Imágenes de páginas
PDF
EPUB

enumerar las Catedrales, que en su tiempo surgian, comenzando por Toledo y siguiendo por Burgos y otras, como vimos arriba, fué nombrándolas, según el orden cronológico riguroso de la construcción, y no según el orden de importancia y dignidad de la Sede, como se entendía hasta ahora.

Una cláusula de la bula del 5 de enero de 1222 sugiere también otra duda o dificultad importante. Dice que el antecesor de D. Rodrigo, temiendo un imprevisto derrumbamiento del templo, lo derribó. En cambio dice claramente Rodrigo, que subsisistía esa mezquita cuando él con el rey comenzó a transformarla de forma de mezquita en templo gótico."adhuc stabat. (1) Es más, dice también que cuando los cruzados de las Navas de Tolosa regresaron a Toledo «fueron recibidos allí por los Pontifices y por todo el pueblo procesionalmente en la iglesia de Santa María,» (2) que era la mencionada mezquita, que recibió ese titular en el día de su consagración en Catedral toledana por manos de D. Bernardo. ¿Cómo se entiende esta contadrición, al parecer, tan flagrante? No dudo que se trata aquí de dos cosas distintas. Lo echo por D. Martín de Pisuerga era una cosa parcial. Alguna parte de la vestuta catedral debió cuartearse y amenazar ruina, y D. Martín, por temor de algún derrumbamiento, ordenó que se apeara alguna parte del techo, pero dejando la mayor parte, y en condiciones de que se pudieran celebrar las solemnidades religiosas, mas la parte derribada clamaba por el derribo y restauración de todo el' templo, como era natural. La vista desagradable de aquella necesidad excitaba a D. Rodrigo para que emprendiese la obra, y lo consideraba como incesante aviso. Esto tuvo que relatar en su petición al Papa, para moverle a que accediese a su petición de las tercias, pues era precisa la iglesia. Honorio III alude en su letra a eso sin pormenores. Indudablemente, como dice categóricamente D. Rodrigo, la antigua Mezquita, convertida en Catedral, estaba de pie, cuando él tomó posesión de su Arzobispo, y allí solemnizó sus actos pontificales, hasta que la derribó totalmente, para erigir la nueva, incomparablemente mejor.

La antigua Aljama mora, ahora vestusta y poco suntuosa Catedral cristiana, que se proponía D. Rodrigo derribar, estaba emplazada en un solar amplio, en que se podría emplazar adecuadamente el nuevo monumento con mayores dimensiones, conforme al proyecto. Lo único grande que emocionó el sensible pecho del Arzobispo, al ver caer aquel templɔ, fué sin duda, el pensar que así perecían aquellas bóvedas, que tantas veces habían vibrado, al unísono con los suspiros y llantos de los que lloraron Zalaca y Alarcos, y se habían extremecido de júbilo, al estallar los Aleluyas y Te Deum de los triunfadores, y en particular, los que entonó el mismo D. Rodrigo desde el triunfo de las Navas de Tolosa, su más alta gloria militar. D. Rodrigo eligió para solar de su obra inmortal el que ocupaba el templo primitivo, por estar casi en el corazón de la vetusta e inalterable ciudad godo-árabiga, y por prestarse mejor que otros puntos, para la afluencia de los fieles de toda la población, para los actos del culto cristiano. No es tan adecuado el lugar para que resalten y resplandezcan las infinitas maravillas del incomparable templo español, cuyas gallardías geniales y artísticas sólo por el mediodía brillan en todo su esplendor. Al norte lo domina la ascendente colina, en cuyas vertientes trepan, hacía la cúspide, haces de retorcidas y angostas callejuelas, formadas de milenarias manzanas de casas sin arte, clavadas sin plan ni concierto. Al Oriente y Occidente la ahogan los ondulantes ribazos, que transversalmente se van escalonando, y desde el techo de los edificios, que allí se asientan, se pierde la impresión de la majestad, que desde el mediodía se experimenta en forma abru(1) Lib. IX. c. 13. (2) Lib. VIII. c. 12.

madora. Si bien jamás se borra «aquella impresión de pirámide de filigrana, que se pierde en las nubes. como ofrenda de los hombres elevada al supremo Hacedor», que sentía el artista admirador. Pero ¡cuánto más hubiera avasallado este monumento sin par con su opulencia artística y grandiosidad majestuosa a las generaciones de espíritus hechizados por su belleza, y la suprema perfección plástica de sus obras, si D. Rodrigo lo hubiera erigido en el costado occidental-septentrional de Zocodover, única plaza de la imperial Toledo!

