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«A Rodrigo de Toledo. Como algunas Iglesias, en otro tiempo sometidas a la Iglesia de Toledo, las cuales, por los pecados de los cristianos, estuvieron largo tiempo bajo el dominio de los enemigos del nombre cristiano, ha poco han sido rescatadas de las manos de los impíos, con el favor del Señor, por diligencia y prudencia de nuestro carísimo hijo en Cristo, Alfonso, ilustre rey de Castilla, a fin de que no falte la asistencia pastoral a los fieles que allí viven, determinamos encomendarlas a tu solicitud, para que les prestes el cuidado pastoral, hasta tanto que la Sede Apostólica no juzgue que se ha de disponer de otro modo de las mismas. En consecuencia, ordenamos por las presentes, a tu fraternidad, que de tal suerte te encargues de ellas, que por tu celo se promueva en ellas el culto divino, y que trabajes eficazmente en la restauración de sus Obispados. Dado en Letrán, 16 de nuestro pontificado, 20 de diciembre.» (1)

Inocencio III nombró por este tiempo a Tello, Obispo de Palencia, al Arcediano de Talavera, Maestro Gil y a García Martínez, para que dictaminasen en un gravísimo pleito, que sostenían D. Rodrigo y los Caballeros de Santiago desde muy atrás. Como por ambas partes multiplicábanse los incidentes curialescos, que hacían interminable la causa, en la que se debatían muchos asuntos muy importantes, al fin las dos partes se avinieron a una sentencia arbitral de transacción, que dieron los mencionados jueces pontificios. Dictaminaron éstos: 1.o que D. Rodrigo debía cobrar la tercia pontifical de las rentas de las iglesias de los Santiaguistas, y el resto los caballeros. 2.o que D. Rodrigo tenía derecho de confirmar y vigilar los clérigos presentados por los Caballeros para sus iglesias. 3.o que D. Rodrigo reconociese la propiedad de los ocho pueblos donados por D. Alfonso a la Orden. 4.o que los Santiaguistas diesen al Arzobispo la villa de Archilla, y reconociesen los derechos de D. Rodrigo sobre las aldeas de la ribera del Tajuña, que poseía entonces el Primado. Imponen al transgresor de este dictamen la tremenda multa de quince mil aureos. Seis de agosto de 1214, y lo confirmó Alfonso VIII en Burgos. (2)

Desde que en la primavera de 1214 D. Rodrigo vino a Burgos, no se separó de su gran amigo, el monarca, hasta que lo llevó al sepulcro. D. Alfonso sigue en la inacción, y yo no encuentro documentos confirmatorios para creer a Mariana, que dice, que escitaba a los ingleses contra los franceses. (3) Más creo que se daba a ideas de piedad, sintiendo no poder realizar la promesa de entrar cisterciense, expresada así en la donación del cenobio burgalés: «y si ocurriera que en nuestra vida entráramos en alguna religión, prometemos abrazar la Orden cisterciense, y no otra.»> (4)

Escribe Mariana: «En particular concedió (el rey) al Arzobispo de Toledo, que por tiempo fuera el oficio y la preeminencia de Chanciller Mayor de Castilla, que en las cosas del gobierno era la mayor dignidad y autoridad después de la del rey; privilegio, que siete años antes se dió al Arzobispo D. Martin; pero por tiempo limitado: al presente para siempre a D. Rodrigo y sus sucesores. Este oficio ejercían los Arzobispos en lo adelante, cuando andaban en la corte: si se ausentaban nombraban con el beneplácito del rey un teniente, que supliese sus veces y despachase los negocios.» (5) No son tan precisas y seguras, como las cuenta Mariana, las noticias del principio del Cancillerato de D. Rodrigo. No he encontrado documento alguno de la época de Alfonso VIII, que terminantemente diga, que D. Rodrigo era en los días de ese rey Canciller Mayor de Castilla, si bien lo tengo por

(1) Ap. 23. (2) Lib. priv. I. f. 51. Anales. Año 1199. tom. IV. c. 4. (5)

Bull. S. Jacobi. 121-124. (3) Lib. XII. c. 3. (4) Manrique.
Lib. VIII. c. 3.

