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las Diócesis, para que disfruten del régimen del Pastor propio, concedido por divino beneficio. Además todas las posesiones y los bienes todos, que la Iglesia toledana posee al presente justa y canónicamente, y los que tuviere en la futuro por concesión de los Pontífices, donación de Reyes y Príncipes, concesión de los fieleso pueda adquirir, por cualquier otro justo medio, se conservan a ti y a tus sucesores, firmes e intactos.»>

Como dice Inocencio III, al principio de la bula, de cuya segunda parte sacaremos más adelante otras noticias, (1) fué expedida en contestación a la petición de D. Rodrigo; petición que le dirigió de viva voz en el viaje que relatamos. El objeto del viaje quizás fué doble. Primero la consagración episcopal. Ya dijimos arriba que todas las noticias vienen a concluir que D. Rodrigo se consagró hacia la primavera de 1210. Por otro lado nada autoriza para creer la insinuación, que hemos copiado, del Obispo Minguella; y el viaje coincide exactamente con la fecha indicada. Por lo que es muy probable que fué consagrado D. Rodrigo por Inocencio III. El segundo objeto fué la cuestión de la Primacía de su Sede.

Nuestros lectores, viendo que componemos la presente historia, siguiendo paso a paso la cronología, comenzarán a extrañarse, de que no empiecen a aparecer en la narración los primeros movimientos de aquella ofensiva cristiana contra los sarracenos, que terminó con la epopeya del Muradal; porque ya hacia fines de 1209, voces augustas de Roma conmovían muchas fibras interiores, y en 1212, en las regiones hispanas, empezaban a formarse las olas bélicas, y D. Rodrigo era quien daba vida a ese movimiento. Pero haciendo una excepción, vamos a separar completamente hasta el año doce todo lo que pertenece a los preparativos y ejecución de esa empresa, que más que a nadie corresponde a nuestro héroe, y daremos ahora cuenta de los demás actos suyos.

A mediados de febrero de 1211 recorría Castilla la Vieja en compañía del rey; y en San Esteban de Gozmar firma la autorización para adquirir bienes inmuebles en varias villas, que D. Alfonso concedió al Cabildo de Sigüenza, el 28 de febrero. Era un favor grande; pues estaba prohibido al clero la adquisición de propiedades de esta clase a título de perpetuidad. El fantasma de las manos muertas asustaba mucho en aquellos días, (2) porque sustraía muchas rentas al erario público y al fisco real: pero no había sectarismo religioso.

El 7 de marzo se hallaba en Burgos, población tantas veces visitada por él, por ser la que encerraba los afectos de los reyes, que él aconsejó, y Corte en que éstos vivían sin zozobras. Con gusto venía allí D. Rodrigo por visitar a su hermana, María Jiménez, monja en las Huelgas de Burgos, insigne fundación de Alfonso VIII, bajo la inspiración de su mujer, D.a Leonor. Era de la orden del Císter, obedecía al monasterio de Huerta; y su primera Abadesa y fundadora del cenobio, había venido de Tulebras, monasterio de la Ribera de Navarra, no lejos de la mansión señorial y natal de los Radas. Se llamó Mira Sol. D. Rodrigo compró en ese día 7 de marzo su herencia. Decía la hermana a su hermano: «Sepan todos los presentes y futuros, y que yo, María Jiménez, hija de Jimeno de Cadreita, monja del real monasterio de Burgos, con consentimiento y beneplácito de D.a Sancha, mi Abadesa, vendo a vos, Rodrigo Jiménez, Arzobispo de Toledo, mi hermano, toda la parte del patrimonio que tengo, o debe pertenecerme de parte del padre y de la madre, y también la parte que me tocó de parte de mi hermano, Pedro Jiménez que murió en ultramar; lo vendo en doscientas monedas de oro con que me doy por satisfecha, y declaro, que se me han pagado exactamente.» (3) Como

(1) Ap. 7. (2) Minguella. I p. 520. (3) Lib. priv. I. f. 32; y pergamino original.

