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rió joven, a los 35 años, sin ïiustrar mucho su Mitra de Toledo cor. acciones y empresas memorables.

Era Rodrigo en esta fecha palanca irresistible, que movía a Castilla y sus reyes en lo religioso y civil, como Primado gran ministro del reino y Legado extraordinario del Papa durante el Pontificado de Honorio III. Aún continuó de Legado con Gregorio IX, como se verá. Su decreto del 7 de Septiembre de 1225, prueba cómo seguía utilizando los poderes de Legado en los territorios de España. Muchos autores han escrito, al tratar del concilio de Letrán, que D. Rodrigo fué Legado sólo diez años, y lo intentan demostrar diciendo que, en 1226 era Legado pontificio en España el Cardenal Cencio Sabelli, Obispo portuense. Pero este modo de argumentar nace de un error, que es preciso desvanecer aquí, recordando breves notas históricas de la Legacía del Papa en España. El primer Legado pontificio en España es Zanelo, que en el siglo de hierro informó contra el rito mozárabe ante el Papa. El segundo fué Hugo Cándido, que vino en 1064, más empeñado todavía en derogar aquel rito; apeló a la calumnia contra España para lograrlo. Por sus maldades murió separado de la Iglesia. (1) Lo consiguió Giraldo, sucesor suyo, que deó odiosa memoria en España, como también el que le sucedió, Ricardo, depuesto por el Papa. No llegan a ocho los demás Legados, que hasta D. Rodrigo pasaron por la Península, pero circunstanciales y con la misión de hacer cumplir las leyes canónicas, y vigilar la vida católica nacional. Pero es dudoso que ninguno de ellos fuera un delegado general de la Santa Sede. Yo creo que venían con misiones especiales en casos particulares. Así consta al menos de los Legados, que vinieron durante la vida de D. Rodrigo. El Cardenal Gregorio de Santangelo vino en 1192, para procurar la anulación del matrimonio de Alfonso IX con Teresa de Portugal, y lo efectuó por medio del concilio de Salamanca. El Legado Reinerio vino para separar al mismo Rey de la madre de San Fernando, y promover la paz entre los príncipes cristianos, y nada más. El Cardenal Pedro de Benevento vino en 1214 sólo a rescatar el niño Jaime I de Aragón del poder de Simón de Monforte. El Cardenal Pelayo entra en 1225, como Legado, pero con la única misión de arreglar las revueltas del Cabildo de León. Del mencionado Cencio Savelli no sé que fin le trajo: sólo hay una alusión hacia él. El Cardenal Juan de Sabina pasó los años 1228 y 1229 en España, con el objeto de promover la celebración de concilios y gestionar la disolución del enlace de Jaime I y de Leonor, y no se preocupa de otros asuntos de la nación. En 1160 se da el caso de tres Legados simultáneos que eran los Cardenales Antonio, Guillermo y Odón. Después de D. Rodrigo, en 1278, había dos, Jerónimo de Ascoli y Gerardo. Todo esto prueba: 1.° que no eran los Legados pontificios de los tiempos de que hablamos como lo fueron en los últimos siglos: 2.o que la Legacía de Cencio en 1226 no prueba que D. Rodrigo hubiera cesado en el cargo de Legado, como tampoco la de Pelayo en León, en 1225. Porque ya leyó el lector que estando aquel Cardenal allí, D. Rodrigo daba decretos como Legado; y como Legado de la cruzada occidental siguió trabajando para promover y organizar las empresas guerreras de San Fernando, solucionando a la par los conflictos de la Iglesia española, como representante de: Papa. Así se explica que D. Rodrigo, como se narrará adelante, por ser Legado de las predichas empresas no faltó a ninguna de las innumerables expediciones de San Fernando, fuera del caso de enfermedad, y de indispensables viajes a Roma, por los graves negocios de la Iglesia. (2)

(1) Baronio. Anales. Año. 1064. (2) Lib. X. c. 12.

CAPÍTULO XIII

(1224-1229)

Edicto de D. Rodrigo a la nobleza de Castilla.—Empieza las excursiones de guerra en compañía de San Fernando.-Intromisión del Rey en la elección episcopal de Segovia.-Campañas guerreras de 1225 y 1226.-Enfermedad de Rodrigo. -Como Prefecto general de misiones de Marruecos, las fomenta, y organiza la jerarquía eclesiástica.-Expedición de 1227.-El Obispado de Baeza.-Concilios en España.-Divorcio de Jaime I.-Otros asuntos.