indudable, y aun bastante antes de lo que dice el clásico historiador. El Cardenal Lorenzana opinó que San Fernando concedió a D. Rodrigo la dignidad de Canciller Mayor perpetuo, y decretó que en adelante lo fuesen todos los Arzobispos de Toledo, en atención a los eminentes méritos de D. Rodrigo, su preclaro consejero. (1) Lo que pasó es que durante los reinados de Alfonso VIII y de Enrique I, desempeñó el cargo de Canciller Mayor de Castilla precariamente y ad nutum regis, y sin que estuvieran exactamente definidas las atribuciones del Canciller Mayor, y sin que estuviera adecuadamente reglamentado y organizado su funcionamiento. Esto se llevó al cabo en el reinado de San Fernando, y entonces se estableció que los Arzobispos de Toledo fueran Cancilleres Mayores natos de Castilla. (2) El autor de las Partidas consignó en esta forma las atribuciones de tan alto poder «Chanciller es segundo oficial de la casa del rey, de aquellos, que tienen officios de poridad. Ca bien assi el Capellán es medianero entre Dios e el rey espiritualmente en fecho de su anima, otrosi lo es Chanciller entre el e los omes quanto a las cosas temporales. E esto es, porque todas las cosas, que ha de librar por cartas, de cual manera que sean, han de ser de su sabiduría: e él los deve ver ante que las sellen por guardar que non sean dadas contra derecho; por manera que el rey non reciba daño ni verguenza. E si fallare y alguna avia, que no fuese así fecha, devela romper o desatar con la peñola, a que dicen en latín cancellare, e desta palabra tomo nome Chancellería.» (3) No se confunda el Cancellarum Regis con el Canciller Mayor, que al mismo tiempo había en Castilla. Ese Canciller era el Secretario del rey, un verdadero Canciller particular, que redactaba y expedía los documentos reales, mas pasaban por manos del Canciller Mayor los que habían menester. Ese Canciller del rey era en 1214 Diego García, (4) y continuó siendo en el reinado de Enrique I, según aparece en el Portaticum de clés y otros documentos. (5) En tiempo de San Fernando veremos al insigne Juán Dominguez, Obispo de Osma, íntimo de nuestro Arzobispo, desempeñar el mismo oficio, titulándose Cancellarium Regis et regni, Canciller del rey y del reino.

Don Rodrigo acompañó, a principios de otoño de 1214, al rey Alfonso, en su viaje a la frontera de Portugal, sin que el Arzobispo nos diga del objeto de esta escursión más que lo siguiente: «Alfonso el Noble invitó a un coloquio a su yerno Alfonso, rey de Portugal, en el año cincuenta y tres de su reinado.» (6) Iban también con el rey la reina con sus hijos, varios Prelados y magnates. Este viaje reservaba para D. Rodrigo una de las mayores aflicciones. He aquí cómo nos cuenta el mismo la desgracia: «Dispuesto (el rey Alfonso) para partir a Plasencia, empezó a enfermar gravemente en la aldea llamada Gutierre Muñoz, y consumido por la fiebre, acabó la vida, después de confesarse con Rodrigo, Pontífice, y recibir el sacramento del viático con asistencia de los Obispos Tello, de Palencia y Domingo de Plasencia, sepultando consigo la gloria de Castilla. Lunes, día de Santa Fe, virgen, era 1252 (1214.)» Murió el gran monarca, asistido de D. Rodrigo y de sus hijos, nietos y su esposa D.a Leonor. (7) Era el 6 de Octubre. El décimo calendas de ese punto es errata, que corrige el mismo Rodrigo al decir en el libro siguiente, capítulo primero, que su esposa Leonor murió 25 días después. Como se sabe que murió el 31 de octubre, resulta lo que decimos, que el décimo calendas octobris da la fecha de 22 de septiembre. Debió espirar Alfonso al amanecer del 6, lunes. Como sin embargo eso no lo supieron tan puntualmente como el Arzobispo los

(1) Vita Dom. Roderici. (III) p. XXII. (2) Salazar de Mendoza escribe que Alfonso VII introdujo en Castilla esta dignidad, para imitar a los emperadores, cuando lo fué él. (Dignidades de Castilla. 11. c. 7.) (3) Partida 11. Tit. 9 ley. 4. (4) Bullarium S. Jacobi. p. 60. (5) Idem. p. 62. (6) Lib. VIII. €. 15. (7) Ib.

autores de los Anales Toledanos y Compostelanos, estos escribieron, que murió el domingo, 5; sin duda porque el rey murió de noche y no llegó a ver el sol del día 6. Tenía Alfonso 57 años.

