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especial devoción, que la insigne Iglesia de Toledo profesa a la Sede Apostólica. (1) El 31 del mismo ordena a los Soberanos de España, que ejecuten lo dicho en esa bula, cualquiera que sea el que la reconquiste de los infieles, reconociendo ellos mismos esa Primacía del Toledano. (2) Esta concesión del Papa nos da la pista para conocer cuál era el sentir de Roma sobre los derechos primaciales de D. Rodrigo en España. De no temer graves conflictos, Honorio III hubiera zanjado los pleitos de todos, proclamándole Primado de España. Tomasin dijo sin motivo. que el Papa se la hizo «como para consolar al Arzobispo D. Rodrigo.» (3) Lo que hay que decir es que el Pontífice se la concedió persuadido de las razones de este infatigable adalid de la Primacía toledana, la cual defendía él respecto de Sevilla del modo siguiente. «Se dice por algunos que la Primacía estuvo primero en la Iglesia de Sevilla, y después fué trasladada a la de Toledo. Lo cual no puede sostenerse. Porque Siseberto, Arzobispo de Toledo, fué depuesto por su culpa en el concilio VI de Toledo, por los Arzobispos, Obispos y por todo el clero de España y de la Galia gótica, y decretaron que nada se tratase en el Concilio hasta que se nombrase el Pastor de la primera Sede. Fué elegido Felix, Arzobispo de Sevillä y hecho Pontífice de Toledo..... De donde es claro que si la Iglesia de Sevilla fuese mayor no sería trasladado su Obispo a otra menor.» (4) D. Rodrigo dió un beneficio a Gonzalo, familiar del Papa, declarando que Gonzalo es su amigo, y que se lo da por ios méritos contraídos cerca de Honorio III, y movido de cierto cspecial afecto; 10 de Enero, 1218.

Nada menos que tres distintas bulas de gracias despachó Honorio III, en favor de su admirado D. Rodrigo el 31 de Enero de 1218, manifestando en una de ellas que lo hace para demostrar por las obras, que él es grato a sus ojos. En una le otorga la facultad de absolver a los que hubieran herido violentamente a los clérigos, con tal que el caso no fuera encrme, y previa reparación; y la facultad de dispensar a los clérigos, que interin hubiesen celebrado o recibido órdenes. En la segunda le faculta para proveer las dignidades y beneficios de las Sedes sufragáneas vacantes de su jurisdicción, que pertenecen a los Obispos, excepto las que pertenecieren a la Santa Sede, por llevar mucho tiempo de vacante. (5) En la tercera extiende ese favor para que pueda proveer de tales beneficios, no sólo en las comarcas de nuevas conquistas, sino en las Diócesis sufragáneas suyas respecto de las que ya son de derecho de la Santa Sede, por razón del tiempo transcurrido. (6)

No quiero cerrar el capítulo sin decir dos palabras acerca de la Disertación del jesuita, P. José Tolrá, sobre la venida de Santiago a España, que se halla muy divulgada, por haber sido reimpresa en la «Historia de la Iglesia» por el Abate Berault-Bercastel. No es para tachar su argumentación acerca de esa venida, que la deio en todo su valor, sino para que se lea con desconfianza, lo que escribe de D. Rodrigo, al impugnar las Actas famosas, que encienden su ira santa, y para que, conforme a lc escrito, corrija los errores, en que incurre, al hablar de los viajes de D. Rodrigo a Roma. Hablando de éstos dice: «D. Rodrigo no partió para Roma, como advierte Ferreras, citando documentos auténticos, hasta el año 1235, en tiempo de Gregorio IX, con el fin de conseguir su Primacía, o para terminar este negocio de varios modos interrumpido, aunque desde el año 1216 se hubiese ya hecho conocer en aquella capital por Honorio III.» Ya hemos demostrado que eso es contrario a la historia: ni Ferreras llega a sostener tan rotundamente, que

(1) Ap. 51. (2) Ap. 60. (3) Discipline... Part. I. L. I. c. 36. n. VI. (4) Lib. IV. c. 3. (5) Ap. 58 v 59. (6) Ap. 56.

hasta 1235 no estuvo en Roma D. Rodrigo, ni los documentos, que aduce, dicen eso. Falta en los asertos de Tolrá la veracidad necesaria.