La hora de romper contra el sarraceno urge ya en Castilla, por razones poderosas. Siete años ha que ciñe la corona el animoso D. Fernando. Su Reino está en paz. En paz sólida con los Reyes vecinos; en paz en el interior de la nación por la dominación de la nobleza. Y reclaman la inauguración de la guerra la dignidad de la corona, el estado de esa nobleza y la situación de los estados agarenos. Once años hace que Castilla no ha salido contra el musulmán al frente de sus Reyes. Todas las guerras, que ha habido en ese período, las ha acaudillado Jiménez de Rada, desde la nacional del año 1214, en la dilatada línea del sur y levante, hasta las cruzadas, para atraer al occidente las fuerzas sarracenas del oriente. El estado de la nobleza exige que cuanto antes se la lleve a la guerra exterior, para que no vuelva a sublevarse, o a desgastarse con mutuas luchas de envidia y rencor. No había duda que muchos nobles, aunque en apariencia sometidos al Monarca, no lo estaban de veras; urdian rebeliones más o menos secretamente. Si, como algunos opinan, (1) D. Rodrigo publicó en alguno de los primeros años de San Fernando el célebre y enérgico manifiesto, que dirigió a la revoltosa nobleza castellana, hay que decir, que debió ser entre 1222 y 1223, cuando ya San Fernando estaba determinado a comenzar la guerra, pero no se atrevía a iniciarla a causa de la pésima disposición de una parte de esa nobleza. He aquí el tal manifiesto, muy singular y patriótico, que el lector debe conocer entero. No tiene fecha. Dice así:

«Rodrigo, por la gracia de Dios, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, salud en aquel que es Salud de todos, a los amados hijos en Cristo y a los amigos, a todos los caballeros de toda Castilla, a cuantos llegare el presente escrito. Estamos obligados a alabar y glorificar al Señor Dios, como todos los confesores de la fe cristiana; porque se dignó conceder a su pueblo la victoria sobre sus ene

(1) D. Mauricio. p. 77. n. 3.

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migos, en la guerra pasada; pero nosotros, que somos de este Reino, estamos más obligados a cantar, glorificar y ensalzar su nombre, siempre bendito, porque concedió la victoria en nuestra tierra, y por nuestra causa especialmente. Puesto que, según se nos ha delatado, algunos de vosotros, unos por sí solos y otros con los Sres. y amigos, abandonando a su pueblo y patria, se confederan con los sarracenos, para con ellos, si pueden, atacar y derrotar al pueblo cristiano; os rogamos y amonestamos a todos en el Señor, que desistáis de este propósito, en tan peligroso lance, y que no os atreváis a uniros a aquella gente perversa; antes bien, vosotros, como atletas de Cristo y defensores de su nombre y de la fe católica, oponeos como un muro por la casa de Israel, por las leyes patrias y por la gente patria, prontos a morir, si fuere necesario. Si por ventura el Rey ha faltado contra alguno de vosotros en algo, de que justamente pueda quejarse de él, que presente su queja en la Corte, ante nosotros, y, según confiamos en el Señor y esperamos de la discreción y benignidad del Rey, le haremos justicia, conforme a la costumbre del tribunal de la Corte. Empero si todavía alguno de vosotros se atreviese a confederarse con los sarracenos con daño y oprobio de la fe cristiana, que sepan todos que incurrirá en la excomunión.»

Debemos fijarnos en este edicto en tres cosas. Primera: que escribe el Arzobispo como poder espiritual y temporal a la vez. Como poder espiritual supremo de Castilla amenaza con la excomunión, que ya se incurría por el hecho de confederarse con el moro. Como poder temporal se ofrece, primero, a hacer justicia en tribunal formado y supremo del Reino, y además promete también hacer de medianero ante el Rey, para que éste use de su poder supremo en las cosas, que no pueden resolverse, según la ley, con la benignidad, que en casos especiales y duros se desea y se pide equitativamente. La segunda cosa es que manifiesta claramente que él ocupa el tribunal supremo de la Corte castellana, para hacer justicia. Señal de que sus poderes de Ministro general eran amplios. La tercera es la alusión a la victoria obtenida en la guerra pasada. Eso dificulta mucho el fijar la fecha del edicto, y bajo qué Rey se dió. Yo me inclino que fué bajo Alfonso VIII, tras la victoria de las Navas; pero veo que no aparecen en la historia esos actos de la nobleza, a raiz de aquel triunfo. Pero si fuera del tiempo, que aquí se pone, diría el Arzobispo que él era Legado. La cruzada del levante no parece ser; pues no fué victoriosa. Tampoco se puede poner en los años ulteriores de San Fernando, porque ya no se torció más la nobleza de esa manera.

