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no deben disfrutar del privilegio de la inmunidad, de que se hacen indignos.» Tan fea costumbre debía ser más generalizada de lo que pudiera creerse, porque el Padre Santo da una disposición para los dos Reinos de Castilla y León, y eso se lo suplicaba San Fernando.

El día siguiente de esas bulas, Gregorio nono firmó otra contra D. Rodrigo. Encarga en ella al Obispo de Cuenca y al Arcediano y Deán de la misma, que procedan en contra del mismo, por cuanto sin derecho, detiene algunas villas y otros bienes no comprendidos en el pleito principal, que exigían los Santiaguistas. (1) El mismo Obispo con otros asesores le sometió también, por otra bula, a un interrogatorio sobre la administración de la diócesis de Segovia. (2) No aparecen cargos contra el Arzobispo; el cual, el 3 Enero de 1235, estaba en Bliecos, su antigua posesión materna, donada por él a Huerta; y en este día hizo a los hortenses otra donación insigne; les dió la escritura de que les concedía para después de sus días el gran tesoro de su biblioteca. (3) D. Rodrigo en este año 1235 cumplió dos comisiones papales. Una del 23 de Enero, en que se le mandaba examinase los grados de consaguinidad de Lope Díaz de Haro con su mujer. Tenía ya seis hijos. La otra de Abril, en que se le ordenaba que compusiera las diferencias existentes entre el Obispo y Cabildo de Sigüenza sobre las Constituciones de aquella Iglesia. Se presentó allí y lo arregló a satisfacción de todos. (4)

Hasta el 3 de julio de este año no hay noticias. En este día D. Rodrigo escribió al nuevo rey de Navarra, D. Teobaldo, la curiosa carta de reconocimiento del usufruto temporal de una villa suya. Le dice así, después de la introdución. «Yo, el dicho Arzobispo, he recibido de D. Teobaldo, ilustre rey de Navarra, Champana de Brie, Conde de Palacio, en beneficio, el castillo de Cadreita y toda la villa con todas las pertenencias y derechos suyos, que se sabe que pertenecen al derecho real, para que poseamos pacífica y tranquilamente ese castillo y la villa durante todo el tiempo de nuestra vida. Mas después de mi muerte sean devueltos libremente y sin oposición alguna, de buena fe, al mismo rey, o sus herederos sucesores, dicho castillo con su villa y posesiones y todo lo demás, que he recibido, como grato beneficio, sin que por esta concesión adquiera en lo sucesivo derecho alguno ni la Iglesia de Toledo ni algún pariente mío. Para que acerca de esto no se origine duda alguna, he mandado escribir la presente letra de testimonio, sellada con mi sello. Dado en Brihuega, 3 de julio, año de la Encarnación del Señor, 1235, era 1273.» Documento elocuente, que nos asegura cuán pronto Teobaldo I de Navarra se quiso honrar, dando una prueba noble de satisfacción y afecto al hijo más glorioso del reino, que acaba de recibir en herencia, de manos de los navarros leales a su dinastía, los cuales, presididos por el Obispo de Pamplona, D. Pedro Ramírez, muy íntimo del Arzobispo de Toledo, como vimos al tratar de él, cuando era Obispo de Osma, fueron a la Champaña, a ofrecerle la corona, que le correspondía, y conducido a la capital de Navarra, fué ungido rey en la Catedral por el mismo Obispo, sin que prosperara el descabellado pacto de mutuo ahijamiento y sucesión a la corona, que habían firmado en Tudela, ante San Pedro Nolasco, el 26 de febrero de 1231, Sancho el Fuerte de Navarra y Jaime el Conquistador de Aragón. La donación prueba que D. Rodrigo era uno de los navarros partidarios de la rama dinástica directa de su nación, (5) y que no dió valor alguno al pacto

(1) Bull. S. Jacobi. p. 104. (2) Ap. 118. (3) Dice Cerralbo que él la publica el primero. Pero no es así. Está impresa en Manrique. Anales. Año 1230. (4) Auvray. 2403 y 2509. (5) Teobaldo era sobrino de Sancho el Fuerte, cuya hermana, Doña Blanca, estaba casada con el Conde de Champaña. Como no sobrevivió al rey sucesión directa, el hijo de Doña Blanca heredó el trono navarro. Se coronó el 8 de mayo de 1235.

