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en la de su antiguo esposo; y cuando menos se esperaba, logró D. Rodrigo el éxito de sus diligencias. Padre e hijo, irritados más que nunca, se pusieron un día frente a frente, para atacarse con poderosas tropas, cuando la intervención de D. Rodrigo produjo el efecto deseado, gracias, por otro lado, a una de esas reacciones bonancibles del ánimo del Monarca Leonés. (1) Alfonso IX de León se allanó a firmar paces sólidas, a dar garantías de buena ley y a prestar ayuda a su hijo, para guerrear a los musulmanes, con tal que Fernando le pagara el dinero, que Castilla debía al Rey de León desde el Reinado anterior. Fernando se lo prometió, y se concertó una paz, que no se quebrantó más. Para la mayor seguridad se renovó la forma pacis, ya conocida, con cláusulas terminantes. Alfonso de León facultó al Arzobispo de Toledo y a los Obispos de Burgos y Palencia para que le excomulgasen y pusiesen en entredicho en su Reino, si faltaba; D. Fernando concedió lo mismo al Compostelano y a los Obispos de Astorga y Salamanca. (2) Primavera de 1218. Desamparados los Núñez de Lara con este golpe de D. Rodrigo, quedaron para siempre derrotados y anulados, si bien no se sometieron humildemente, ni se entregaron a San Fernando, el cual por otra parte, jamás quiso formar conciertos con ellos. Los tres se expatriaron, vagaron entre moros, haciendo su vida, y acabaron bajo el amparo de la cruz, tras compungida penitencia en el lecho de la muerte; y Álvaro murió y fué sepultado en Uclés, en 1219; Fernando poco más tarde, en Puente de Fitero, diócesis de Palencia; y Gonzalo (3) en 1221 cerca de Córdoba. No pudo ser más acertada la política de inexorable e implacable rigor de la corte de Castilla. Era necesario el abatimiento de aquella indómita nobleza, tan funesta cuando se engreía, a causa de su terrible organización feudalista. Eran dueños absolutos de sus estados y vasallos; de modo que éstos estaban más obligados a su Señor que al Rey. Los Sres. tenían derecho de desnaturalizarse contra la voluntad de su soberano, según la ley del feudalismo. Por eso, con tales leyes, derechos y costumbres eran los reinos viveros de nobles ambiciosos, tumultuosos, codiciosos, antipatriotas, tiranos de sus vasallos, rebeldes a sus soberanos. Cuanto más poderosos y altos, peores. Sólo un remedio había para refrenar y domeñar a esta nobleza altiva e independiente, y utilizar sus servicios, que el Rey apareciera más poderoso, siempre firme y resuelto, y posara sobre los díscolos y revoltosos pesadamente la mano de su autoridad, cerrando la puerta de la benevolencia y clemencia a los manifiestamente indignos. Tal fué la política, que practicó la corte de Castilla en el principio del reinado de San Fernando, y que le dió indudablemente el mayor éxito; porque le aseguró todos los triunfos políticos y guerreros del porvenir. Fiel a esta política, no consintió que ninguno de los funestos Laras viviera en el Reino, ni que ningún partidario suyo alzara la frente impunemente. Así aconsejó siempre D. Rodrigo a sus reyes.

Ni podía aconsejar otra cosa el prudente D. Rodrigo, ni admittr otra norma la sagaz D. Berenguela, amos de la inteligencia y del corazón del nobilísimo y enérgico Rey D. Fernando, que buscaba las leyes del gobierno en aquellos dos oráculos, que eran fuentes de luz, de experiencia, de rectitud y de discreción altísimas. D. Rodrigo, desde su vuelta de Roma, comenzó en la corte de Castilla a ser el oráculo de la madre y del hijo, como antes de Alfonso VIII, por sus cargos y gran autoridad, y por la particular influencia, que tenía con D.a Berenguela, como confesor suyo. Podían abandonarse sin recelos a las inspiraciones de nuestro sabio lo mismo el hijo que la madre; porque como observa Rorhbacher, «D. Rodrigo po

(1) D. Mauricio. c. 4. (2) Cabanilles. III. p. 11. Nota. L. Serrano. p. 41. (3) Lib. IX. c. 9 y 11.

