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tico; porque nombraba para esto a uno de sus sufragáneos, como ocurrió durante las campañas de San Fernando, v. g. en 1227 nombró por su lugarteniente al Obispo de Plasencia. D. Rodrigo llenó de selectos sujetos a su Cabildo. Al repasar los documentos, en que firman los capitulares, observamos que, a medida que avanza el Pontificado de D. Rodrigo, es mayor el número de Maestros (Doctores.) Hacia el fin es la máxima parte de ellos. (1) Muchos de los mismos se ciñeron mitra, por ejemplo, Mauricio, Hispano, Juan Pérez, Domingo Pascual y otros, que son ilustres en la historia.

Como varón santo y sabio atendió D. Rodrigo a la formación virtuosa y doctrinal de su clero. Organizó sus seminarios eclesiásticos al tenor de las demás diócesis españolas, según la norma establecida en el concilio cuarto de Toledo, que para gloria de España, el Concilio tridentino prescribió a la Iglesia universal. Dice el canon citado: «Establecemos, que los que sean iniciados en la carrera clerical o monacal, tonsurados u ordenados de lectores, se les instruya en el domicilio de la Iglesia, bajo la inspección del Obispo. Si Dios les dió la gracia de la castidad, se les sujete a los más aptos al yugo suavísimo del Señor, al fin del décimo octavo año.» (2) Aquí está la discreta creación de seminarios menores y mayores, que San Bonifacio estableció en su diócesis, siguiendo esos cánones, como también en Metz se establecieron en 762, y que con más o menos perfección subsistieron en España durante la reconquista. El mismo D. Rodrigo indica bastante claramente, que en la restauración asturiana se conservó la lucerna de la ciencia de Toledo de esa manera. (3) Puede asegurarse que en España estaban tan florecientes como en cualquiera otra nación los seminarios eclesiásticos, en aquel tiempo. Lo que se retrasó mucho fué la creación de las Universidades, cuya introducción fué obra de D. Rodrigo. Pero, según Theiner, (4) éstas produjeron la decadencia de los seminarios diocesanos en Francia, Inglaterra y Alemania, sin provecho de los estudios del clero. Los centros de formación eclesiástica eran entonces el monasterio y la Colegiata. D. Rodrigo tenía varias Colegiatas en su diócesis, y las más importantes eran las de Toledo, Talavera de la Reina, por él creada, Guadalajara, Alcalá de Henares, Madrid y Alcazaz. El director general de los estudios era el Maestrescuela. La enseñanza era gratuíta, en cumplimiento del canon de Concilio tercero de Letrán, la mejor apología del espíritu cultural de la Iglesia. Dice así: «El concilio manda que haya en dicha iglesia catedral un maestro para enseñar a los clérigos pobres... que instruya gratuitamente... que no se exija nada por la licencia de enseñar, y que no se le niegue al que sea capaz de ello; porque esto sería impedir la utilidad de la Iglesia.» (5)

D. Rodrigo no intentó, al menos no hay vestigios de intentos, el establecimiento de estudios superiores en su diócesis. Cosa que nos choca no poco, principalmente por haber organizado él la Universidad de Palencia, y ser gran sabio. Además aquella era la edad de las organizaciones universitarias, languidecía la de Palencia, sin dar frutos muy señalados, crecía raquítica la universidad salmantina, nacida por el soplo de la envidia, y en Navarra existía el anhelo de establecer dentro de sus fronteras una propia, anhelo, que en 1258, octavo idus maji, Alejandro IV alentó: «dando al Rey de Navarra que podiesse fazer estudio general en Tudela, et los estudiantes, que oviessen sus beneficios como los estudiantes de Paris. Datum Agnani...» (6) Jamás los navarros deplorarán suficientemente el no

(1) Repásense las firmas de los documentos de las Memorias y otras obras. (2) Cánones 21, 22 y 23. (3) Lib. IV. c. 1. (4) Historire des Institutions d' Education Ecclestique. Traduction de Cohen. tom. I. (5) Richard. Concilios generales y particulares. Siglo X. (6) Arigita. Documentos inéditos. n. 264, párrafo 21.