He aquí cómo D. Rodrigo cumplió con su entrañable amigo el primer deber de testamentario. Escribe el mismo. «En el propio día, encerrado su cuerpo en decoroso sarcófago, vinimos a Valladolid. Después se reunieron, de todas las partes del reino, pontifices, abades, religiosos y seculares, caballeros, próceres, pequeños y grandes para asistir a las exequias de pérdida tan grande. Porque la noticia de su muerte hirió tanto los corazones de todos, cual si a cada uno le hubiera atravesado una saeta... Fué sepultado en el real monasterio de Burgos por Rodrigo de Toledo, Tello de Palencia, Rodrigo de Sigüenza, Menendo de Osma, Gerardo de Segovia, Obispos, y otros religiosos, presidiendo las funciones religiosas de los funerales su hija la reina Berenguela, que acabó las exequias con tanto dolor que casi se extinguió de pena y lágrimas.» El gran amigo historiador termina su narración con estas altísimas alabanzas, que expresan en breves cláusulas un epitafio completo, que podría grabarse sobre el sepulcro de Alfonso VIII. «Y como en vida llenó con las virtudes el reino, así en la muerte humedeció con lágrimas no sólo a toda España, sino al mundo. Sepultado fué en el dicho monasterio por los Obispos, donde, ni la envidia ni el olvido harán cesar los himnos de sus alabanzas.» (1)

Todavía la congoja henchía los pechos, y las lágrimas regaban muchas mejillas cuando cayó nuevo luto sobre el corazón de D. Rodrigo y de la real familia. A los 25 días de esta muerte falleció D.a Leonor, viuda de Alfonso VIII, a la cual asistió en sus últimos días D. Rodrigo lo mismo que al monarca, administrándole todos los auxilios de la religión cristiana, y a la que llama en su historia «hija púdica, noble y discreta de Enrique, rey de Inglaterra.» El mismo Arzobispo la enterró en las Huelgas de Burgos, junto a la tumba de su marido, con ignales pompas fúnebres que al rey. Da Leonor influyó como benéfico astro en el ánimo de Alfonso VIII, y tiene la gloria de haber modelado a aquellas inmortales hijas, Berenguela, madre de San Fernando, y Blanca, madre de San Luis, rey de Francia.

Los servicios de D. Rodrigo en estos momentos solemnes de la muerte de los reyes, fueron tan célebres y eminentes, que Enrique I empezó a los 6 días, las cartas de premios, por la que concede a D. Rodrigo la villa de Talamanca diciéndole: «porque asistísteis a los dos en las enfermedades y les administrásteis la eucaristía y comunión y celebrásteis los últimos obsequios del funeral con solemnidad en sufragio de los dos.» (2)

Sólo el rey Sancho el Fuerte de Navarra sobrevivía de los tres soberanos cristianos, que se habían inmortalizado dos años antes en la cruzada de las Navas de Tolosa. Pedro de Aragón, más valiente que discreto, había sucumbido en la batalla de Muret, peleando contra Simón de Monfort, que defendía la causa católica con talento superior, mientras que el Aragonés, arrastrado por los lazos del parentesco, fué a Francia a socorrer al Conde de Tolosa, contumaz albigense. Como don Rodrigo conocía a fondo el impetuoso e inconsiderado corazón de D. Pedro, y debió de encariñarse de él, al admirar su gran valor en las Navas, veló cuidadosamente por su memoria y escribió: «Que Pedro, siendo completamente católico, acudió en auxilio de los blasfemadores (hereges) únicamente porque le ligaba el lazo de afinidad.» (2) Era suegro del Tolosano.