de Tudela. Concurrieron también otras circunstancias, sin duda dignas de saberse, en esta donación, que de cierto se consignaron en el documento de la concesión de la villa. Pero se halla oculto, si no se ha perdido, y no sólo ese, sino también otro semejante del ofrecimiento de la villa de Arguedas por el mismo rey a nuestro Arzobispo, y la escritura de aceptación de la misma, redactada en análogos términos. Escribe el P. Moret. «En el Archivo de la Cámara de Comptos se hallan dos conocimientos del Arzobispo de Toledo, D. Rodrigo Jiménez, y ambos con su sello, y del año 1235, por los cuales reconoce que tiene por merced del rey Teobaldo a Cadreita y Arguedas por su vida. Que es nuevo indicio de que corría y se continuaba la familiaridad grande, que tenía ahora el rey Teobaldo con el Arzobispo....» (1) El anuncio de tan sugestivos documentos abre ante los ojos del historiador, ávido de noticias de las relaciones de D. Rodrigo con su patria, un horizonte indescifrable de estériles conjeturas. No se encuentra ni un dato más, que pueda ilustrar punto tan interesante. Teobaldo concedió en usufructo vitalicio al Arzobispo, Cadreita, para testimoniar su aprecio, sin duda porque esa villa había sido antes de su padre y de su abuelo, que se llamaron con el apelativo de Cadreita más frecuentemente que el de Rada, como sabemos, y la hermana de D. Rodrigo, monja en las Hulgas, así firmó siempre. A la muerte del padre del Arzobispo adquirió la villa la familia Vidaurre, de cuyas manos la rescató Sancho el Fuerte en 1218, dando a los dos hermanos, Juán y Gil de Vidaurre, cuatro pueblos en la montaña, a cambio de Cadreita. (2)

El 5 de noviembre murió en Toro la virtuosa esposa de San Fernando, Doña Beatriz de Suabia, de la que el Arzobispo dice, que fué sepultada en las Huelgas de Burgos, al lado de Enrique. (3) Se sospecha que fué larga su enfermedad, pues el rey no salió a campaña este año, si bien una parte de sus tropas iban circunvalando la ciudad de Córdoba, aunque a respetable distancia, para poder con el tiempo formalizar el asedio. De suponer es que D. Rodrigo acudió a consolar la Corte y solemnizar las exequias de la noble difunta, acompañándola a su última morada terrestre, como lo había hecho con los reyes y los Infantes hasta entonces, y era costumbre de todos los Prelados del reino, que pudieran asistir.

Mucho pesaba ya en Roma la causa de D. Rodrigo y del Arzobispo de Compostela, y Gregorio IX hacía todos los esfuerzos para resolverla pronto, con el fin de dar paz a las Iglesias de Toledo y Santiago, que después de la unión de las coronas de León y Castilla tenían que comunicarse más, y por lo mismo había más ocasiones de choques. Desde luego el Compostelano había reconocido, sin poner reparo alguno, al Toledano su preeminencia y prioridad en los actos oficiales públicos del reino unido, porque desde el principio, el Toledano comenzó a estampar su firma en los documentos reales el primero de todo el Episcopado. Pues ya las cartas primeras de León llevan la firma de D. Rodrigo antes que la del Arzobispo de Compostela. Pero esto era poco, y D. Rodrigo tenía el mayor empeño para que

(1) Anales... Lib. XXI c. 1. No sé qué suerte habrán corrido los dos documentos de oferta de Don Teobaldo, que nos habrían dado tantas luces, y el reconocimiento del de Arguedas. Me choca también que en el Inventario de Martin Périz de Cáseda sólo se mencione el de Cadreita. Arigita. Documentos Inéditos. n. 264. (2) Uno de estos dos caballeros Vidaurre fué padre de la famosa Señora Gil de Vidaurre, que se casó morganáticamente con Jaime el Conquistador, del cual tuvo dos Infantes de Aragón, harto célebres en la historia. El monarca aragonés no fué fiel hasta el fin a la mujer, que más hechizó su alma durante su vida. Gil de Vidaurre tenazmente luchó para que se reconociera su enlace, con el apoyo de los Papas, pero sin éxito. Tras una vida borrascosa en el mundo, se encerró en la Zaidia de Valencia, donde asombró a los coetaneos con su penitencia y virtudes. Corrijanse los groseros errores de Vicente de la Fuente acerca de ella, en la Hist. Ecl. La penitente navarra murió como santa. (3) Lib. IX. c. 15.

