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bía hacerlo, del celo de San Fernando por la gloria y exaltación del nombre cristiano, como declara el Papa, al principiar la bula de 3 de Septiembre de este año, dirigida al mismo D. Rodrigo y a los Obispos de Burgos y Osma, expresando, que se le ha hecho relación verbal de las virtudes del Rey de Castilla, y concede la facultad de cobrar veinte mil áureos anuales de los bienes de la Iglesia de Castilla, por tres años seguidos. (1) Al día siguiente por otro breve mandó a Rodrigo y a los demás Prelados de Castilla, que animasen a San Fernando a la guerra, y que le prestasen apoyo. (2) Del 10 de Octubre son las bulas, que prohiben fulminar censuras contra el Rey y contra la Reina, sin especial licencia del Papa. Las debió impetrar Rodrigo, que continuó varios meses en la Corte del Pontífice. Tan especial veneración tenía el Papa a todo lo que disponía San Fernando, que mantenía en vigor todos sus decretos. Cuando Tello de Palencia, en este mismo año pidió que suavizase ciertas leyes respecto de los herejes convertidos, Gregorio IX le autorizó para recibirlos con cautelas, pero le dice que no significa esto la derogación del edicto Real, que ordena que todos los herejes sean desterrados perpetuamente. (3) También se ve aquí la influencia de Rodrigo, ministro del Príncipe. Anunciamos arriba con Manrique, que D. Rodrigo renovó hacia 1235 la reclamación de sus derechos a la Orden de Calatrava. Así fué en efecto, y seguramente con el fin de gestionarla el mismo Arzobispo personalmente en la Curia Romana, a la vez que lo hacía con los Santiaguistas. A este objeto elevó a Gregorio IX la demanda necesaria, diciéndole; que él no era inmortal; que había más de diez años que se habia debatido el litigio, y que se examinase el proceso. El Papa citó al Maestre y Caballeros de Calatrava por medio del Abad y Prior de Val de Iglesias, para que en el término de un año comparecieran por sí, o por procuradores, ante el tribunal romano, con los papeles en regla. Se les fijó, como plazo perentorio, el día de Pentecostés del año siguiente, 1236. Exigía D. Rodrigo de los Caballeros de Calatrava que obedecieran a las leyes diocesanas, en cuanto al pago de las décimas de las rentas Reales y otros tributos, y en cuanto a las relaciones de los clérigos, tanto los de la residencia de Calatrava como los de todo el Arzobispado Toledano. ¿Pero qué sucedió? Nos lo cuenta Gregorio IX, en su bula del 6 de Noviembre de 1236: «En la cual (fecha fijada) aunque compareció ante nosotros personalmente el Arzobispo, sin embargo dicho Maestre y Caballeros ni vinieron, ni cuidaron de enviar un representante autorizado, después de esperar más de cuarenta días.»>

Entonces D. Rodrigo reclamó del Papa con instancia que los tratara como contumaces. No accedió el Papa. Se dió al Toledano por Auditor al Obispo de Ostia, quien descubrió que no se habían cumplido bien las formalidades de la citación. Manifestó el Maestre general que deseaba asistir personalmente, y San Fernando solicitó favor; porque los Caballeros tomaban parte en la guerra de Córdoba. El Papa defirió, y ordenó nueva información del proceso a los Arcedianos de Segovia y Cuéllar, y al Chantre de Segovia, 6 de Noviembre de 1236. (4) Dos días después, el Papa calmó las alarmas de D. Rodrigo, declarando por un breve, que la aprobación de los bienes, que había dado a Calatrava, a solicitud de su procurador, en aquellos días, no prejuzgaba nada los derechos eventuales de la Mitra de Toledo sobre esos bienes, sino que era una aprobación común. (5)

Por efecto de la bula del 6 de Noviembre, presentóse ante la Curia romana un delegado de la Orden de Calatrava, el cual se condujo en tales términos, con efugios

(1) Ap. 130. Potthast. I. p. 876. Raynaldo. Año 1 37, con fecha equivocada. Auvray. 3313. (2) Avray. 3344 y 3345. (3) Auvray. 3347. (4) Auvray. 3347. (5) p. 36.