He aquí las líneas generales del plan, que en conjunto ideó y trazó D. Rodrigo y que entregó al arquitecto, para que, como técnico, lo desarrollase y ejecutase. Planta de grandes dimensiones, dividida en cinco naves, y tipo de salón: gran mole de imponente majestad, mirando al Oriente; de 112 metros de largo, 56 de ancho y otros tantos de altura en la nave central. Ocho puertas agujerean sus lienzos inferiores. Para sostener bóvedas y techos, 83 columnas robustísimas, pero hermoseadas cada una por una serie apiñada de 16 columnitas, que hacen esfumar lo grueso de su gran periferia. Su material, piedra blanca y primorosamente labrada.

El precioso documento de la creación de las Capellanías en la nueva Catedral, expedido por D. Rodrigo el 10 de Julio de 1238, a los diez y ocho de haber comenzado las obras, ha dado margen a una discusión entre eminentes eruditos del siglo pasado. D. Rodrigo distribuyó en ese documento su Catedral, que, para esa hora subía gallarda al cielo, en catorce capillas, en el modo, que después de esta discusión diremos más particularmente, para conocer y admirar merecidamente el espíritu genial y místico de nuestro Arzobispo. Esto ha hecho escribir al P. Fita, a Sánchez Casado, al Marqués de Cérralbo y otros, las siguientes expresiones: «Plan sublime, ideal bello, de la Catedral de Toledo, trazado por el Arzobispo D. Rodrigo. (1) «No se contentó (Rodrigo) con poner la primera piedra, sino que le dió la traza sublime y perfectísima, para la disposición de la nueva obra, a imitación e invocación de la Jerusalén celestial. (2) «Ximénez de Rada concebía el proyecto de la Catedral... los planos ideados por el Arzobispo do. Rodrigo o por Pedro Pérez...» (3) «Templo portentoso, que surgiendo de su poderosa mente, va dictando (Rodrigo) al inspirado lápiz de su inmortal arquitecto Pedro Pérez... Con este plan incomparable y sublime en su creadora fantasía preséntase a San Fernando...» (4) «Así D. Rodrigo llegó a construir el más grandioso y espiritual monumento de nuestra España, que por sí solo le otorgara celebridad.»> (5) Después de leer las anteriores citas y o.ras, uno de los mejores arqueólogos y arquitectos coetáneos se ha preguntado, en su acabada obra sobre la arqueología española de la edad media: «¿Fué D. Rodrigo el verdadero arquitecto, que trazó la Catedral de Toledo?» Y Lampérez y Romea, que es el autor de la pregunta, escribe: «No deja de ser curiosa la idea acogida por varios escritores, de que fué el Arzobispo D. Rodrigo el que trazó la Catedral. (Citados algunos de estos escritores, prosigue así:) Los que practicamos la arquitectura no podemos menos de extrañarnos ante esta estricta interpretación de un concepto, cuya clara inteligencia es muy otra. D. Rodrigo concibió la idea de elevar una magnífica Catedral y dió a su maestro el programa de la obra, las necesidades, magnitud, etcétera. Pero de la palabra hablada o escrita a la composición arquitectónica hay enorme distancia. El Arzobispo Ximénez de Rada no necesita para su gloria usur

(1) Boletín de la R. A. de Hist. tom. XI. p. 407 y 412. (2) Historia de España. tom. único. (3) Amador de los Ríos, citado por Lampérez. (4) Cerralbo. Discursos... p. 69 y 71. (4) Ibid.

