionada ciudad y en servicio de mi ilustre abuelo, el rey D. Alfonso, de buena memoria, y

(1) Id. (2) Lib. VIII. c. 14.

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