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CAPÍTULO III

1202-1206.

Don Rodrigo en Navarra.—¿Fué cisterciense?—Sus relaciones en la Corte de su patria.-Concierta paces entre Navarra y Castilla y Aragón.-El poema de Roncesvalles.

Dos peregrinas y entre sí contradictorias noticias nos sorprenden aquí. Se lee en una Revista (1) «Si a su regreso de las escuelas parisienses fué, según se dice, novicio en el convento de Franciscanos de Toledo, debe extrañarse que no lo haya vindicado nunca esta Orden tan celosa por sus ilustres varones.»>

A lo que parece esta reflexión nació de lo que se encuentra en una biografía suya, desgraciadísima (2) «Volvió a su patria (de París) y fué recibido novicio en el convento de San Francisco de Toledo y se elevó por su mérito y virtudes a la dignidad de Arzobispo de esta ciudad y a la de Cardenal.» No atino de dónde haya podido provenir semejante disparate; pues en la vida de Ximénez de Rada nada aparece que pueda dar origen a tamaña ficción. El Seráfico Patriarca San Francisco de Asís, todavía no había organizado su obra maravillosa definitivamente, ni menos habían penetrado sus hijos en España, cuando ya D. Rodrigo era Arzobispo de Toledo, en 1209. Los Franciscanos no pueden vindicarle como a hijo insigne, pero sí le cuentan entre los grandes amigos y promotores de su Orden, a la que distinguió y favoreció el Arzobispo de una manera especial, como tendremos el gusto de referir.

Con apariencias de más verdad se cuenta la otra noticia. El eruditísimo bibliógrafo francés, que actualmente sigue publicando el «Répertoire des sources historiques du Moyen Age.-Bio-Biographie.» Ulysse Chevalier, dice que D. Rodrigo fué monje cisterciense. (3) No cita fuente ninguna, donde haya bebido esa noticia; la estampa categóricamente, sin titubear. Sospecho que la pudo tomar del ilustre historiador y literato Iturralde y Suit, quien se proponía escribir un estudio bajo este epígrafe «El gran monje navarro, el Arzobispo de Toledo, D. Rodrigo Jiménez de Rada». (4) Es una pena que el entusiasta y competentísimo Iturralde no haya podido escribir lo que anunciaba en el hermoso plan de su magnífica obra, ideada bajo la inspiración de la magistral de Montalembert, sobre los monjes del Occidente; y por cierto, del escritor francés, que era amigo suyo, recibió un elogio de la suya el buen escritor navarro. Ignoro, por lo tanto, por qué razones llamó Itu

(1) Propaganda Católica. p. 40, año 1898. (2) Biografía Ecl. Completa. tom. XXX, p. 739. (3) Vol. II. p. 803. Art. Xeménez. (4) «Las grandes ruinas monásticas de Navarra», vol. IX. c. 9.