se vé, todavía vivían los padres de nuestro Arzobispo: el cual, diez días después, autorizó con su firma la concordia, que tres árbitros propusieron en el litigio que las monjas de San Pedro de Toledo y su primo el Obispo de Sigüenza sostenían acerca de varias fincas, conformándose al fin con recibir la mitad cada parte. (1) En el mes de Julio realizó D. Rodrigo un acto de imperecedora memoria, que la historia ha ensalzado merecidamente. Estando en Toledo creó la insigne Colegiata de Talavera de la Reina y organizó sabiamente el Cabildo. Después de un expresivo preámbulo, dice así el celoso fundador, en el acta de creación y organización:

«Nos, Rodrigo, por la gracia de Dios, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas, atendiendo y considerando la devoción de la iglesia de Talavera, por la cual se mantiene firme e irrefragable en la religión de la fe cristiana, y juzgando digno condescender a las preces de los amados hijos, los clérigos de la Iglesia de Talavera, habiendo obtenido sobre esto el consejo, la voluntad, el consentimiento y la autorización del venerable Cabildo toledano, hacemos conventual para adelante a la iglesia de Santa María de Talavera, y desde ahora en adelante será perpetuamente iglesia conventual, y habrá allí siempre Canónigos, que día y noche recitarán los oficios divinos y ofrecerán oraciones y súplicas a la divina Majestad, por la salvación de los vivos y descanso de los difuntos.>>

El nombramiento de todos los Canónigos y prebendados lo reserva absolutamente a la Mitra, sin que jamás tenga el nuevo Cabildo derecho de intervenir con su voto o consejo en la creación de ningún canonicato, ni en la provisión de ninguna dignidad o prebenda. Las Dignidades perpetuas, que creó fueron el Deanato el Subdeanato, el Preceptorado y la Tesorería. En cuanto al Arcediano, dispone que lo será siempre el que fuere nombrado Arcediano del Arcedianato Talaverense, con la plenitud y absoluta superioridad de derechos de siempre, pudiendo y debiendo ejercer sobre su Cabildo la misma autoridad que el Deán de Toledo ejerce sobre el suyo, con derecho de Arcediano, exceptuando lo que se refiere a nombramiento de los miembros del Cabildo, que queda completamente reservado a D. Rodrigo y sus sucesores. Declara que la Colegiata con su Cabildo quedará sujeta al Arzobispo de Toledo y a la Iglesia de Toledo; y en señal de esta sujeción perpetua, obliga a que la Colegiata y su Cabildo paguen un censo anual insignificante, pero con solemnidad extraordinaria. El censo será cinco maravedís, y lo pagarán en la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, que es titular de la Iglesia Catedral de Toledo. Se practicaban especiales ceremonias de honor en aquel acto. En el momento de la colación canonical deberán todos prestar obediencia al Arzobispo sobre los Santos Evangelios.

Los nuevos miembros del Cabildo prometieron y juraron guardar todos los puntos sobredichos, renunciando a todo derecho escrito o no escrito, que en alguno de esos puntos les pudiera favorecer, en lo presente o futuro, en contra de lo que se reservaba el Arzobispo. ¡Cuán hermética y firmemente cerraba con esa claúsula el Arzobispo toda puerta y todo resquicio a todo lo que en algo pudiera atar la autoridad y los derechos amplísimos, que se reservó! Se descubre ahí qué cerebro tan previsor había en D. Rodrigo para cegar terminante y absolutamente todas las fuentes de disturbios, que de las pretensiones del Cabildo podían provenir al Arzobispo en los tiempos venideros.

Termina así: «Se hizo esto en Toledo, el año del Señor 1211, en el mes de julio,» Firman, después de D. Rodrigo, treinta y tres individuos de todas clases del clero

(1) Minguella. I. p. 521

toledano. (1) Como indudablemente siguió a Cuenca a su rey en este mes, y firmó allí la donación de Avengamar, que, en premio de los grandes servicios, que en la población de Moya habían prestado los Santiaguistas, les había hecho Alfonso VIII (2) suponemos que el acto se verificó en la primera parte de Julio; puesto que firma en Cuenca el 26 del mismo.