y excepciones artificiosas, ante el Cardenal Sinibaldo, nombrado Auditor de los procuradores de ambas partes, que comprobó el mismo Gregorio IX, según lo dice en su bula del 29 de Enero de 1237 con claridad, que el delegado calatravense no intentaba otra cosa que enredar y pasar el tiempo; por lo cual, después de comprobar las trapacerías dilatorias, a petición del procurador de D. Rodrigo, nombró una comisión de hombres buenos, que informaran en España la causa y se la remitieran a Roma. Volvió a nombrar a los dos mencionados Arcedianos y al Abad de Saltos Albos, por la citada bula del 29 de Enero. (1) Aquí pierdo la luz de los documentos, y no encuentro sobre este agitado asunto más que las elásticas e imprecisas alabanzas de Calatrava, que estampa Angel Manrique, para hacer ver que los Caballeros procedían con rectitud, a la vez que hace fluctuar a D. Rodrigo entre los celajes de timideces y vacilaciones, como dominado de un supersticioso respeto a la Orden Militar, muy amada por él. (2) Cosa absurda tratándose de D. Rodrigo, que era todo claridad, valor, aplomo y resolución franca. Intenta Manrique poner en buen lugar a los calatravos, por ser cistercienses. Terminado el objeto del viaje, apresuró la vuelta, obteniendo primero (el 28 Noviembre) el breve, en que se manda que nadie le perjudique en sus cosas con derecho dudoso. (3) La bula del 18 de Diciembre, tres días después de la gran bula sobre la exención y privilegios de los Santiaguistas, es de cordial despedida del Arzobispo, como lo patentiza su contexto, que es así: «Queriendo honrar a tu persona; y por el honor a tí hecho, beneficiar a otros, te otorgamos por las presentes, la facultad de conceder dos prebendas en la Iglesia de Toledo a dos clérigos idóneos y doctos... Dado en Terni.» (4) Así se separaron estos dos personajes célebres, que debieron agradarse por la cultura, talento, elocuencia y gran experiencia de los negocios. D. Rodrigo, sin atender al rigor del invierno, ni a lo avanzado de su edad, emprendió su regreso. A fines de Enero atravesaba el Reino de Navarra, paso obligado para el viaje de Roma. Se detuvo en la Corte del Rey navarro, D. Teobaldo, tan adicto suyo; y entonces debió interceder, a favor de Berenguer Climent, el cual declara así: «No teniendo yo derecho para hacer un molino en el Ebro, Teobaldo, Rey de Navarra, a petición de D. Rodrigo Jiménez, Venerable Arzobispo de Toledo, me dió la facultad de hacer dicho molino con azut y cuatro ruedas en el Ebro, de modo sin embargo, que se deje libre tránsito a las naves y demás cosas en el mismo Ebro, según costumbre.» (5) Le prohibe el Rey vender y empeñar el molino al que sea de fuera del Reino, sin licencia del Rey; 1 de Febrero de 1237.

Don Rodrigo reflejó la grata impresión que le produjo el conocimiento personal del primero de los Teobaldos de Navarra, que era uno de los famosos poetas de su tiempo y cultísimo espíritu, en su historia de los godos, al decir que era «apacible, justo, pacífico y modesto para todos, el cual es ahora (1243, en que escribía D. Rodrigo) Soberano de Navarra y Champaña; y el Señor dirija sus caminos.» (6) Y sobre los tres hijos de Teobaldo, habidos de la Reina Margarita, lanza esta bendición tierna: «El Señor aliente y prospere y ensalce su infancia.» (7) Los Tudelanos veneran un recuerdo de este paso de D. Rodrigo por su patria, en la Basílica de la Santa Cruz, a un kilómetro de Tudela, del siglo XI, honrada por los Reyes, que vivieron en aquella ciudad. Escribe así un escritor de la misma, incurriendo en pequeños yerros, que se ven luego: «La Basílica (de la Santa Cruz) co

(1) Auvray. 47 7. (2) Anales. 36. C. VI. (3) Pottaht. Tom. I. N. 10 67. (4) Ap. 138. (5) Documento integro en el Cartulario de Teobaldo. f. 80. Archivo de Navarra. (6) Lib. V. C. 24. (7) Lib. V. C. 24.