rralde a D. Rodrigo, monje. Moreno Cebada, en su Historia de la Iglesia, le hace hijo del Cister. Pero no es posible admitir esta noticia, que ha nacido de las íntimas relaciones y amistad extraordinaria de D. Rodrigo con los cistercienses; pues su devoción a esta rama de la Orden de San Benito fué incomparable. Se acumuló dentro de su amplísimo y religiosísimo espíritu el doble tesoro, del todo excepcional, de la devoción de las dos líneas progenitoras, materna y paterna. Es un caso que no creo que tenga parecido. Los grandes devotos y bienhechores del Cister en el famoso monasterio de Fitero, en Navarra, habían sido los Radas, sus antepasados: y en Castilla, los Finojosas, también sus antecesores maternos, que colmaron de bienes a Santa María de Huerta. A los dos cenobios amó especialmente D. Rodrigo, y los enriqueció de bienes, y en ambos señaló el lugar de su sepulcro. Sin duda que esta devoción sugirió la idea de que fué cisterciense. Pero no es admisible. No lo hubieran callado los cronistas de las renombradas Abadías de Fitero y Huerta, ya que nada más glorioso podían decir al referir sus donaciones y beneficios. Pero los monjes de Huerta no hacen la más mínima alusión a esto sobre su tumba, ni en sus crónicas; ni tampoco los de Fitero, cuando pleiteaban para arrancar a los monjes de Huerta el cadáver del munífico constructor de Santa María de Fitero, donde, de su orden, estaba labrado el sepulcro que debía recoger sus restos mortales. Rodrigo llamaba padre a San Benito, como se vé en su Historia Ostrogothorum, en la cual refiere cómo el Santo Patriarca de Occidente cambió prodigiosamente en humanitario el cruelísimo corazón de Totila, cuando este rey bárbaro, arrastrado por la curiosidad, subió al monte Casino, para indagar si aquel solitario de celestial fama, estaba adornado del espíritu de profecía. Es lo único que D. Rodrigo manifiesta de San Benito; y eso no autoriza para escribir, que fué hijo de ese santo en ninguna de las frondosísimas ramas de la Orden de San Benito, que en tiempo de Jiménez de Rada llenaban los reinos cristianos de Europa. Por lo tanto hay que tener por cierto que D. Rodrigo no fué ni fraile, ni monje, ni religioso.

Entre 1202 y 1204 Jiménez de Rada terminó la carrera universitaria en París y volvió a su patria. Su vocación para entonces estaba decidida. Según se vé en su testamento, ya copiado arriba, era clérigo, y clérigo deseaba morir; y aun preveía que podía llegar algún día a ocupar prelacías. Me inclino también a creer, que no sólo estaba ordenado de menores e inscrito en el clero, sino que ya era diácono, grado en que perseveró hasta que se posesionó de la Sede Primada de las Españas. Si así no fuera ¿cómo el Arzobispo, en su escrito de París, hubiera podido hablar fundadamente de posibles cargos de Prelado, que podrían alcanzarle? El texto de ese testamento revela muchas cosas. Revela que su autor es un hombre ya hecho y maduro, apto, por su preparación y años, para desempeñar cargos importantes. Revela que tiene categoría social, independencia personal, y especial situación económica. De lo contrario no hubiera dispuesto tan libremente de su cuerpo. Pues bien, esto es una clave, que nos sirve para entender y explicar ciertos puntos de esta vida. Primeramente se deduce que D. Rodrigo, al redactar ese documento, era un sujeto, que podía aspirar a los más altos cargos de la Iglesia. Eso podía hacerlo sólo teniendo la base del diaconado. Se deduce, en segundo lugar, que es persona de viso e importancia y, por lo mismo, de edad, y de madurez especial. En consecuencia se puede decir fundadamente que D. Rodrigo hizo los estudios universitarios de Bolonia y París, siendo diácono; que se fué a hacerlos, después de haber obtenido algún beneficio eclesiástico, para aprovecharse del privilegio del Derecho canónico, que facultaba a los eclesiásticos beneficiados para trasladarse a las

Universidades, o a otros puntos de estudios, con el fin de ampliar los conocimientos en las ciencias sagradas.

Cuando D. Rodrigo volvió a su tierra, hecho un sabio, con el título de Doctor o Maestro, su padre Jimeno Pérez de Rada, que en aquel tiempo estaba en el apogeo de su privanza y servicios en la Corte de Navarra, como dijimos en el capítulo primero, puso a su hijo en relaciones con la familia real, y singularmente con el rey, por lo que D. Rodrigo tuvo fácil acceso a la cámara real de Navarra. Sancho el Fuerte conoció pronto su mérito, y enamorándose de sus letras y virtudes «le hizo, como escribe Nicolás Antonio, privado suyo y aúspice de la paz con Alfonso de Castilla». (1)

Para entender lo que entonces significaba una misión tan delicada y elevada preciso es que expongamos algo la situción de las cosas.