seía una capacidad prodigiosa para las ciencias y para los negocios.» (1) Y como D. Berenguela y D. Fernando se daban cuenta de esa capacidad de su consejero, sucedieron también los dos grandes hechos que el mismo célebre historiador francés refiere a continuación. Primero, que D. Rodrigo «estaba tan perfectamente unido con Berenguela y Fernando, que se podía decir que les tres no tenian más que una sola alma.» El segundo hecho es el papel culminante de Jiménez de Rada en el período más alto de las más puras glorias históricas de Castilla. Dice: «El célebre Rodrigo, Arzobispo de Toledo y gran Canciller, estuvo a la cabeza de los Consejos durante treinta años» del reinado de San Fernando. (2) ¡Qué tan grandes hombres, Rodrigo, Berenguela y Fernando el Santo! Lo más puro y elevado de la sabiduría, de la ternura y del valor. No volvieron otra vez a juntarse tan efusiva y armónicamente en el solio de Castilla, al traves de las edades, ni gozó Castilla tanto tiempo de tres semejantes tesoros a la par en el curso de los siglos. Los tres le sirvieron más de cuarenta años. ¡Qué extraño que la hicieran grande!

La paz concertada en la primavera de 1218, de vuelta de D. Rodrigo de Roma, no llegó a ser completa en el interior del reino hasta el año 1219, en que a consecuencia de una Bula (3) de Honorio III, urgió con censuras el mismo D. Rodrigo en unión de los Obispos de Burgos y Palencia, la paz a los perturbadores. Efecto de la paz fué el comenzar San Fernando a visitar su reino en el mismo año. (4) Le encontramos en Guadalajara, el 2 de mayo, y el 26 en Toledo, mientras que nuestro Arzobispo el mismo día premiaba en Guadalajara a su amigo y familiar Gonzalo, donándole el usufruto del castillo de Aljama y sus aldeas, por los servicios que le prestaba en la curia romana, previa autorización del Papa para esta donación. (5) De Guadalajara se trasladó a Segovia, donde era necesaria su presencia, para que pusiera orden en aquella revuelta diócesis, pues D. Rodrigo ni por sí, ni por medio de un delegado, que según la Bula del 6 de marzo de 1216 podía elegir, todavía no había puesto remedio a los graves males, que la perdían, acaso por la absorción de otros negocios. Un autor escribe: «El Arzobispo no se encargó del gobierno de Segovia hasta ese año (1219), fuese por temor a las deudas (6), que su obispo había contraído, ya también recelando de la hostilidad de algunos canónigos de Segovia» (7) Esta explicación no satisface, ni los hechos la autorizan, porque no hay vestigios de resistencia de parte de los canónigos segovianos, y por otra parte se concibe que no pudiera cumplir el encargo pontificio el Arzobispo de Toledo por los asuntos graves, que le obligaron a marchar a Roma antes que pudiera prestar seria atención al que Honorio le encomendaba. Por el año 1219 el Obispo de Segovia cobró algo el juicio, y comenzó a entender en el régimen de su diócesis, con el plan de antes, y por lo tanto, produciendo más hondos alborotos. Felizmente por corto tiempo. Con el violento choque cayó definitivamente en completa enajenación mental, y D. Rodrigo tuvo que correr, penosamente impresionado, separándose en Toledo de su rey, a poner remedio enérgico, en cumplimiento de su encargo. Fué menester sin embargo que Honorio III reiterara al Segobiense el mandato de renunciar el gobierno de su diócesis y de abandonarlo al Toledano, el cual recibió de nuevo, en 1219, el breve pontificio, en que se le inculcaba la administración efectiva de aquella diócesis, concediéndole toda clase de poderes, para corregir a los revoltosos y zanjar de una vez las disputas existentes entre el Prelado enfermo y el clero. (8)

(1) Lib. 72. (2) Lib. 72. p. 519. (3) Rainaldo. Anales. 1218. n. 64 y 65. (4) Memorias. 261-263. (5) Lib. priv. I. f. 30. (6) Había hecho la deuda de cinco mil monedas de oro en pleitos con los clérigos. (7) P. Serrano. D. Mauricio. p. 113. nota 4. (8) D. Mauricio. p. 113.