rre a cargo de la cofradía de Santa Cruz, de origen muy antiguo, debiéndose su fundación al Arzobispo de Toledo, D. Rodrigo Jiménez de Rada (se supone fué natural de aquí), (1) cuando estuvo en Tudela por los años 1235, (1237) y a virtud de la institución militar, que desde luego la dió el Rey D. Sancho VII de Navarra (era Teobaldo) vino a titularse de Ballesteros, por ser su arma principal, yendo a las guerras con pendón propio, entre ellas las que se tuvieron con Francia.» (2) Figura en el pendón una ballesta con arco. De Navarra el Arzobispo se dirigió naturalmente al encuentro del Rey de Castilla, que por Marzo de 1237 vagaba por Burgos y Vitoria, otorgando fueros y privilegios a Motrico y Guetaria. (3) El asunto que preocupaba a la Corte eran las nuevas nupcias de San Fernando; pues su madre, que según D. Rodrigo custodiaba la pureza de su hijo, no se sosegaba mientras no le veía casado, después de dos años de viudez. La dificultad era encontrar una esposa de suficiente nobleza para el Rey. Por fin se pensó en Juana de Pouthiu, pero pariente en tercer grado con cuarto, y se pidió dispensa antes del matrimonio, a Gregorio IX, el cual despachó la licencia el 31 de Agosto da 1237, diciendo, que lo hace, abrazando a Fernando de corazón, porque, «habiéndole el Señor glorificado entre los demás príncipes cristianos, dándole fama contra los enemigos, triunfando no sin divino milagro, no se enorgulleció su corazón.>> (4) D.a Juana era de la sangre Real de Francia; había estado casada con Enrique de Inglaterra, pero el mismo Gregorio IX anuló la unión, por la bula del 29 de Abril de 1236; (5) porque estaban ligados en cuarto grado de consanguinidad. Con estos datos, hasta ahora archivados en los bularios, y no trasladados a la Historia de España, precisamos más aproximadamente, en qué parte del año 1237 fué la boda de San Fernando en Burgos. Debió bendecirla el Primado, pero no lo dice, sino que escribe de la nueva Reina de Castilla, a la que trató diez años, que de «tal modo brillaba por su belleza, dignidad y modestia, que era grata a los ojos del marido y acepta ante Dios y los hombres.» (6)

Uno de los negocios, que aguardaban el regreso del Arzobispo de Toledo a España era la provisión y organización del Obispado de Córdoba, que tenía obligación de restaurarla en virtud de los decretos pontificios. En seguida se dió a este asunto, haciendo dos cosas principales; demarcar los límites del nuevo Obispado, conforme de antiguo se conocían, e instituir el nuevo Obispo. Quizás fué a Córdoba, para consagrar allí al nuevo Prelado. Pero el texto de D. Rodrigo sobre esto es ambiguo. Dice: «El Rey Fernando dió renta suficiente a la nueva Iglesia. Más tarde, habiendo Rodrigo, Primado y Arzobispo de Toledo, consagrado allí (ibi) Obispo al Maestro Lope, con privilegio, le confirmó los réditos y le dió además Lucena.» (7) Ese ibi puede entenderse, o que simplemente consagró a ese sujeto para Obispo de Córdoba, o que además ejecutó los actos de la consagración y colocación de dicha Sede en la misma ciudad, recientemente reconquistada. Lo que trasciende de la lectura de su historia es, que el Arzobispo visitó a Córdoba y admiró y estudió sus maravillas arquitectónicas; pues se expresa como quien traslada al libro lo que ha visto y observado. Escribe, al hablar de las construcciones del califa Issen: «Este hizo el puente, que todavía subsiste en Córdoba... y se halla en la dirección de la puerta mayor, cerca de la fortaleza, que en su lengua llaman Alcázar, y procuró con tanto esmero la construcción del puente, que

(1) En efecto hay quienes tienen por natural de Tudela a D. Rodrigo, ignoro con qué fundamento: acaso porque Rodrigo visitaba mucho a esta ciudad. (2) Sainz. «Apuntes Tudelanos.» t. I. p. 365. (3) Memorias... p. 430 y 433. Garibay. Lib. XIX. C. 39. (4) Auvray. 3847 y 3848. La primera bula es para la esposa, la segunda para Fernando (5) Auvray. 31 5. (6) Lib. IX. Capítulo último. (7) Lib. IX. C. 17.