Don Rodrigo trató a tres reyes de su patria; a Sancho el Sabio, en la adolescencia, al Fuerte en la edad viril, y en la ancianidad, a Teobaldo el Grande, renombrados monarcas los tres; el que más el segundo, a quien empezó a servir y aconsejar Jiménez de Rada en los primeros pasos de su carrera política.

No era fácil aconsejar a Sancho el Fuerte en aquella aciaga fecha; pues aunque dedicado activamente a la reconstitución material de su reino, se abrasaba en la amargura de ver perdidas Alava y Guipúzcoa, y revolvía en su pecho el proyecto de la recuperación violenta. Le conoció a fondo y le describió D. Rodrigo lacónicamente, trazando los rasgos inconfundibles que le caracterizan. (2) Dice de él que era de prócer estatura (cerca de dos metros) (3), de fuerzas hercúleas, de indomable valor, aferradisimo a sus ideas hasta la terquedad, atleta siempre vencedor en todos los palenques de combate, cubierto con el broquel de las hazañas, alma bravía, ánimo enconado por las saetas que los adversarios le clavaban, y espíritu tétrico e irritado, pero no abatido, por las adversidades soportadas; resplandeciente siempre por la religiosidad jamás desmayada de su corazón cristiano, que, en el momento supremo de la cruzada de las Navas, no quiso rehusar la gloria de su brazo poderoso al servicio de Dios, (4) a pesar de sostener en el pecho tremenda batalla de resentimientos y quejas contra el que le había quitado la cuarta parte de sus estados. Con estas pinceladas nos transmite D. Rodrigo la figura de su rey.

Sancho no estaba en guerra cuando recibió en la Corte a D. Rodrigo, pero tampoco en paz. Anhelaba recuperar las grandes pérdidas de 1199 a 1201. Pero era absurdo que lo intentara, y más imposible que lo consiguiera; pues él era mucho más débil que sus poderosos enemigos. Seguían cordialmente unidos Alfonso de Castilla y Pedro de Aragón, con más ventaja de los castellanos, que de los aragoneses. Los agarenos mantenían el pacto de tregua concertado con Castilla a raíz de la muerte del Miramamolín Yacub, el 23 de Enero de 1199, y eso les convenía para pacificar el interior del Imperio, que se turbó hondamente con aquella muerte. Esta fué la causa por qué se negaron a prestar su auxilio al navarro, cuando durante la guerra con Castilla (1199-1201) lo solicitó, alegando los antiguos tratados. A pesar de haberse presentado personalmente a los jefes árabes, para reclamarlo tenazmente, y haberlo merecido sobradamente con servicios extraordinarios y hazañas de épica resonancia, que tanto se han celebrado por la historia legendaria, sólo consiguió recompensas pecuniarias y regalos de inmenso valor,

(1) Bibliotheca Vetus. II. Lib. VII. c. 2. (2) En tres puntos: Lib. V. c. 24. Lib. VII. c. 32. Lib. VIII. c. 6. (3) Así se comprobó el año 1912, cuando se reconocieron sus restos mortales, que yacen en Roncesvalles. (4) Lib. VIII. c. 6.

mas no auxilios militares, que era lo que buscaba; y regresó, por fin, triste y despechado, sin esperanzas de ninguna clase para lo futuro, bajo el bochorno de tan tremendo desengaño. (1)

Fluye de lo expuesto que hacía falta en Navarra una paz verdadera; paz por otra parte indispensable a Castilla y Aragón para luchar contra los infieles. Podemos suponer que D. Rodrigo inspiraría los sentimientos de esa paz en el ánimo del irritado monarca navarro, el cual vivía en forzosa tregua, pero en acecho, para lanzarse en el instante que juzgase favorable a sus planes de desquite. Cinco años iban a cumplirse desde que el hierro dormía en la vaina y los rivales no se hacían gestos de guerra, cuando estalló ésta furiosamente, dando al traste con las esperanzas, que los optimistas acariciaban; si bien la Providencia la permitió, para que los tres reyes llegasen a formalizar pactos de paz. D. Rodrigo cuenta así la guerra:

«Transcurridos estos sucesos (el año 1206) Diego López, Señor de Vizcaya, primer prócer de España, apartóse de Alfonso el Noble, por disensiones de familia, y devolviéndole los feudos, que tenía, pasó al rey de los navarros, y causó muchísimos daños a los castellanos con ataques y continuas incursiones. Mas el Noble Rey Alfonso, no pudiendo tolerar tales injurias, llamando a su yerno, el rey de León, atravesó las fronteras de los navarros. Sitiaron a Estella, población nobilisima; pero Diego López de Vizcaya, que en élla estaba con otros nobles castellanos, que peleaban bajo su mando, resistió violentamente, en encuentros encarnizados, aprovechándose de los obstáculos de las viñas. Como la población, con su fortaleza, consumía las fuerzas sitiadoras, y no había esperanzas de victoria, los reyes, habiendo primero devastado los contornos con gran daño de los habitantes, dejaron el cerco y volvieron a sus tierras.» (2)

En esta lucha, Sancho de Navarra apoyó primero al Señor de Vizcaya, y luego le abandonó. Entonces acudió al aragonés, que también le desechó. D. Diego pasó a los moros, y dañó cuanto pudo desde la frontera de Valencia a los aragoneses. Al poco, vino la paz. Dice D. Rodrigo: «Después (de esto) se firmó tregua para cierto tiempo entre el rey de Navarra y los reyes de Castilla y Aragón.» (3) Véase cómo:

Agradó al castellano el desamparo en que el navarro dejó al de Haro, el cual pidió asilo al aragonés, ya que no podía seguir en Estella, y Alfonso VIII manifestó deseos de paz, como dice D. Rodrigo, principal intermediario de la misma, con el fin de vengar la derrota de Alarcos. (4) No es verdad que se anticipara Don Sancho a solicitarla, según escribe Zurita (5) y lo subscribe Mondéjar. (6) La iniciativa de la paz partió de Alfonso VIII, por el deseo de preparar la campaña contra los moros, iniciativa que nació de ver que el navarro hostilizaba al de Haro, el cual también fué rechazado por Pedro de Aragón, y corrió al interior de las tierras valencianas. D. Rodrigo aprovechó esa iniciativa, y movió a su rey Sancho

(1) El cap. 32 del libro VII de D. Rodrigo contiene el relato de la pérdida de Alava y Guipúzcoa, y del viaje de Sancho a la tierra de los agarenos. Allí se vé que el navarro demoró su estancia entre los sarracenos, y que recorrió las ciudades andaluzas con el fin de obtener los auxilios, que esperaba, y que además envió al Africa mensajeros para urgir lo mismo en la corte marroquí, y que los esperó en Andalucía hasta su vuelta, por ver si lograban lo estipulado. Para mí el texto del Arzobispo no dice que Sancho pasara personalmente al Africa, ni autoriza para pensar así. Lo mejor que hasta ahora se ha escrito acerca de este famoso episodio del rey de Navarra, se halla en A. Huici, que es preciso leer. Está por estudiar y determinar netamente hasta qué punto se ha de censurar al rey de Navarra por sus alianzas con los moros. Cosa difícil, en la cual hay que desechar el voto de sus enemigos y sus acusaciones interesadas. (2) Lib. VII. c. 33. (3) Lib. VII. c. 33. (4) Idem. (5) Anales. Lib, II. c. 25 (6) Crónica c. 93.

para que la siguiera, y de aquí vino la reunión de los cuatro reyes en Alfaro, es decir, el de León, Castilla, Aragón y Navarra. (1)