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haber ejecutado tan noble proyecto, destinando el oro, que consumieron en desangradoras guerras, a la conquista de la sabiduría y de las letras.

El nivel de la instrucción del clero era bajo en Castilla por aquel tiempo. Había muchos sacerdotes, que no sabían latín, y en el concilio de Valladolid, en 1228, en que tuvo gran parte D. Rodrigo, se mandó que todos los beneficiados, excepto los viejos, fueran «constreñidos que aprendan, et que non les den beneficios fasta que sepan fablar latín.» Para que lo puedan aprender los que ya son beneficiados, los Padres facultan que durante tres años puedan asistir a los cursos de gramática latina, encargando las parroquias a otros clérigos. Si no lo hicieren, y no supieren hablar latín, se les quitarán los beneficios, hasta que se enmienden de su negligencia. Esta disposición tan terminante descubre la influencia del culto latinista, que escribió la historia de España. Mandan que se aprenda a hablar en latin antes de las órdenes menores. Además disponen que los años de teología sean cinco, en Palencia, como lo eran desde su fundación; y a los catedráticos, que se encargaren de enseñar, y a los clérigos beneficiados, que se matricularen para estudiar, se les faculta, por cinco años, para que puedan dejar sus cargos, poniendo suplentes en los mismos. (1) Abundaba entonces el clero por la facilidad de la carrera de estudios, que era corta, y por la pública estimación del estado clerical, que era causa de multiplicación de beneficios eclesiásticos. Pero habia saludable rigor para no admitir a los aspirantes sin título de ordenación. Inocencio III obligó al Obispo de Zamora, en 1210, a mantener a su cuenta a uno, que así ordenó, hasta que obtuviese beneficio propio. (2) Rigor, que confirmó en 1228 el concilio de Valladolid.

Más que por la ciencia, velábase por la virtud del clérigo; pero no estaba a debida altura; siendo las causas, la incuria mental, y el laxismo de las costumbres populares, que tan grande poder contaminador tienen. Se notan muy frecuentes excomuniones y suspensiones por graves excesos. El mismo D. Rodrigo tuvo que impetrar muchas veces de Roma facultades para absoluciones. Las leyes civiles toleran la convivencia de clérigos con personas conocidamente infamadas. El sínodo de Valladolid manda, que en los sínodos diocesanos sean suspensos tales sujetos, y sean ellos y ellas excomulgados, y enterrados como bestias los no enmendados; y se manda denunciar los tales en las misas de los domingos, para mayor abominación. Ordenan a los Obispos y superiores de Cabildos y Arcedianatos no perdonar a nadie. Prohiben que hereden sus hijos, y establecen el impedimento para entrar en el clero. Disposiciones, que no se arraigaron debidamente; porque el hijo de San Fernando, no mucho después de la muerte de D. Rodrigo, permite a los clérigos de Salamanca, «que puedan fazer herederos a todos sus fijos y nietos.» (3) El mismo concilio urge fuertemente el cumplimiento de los demás deberes eclesiásticos; prohibe el juego, todo boato y lujo en vestir y viajar, el andar armados, y ser jueces en causas criminales. D. Rodrigo, de inmaculadas costumbres, veía con horror las costumbres relajadas del clero, y abominaba más que de ningún otro Rey, de Witiza, que favoreció la corrupción de los ministros de Dios, legalizando el concubinato sacrilego; (4) y proclama que Dios dirigió la mano de Froila, a pesar de ser austero y cruel, en atención, a que este Rey proscribió las inmundicias de Witiza, y ordenó que el clero hiciera la vida casta, que prescriben los cánones. (5) Esto promovió el santo Arzobispo durante su largo pontificado

(1) Tejada. p. 325.(2) Aguirre. V. Ep. Innocentii. (3) Boletín... IX. p. 73. (4) Lib. III. c. 16. (5) Lib. V. c. 6.

y no conocemos casos de reprensible tolerancia, y sí recomendaciones apremiantes suyas sobre observancia de las leyes eclesiásticas en este punto.