par la propia al Maestro Pedro Pérez.» (1) Esta observación es atinada. En sentido estrictamente arquitectónico tampoco crec que fuese D. Rodrigo autor del plano de su Catedral. Pero no cabe duda que lo fué de las líneas generales, del estilo, que debía tener, y de la capacidad, dimensiones y distribución de las partes de la Catedral; ordenando a su arquitecto, que la composición científico técnica del gran templo primacial se ajustase al trazo o esbozo general, que le propuso. Indudablemente ese esbozo hubo de ser detallado y acertado, a causa de la afición y competencia artísticas extraordinarias, que poseía el gran Arzobispo. Vemos en su Historia que su chsesión por las obras arquitectónicas es grande; por lo que sin cesar conmemora los monumentos de esa clase de especial mérito, que surgen al impulso de los personajes históricos, que caen en el ámbito de su narracion. Por eso ensalza el templo de Santa Leocadia, erigido por los godos; ensalza a Wamba por sus magnas obras en Toledo. (2) Proclama gloriosa a Mérida por sus antiguos edificios. (3) Alaba a Favila, porque decoró con arte una Iglesia. (4) Lo mismo a Alfonso el Casto varias veces, (5) al igual que a Alfonso el Magno y a muchos más; revelando siempre gusto exquisito, y cálido entusiasmo por las obras de arte. Con pinceladas felices narra la leyenda y la forma artística de la Cruz Angélica de Oviedo; (6) y con maestría, lacónicamente describe el acueducto de Segovia, que tantas veces vió, si bien le atribuyó una antigüedad errónea. (7) Después de leer las innumerables alusiones de D. Rodrigo a las obras arquitectónicas en sus diversas historias, se convence uno de que era un artista, y capaz de concebir y proponer una idea acabada de una obra de esa indole.

El mismo D. Rodrigo nos declara, en su decreto cuál fué la fuente de su inspiración para trazar el plan. Caso único, que se conoce en la historia, y por lo mismo, más digno de especial recordación, y más glorioso para el inmortal Arzobispo. La fuente de ese plan fueron los misterios más sublimes y venerandos de la religión católica, y su escalonamiento, según la alteza de cada uno, empezando por la inefable Trinidad de Dios, y acabando, en grado descendente, en la virginidad santificada. Lo mejor es que demos la iraducción literal de los párrafos, en que D. Rodrigo lo expone: «Pues como la suma e indivisa Trinidad quisiera con inefable designio desterrar la miseria del hombre perdido, el Hijo de Dios, segunda persona de la misma Trinidad, tomando, por obra del Espíritu Santo, carne de la Virgen, quiso abatirse, hasta el anonadamiento de la forma de siervo; en la cual forma nació, fué adorado de los Magos, crucificado bajo Poncio Pilatos, resucitó al tercer día, y a los cuarenta de su resurrección, a la vista de sus discípulos, subió a los cielos, en alas de las nubes, y al undécimo de su Ascensión, envió el Espíritu Santo prometido sobre sus hijos escogidos, los cuales, yendo por todo el mundo, predicaron el Evangelio a toda criatura; y fueron unos coronados con el martirio, otros llegaron por la confesión de la fe al término de la vida prometida. También atrajo hacia sí en el sexo frágil a unas por la pureza del alma, a otras por la virginidad, por la confesión y por el martirio. Por lo cual, para que se conserve como algo en las manos, o como pendiente ante los ojos, memoria fresca de tan grandes beneficios, yo, Rodrigo, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, con asentimiento y aprobación de todo el Cabildo Toledano, instituyo en los altares de la nueva obra, que en mi tiempo comenzó a construirse desde la primera piedra, catorce capellanías; una en el altar de la Trinidad, otra en el de la Apari

(1) Lampérez y Romea. p. 224. nota. (2) Lib. III. c. 12. (3) III. c. 24. (4) IV. c. 5. (5) IV. c. 8. (6) III. c. 9. (7) I. c. 7.