Más descaradamente aún se atreve a argumentar fuera de la verdad, invocando al Tudense. «D. Lucas de Tuy, clásico historiador nuestro y coetáneo de D. Rodrigo, refiere muy de propósito y minuciosamente la gran multitud de prelados españoles, que concurrieron al Concilio general Lateranense; y no solamente omite a D. Rodrigo, que era el más notable y visible de todos, sino que dice en el mismo lugar que, en aquel tiempo, el reverendísimo Padre Rodrigo, Arzobispo de Toledo, hizo una admirable fábrica de su Iglesia. Basta el sentido común para conocer que un Obispo, historiador coetáneo, sin tacha, y que para justo honor de su patria individualiza los nombres y las personas de los españoles concurrentes a un Concilio general, no se descuidaría en nombrar al mayor personaje eclesiástico del Reino, si éste efectivamente hubiera concurrido a aquella sagrada asamblea.>> Escúchese lo que dice literalmente el Tudense, y véase cuánto inventa Tolrá. «El glorioso Papa Inocencio celebró un Sínodo en Roma, donde asistieron cuatrocientos siete Obispos, Primados y Metropolitanos setenta y uno. También estuvieron dos principales Patriarcas, el Constantinopolitano y el Jerosolimitano.» (1) Ni una palabra más especial acerca de los Prelados de España. Además mucho desagrada el tono zumbón con que quiere tachar de exagerado e improbable el conocimiento singular de idiomas, que D. Rodrigo reveló en el Concilio, según hemos contado, alegando por chirigota que también debía saber el maronita. Ya se ha visto cómo la carrera del gran sabio de la edad media nos conduce lógicamente a pensar que tuvo que conocer las lenguas, que se le atribuyen, debiéndose añadir que también conoció el árabe. Omito otras cosas, que no poco deslucen y desautorizan el trabajo del acérrimo defensor de la predicación de Santiago en España, en lo que respecta a la desafortunada impugnación de la asistencia de Don Rodrigo al Concilio ecuménico de Letrán. Llega el P. Tolrá a mirar al famoso Arzobispo de reojo y con cierto disgusto.

(1) Hisp. Illust. p. 133.

CAPÍTULO XI.

(1218-1220.)

Proclamación de San Fernando.-D. Rodrigo pacifica a Castilla y ordena la diócesis de Segovia.-Recibe donaciones Reales.-D. Rodrigo Legado del Papa y caudillo de la cruzada occidental.—Sus dos cruzadas por Extremadura y Valencia de 1218 a 1219.—Relaciones con Diego de Campos.-Cultura árabe de Don Rodrigo.—Su conducta con los judíos.—Resuelve las graves cuestiones de Osma y Calahorra.-D. Rodrigo es amonestado por el Papa.-Pacificación de la Sede Segobiense.-Sus derechos sobre Cuenca y Palencia.

A la muerte de Enrique I, la rara prudencia de D.a Berenguela salvó la dignidad de la corona y la libertad de Castilla. Estando aún encerrada en Autillo por sus enemigos, mandó a Toro, donde seguía morando el Rey de León, dos caballeros fieles, para que impetrasen de Alfonso IX, que le enviara a su hijo Fernando, para que fuese a consolarla en la prisión. El Leonés sin el menor recelo, pese a su indole suspicaz, se lo concedió en el acto. Fernando voló a abrazar a su madre, la cual jubilosa dejó audazmente su cárcel en compañía de su hijo y, seguida de sus leales, corrió rápida e inopinadamente a Palencia, donde, desconcertados los Laras con tal aparición, ni intentaron resistir, sino que sólo se les ocurrió la osadía de pedir que se les entregase el Infante; lo que la Reina rechazó indignada, considerando los males pasados. Salió luego de Palencia, dió varios rodeos por Castilla para dar tiempo, con el fin de que se nutriesen las filas de sus leales, y al saber que Alfonso de León movilizaba en Toro sus fuerzas con siniestras intenciones, entró en Valladolid, donde reunidas las Cortes de Castilla, se hizo reconocer por Reina propietaria; y como añade D. Rodrigo: «Mas ella, ciñéndose más que todas las señoras del mundo a los límites de la pureza y de la modestia, no quiso retener el Reino; sino que saliendo por las puertas de Valladolid en compañía de la muchedumbre de los que habían concurrido de las márgenes del Duero y de Castilla, porque la multitud de las casas de la ciudad no permitía el desahogo, se dirigió al lugar en que se celebran las ferias, y entregó allí el Reino a su hijo. Con aprobación general es conducido el mencionado Infante Fernando a la Iglesia de Santa María, donde se le elevó al solio del Reino, el año 18 de su edad, entre los cantos del clero y pueblo, que modulaban el Te Deum laudamus.» D. Rodrigo no estaba presente; pues, según se ha contado, se hallaba en Italia, negociando importantes asuntos. D. Rodrigo no precisó más la fecha de la coronación de San Fer