él mismo trabajaba personalmente y dirigía el plan de la obra.» (1) Además, inmediatamente después de narrar el hecho de la consagración del Prelado, prorrumpe en una bellísima descripción de las excelencias y encantos de la ciudad conquistada, diciendo: «Y tan grande es la abundancia, amenidad y fertilidad de aquella urbe, que, oyendo el elogio de tan grande ciudad, de todas las partes de España, dejando su patria, afluían habitadores y futuros pobladores, como a bodas Reales; y de tal modo se llenó de habitantes, que faltaban casas para los pobladores y no pobladores, para las casas.» (2) Téngase en cuenta que desde el año de la conquista, San Fernando anduvo yendo y viniendo de Córdoba; ya porque se transformó aquella plaza en centro de las empresas guerreras sucesivas, ya para organizar la vida civil de la ciudad y de su comarca, harto estrecha al principio, ya para fomentar las nuevas huestes, que pedía la cruzada de tres años, concedida por Gregorio IX, en 1236. En esos repetidos viajes tenía que acompañarle el Arzobispo. Por fin, como éste cuenta en último capítulo de su historia, se le entregaron multitud de poblaciones de toda la ancha región cordobesa. Así se aseguró la gloriosa conquista de la corte más espléndida de los árabes de España, que ya el emperador Alfonso VII había tomado, pero como le censura D. Rodrigo, puso en el riesgo de perderla, poniéndola, dice «con consejo menos sano» en manos de Avengaria, que se le había entregado, exigiéndole inútilmente previo juramento de fidelidad. (3) Para dar sensación de desagravio nacional y de triunfo poderoso, de orden de San Fernando, se devolvieron a Santiago de Compostela, las campanas, que el terrible Almanzor había robado del sepulcro de Santiago, y hécholas llevar a Córdoba y colocar en su soberbia mezquita, como señal de resonante e insultante victoria, según refiere Jiménez de Rada. Con la narración de la conquista de Córdoba terminó D. Lucas, llamado el Tudense, su Crónica del mundo, la producción histórica más importante de España de aquel tiempo, después de las obras de D. Rodrigo. La compuso por encargo de D.a Berenguela, y algunos escriben que murió en 1236; pero erróneamente; pues parece indudable que San Fernando le hizo nombrar Obispo de Tuy en 1241. Acerca de las relaciones de D. Rodrigo con él, escribe Rohrbacher: «El Arzobispo Rodrigo tenía por amigo a otro historiador, Lucas de Tuy, nacido en León, al principio del siglo XIII.» (4) En otro autor español leemos: «Este Prelado, (D. Lucas) era íntimo amigo de don Rodrigo Jiménez, sabio Arzobispo de Toledo.» (5) No sé en qué se fundan estas dos aserciones tan categóricas y verosímiles. No he visto dato que las confirma, y acaso las sugirió el hecho de que los dos cronistas lo fueron de D.a Berenguela y San Fernando respectivamente, y no dejaron de comunicarse para escribir sus obras. El Tudense escribió, además de su Chronicón, la vida de San Isidoro, Arzobispo de Sevilla y el Tratado sobre los albigenses. Escritor docto, pío, ameno, pero erudito crédulo, que insertó en sus obras muchas patrañas, que han enturbiado la verdad histórica, haciendo difícil el discernimiento entre lo cierto, lo legendario y fabuloso.

A poco de llegar a España tuvo que intervenir en un asunto delicadísimo nuestro Arzobispo. Entre 1236 y 1237 San Fernando hizo un ademán violento y ostentoso de guerra contra el Reino de Navarra, con tales circunstancias, que su noticia llegó al Santo Padre, y desazonó y sobresaltó el ánimo de Gregorio IX. Alarmado el Vicario de Cristo, dirigió a D. Rodrigo la carta siguiente: «Según ha llegado a nuestros oídos, aunque no existe, como se dice, entre el ilustre Rey de Cas