Los sentimientos de cordialidad, reflejados en Alfaro, se cristalizaron en sólida tregua en Guadalajara, entre Castilla y Navarra, el 29 de octubre del año 1207. Alli vino Sancho de Navarra con seguridad del castellano, dice Garibay. (2)

Don Rodrigo asistió a las negociaciones, como el más sagaz y activo diplomático, traído, según todas las apariencias, por el soberano navarro, pero grato al castellano por sus relaciones de parentesco y trato con los Muñoz de Hinojosa, que tanto privaban en la corte de Castilla, como veremos adelante. Como dice el clásico escritor, por fin se firmó la tregua por cinco años con sólidas garantías, después de «muchas alteraciones y acuerdos, siendo en la concordia de los reyes el que más trabajó D. Rodrigo Jiménez.»

La más fuerte de esas garantías fué la entrega mutua de cuatro castillos a caballeros de confianza, que cada rey escogiese, para que en su nombre los tuviesen. El padre de D. Rodrigo fué uno de los cuatro caballeros navarros, elegidos por Alfonso VIII, que le fió un castillo.

Como D. Rodrigo indica, el navarro hizo también paces con el aragonés, pero no dice dónde. Zurita dice que Alfonso VIII comprometió para ellas a Pedro de Aragón, pero no consta. Lo que consta es que cuatro meses después de lo de Guadalajara, el aragonés y el navarro concertaron en Monteagudo (Navarra) no dar asilo a los rebeldes, y prestarse mutuo auxilio para recobrar lo que los rebeldes habían ocupado. Esto se cumplió por ambas partes fielmente.

Dos cosas importantes quedan atrás por explicar cumplidamente. Es la primera la causa de la rebelión del Señor de Vizcaya, que en Alarcos peleó como Alférez y por su excelente condición se llamó el Bueno. Alfonso IX de León despojó de sus bienes matrimoniales a D.a Urraca López, hermana del noble Señor, y reina de León, como tercera mujer de Fernando II de León. Alfonso VIII se dejó ganar por el leonés, y apoyó tan injusto atropello, sin mirar a los fueros de la conciencia y de la dignidad; lo cual irritó a D. Diego hasta alzarse en rebelión, y devolverle sus feudos, atrayendo sobre si la ira y las fuerzas de los dos reyes, y peleó bravamente al amparo del navarro. No le censuró D. Rodrigo al de Haro por este acto, porque veía que era digna su causa; y además ambos fueron amigos con el tiempo, y acaso ya para entonces se había iniciado la amistad. El año 1211, cuatro después de este suceso, D. Diego hizo una buena donación a D. Rodrigo: y el Arzobispo, que estimó mucho al Señor de Vizcaya, fué quien le reconcilió con el rey de Castilla, le abrió el camino a todas las antiguas grandezas, y le elevó a la categoría de jefe de las fuerzas extranjeras en la empresa de las Navas de Tolosa (3) por el celo que puso para que utilizara Alfonso VIII el valor y la pericia de tan gran soldado.

No cabe duda de que el padre del Arzobispo fué escogido como persona de confianza por el rey de Castilla, para tener en rehenes lo estipulado respecto de los castillos con Sancho de Navarra, puesto que, como se ve en los Anales (Lib. XX c. 4 n. 31) el año siguiente, 1208, figura D. Jimeno de Rada como Señor de Irurita. Prueba de extraordinaria estimación del mismo insigne caballero de parte del rey navarro es que, cuando dos años después, el 4 de Junio, se entrevistaron Sancho de Navarra y Pedro de Aragón entre Cortes y Mallén, no lejos de Tudela, y se

(1) Mariana. Lib. XII. c. 22. Garibay. Lib. XII. c. 20. (2) Lib. XII. c. 20. (3) Anales de Navarra. Lib. XX. c. III. n. 41.-Lib. IV. c. V. n. 8.—Moret no cita la fuente.=Lo_refiere la Crónica general de Navarra.

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