Por fin D. Rodrigo consiguió, entre 1223 y 1224, mover a la guerra a la corte castellana. Digo entre 1223 y 1224, porque no puedo precisar con certeza y rigor en cuál de esos dos años comenzaron las expediciones guerreras de San Fernando y de D. Rodrigo. Los Anales Toledanos, dicen que en 1223. Pero presentan frecuentes errores y erratas, que hacen desconfiar. Ese año se deduce del mismo don Rodrigo; (1) porque dice que empezó la guerra un año después de la paz con el Señor de Molina; paz que se concertó en 1222, según lo más cierto. En cambio la felicitación de Honorio III en 1225 parece indicar que empezó en 1224. Pues es natural que se la envió el Papa cuando llegó a su noticia la primera expedición. Por cierto que el cómputo 1223 es el mejor para escalonar holgadamente las campañas de San Fernando.

De este modo comienza D. Rodrigo la grande lista de gloriosas expediciones guerreras, que en unión con San Fernando realizó durante casi veinticinco años, que vivió todavía: «Congregado el ejército (el Rey) en compañía de Rodrigo, Pon

(1) Lib. IX. c. 11.

tífice de Toledo y de otros próceres de su Reino, atacó a Quesada, después de pasar por Baeza y Ubeda, entre devastaciones; y habiendo cautivado y muerto miles de sarracenos, no quiso conservar el castillo, por estar en ruinas, a causa de los diversos ataques. Mas el Rey, ocupada Quesada, según dijimos, atravesando la ribera del Guadalquivir, gran río, llegó a Jaén, y volvió a los suyos, después de destruir varias fortalezas, porque el invierno apuraba.» Los Anales Toledanos atribuyen por igual la campaña a D. Fernando y a D. Rodrigo; cuentan que las fortalezas tomadas, además de Quesada, fueron seis, y que la campaña duró de Septiembre hasta la fiesta de San Martín. El fruto de tan atrevida excursión no fué proporcionado, porque los caudillos no acertaron al aceptar las proposiciones de concordia, que con dádivas y dinero les presentó el Rey de Baeza, y que ellos firmaron en Gualimar. La misma Quesada cayó luego en poder de los moros, que la restauraron y fortificaron, y la poseyeron siete años más, al cabo de los cuales la reconquistó D. Rodrigo con gloria, para siempre. Hinchió de gozo al Papa la noticia de esta campaña feliz, sin duda más como excelente augurio de futuras conquistas, que por sus resultados presentes; y el 24 de Septiembre de 1225 escribió a D. Rodrigo y al Obispo de Burgos, dándoles el parabién y concediéndoles las gracias de las cruzadas a todos los que en lo sucesivo formasen parte en las expediciones. (1) Al día siguiente, en otra Bula a San Fernando, asegura al Rey una protección particular sobre sus bienes y sobre los miembros de su familia, para que pueda hacer guerra al moro, sin temor de ataques, ni asechanzas de parte de soberanos cristianos. Sin embargo había quejas contra ciertos actos de San Fernando, o de sus agentes, por lo que ocurría en la diócesis de Segovia. Murió el Obispo Gerardo, del que tanto hemos hablado. El Cabildo segoviano eligió por sucesor a D. Bernardo, Arcediano de Talavera de la Reina, el cual fué confirmado y consagrado por D. Rodrigo, su metropolitano. Pero se omitió el participar a San Fernando la elección, no se sabe por qué. Esto desagradó a la corte, que hizo expulsar al nuevo Obispo y ocupar las temporalidades, alentándole a ello varios capitulares disidentes de Segovia, que a pesar de la confirmación del Metropolitano, sostenían que era nula la elección. Mas como esto era falso, ya que la validez le provenía de su confirmación, y los desafueros del Rey graves, D. Rodrigo, en unión de los sufragáneos, los denunció por escrito a Roma. Bueno era el Arzobispo Toledano para ceder sus derechos ante los poderosos, aunque fueran soberanos, amigos y grandes bienhechores suyos. Honorio III le dió la razón, y escribió severamente a San Fernando, diciéndole, que no había lugar a la anulación de la elección hecha canónicamente, por semejante reclamación. «Podía quejarse, añade, si fuera menos idóneo el elegido; pero consta que es probo, docto, amante de la justicia, solícito.» Le aconseja a Fernando que piense, que la Majestad Real no puede coartar la libertad de la Iglesia en proveer las Sedes episcopales, ni por capricho destituirlas de ministros: a los ministros de la Iglesia corresponde proveerlas. No es propio de la autoridad Real el oponerse a que libremente se hagan los nombramientos de los Prelados, ya que los Reyes deben precisamente proteger la libertad de la Iglesia, y a la par acrecentarla. (2)

Honorio III puso todo lo referente a la diócesis segoviense en manos del Toledano, mandando que otra vez se hiciese cargo del Obispado; que averiguase dónde estaban los bienes del Obispo y sus rentas, y que los reclamase de sus poseedores, fuesen estos los particulares, o la autoridad Real, y que se los entregase al

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(1) Rainaldo. Año 1225. n. 43. (2) Raynaldo. Annales. Año 1225. n. 41. Más especialmente. Aloisius Guerra. Pontificiorum Constitutionum Epitome. Tom. II. año 1225. Patthast n. 1225.