(1) Historia Arabum. C. 20. (2) Lib. IX. C. 17. (3) Lib. VII. C. 8. (4) Hist. Liv. 72. (5) Biografía Ecl. completa. tomo XII. P. 397, por J. A.

tilla y nuestro carísimo hijo en Cristo, el ilustre Rey de Navarra, que ha tomado, la cruz, causa razonable, para que las banderas del Ejército Real, que se desplegaron ya contra los enemigos de la fe católica, se vuelvan contra los defensores de la misma; sin embargo se refiere, que aquel, que es autor de la discordia, ha movido al Rey de Castilla contra el Rey de Navarra; por eso se teme, que amenaza grave peligro a Tierra Santa, y que se perturbarán profundísimamente los Reinos de las Españas y de la Galia, de tal modo, que además de los daños de las almas, se piensa con claros indicios, que sobrevendrán muchas mortandades por semejante perturbación. En consecuencia, como sea indigno, que un Rey, mientras milita por el Rey de Reyes, padezca algún daño en su Reino, antes bien, perseverando en su servicio, deba gozar de una especial prerrogativa; por esta causa le recibimos con todos los bienes bajo la especial protección de San Pedro y nuestra, y por eso, en conciencia, no podemos faltar a él, mejor dicho, a Jesucristo, Señor nuestro. Rogamos y exhortamos a tu Fraternidad, suplicando por el Padre, Hijo y Espíritu Santo, y por la aspersión de la sangre de Jesucristo, y pidiendo por nuestro deber especial, que tú, considerando prudentemente con qué conciencia, o con qué paz podrán comparecer ante el Hijo unigénito de Dios..... los que no solamente no toman parte por sí mismos en esta necesidad, en defensa del que fué crucificado por los pecadores, sino que además se esfuerzan en impedir a los que quieren tomar parte, procures, que dicho Rey de Castilla firme con el mismo Rey de Navarra una paz verdadera, que ha de observarse inviolablemente, o treguas, que duren hasta su regreso, de tal suerte, que muestres que te duele la injuria de Cristo, y nosotros podamos alabar dignamente en el Señor la verdad de tu celo. Si por ventura se creyera en algo ofendido por él, haremos que se le satisfaga equitativamente, según lo requiere la dignidad del ofendido u ofensor. Te mandamos por lo tanto que amonestes con autoridad apostólica al dicho Rey de Castilla, a cumplir las cosas mencionadas y le convenzas eficazmente. Dado en Terni, 30 de Enero de 1237, décimo de nuestro pontificado.» (1) La misma amonestación dirigió al mismo San Fernando, a la Reina D.a Berenguela y al Canciller Real, Obispo de Osma. (2) No hay rastro alguno de los pasos que D. Rodrigo dió para impedir que estallara la guerra entre los Reinos cristianos, ni de los medios de que se valió para que se ligaran los dos con fuertes eslabones de paz, para que sin inquietudes realizara el Rey de Navarra la famosa y heroica cruzada a Tierra Santa. Creo que la aproximación de San Fernando a la frontera de Navarra, que señalan las firmas de gracias en Vitoria, en Marzo de 1237, como arriba referimos, obedeció a este asunto de la paz con Navarra. Es lo cierto que San Fernando no turbó la paz, que le exigía el Papa, ni obstó a la cruzada general, que tanto interesaba a toda la cristiandad.

Los musulmanes del Oriente se presentaban arrogantes, después del fracaso de laquinta cruzada, votada por el concilio de Letrán en 1215. Ya vimos con cuánta solicitud la habían promovido Inocencio III y Honorio III, y con qué sacrificios cooperó D. Rodrigo en el frente Occidental, en las expediciones guerreras, que preparó y guió en los años 1218 y 1219.

Y se preguntará ahora con razón: ¿Cómo cooperó Jiménez de Rada a la sexta cruzada general, que acaudilló su especial amigo, D. Teobaldo, Soberano de su Patria nativa, máxime después de haber recibido el encargo de Gregorio IX. para que contuviese a San Fernando en sus intentos de guerra contra Navarra, que era el único Reino español y europeo, que enarbolaba la divisa de esta cruzada en la

(1) Regestrm Romanun. 18 fol. 225. Auvray. 3477. (2) Auvray. 3475, 3476 y 3478.

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