Así lo hizo D. Rodrigo con la mayor celeridad posible. El 30 de mayo ya estaba en Pedraza, villa populosa de la diócesis segoviana, una de las más alborotadas, y además engreída por la noticia del pleito, que acababa de ganar en Roma contra su Obispo. El Arzobispo ante todo anuló los estatutos del Sinodo anterior y los preceptos episcopales, levantó las penas canónicas, y reparó equitativamente los actos evidentemente injustos; (1) y renació la calma. Recorrió luego otras poblaciones haciendo lo mismo. En Sepúlveda fuéle preciso detenerse de asiento. Era la más importante y a la vez la más emponzoñada de la diócesis. Quejábase su clero de que D. Gerardo había disminuido el número de beneficios, y aplicado sus rentas al servicio de su persona, atribuyéndolo a codicia. Ardía todo en cólera y pleitos innumerables. Pero D. Rodrigo dió tan buen corte a las cosas, que como consigna Colmenares, a los tres días de sus gestiones, Sepúlveda se sometió a su voluntad. No se crea que esta rápida y admirable pacificación de los pueblos más desorganizados consiguió D. Rodrigo por medio de una blanda transigencia, accediendo a desterrar sistemáticamente todo lo implantado por el Prelado enfermo. Ni su energía, ni su rectitud, ni su dignidad de Metropolitano y comisionado pontificio se lo permitían. Su obra fué de justicia y firmeza, que todo lo restablecen según derecho y verdad. Una muestra de esto tenemos en las disposiciones, que dió en Pedraza. Mandó allí, bajo excomunión, que ciertos deudores particulares, que se negaban a pagar deudas, las pagasen irremisiblemente. Ordenó también, que al cabo de nueve días quedara la parroquia en entredicho, si en ese intervalo no se pagaban las mencionadas deudas particulares, para cortar así todo trato de los feligreses con los deudores. En fin si transcurrian otros nueve días, sin que se pagasen las deudas bajo el entredicho de la parroquia, en este caso incurriría en entredicho toda la villa. (2) D. Rodrigo aplicó enérgicamente en todas partes análogas medidas de rigor, conforme a las necesidades de cada población, para domar soberbias, abatir pasiones y restablecer el orden, la concordia y la caridad cristianas, con excelente fruto, por la gran impresión que producían su prestigio virtud, y sabiduría, aunque no se hizo todo el bien que era menester; porque a causa de los daños de justicia y otros perjuicios, eran ya imposibles soluciones, radicales y precisas, y muchas cosas quedaban en los tribunales, con peligro de producir chispazos graves. Además D. Rodrigo anduvo de prisa por motivos que ignoramos, y el 14 de junio ya estaba en Palencia, donde firmó en ese día la carta de nuevas recompensas en favor de Gonzalo García, familiar de Honorio III y servidor suyo en Roma. (3) De nuevo estaba en Segovia, 18 días después, 2 de julio, en compañía de San Fernando, con quien creo que anduvo por la región de Palencia en la temporada anterior. En Segovia, a requerimiento del Cabildo de Toledo, otorgó la escritura en que reconoce, que posee en arriendo la casa de Carabanchel, propia del Cabildo, el 2 de junio. (4) Y el 4 del mismo San Fernando le ratificó en dicha ciudad la posesión de Talamanca, Torrijos y Esquivias, previo examen de la carta de su abuelo Alfonso VIII, al que llama «famosísimo.» Algo después se marchó de Segovia a Sigüenza en compañia de su primo Rodrigo, Obispo de aquella diócesis. El 3 de agosto obtuvo del mismo el privilegio de la exención del tributo de décimas diocesanas en pro de su queridísimo monasterio de Huerta, pero su primo sólo le concedió la exención de 150 aranzadas; el resto quedaba sujeto a la décima. Dice el pergamino: «Esto se ejecutó públicamente en

(1) Colmenares. c. XX. n. 9 y 10. (2) Colmenares. c. XX. 9-11. Dice que los procesos están en Toledo, pero no los hallamos en nuestra visita. (3) Lib. priv. I. f. 29.