ción; (del Verbo encarnado en el mundo) otra en el de la Pasión; otra en el de la Resurrección; otra en el de la Ascensión; otra en el del Espíritu Santo; otra en el de la Bienaventurada Virgen; otra en el de San Ildefonso; otra en el de San Juan Bautista y de todos los Patriarcas y Profetas; otra en el de todos los Apóstoles y Evangelistas; otra en el de todos los Mártires; otra en el de todos los Confesores; otra en el de todas las Vírgenes.» Después de leer tan maravillosa disposición de la Catedral, conforme a la excelencia y graduación jerárquica de los dogmas y culto, que concibió el piísimo y altísimo espíritu de D. Rodrigo, es preciso llamarle admirable, divino.

El autor principal del plano rigurosamente arquitectónico de la primera Iglesia española, bajo la inspiración del ideal del Arzobispo, fué el Maestro Pedro Pérez, quien ciertamente dirigió la construcción de la obra durante largo tiempo, en el período primero y más importante de la edificación, como se lee en la inscripción que se halla en la diminuta sacristía, denominada de los Doctores. (1) Pedro Pérez, si fué el que comenzó desde los planos la obra, según se defiende, muy joven tuvo que encargase de ella, aun suponiendo que murió centenario. Según la inscripción lapidal falleció en 1294, por lo tanto, en 1220, al iniciarse la fábrica, aun suponiendo que descansó centenario, no pasaba de los 26 años. Más creo que Pérez no fué el autor de los planos. Si hubiera alcanzado tan alta edad, y dirigido 74 años las obras de este famoso monumento, no hubiera callado cosa tan rara el letrero transcrito. Varios franceses han dado en la halagueña fantasía de que ideó los planes el famoso Pedro Corbeille, porque dicen que existen analogías entre esa Catedral y algunas francesas. Pero destruyen esta arbitraria hipótesis las observaciones siguientes. La severidad de la concepción denuncia el genio ibéricɔ; la primera parte de la obra está llena de formas escultóricas árabes. Un Maestro del arte ojival de origen ultrapirenaico hubiera velado mejor por la pureza del estilo, y rechazado tantos motivos y composiciones de inspiración arábiga. Esta reflexión es convincente tratándose de un francés, que concibe y dirige un templo de estilo gótico como esta Catedral, que «es una de las obras maestras de la arquitectura ojival en la Europa entera y causa de legítimo orgullo para los españoles.» (2) En la cabecera se halla el alarde más grande y más difícil de cuantos problemas arquitectónicos atrevidos se conocen en las construcciones europeas, donde el arquitecto agotó su genio en acumular y agravar los datos difíciles del problema, para hacerlo casi insoluble, y al fin lo resolvió por modo sin igual, y en forma, que a pesar de su seguridad, siempre inspira en el espectador verdadero pavor. Ese audaz acto se halla en la girola, obra ciertamente muy posterior al primer arquitecto.

¿Qué incremento adquirió la construcción de esta Catedral en los veinte y seis años, que duró la vida de D. Rodrigo, después del comienzo de las obras, y cuáles son las partes, que bajo su Arzobispado se fabricaron? No es posible precisarlo exactamente. El insigne Lampérez escribe: «Hacia 1247, 20 años (27) después de puesta la primera piedra, debía estar consagrada la cabecera; pues en la capilla de San Eugenio, que es una de las primeras, hay un enterramiento de esa fecha.» (3) En el costado Septentrional aparecen, con sello claro, las partes coetá

(1) Con harta dificultad desciframos la inscripción de este modo:

Aquí yag Pets, Petri Magistr Ecclesia Sancto Mario Toletan. Yam p, exemplum pc. mor huig bona crescit qui prese et hic quet quod quia templum construx tam mire fecit secuat.... Ire ante Dei vultum p quo nil retat inultu et sibi sis. Merc qi solus cuncta coge Obiit X dias de novemb, era de M. C C C XXVIII anños. (2) Lampérez y Romea. Ut supra. (3) Lampérez. p. 2-2 y 230. Sigue la fecha antigua.