Roma sentenciase en pleito tan importante; porque seguro estaba él que la sentencia le favorecería, y todos lo veían así. Pero a su empeño oponía la Providencia nuevos obstáculos. Uno de estos fué la muerte del Obispo electo de León, tercer juez de la causa. El Papa le sustituyó con el Obispo de Burgos, (6 de mayo de 1235) y tuvo que cambiar los plazos para los sumarios. Antes había mandado que en otoño de 1236 los jueces presentasen en Roma los sumarios en forma, y que D. Rodrigo y su contricante estuviesen ante su presencia, para oir la sentencia definitiva. Ahora dispone que podrán tomar tiempo, para sumariar el proceso, hasta Navidad de 1237, y aún más, si hace falta, y les encarga que ellos fijen la fecha, en que los Arzobispos han de estar en el Tribunal del Pontífice Romano. Esta dilación de la causa hizo innecesario el viaje de D. Rodrigo a Roma en 1236. (1) Mas aquí está el enigma: esta dilación motivó el viaje de nuestro Arzobispo al Tribunal de Gregorio, en este mismo año. He aquí su solución. En tanto que así se entorpecía esa causa, tomó un aspecto alarmante la cuestión de D. Rodrigo con los Caballeros de Santiago, que pidieron en Roma, que se les hiciera pronto justicia, para poder tener paz y atender sin trabas, al grave negocio de las guerras contra los sarracenos. Y como el Papa quería oir cómo argumentaba Jiménez de Rada contra los privilegios de los Santiaguistas, pues planteaba el problema con fuerza y con novedad, mandó a los jueces de la causa, que eran los Obispos de Segovia, Salamanca y Burgos, que comunicaran de oficio a los Santiaguistas y al Arzobispo de Toledo, que se presentaran en Roma para el fin de la Cuaresma de 1236. (Bulas de 1 y 15 de marzo) Ahora bien, yendo a Roma, D. Rodrigo no podía prestar las declaraciones necesarias para sumariar la causa de la Primacía con Compostela. De aquí la forzosa dilación de ésta hasta el regreso del Toledano, que podía retrasarse más o menos tiempo. Y por esa causa Gregorio IX concedió a los nuevos jueces de la causa de la Primacía, en forma tan elástica, el plazo para sumariarla en el término de dos o más años, y que ellos por fin señalasen el momento, en que debería tenerse el juicio en Roma. Si el P. Fita hubiera leído las dos últimas bulas citadas sobre la Primacía, no hubiera escrito las siguientes reflexiones acerca de este punto. «En valde D. Rodrigo, tenaz en su propósito, había pasado de nuevo o Roma, cuando San Fernando se apoderó de Córdoba... El fruto de este viaje no fué mayor, por lo tocante a la Primacía toledana, que el del año 1217. Gregorio IX dió a D. Rodrigo nueva copia de las bulas, que concernían a la pretensión.» (2) No es verdad, como se deduce de lo dicho. El Toledano no pudo discutir este asunto en este viaje. Ya veremos también adelante, con documentos en la mano, que D. Rodrigo obtuvo la copia de las bulas en 1239, para discutir con el Tarraconense. En ninguna parte aparecen indicios del giro, que tomó esta contienda, ni cómo finó. El Bulario de Gregorio IX no trata más de ella. Yo conjeturo que D. Rodrigo las presentó en la Curia Romana a la par que la de Tarragona, y que Gregorio entonces expidió la bula, en que se reconocían los derechos de la Primacía de Toledo sobre todas las Iglesias de España, después de examinar las razones del Compostelano.