(4) Lib. priv. I. f. 81. v. y II. f. 73. v.

el claustro de Sigüenza, en presencia de D. Rodrigo, Arzobispo de Toledo y a petición suya.» (1)

De Sigüenza se fué D. Rodrigo a Montealegre, donde se hallaba el 28 de septiembre, junto a San Fernando, quien le ratificó en ese día y el siguiente las donaciones de la villa de La Guardia y Alcaraz (2) con otros bienes. En la carta de donación de Alcaraz dice, que el Miramamolín de Marruecos es el soberano más poderoso de la tierra, que en España posee 30 diócesis, que cuando fué vencido en las Navas perdió casi 200.000 caballeros suyos, y que se salvó huyendo a caballo. Concede a Rodrigo «todas las iglesias de Alcaraz y de los términos, que tiene ahora, o puede tener después, por conquista, de los sarracenos, y las décimas de todas las rentas reales, que pertenecen a nosotros y nuestros sucesores, así mismo las iglesias de Eznavexor, salvos los derechos de los Santiaguistas, y todas las iglesias que se edificaren allende aquellas montañas, desde Alcaraz hasta Muradal, por Boria y los límites del castillo de Dueñas y del de Salvatierra, tanto las décimas como las iglesias.» (3) En el mismo día San Fernando le confirmó lo posesión de Villaumbrales, llamando a D. Rodrigo amicísimo mío (amicissimo meo) con otras expresiones de grande aprecio y amor. Declara el documento que el Arzobispo es Señor absoluto de la villa, en la que no podrá entrar ningún ministro del rey, ni Merino, ni sayón; por lo que se entiende que era Señor de horca y cuchillo. En estos días D. Rodrigo despachó también, como Canciller, en Montealegre, otros documentos de gracias en favor de la Orden de Calatrava, del monasterio de Sahagún y de otros. En fin se ratificó allí, según parece, la paz entre León y Castilla, usándose por última vez la forma pacis, cuyas claúsulas se sometieron a la aprobación del Papa. D. Rodrigo, que había ideado y propuesto en 1208 la forma pacis, para dar firmeza a la paz, no tornó a presentar en la corte de los reyes por cuarta vez esa fórmula memorable y original, y tan excelente para asegurar los pactos de paz.Rodrigo la inventó e introdujo, y él la desterró.

Pero pequeños eran tan graves negocios al lado del transcendentalísimo que el Sumo Pontifice le había encargado en el momento de partir de Roma, a principios de este año, y vuelto a recomendar muy ahincadamente después de su llegada a España. Honorio III, en el instante de subir a la Cátedra de Pedro, había heredado en el más difícil lance el asunto que más preocupaba y absorbía a su predecesor, después del Concilio Lateranense, es decir, la realización de la gran cruzada general, decretada por aquel Sínodo, el cual constituía el anhelo mayor de Inocencio III, y constituyó también el mayor de Honorio III, desde el primer día de su pontificado, porque en ella estaban cifradas la seguridad de la cristiandad en el Oriente y la salvación de tantos cristianos atormentados. Según el plazo señalado por Inocencio III, debía emprenderse ya en junio de 1217, pero murió dejando todo lleno de obstáculos, y sin que nada se hubiera organizado. Honorio III se dió con todo el ardor imaginable a su organización, y a fuerza de trabajos inmensos consiguió organizarla para el año 1219. Como insinuamos ya antes, a consecuencia de que España no había de tomar parte directa en la cruzada oriental con subsidio de armas, se había acordado que los reinos españoles coadyuvaran eficazmente a la cruzada general, organizando en su país una cruzada vigorosa, para atraer así al Occidente parte de las fuerzas sarracenas, e impedir a la vez, que prestaran su valiosísimo auxilio los mahometanos del norte de Africa y sur de España. Por lo tanto en España había que llevar a cabo la cruzada occidental, formando los estados españoles reunidos la hueste de los cruzados, si bien se auto

(1) Minguella. I. 532. (2) Lib. priv. II. f. 78. v. Memorias. 276 (3) Memorias. p. 282 y 283.

no sirve para probar la apocricidad de tan molestas Actas, como lo han hecho ciertos autores, (1) aunque su apocricidad fuera innegable.