La restauración parroquial, tras el cataclismo de Guadalete, se hizo, no al estilo godo o mozarabe, sino al estilo romano, que es el presente, circunscribiendo la jurisdicción del párroco dentro de un territorio demarcado. En la Iglesia primitiva eran las parroquias, como las mozárabes, es decir, lista de personas o familias, que podían residir donde quisieran, pero matriculadas en determinada iglesia, bajo el cuidado del sacerdote encargado. D. Rodrigo tenía en Toledo seis de estas parroquias, según dice así: «Entre los cuales (los mazárabes) se conservó en vigor el oficio de Isidoro y Leandro y se conserva hoy en seis parroquias toledanas.» Y como entusiasta de los godos, dejó intactas esas parroquias, y floreciente el oficio, que con el tiempo desapareció, y Cisneros lo restauró en su siglo, en una capilla de catedral toledana. La importancia del párroco era grande en los días de Jiménez de Rada; y Guillermo de Santo Amor la exageró enseñando «que los párrocos vi officii, ex jure divino, tenían jurisdicción en el fuero externo y voz activa para votar leyes sinodales, lo mismo que los Obispos en el concilio general.»> Sentencia que Santo Tomás rebatió egregiamente, de orden de Clemente IV. Sin embargo, no asestó Guillermo con esta teoría a los Obispos, sino a los regulares. Intentó atajar los privilegios de éstos en el sagrado ministerio, atribuyendo . a los párrocos el poder de impedir el uso de sus privilegios. De parte de la plebe había negligencia en cumplir el precepto de la confesión anual, y poca era la frecuencia de este sacramento, fuera de los momentos peligrosos. No se habían introducido los confesonarios, porque se daba en las Partidas, años más tarde, la regla siguiente: «Otrosi, debe el confesor mandar al que se le confiesa, que cuantas vegadas viniere, se siente a los pies del clérigo que lo confesare omildosamente. Pero si fuere muger debela castigar que se asiente a un lado del confesor, e non muy cerca ni delante, mas de guisa que la oiga e non la vea la cara.» (1) Allí mismo leemos el consejo que practicó San Ignacio de Loyola en Pamplona: Que en caso de apuro, si el cristiano no encuentra un clérigo para confesarse, que lo haga a cualquier lego; porque el arrepentimiento, que así muestra, le dará perdón, pero, en sanando, debe confesarse al sacerdote. (2) Debía haber en el pueblo harto somera instrucción, cuando el mismo Jaime I narra tan naturalmente un caso típico suyo. Al entrar en batalla, en la conquista de Murcia, llama a fray Arnaldo de Segarra, para que le confiese. Éste le obliga a separarse de la manceba Berenguela Alonsa; el Rey penitente no obedece, diciendo: «Basta, para merecer la absolución, la obra buena de conquistar un territorio a los moros.» Posible es que hubiera no pocos confesores, que no vieran tan claro, como el citado fraile, que era imposible absolver semejante ocasionario; porque hay que tener en cuenta, que entonces estaban los estudios de moral en estado rudimentario. No hay que buscar tratados de la época. Sólo había los llamados libri pœnitentiales, que eran, una especie de rituales formularios. El primer tratado serio apareció en 1247, obra del portugués Maestro Juan de Dios. Poco después publicó San Raimundo de Peñafort su célebre «Pœnitentia.»

Como todos los eminentes Prelados de la Iglesia católica, D. Rodrigo gravitaba irresistiblemente hacia esas constelaciones de más intensa y fructuosa actividad en la vida sobrenatural, que Dios hace brillar, al través de los siglos, en el firmamento de la sociedad de los fieles de Cristo, las órdenes y comunidades religiosas, y tenía noción ciara de la misión, que realizan y han de realizar, según los desig

(1) Part.. tit. V. Ley 26. (2) Part. tit. V. Ley 29.