El Padre Santo, el 5 de Diciembre de 1235, suplicó afectuosamente (afectuose) a D. Rodrigo para que hiciese los posibles, para enviarle auxilios militares y subsidios de boca y guerra, con el fin de ayudarle en la guerra angustiosa, que tenía con los romanos, los cuales andaban en tumultos y rebeliones, despreciando sus excomuniones, en lugar de ser los más adictos católicos del mundo. (3) Lo mismo

(1) Ap. 127 y 129. (2) Razón y Fe. tom. III. p. 64. El P. Luciano Serrano incurre en el mismo error. D. Mauricio. p.116 (3) Auvray. 2362.

pidió a otros cincuenta Prelados de la cristiandad, y a los Reyes de Castilla, Aragón, Navarra y Portugal individualmente, y cosa chocante, a ningún soberano más.

A principios de 1236 D. Rodrigo libró a su predilecta Orden Militar de Calatrava de un inminente cataclismo, por comisión pontificia. Atravesaba por tan tremenda crisis que San Fernando escribía al Papa, «que había tan gran desorden en dicha Orden que se debilitaba en lo temporal, y se le privaba al Rey del servicio debido.» (1) La desorganización más honda estaba en la casa matriz de Calatrava. Los motivos eran la intromisión de los cistercienses franceses de Morimundo, y la relajación de la observancia regular. Al decir de seis clérigos y otros seis caballeros delatores, de la Orden, tan grande era esa inobservancia «que casi ningún vestigio de religión había quedado en la misma Orden.» (2) Delación que se hacía medio año después de la intervención de D. Rodrigo, el cual, como veremos luego, no pudo poner todo el remedio necesario. Sin duda la intromisión de los cistercienses franceses provino principalmente del deseo de implantar la observancia religiosa; pues alegaron por razón que ellos tenían derecho de formar el espíritu religioso de aquella Orden Militar, por ser del Císter de Morimundo. Por eso el Superior de Morimundo puso por Prior de Calatrava a un francés, y además adscribió a aquella casa caballeros franceses. Irritó a los Caballeros españoles este nombramiento, que era contrario a la costumbre; pues los Calatravos elegían sus Superiores. Y lo peor fué, que los franceses procedieron sin tino, atreviéndose a obrar contra las legítimas costumbres, hiriendo con insolencia los sentimientos patrióticos con temerarias iniciativas, por desconocer la índole nacional de España. Llegó con esto el mal a lo más crítico. Al enterarse de esto, el Papa mandó al Abad de Morimundo, que pusiera oportuno remedio, y que de lo contrario, lo haría el Arzobispo de Toledo, en cumplimiento del orden, que se le había dado. (3) Como el Abad dejó transcurrir el plazo para que lo pusiera, don Rodrigo, en compañía de sus sufragáneos de Cuenca y Segovia, se presentó en Calatrava, y organizó la Comunidad conforme a los estatutos de la fundación, y recomendó con celo y energía la observancia fiel de la regla. Por eso a principios de 1236 mandaba en Calatrava un Prior español, con los demás asistentes establecidos por los estatutos de la Orden. (4) Hecho esto, D. Rodrigo se retiró, porque tenía que acudir a Roma, para defender sus graves asuntos y obedecer al Papa. En Calatrava quedaron aun muchas semillas de desorganización. Los franceses anunciaron que iban a borrarlos de la filiación espiritual; ya que eran malos religiosos y se negaban a recibir la formación cisterciense. No pocos continuaban sin reformarse. Muchos alborotaban, con razón, contra el Maestre General, Gonzalo Yáñez, gran soldado, pero gallego litigante insuperable, al que acusaban de usurpador de la primera dignidad de la Orden, por violencia. (5) En fin, un núcleo fuerte de españoles se inclinaba a admitir una intervención francesa prudente, con el fin de introducir, no sólo una sana reforma orgánica, sino también la reforma interior verdadera. En tales circunstancias se congregó el Capítulo General de la Orden, en la segunda parte de 1236, para hacer las cosas a fondo. En la reunión prevaleció un sano criterio mixto; y así se admitió, que el Maestre y los demás cargos se mantuvieran según las primitivas normas, pero que el Abad de Morimundo nombrara el Prior y un Visitador de su gusto. Con aplauso general se recibió esto, que confirmó el Papa en Enero de 1237. Como se ve el Capítulo General destruyó par

(1) Manrique. Anales. C. 8. n. 11. Ap. 123. (2) Auvray. 3320. Bula del 18 de Septiembre de 1236. (3) Manrique. Anales. 1236. C. 6. (4) Manrique. Anales. 1236. C. 6. (5) Auvray. 3320.

te de lo establecido por D. Rodrigo y conservó la otra parte. Podemos repetir con el Analista Manrique: «Si dolió a Rodrigo, Arzobispo de Toledo, que se revocara de esa manera lo que había establecido él, es cosa dudosa. Lo que consta es que renovó en este tiempo contra Calatrava el pleito, que estaba adormecido casi hacía diez años.» (1) De esto segundo se hablará adelante, en lugar propio.