El insigne Cardenal Lorenzana, después de notar cómo Alfonso VIII mereció

(1) Lib. VIII. c. 15. (2) Lib. priv. 1. f. 11. (3) Lib. VI. c. 4.

en todas las naciones los sobrenombres de Bueno, Noble y Santo, explica de esta manera, cómo corresponde a D. Rodrigo parte de ese mérito. «De lo cual, en verdad, se puede entender cuánta gloria redunda en Rodrigo, que con sus amonestaciones y maduros consejos inflamó al rey, para que aspirara a la consecución de tan grande alabanza de la gloria y de la virtud, y que no apartándose del camino emprendido, continuara de día en día perfeccionándose hasta el último momento de la vida, en el cual el mismo Prelado le asistió con sus exhortaciones, con la misma diligencia, con que le había servido como integérrimo consejero du. rante largo espacio de años.» (1)

Era Alfonso VIII todo un caracter; vigoroso, firme, activo, elevado, entero, inteligente, infatigable, emprendedor, ajeno a todo favoritismo, que degenera en bajezas, enemigo de los aduladores, y contrario a las influencias extrañas, que, si se toleran, envuelven en sus redes, cumplidor exacto de sus deberes de soberano, y por lo tanto, sujeto incapaz de ser manejado por la maniobra de artificiosas habilidades, pero materia aptísima para recibir una dirección emanada de las altas fuentes de una capacidad superior, en que brillaran nobles y rectas ideas y orientaciones, proyectos razonables, ausencia de personalismos, virtud verdadera y maciza, espíritu caudaloso, y corazón ardiente y generoso. Esto último era el Arzobispo, y por eso al encontrar él en el abuelo de San Fernando dotes tan excelentes, materia tan apta, pudo realizar en él esa maravillosa transformación, indispensable, para que el monarca ambicioso, duro, agresivo y vengativo, se hiciera noble, bueno y virtuoso. He aquí uno de los mayores timbres de gloria de D. Rodrigo.

Los personajes, que en la Corte figuraban al lado de D. Rodrigo eran Diego López de Haro, el primer magnate del reino, excelente capitán, del que tanto habla D. Rodrigo en su historia, Fernando Sánchez, amigo y fiel repostero del rey, (2) Gonzalo Rodríguez, Mayordomo real, Alvaro Núñez, alférez del rey, Pedro Fernández, Merino Mayor en Castilla, Diego López, Rodrigo Díaz, Lope Díaz, el conde Fernando Rodrigo Ruiz, Guillermo González, (3) Pedro de Ponce, Notario del rey, y Diego García, Canciller particular del rey. Estos figuraban ya cuando D. Rodrigo era electo de Toledo, (4) y sobrevivieron al monarea. Descollaban también por sus servicios y por su empuje los tres hermanos Núñez de Lara, que tan célebres se hicieron en los años siguientes por sus desafueros y excesos, de que tendremos que ocuparnos; pero no hay indicios de que se atrevieran a levantar cabeza, o a contrabalancear mañosamente la benéfica influencia de D. Rodrigo en la corte de Alfonso VIII, como después lo hicieron con Enrique I, con funestos resultados. Lo que merece consignarse es que los grandes Maestres de las brillantes Ordenes Militares de Calatrava, Santiago y del Temple no eran cortesanos, ni rodaban, como en épocas posteriores, en torno de mundanas grandezas y honores; sólo se les ve aparecer en las duras peleas de las avanzadas del ejército, nunca en la lista de los cortesanos: prueba del alto fervor y rigor de observancia religiosa, que quedó ulcerada, desde que con los años, penetraron en las aulas reales. En cuanto a sujetos pertenecientes al clero, que descollaron en los negocios públicos de la monarquía y de los que habla el mismo D. Rodrigo, diremos algo al presentar el cuadro del Episcopado, que rodeaba al insigne Primado y Metropolitano de la corona de Castilla.