Obispo electo, apenas llegase a la pacífica posesión de la mitra. Comisionó el Papa a Mauricio de Burgos, y a Juan Pérez, electo de Calahorra, para que examinasen el caso. D. Rodrigo informó ante ellos que todo era canónico, y lo mismo opinaron los sufragáneos. Procedió D. Mauricio demasiado lentamente en la resolución de esta comisión, por lo que se retrasó hasta 1227; y gracias a las amonestaciones del Papa, se solucionó todo para esa fecha; y D. Rodrigo, hecha la entrega de todo, de la diócesis y de los bienes, en toda regla, vióse libre de una carga harto pesada y espinosa, que sobrellevó con energía y prudencia más de once años, entre difíciles cuestiones y luchas. (1)

La segunda campaña guerrera se realizó en la primavera y verano del año 1225, yendo, pues no podía faltar, el Arzobispo de Toledo con el Rey, y porque según observa Mariana en esta ocasión, era persona de gran valor y brío y que no sabía estar ocioso.» (2) Se fueron derechos los caudillos sobre Baeza, Andújar y Martos, que se les entregó el 29 de Julio y arrasados algunos castillos de aquella comarca, regresaron a Castilla, hacia fines de verano. Casi todas estas conquistas fueron duraderas. El 7 de Septiembre D. Rodrigo estaba en Madrid y publicaba el decreto de indulgencias en pro de Alfonso Téllez. D. Rodrigo cuenta así la tercera campaña. «Por tercera vez entró (el Rey, y con él, nuestro escritor) en tierra de árabes y conquistó a Sabiote, Jodar y Garciez, y los fortificó con guarniciones, y después de devastar varios lugares, volvió a la ciudad de Toledo.» (3) Como se ve, avenzó San Fernando normalmente la línea de reconquista: pues esos pueblos están en el interior del Reino de Jaén. Esta campaña sirvió para preparar con más cuidado la siguiente; siendo, por otro lado, verdad, según advierte Mariana, que el Arzobispo le exhortaba con mayor persuasión con su gran autoridad. (4) En consecuencia, la campaña fué más recia y movida, como lo revela la misma narración de D. Rodrigo, que escribe así: «Después de esto el Rey Fernando penetró otra vez en tierra de árabes, y tomó a Eznatoraz (castillo) y la torre de Albep, San Esteban (del Puerto) y Chiclana, y se dirigió nuevamente por Jaén, hacia la fiesta de San Juan, y no lo pudo conquistar, por su fortaleza; y marchando de allí, tomó a Priego, cautivó sus habitantes y los mató, y arrasó el fuerte, y yendo a la villa, llamada Alhama, cautivó y mató a sus habitantes, y asimismo destruyó el lugar, y regresó a los suyos.» (5) El despecho de haber sido Fernando rechazado en Jaén se reflejó en el mayor ensañamiento de la segunda parte de la jornada, la cual también fué quizás más cruenta que las ordinarias, porque no andaba allí D. Rodrigo, el cual fue detenido en Guadalajara por una enfermedad, que le tuvo a la muerte, cuando al lado de San Fernando caminaba en esta expedición. Escribe el mismo así: «Rodrigo, Pontifice de Toledo, no tomó parte en esta excursión, por haberse detenido en Guadalajara, herido de aguda fiebre, donde difícilmente se libró del último fin; pero envió con el ejército a Domingo, capellán suyo, hombre venerable, Obispo de Plasencia, para que ejerciera en su lugar los ministerios pontificales en el ejército.» Tales ministerios eran los de jefe espiritual de la cruzada y de capellán castrense, que celebraba los divinos misterios, y hacía además las purificaciones de mezquitas y consagración de las iglesias de las poblaciones conquistadas. Se ha dudado mucho en qué jornada enfermo Rodrigo, y sostiene (6) el que mejor le ha estudiado, que fué tras la toma de Capilla y el comienzo de la basílica toledana. D. Rodrigo, que lo sufrió y escribió, es terminante en esto. Enfermó en la cuarta campaña, y en la quinta se tomó Capilla. (7) Más

(1) Regestum Honorii. tom. II. p. 272, 278 y 325. (2) Hist. Lib. XII. c. 11. (3) Lib. IX. c. 12. (4) His. Lib. XII. c. 12. (5) Lib. IX. c. 12. (6) Lafuente. Elogio. p. 90. (7) Lib. IX. c. 11, 12 y 13.

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