El famoso Señor de Vizcaya, D. Diego López de Haro, ya había vuelto para esta fecha a la gracia del rey; y se dijo ya que D. Rodrigo procuró con su influjo esta reconciliación, que tan benéfica había de ser para el triunfo de las Navas de Tolosa. De esta mediación de D. Rodrigo en favor del primer potentado de Castilla, que por la hostilidad de los tres reyes de Castilla, Aragón y Navarra había venido a parar en una extrema necesidad, debió nacer cierta relación de cordialidad entre el Arzobispo y el antiguo héroe de Alarcos. El caso es que el primero de Agosto de este año hizo a D. Rodrigo y a su Iglesia la donación riquísima de la villa de Alcubelet, (3) sita en el término de Toledo, con todos los derechos, que alli tenía. (4) Debieron mermar mucho las rentas del Conde Haro con esa donación, y para remedio de la merma, y también acaso, porque había de por medio otras razones, acudió D. Diego López a D. Rodrigo, y éste le dió la villa de Mazarabella con todos los productos y utilidades, por el tiempo de su vida, con la única condición de que no la podía vender, alienar o empeorar, ni maltratar, poniéndola en malas manos. En la sierra de San Vicente, en la guerra que Alfonso VIII hacía al moro, firmó D. Rodrigo el documento de donación. (5)

En el Cabildo toledano se habían despertado ciertos recelos acerca de la verdad de la concesión del castillo de Bogas (así se lee en documento del Liber privil. II. fol. 65.) de parte de D. Rodrigo, y el Arzobispo disipó esos recelos, el mes de Noviembre, por medio de un documento solemne, que firmó el Cabildo con él, reconociendo que en verdad donó ese castillo, con todo lo que tiene, al Cabildo toledano, para que cumpliera las cargas que le impone. (6).

En este mismo año Alfonso VIII hizo a D. Rodrigo y a su Iglesia la donación de la importante villa de La Guardia, cuyo texto precioso debe leerse. Dice: «Se sabe que la santa Iglesia de Dios es templo de Dios y alcázar del rey supremo, y que ese alcázar se debe adornar más que con el oro y corruptibles piedras labradas, con devotos afectos. Por eso, cuando las cosas temporales se ofrecen a Dios, no se deben contar entre el oro, plata, púrpura y jacinto, sino entre el pelo de las cabras. Por lo cual, yo, Alfonso, por la gracia de Dios rey de Castilla y Toledo, junto con mi mujer Leonor y mi hijo Enrique, viendo que no soy digno de presentar me ante las miradas del rey supremo, no me atrevo a ofrecer los dones de los re-yes al Hijo del rey supremo; sino que, terreno como soy, con los ojos humillados hacia la tierra, ofrezco dones terrenos, para que el Rey omnipotente se digne acep tarlos misericordiosamente, no entre los dones preciosos, sino entre el pelo de las cabras, para remedio de mi alma, de la reina y de la de mi hijo, el Infante D. Fernando, y de las de mi padre y abuelo. Aunque nada valgan los dones terrenos ante Dios, con todo hago donación de un donecillo, no digno del rostro de Jesucristo, de cierta villa, que se llama La Guardia, a nuestro Señor Jesucristo, a la Bienaventurada María Virgen, Señora de Toledo, y a vos D. Rodrigo, Arzobispo

(1) Lib. priv. II. f. 65-66. Otra copia en el Lib. priv. I. f. 30 y 31. (2) Bull. Sti. Jacobi. p. 58. (3) Las dos cartas de lo de Alcubelet y Mozabedula están en Lib. priv. I. f. 282 r y v. y II. f. 2. v. y f. 28. v. (4) Lib. priv. 1. fol. 28. col. 2.-Mondéjar. Notas posteriores al cap. CXI. (5) Lib. priv. 11. ol. 28.-Lib. 1. fol. 2. (6) Lib. priv. 1. fol. 33. r. col. 1 y 11.-11. fol. 65.