Hay que consignar aquí el alto criterio, que en la actuación política inspiraba al gran gobernante D. Rodrigo. En un capítulo memorable de su inmortal obra

(1) Coll. Pat. III. p. XXI y XXII. (2) Lib. privi. Eccl. Tol. I. fol. 9. Memorías. p. 280. (3) Documento del 21 julio. 1214. (4) Liber. ut supra I. fol. 9.

expresa admirablemente cómo es preciso escalonar los intereses diversos del bien común y de las leyes humanas en armonía con las reglas de la verdad, del derecho, de la virtud y de la religión, estableciendo como principio general de todo buen gobierno, la fidelidad al deber, fidelidad, que debe tener por eslabón primero e invariable a que han de subordinarse todas las clases de fidelidad, la fidelidad a Dios. Dice el Arzobispo, mostrándose teólogo y filósofo: «¿Qué cosa más gloriosa que la fe? Imposible que sin la fe nadie pueda agradar a Dios. Si enseñan los teólogos que en la justificación del impio la fe es la primera gracia, por la misma el hombre condenado es devuelto a la gracia. ¿Qué cosa puede apetecerse más que la fidelidad? Es útil y virtuosa, y por eso, ni Dios, que puede todas las cosas, ha querido gobernar el mundo sin élla; porque si desapareciese élla no se sometería un hombre a otro hombre, ni habría unión entre los hombres; y de esta suerte desaparecería la sociedad de los hombres. Por lo tanto la fidelidad es para todos la cualidad primera, por la cual cada uno agrada a Dios, que es el Señor de los Señores. También hay que conservar intacta e ilesa, como la pupila de los ojos, la fidelidad con los inferiores.» (1) Explica a continuación brillante y copiosamente todas las ventajas, que en las cosas humanas nacen del régimen de la fidelidad cristiana y política.

Una pesada y espinosa carga sobrevino a D. Rodrigo a la muerte de su gran amigo y bien hechor, que dejó un testamento de difícil ejecución, a causa de infinitas complicaciones. Alfonso VIII nombró al Arzobispo de Toledo por su primer y principal testamentario, según dice Mondéjar: «con tan plenaria potestad como se contiene en un privilegio concedido por el rey D. Enrique I.» (2) En el testamento que el 23 de septiembre de 1208 Alfonso VIII confirmó, con ocasión de una enfermedad grave, decía a sus cuatro albaceas que les facultaba «para repartir los legados, y enmendar lo que había que enmendar, cualquier entuerto, que él hubiera cometido, según su discreto dictamen, concediéndoles plenaria potestad para enmendar.» (3) D. Rodrigo, siendo Obispo de Osma, había firmado esta confirmación del testamento, según arriba dijimos. Y volvió a ratificarlo en Gutierre Muñoz, cuando Alfonso volvió a confirmarlo estando gravísimo por la enfermedad de que allí falleció, haciendo testamentarios suyos a D. Rodrigo, al Obispo de Palencia, a Mencia, Abadesa de San Andrés del Arroyo y a su Mayordomo, Gonzalo Rodríguez, según leemos en la carta de Enrique I, el 18 de enero de 1215, en favor del Obispo de Segovia, D. Gerardo. (4)

En el lecho de agonía Alfonso anuló los artículos en que antes mandaba la restitución de muchos castillos y villas a los reyes de Navarra y León, pues estaba en paz con ellos desde la cruzada de las Navas. En cambio repitió la larga lista de reparaciones de injusticias hechas a particulares y a las Sedes episcopales, durante los veinte primeros años de su poco edificante reinado, encargando a los albaceas la más justa ejecución. Es preciso trasladar aquí el artículo referente a la Iglesia de Osma, que proporcionó sin número de trabajos y sinsabores a D. Rodrigo, durante más de seis años. Dice así: «Se ha de saber también, que siendo yo niño, cuando los reyes de León y Navarra, y también los sarracenos molestaban mi reino, y yo me esforzaba en defenderme, el Conde Señor Núñez, (5) y Pedro de Arazuri, (6) que me tenían en su poder y me educaban, recibieron sin consejo mío y con mi ignorancia, de cierta persona, cinco mil morabetinos, para que se le nom

(1) Lib. VII. c. 18. (2) Carta de Enrique I en favor de Tello de Palencia.-Vide «Predicación de Santiago» fol. 47. (3) Mondéjar. lbi. (4) Idem. f, vuelto. (5) Padre poderoso de los famosos Laras. (6) Potente caballero navarro, desnaturalizado de su patría, que, por su sagaz ingenio se había encumbrado a la suprema auioridad de Castilla, y se había impuesto a la más alta nobleza.

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