neas de D. Rodrigo; pues allí se destacan, sin confusión, los elementos netamente arabigos, y señaladamente en los triforios, en las columnas de las puertas de Feria (ahora del Reloj,) en las portadas todas (sobre todo en los capiteles de éstas) y en el trascoro. Prueba palmaria de lo mucho que adelantaba la construcción, ya para los diez y ocho años de iniciarse la obra, son los testimonios históricos, que siguen. Tanto se habían alzado los lienzos de todas las paredes, que ya pudo, en verano de 1238, fundar D. Rodrigo, su fundador munífico, las famosas capellanías, arriba nombradas y otras más, de que adelante se darán noticias, capellanías instituídas en altares ya existentes, con culto, celebrándose la misa por las intenciones, que prescribe. Por ejemplo, hablando de la misa, que funda por el Rey Fernando y su madre Berenguela, dice D. Rodrigo, que se celebrará por su salud durante su vida, y después de su muerte, por sus almas. Esto indica que tan altas estaban las paredes del templo, que ya pudieron cubrir las partes de las capillas, mientras que en el resto se trabajaba para llegar a la elevación de las bóvedas principales, que con el tiempo llegarían a cerrarse. Tan sorprendente vuelo había adquirido la fábrica para el año 1243, en que terminó D. Rodrigo su Historia de España, que se veía el mismo lleno de admiración, y escribía de su puño: «Cuya fábrica, con trabajo admirable, de día en día, no sin grande admiración de los hombres, se levanta.» (1) Ese pasmo de los hombres denota que ascendía a mucha altura la maravillosa construcción, y con el mucho calor, que llevaba, continuó en los días de nuestro Arzobispo. No así después, durante luengos años, por la tibieza de los que no la miraban como obra suya, y por los enormes dispendios, que su activa edificación exigía, mermando las facilidades para una vida principesca y de boato, que los caudales de la Sede Toledana y la categoría altísima de Primado y de primer Señor del Reino, que los muchos estados y rentas de la Mitra convidaban a disfrutar, para descollar en la corte de los Reyes castellanos, como eclesiástico y potentado más alto y más incontrastable. Así se explica que hasta fines del siglo XV no se acabara de cerrar la bóveda central. No hay duda, que los actos del culto de la Catedral comenzaron a tenerse muy pronto en la cripta de la misma, aún antes de que se hicieran las fundaciones referidas. Se nalla la cripta debajo de la capilla y altar mayorcs; es muy capaz y sigue abierta al culto.

¿Quién costeó los enormes gastos, y quién soportó los imponderables trabajos de la fabricación férvida y veloz de tan gran monumento? Historiadores de nota, pero irreflexivos, que no han explorado los documentos archivados, y hueros retóricos, que han panegirizado la indocumentada aserción de esos historiadores, han formado una creencia falsa en los lectores y aficionados de la historia española. Sin más motivo que ver a Fernando el Santo poniendo la primera piedra de la Catedral primada en unión con D. Rodrigo, lo han evocado y encomiado como el autor de dicha gloriosa obra, relegando al olvido el que fué todo, iniciador, propulsor, autor, y verdadero costeador de tan gran monumento, es decir el mismo D. Rodrigo Jiménez de Rada, como lo dice él terminantemente, sin miras a la historia, de resbalón, en el decreto de la creación de nuevas canonjías, el 10 de Julio de 1238, con estas palabras: «Así que, habiendo crecido en nuestro tiempo nuestra diócesis y Provincia, y habiéndose transformado de la forma de mezquita en disposición de Iglesia con nuestros trabajos y expensas, nos pareció a nosotros, Rodrigo, Arzobispo de Toledo... que se aumentara el número de los servidores de la misma.» (2) Esto es diáfano y categórico. Por eso atinadamen

(1) Lib. IX. c. 13. (2) Bibl. Nacional. sign. 13024. f. 75.

« AnteriorContinuar »