nando, la cual ha de ponerse según Flórez el 1.o de Julio (1); también según L. Serrano, pero teniendo por cierto que reinaba antes de mediados de Junio, ya que el 11 de éste expedía cartas de gobierno, (2) y según Fita entre 3 y 15 de Julio. (3) No podemos pasar adelante sin vindicar a Jiménez de Rada de la falsa imputación con que Mariana puso arbitrariamente en entredicho su veracidad, en un punto célebre de la historia de Castilla. Garibay, dando fácil crédito a escritores harto ligeros, dijo en su Historia que D. Berenguela era la segundogénita de Alfonso VIII, y D. Blanca, madre de San Luis, la primogénita, y por tanto heredera legítima del Reino de Castilla, después de Enrique I, opinión que nació dos siglos más tarde de la muerte de San Fernando; y por lo tanto D.a Berenguela era una usurpadora de los derechos de su hermana, y por consiguiente Rey usurpador de Castilla el mismo San Fernando. De aquí dedujo Mariana contra D. Rodrigo, que éste era parcial y que escribía contra su conciencia, porque escribe D. Rodrigo categóricamente así: «Por la muerte de los hijos (varones) se debía la sucesión del Reino a ella (Berenguela, de la cual habla) que era la primogénita; y se probaba esto mismo por el privilegio de su padre, conservado en el armario de la Iglesia de Burgos, y además, antes que el Rey hubiera tenido algún hijo, todo el Reino la había jurado y reconocido dos veces.» (4) Mariana censura así a Rodrigo en ese punto: «Lo que añade que (Berenguela) era la mayor de las hermanas, creemos que fué por afecto a una de las partes y no en conciencia. Si bien muchos otros siguen la opinión de Rodrigo.»>

Dignamente enojado el anotador de la obra del Marqués de Mondéjar, escribe de este modo contra esta enormidad: «Aun más reparable me parece en el mismo Mariana la temeridad con que, siguiendo la acedia de aquel rígido natural, que manifiesta en toda su historia, inclinándose siempre a cuanto puede lastimar el crédito ajeno, como han notado muchos, calumnia sin ninguna razón ni fundamento al Arzobispo D. Rodrigo. Pues habiendo referido la sustancia del segundo lugar suyo, que dejamos copiado en el capítulo precedente, dice hablando de Doña Berenguela «Quod addit, inter sorores natu maxima fuisse, magis ex partium studio quam ex fide positum arbitramur. Tametsi Roderici opinioni plures alii suffragrantur.» De manera que en sentir de Mariana no sólo mintió el Arzobispo, sino con mentira tan torpe y fea, que cuantos vivían entonces, así en Francia como en España, pudieron conocer que mentía; pues era difícil que ignorasen cuál de las dos Reinas, que gobernaban entrambos Reinos era la mayor... Agrava más el delito de Mariana la falsa urgencia, que tenía el Arzobispo para cometer el que le imputa: pues asegura que fué dos veces jurada D.a Berenguela por sucesora de! Rey, su padre, y que por esta razón la aclamaron como tal luego que murió el Rey, su hermano. ¿Y siendo bastantísimos fundamentos entrambos para poseer justamente la corona, de qué servía añadir era la primogénita, si no lo fuese? Una y otra circunstancia admite y refiere Mariana y sólo duda de la última, en que se fundan, y de que procedieron sin otro, que el de ensangrentar la pluma en el mayor varón, que tuvo España en aquel siglo... Si produjese Mariana algún testimonio del mismo tiempo o del inmediato, con que cohonestar su sospecha causaría menos horror su calumnia. Pero ¿a quién, que la leyere desnuda de la más leve apariencia de verisimilitud, aunque ignore la gran autoridad de los que aseguran lo mismo que el Arzobispo, dejará de causar estrañeza se impute semejante cosa a tan venerable sujeto, que mereció elogios de Honorio III? (Cita las bulas en que