D. Rodrigo se fué a Roma en la primavera de 1236. De resbalón nos da él mismo la notícia de esta visita al Papa, diciendo, al contar la consagración de la mezquita de Córdoba, ciudad conquistada el 29 de Junio de 1236, «que Juan, Obispo de Osma, Canciller de la Cámara Real, hacía las veces de Rodrigo, Primado de Toledo, que en aquel tiempo estaba en la Sede Apostólica.» (2)

Arriba expusimos los puntos capitales de este asunto, al resumir las quejas de D. Rodrigo en 1231. En los cinco años transcurridos, desde entonces hasta 1236, Jiménez de Rada agravó la situación de los Santiaguistas con medidas más duras, no queriendo vivir in statu quo, en los cuatro años de espera, que iba a tener la causa. Diciendo que le asistía el derecho común y que tenía también privilegios particulares de Roma, prohibió la administración de los sacramentos en las iglesias de los Santiaguistas, y declaró nulos los matrimonios celebrados allí. Prohibió recibir óleo y crisma de ningún Obispo a los diocesanos de esos lugares; y bajo excomunión el ir a los mercados de esa Orden, favoreciendo, en cambio, con indultos, a los que concurrieran a sus mercados. En fin les estrechó con más apremiantes y frecuentes litigios en casos particulares. (3) Viéndose los Santiaguistas tan encadenados, y aún casi hostigados, suplicaron al Padre Santo que se apresurara a hacerles justicia. También tenía prisa D. Rodrigo de salir triunfante de sus intentos, y acabar de una vez las luchas con adversarios tan poderosos. ¿Cómo defendio D. Rodrigo su doctrina y su conducta con los Caballeros de Santiago? El mismo gran Papa, autor de las Decretales, se encargó de remitir a la posteridad la síntesis ordenada de la poderosa y constriñente argumentación de D. Rodrigo, para destruir los dos principios de la exención de los Santiaguistas, en la amplitud, que ellos entendían y practicaban, en la magnífica Bula, que el inmortal Pontífice publicó para dar a conocer, tanto esa argumentación, como las resoluciones, que ha dado sobre las diversas conciusiones, que proponía Jiménez de Rada. Para hacer ver debidamante la solidez, la profundidad, la agudeza, la consumada maestría dialéctica y canonista, como la erudición exquisita del derecho, del Arzobispo D. Rodrigo, habría que traducir literalmente esa preciosa y extensa Bula, dirigida al mismo Prelado, y que empieza así, hablando con el mismo: «Viniendo tú a la Sede Apostólica, procuraste exponer en nuestra presencia.» (4) Bula que se expidió el 15 de Diciembre de 1236. He aquí los resultados, que obtuvo D. Rodrigo, con su impugnación famosa, que tanto interés tenía en oir el Papa, para dar interpretación solemne y auténtica de los privilegios, concedidos por Alejandro III a los Santiaguistas.

Estos pretendían tener exención total de los Obispos en virtud de esta cláusula: «Os recibimos como hijos especiales y propios de la Iglesia Romana.» Gregorio IX declara, en conformidad con los argumentos de Jiménez de Rada, que ese artículo no les concede tal exención.

Pretendían los Santiaguistas que por lugar desierto, para edificar pueblos y formar parroquias independientes del Diocesano, se entendía cualquier lugar, en que no estuviera organizado el servicio parroquial. D. Rodrigo lo rechaza en absoluto,

(1) Manrique. Anales. 1236. C. VI. (2) Lib. IX. C. 17. (3) Bulas del 1 y 15 de Marzo. (4) Ap. 137. Otra idéntica dirigió a la Orden Militar de Santiago, para intimarle sus decisiones.

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