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de la misma Iglesia, Primado de las Españas, y vuestros sucesores, para que perpetuamente lo posean con derecho hereditario...» (1)

Se percibe la brillante pluma de D. Rodrigo en este documento, cuya fecha exacta ignoro; porque no la trasladó el copista al documento de confirmación, que el año 1218 otorgó San Fernando. El P. Fita opinó que era posterior a la muerte del Infante D. Fernando, porque allí se dice que lo dona por remedio de su alma. La razón no vale; también dice que lo hace por la suya propia y por la de su mujer, y ambos vivían. Si hubiera fallecido para entonces su hijo querido, hubiera hecho sonar una nota de tristeza, como ocurre en los documentos que Alfonso VIII expide después de la muerte del amable Príncipe, cuando le menciona. Esta villa de La Guardia es la que con el tiempo adquirió veneranda y terrorífica celebridad por la tragedia abominable del martirio del niño cristiano, que realizaron los judíos. Empecemos ya con la inmortal empresa de las Navas de Tolosa.

(1) Lib. privil. 1. fol. 24. r.

CAPÍTULO VI

1211-1212.

Preparación de la gran cruzada de las Navas.-Fracasa la cruzada particular de Castilla.-El castillo de Salvatierra se rinde a Miramamolín.-Castilla pide al Papa y a la cristiandad una cruzada general.-La predica D. Rodrigo.-Las huestes en Toledo.-Rogativas universales.—El ejército Almohade.

Conforme a la historia y conforme a los doctos historiadores, la más alta hazaña, la más importante y decisiva empresa de la España cristiana contra el imperio más poderoso del mundo en la edad media, en los ocho siglos de heróica guerra por la reconquista de su patria, es la campaña y victoria de las Navas de Tolosa. Era la hora en que el poderío musulmán estaba en el apogeo de su mayor grandeza y pujanza, en el instante en que habían subido los Almohades a la cumbre de la suya. Porque nadie subió a tanta altura como los Almohades en los días áureos de su mayor ventura, pues en aquel momento tenían la suerte de poseer lo que jamás habían visto los hijos de Mahoma desde que éste encendió la guerra por el Corán. Poseían la paz en todo su colosal imperio en el interior, en el Asia, en el Africa y en España: acababan de recobrar la Palestina con gloriosos esfuerzos; todos los pueblos circundantes del Africa y Asia les servían rendidos y les pagaban tributos; y los enardecía el calor del sol favorable de Alarcos. Un solo pensamiento político y guerrero animaba a todos. El ardor religioso del fanatismo alcoránico los abrasaba como nunca, por las fogosas predicaciones de los santones, que jamás fueron entre ellos más ardientes que durante el mando fuerte y activo de los Almohades. Luego en sus manos estaban los recursos materiales y morales más grandes que podían desearse. Para colmo de su fortuna, empuñaba entonces el cetro imperial un joven de treinta años, audaz, aguerrido, prudente, ardoroso, ávido de gloria militar, acuciado por el acicate de una implacable codicia, ansioso de superar a todos sus predecesores en conquistas guerreras, y anheloso de raer el nombre de Cristo de todas partes, y seguro de que lo conseguiría con su incontrastable poder. Por eso, compenetrado con su pueblo, anuncia al orbe el proyecto, no sólo de destrozar los reinos cristianos de España y unirlos a sus estados, sino de aplastar a la Europa cristiana; anuncio que aterra a Inocencio III y a la cristiandad. Aun más, pone enseguida el proyecto por obra, proclamando la guerra santa, y reuniendo en todo su vasto dominio un colosal ejército compuesto de todos los elementos más perfectos de combate, y poniéndose a su cabeza, salta del Africa a España. (1)

(1) En Huici véanse pormenores y citas. 24-25.

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