Honorio III, al nombrar Legado a D. Rodrigo, le impuso el doloroso sacrificio de renunciar por entonces a la sentencia definitiva acerca de la Primacía, como se lo comunicó el 19 de Enero, agostando así las bellas flores denunciadoras de la victoria de D. Rodrigo, (2) en su lucha brillantísima en Roma, lucha en que dejó estupefacto al mismo Papa, como lo confiesa en el breve a los Obispos citados. Pero en aquellos momentos era un sacrificio necesario la suspensión de la sentencia, y obró el Papa con divina prudencia. Esa sentencia hubiera impedido indefectiblemente la unión de todas las Provincias eclesiásticas de España bajo el mando único de D. Rodrigo para realizar la cruzada. Pródigo estuvo el Papa en dar las facultades propias de las cruzadas generales y otras del todo inusitadas, para dar toda la importancia y eficacia a la autoridad de D. Rodrigo: porque además de concederle todo lo que solía concederse para las magnas empresas de Tierra Santa, le dió hasta ciertas facultades extraordinarias, reservadas a la Sede de Roma, tales como la de proveer beneficios vacantes de provisión pontificia y otras. Don Rodrigo obedeció ciegamente al Papa, según su costumbre, y se cargó con tan grande y difícil empresa. No se encuentran datos de cuándo comenzó a trabajar, y de cómo desenvolvió los trabajos de la preparación de la primera campaña, que llevó a cabo en Noviembre de 1218, es decir, a los diez meses de su vuelta de Roma. Pero se comprende perfectamente que, apenas llegó a España, empezó muy activamente los preparativos. No se congrega en menos de diez meses una hueste como la que acaudilló D. Rodrigo en aquella fecha. Dirigióse a los Reyes para pedir su concurso, hizo predicar la cruzada por los religiosos y sacerdotes en diversos Reinos; pero los Reyes no le atendieron por razones, que ignoramos. En cambio el pueblo respondió a su invitación, acudiendo muy nume roso. Escuchemos a los Anales Toledanos. Dicen que concurrieron «gientes del Rey de Castilla y del Rey de León, e otros Reinos cuantos quisieron, e Savaric de Mallen con muchas gientes de Gascuña.» Se ve que en León y Castilla fué libre y amplísimo el reclutamiento bajo el pendón de D. Rodrigo. Particularicemos algo más para formarnos idea de cómo lo procuró el caudillo de la cruzada. Como Legado obligó a los Caballeros de las Órdenes Militares a que le siguiesen, según era su deber por su profesión; lo mismo hizo con sus numerosos Concejos, por ser vasallos suyos. En los apellidos generales de guerra, en aquel tiempo, cada vecino tenía que alistarse como soldado, y no podía sustituirle nadie, ni hijo, ni pariente, y sólo en caso de vejez e imposibilidad física era permitido enviar un sustituto. En sus numerosos fueros eso ordenó a los suyos el mismo D. Rodrigo, y raras excepciones admite, como la del Fuero de Alcalá de Henares, en que autoriza el Arzobispo que el vecino pueda enviar al hijo o al sobrino. (3) A vista de estos datos se comprende, que reunió D. Rodrigo, de solos sus vasallos un respetable cuerpo de cruzados; pues era Señor de los Concejos de Alcalá de Henares, Brihuega, Talamanca, Alcaraz, La Guardia y muchos otros con sus numerosas aldeas. Del extranjero ya se ve que también afluyó gente, no sólo individualmente, conforme se permitía por el Papa, sino en cuerpos organizados, como el citado de la Gascuña. En Noviembre tenía a su disposición las fuerzas congregadas, y saliendo luego de Toledo, se dirigió a Extremadura, donde puso cerco a Cáceres, (Cancies, dicen los Anales Toledanos) plaza de formidable defensa, y llave excelente para extender rápida y seguramente el radio de ricas conquistas por los

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(1) Vicente de la Fuente y Tolrá. (2) Ap. 44, 49 y 50. (3) Ley IV. c. 30.

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