nios de la divina Providencia, en todas las categorías del pueblo cristiano, es decir, conservar, avivar y fomentar los gérmenes de la piedad alta y acrisolada en las masas, reproducir los confortadores ejemplos de las virtudes heróicas y las llamas sugestionadoras de la santidad, y excitar con sus palabras y actos el fuego sagrado del celo y de la santa emulación en los miembros del clero. Los institutos religiosos son en la Iglesia militante como fuentes necesarias para el sostenimiento de la indispensable temperatura del fervor, para impedir que penetren en el cuerpo social sucesivamente la tibieza y el frío, que congela la piedad, frío, que siempre se introduce pronto en aquellos pueblos, en que no existen esos centros de atracción de las almas a Dios, y de irradiación de espirituales tesoros. Lo que ya conocemos de D. Rodrigo nos le muestra no sólo como apreciador de esas instituciones, sino apasionado de ellas; pero aquí tenemos que decir más, para que se vea cómo promovía su prosperidad, a fin de dar incremento a la piedad cristiana en los fieles.

Las ondas hirvientes e impetuosas de dos grandes ríos celestiales inundaban rápidamente en aquellos tiempos los campos de la Iglesia, produciendo maravillosa fertilidad de virtudes en los corazones de los cristianos. Eran las Órdenes de Santo Domingo y San Francisco, a las que amó y protegió gozosamente nuestro Arzobispo de Toledo, desde su aparición; si bien no tenemos iguales pruebas de afecto respecto de las dos. Abundan más las referentes a la Orden de aquel hidal go castellano, algo emparentado con D. Rodrigo, que tras una existencia embalsamada en sublime santidad, había exhalado su postrer aliento de divino amor, postrado sobre la ceniza, el 6 de Agosto de 1221, cuando todavía reverberaban en sus pupilas las esperanzas de más larga vida, que prometian sus 51 años de edad. Muchas veces se trataron sin duda Santo Domingo y D. Rodrigo. En Roma durante el concilio de Letrán: en España, cuando en 1219 recorrió a Castilla, pasando por Burgos, y trabajó en la fundación del famoso convento, Santo Domingo el Real de Madrid, henchido de historias santas, y aún trágicas de Reyes españoles, en el curso de siglos posteriores. Allí se conserva la única carta del celebrado Patriarca, escrita a sus monjas, de muy apreciados y atinados consejos. (1) Santo Domingo fué canonizado en 1234 por Gregorio IX, que, siendo cardenal, presidió en Bolonia sus funerales, y por lo tanto D. Rodrigo adoró a Domingo en los altares. Con increible celeridad voló la Orden de Predicadores por los países cristianos, luego que Honorio III la aprobó el 22 de Noviembre de 1216 solemnemente; e invadió a España en 1217; (2) y hallándose su santo fundador en ella, D. Rodrigo y demás Prelados españoles recibieron la bula de Honorio III, del 15 de Noviembre de 1219, en que se les recomienda, que reciban los servicios de la naciente Orden. (3) Recomendación que bastó para Castilla, pero no para Cataluña, a donde el Papa escribió otra vez en 1220. (4) No la necesitaba Don Rodrigo; dos años antes los había recibido en sus dos diócesis de Toledo y Segovia. Porque la fundación de Segovia se hizo en 1217, y la de Madrid en 1218. Esta estaba tan próspera en 1219, que Santo Domingo decía en su carta: «Por la gracia de Dios tenéis muy bastantes edificios donde pueda haber toda observancia...» Honorio III felicitó, en 20 de Marzo de 1220, al pueblo de Madrid, por haber recibido a los Padres Predicadores, y les anima a que en adelante les atienda. (5) Más expresivo es el afecto, que por Santo Domingo y su Orden manifiesta Don

(1) Véase Historia general de Santo Domingo», por Fernando del Custodio. Lib. I. c. 42. (2) Ciencia Tomista. Año 1916. p. 388 y sig. (3) Pottahst. tom. p. 539. (4) Pottahst. ib. (5) Pottahst. I. 214.