(1) Clave Historial. Siglo XIII. (2) D. Mauricio. p. 38 y 39. (3) Boletín de la R. A. de Historia. t. VIII. p. 248. (4) Lib. IX. c. 5.

constan.) No dejó de conocer su gran desacierto Mariana; pero aunque intenta corregirle en la edición castellana de la propia «Historia de España» manifiesta luego en la misma enmienda la violencia con que la hace; porque en lugar de la cláusula arriba notada, pone la siguiente... Así lo refiere el Arzobispo D. Rodrigo. Añade luego que era mayor de sus hermanas; que lo tengo por verosimil; si bien algunos otros autores son de otro parecer, y cita a la margen a Garibay y a la Valeriana. Porque fuera de ser contra razón graduar sólo de más verosímil el sentir del Arzobispo, que refiere lo mismo que veía, y repiten cuantos escribieron en su mismo siglo (Lucas el Tudense...) y en los dos siguientes, así nuestros como extraños, respecto de sólo dos modernos, que cita en contrario.» Nota Mondéjar que Mariana poco antes había afirmado, que Blanca era de más edad y que así se contradice. (1) Cuando San Fernando ocupó el trono castellano tenía San Luís, su primo, dos años y tres meses; había nacido el 25 de abril de 1215, en el castillo de Poissy, para resplandecer gloriosamente a la par que San Fernando en el cielo de los santos y héroes.

Lo primero que vió San Fernando desde las gradas del solio, fué la tea incendiaria de la guerra, encendida por los funestos y defraudados Núñez de Lara, y fomentada por su propio padre, escocido y despechado por el ardid con que le había desorientado D.a Berenguela. Bizarro y fuerte el joven soberano, derrotó sucesivamente a los tres Laras, y los demás nobles, que les seguían, a fuerza de valor y constancia, arrebatándoles, contra todos los augurios, sus Señoríos y castillos, maravillando a todos tan rápidos triunfos, y la pronta terminación de la guerra intestina, como lo da a entender el mismo D. Rodrigo al escribir así: «En el espacio de seis meses se calmó de tal modo la sedición, que parecía había de durar perpetuamente, que el rey Fernando reconocido por todos, empezó a ejercer su autoridad real en todas partes.» (2) No significa esto que se habían sometido los cabecillas rebeldes, que todo completamente en el interior estaba sujeto al joven Monarca y que el Rey de León, padre de San Fernando, estaba en paz con Castilla. Éste seguía alentando a los Laras, ya derrotados, a fines de Enero de 1218, y no dejaba de hacer guerra por la frontera, con ardor y tenacidad lamentables. Era necesaria la presencia del hombre más influyente en la política de España, para que se acabara tan escandalosa lucha entre el padre y el hijo.

Llegó por fin éste en la segunda parte de Enero; pues D. Rodrigo, que salió de Roma a fines de Diciembre anterior, no pudo penetrar antes en Castilla. Yerran por eso los que dicen que el 12 de Enero se hallaba el Arzobispo en Burgos, porque aparece su firma junto a la de San Fernando, en una carta de donación que el Santo Rey expidió en dicho día. (3) Lo dicho arriba basta para entender el alcance de esa firma.

D. Rodrigo empezó inmediatamente a gestionar la paz entre Castilla y León, para consolidar también la paz interior del Reino; al principio con poco fruto, a causa, sobre todo, del Leonés. No así cuando recibió la bula del 30 de Enero de 1218, en que Honorio III le encomienda la misión de unir a los dos Reyes citados para que dejen la guerra civil y, confederados ambos, acometan a los sarracenos, según lo preceptuado en el Concilio general de Letrán, para favorecer la cruzada oriental. (4) D. Rodrigo les debía exigir la paz por cuatro años. Ganó primero la voluntad de D.a Berenguela, que tenía en sus manos la de su hijo, y podía mucho

(1) Corónica de Alfonso VIII. «Discurso desvanecimiento de la nueva pretensión de los reyes de Francia a la corona de Castilla.» Cap. 8. (2) Lib. IX. c. 8. (3) Memorias... p. 259. (4) Pressutti, tom. I. 176.

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