Rodrigo en el documento, que estando en Talamanca expidió en favor del Santo y los frailes de su Orden, en el mes de Noviembre del año, en que se hallaba en España el gran Patriarca; año que debió ser 1219; pues 1220 parece que no compagina con los demás hechos anteriores a su muerte. El texto del documento, que califica «de mayor importancia e interés» un sabio académico (1), denota que está redactado cuando Santo Domingo se halla en condición de aceptar y ejecutar lo que se le dona. Le dona el Arzobispo «con espontánea voluntad», varias casas de Brihuega, sin duda (dice el escritor, que publicó de los Archivos este documento,) (2) para fundar en ellas un convento de su Orden.» Mas prosigue, después de transcribirlo: «No creo que tuviese efecto la donación, porque entonces debió ser cuando de vuelta, Santo Domingo, de uno de sus viajes a Roma, se detuvo en Guadalajara, y allí padeció el dolor de verse abandonado de casi todos sus frailes..... Se quedaron sólo tres, y con ellos se trasladó a Segovia, donde fué autorizado, para fundar un convento, que acaso sin esta contrariedad se hubiera establecido en Brihuega, si la donación, que he transcrito, estaba ya hecha.» Esto es inexacto. Se hizo la fundación de Segovia antes de venir a España el Santo Patriarca, y por fray Domingo el Chico; porque el Santo encontró, en su visita a España, consolidadas las fundaciones de Segovia, Palencia y Madrid; y no podía producirse esa explosión fatal disolvente de ánimos. Si ocurrió en Guadalajara esa desbandada, antes de establecerse en Segovia los Predicadores, debió verificarse durante el conato de alguna fundación, que fracasó; pero es un dato que nos indica, que la primera fundación de los dominicos en España se intentó hacer en la jurisdicción arzobispal de D. Rodrigo, y con su oportuna autorización, en una población, que con frecuencia visitaba y habitaba el ilustre Prelado; y, frustrado el proyecto de Guadalajara, les otorgó la facultad de establecerse en Segovia. Los Padres dominicos deben esclarecernos en todo esto, empalmar los muchos cabos sueltos de esta parte de su historia, y colocar en el punto, que le corresponde, lo de Brihuega, de lo que no nos han dicho palabra todavía. El 20 de Septiembre de 1226, San Fernando, estando en Guadalajara, confirmó las pingües donaciones que el sacerdote Gil de Guadalajara, había hecho a los dominicos de Madrid, con la firma de D. Rodrigo. (3) Es el año, en que el Arzobispo quedó en Guadalajara atacado por malignas fiebres, sin poder acompañar al Santo Rey, en la campaña, otoñal, a la Bética; lo que nos encamina a creer que esa donación fué confirmada por el Monarca en la parada forzosa, que tuvo que hacer en Guadalajara, hasta ver el giro, que tomaba el mal del inseparable compañero de las conquistas guerreras. Por fin, D. Rodrigo llevó a los Padres Predicadores a la capital de su Diócesis el año 1230. Escribe Fonseca: «En su tiempo (de D. Rodrigo) fundaron en Toledo los religiosos de Santo Domingo y los de San Francisco. A la piedad de Rodrigo debe Toledo dos vecinos tan grandes y convenientes para su mejor enseñanza.» (4) Parreño refiere en su manuscrito, que San Fernando procuró la casa a los dominicos en 1230; vendióles el terreno para solar el Cabildo en unión con el Arzobispo, cerca de la puerta de la Visagra, extramuros, donde prosperaron los dominicos, en el convento, que se llamó de San Pablo, hasta 1407, en que pasaron a San Pedro Mártir. (5) Al tratar de las misiones de Marruecos veremos otras noticias de las pruebas de aprecio de D. Rodrigo con los dominicos, y también, todavía más, con los franciscanos. Pero no se conservan más especiales noticias del apoyo que prestó a los últimos en sus fundaciones en España, y en particular en

(1) Juan Catalina García. Fuero de Brihuega. p. 195. (2) Catalina García. Ut supra. p. 195 y 196. (3) Boletín de la R. A. de Hist. VIII. 335. (4) Primacía. Part. IV. c. 7. (5) Fol. 150.

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