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año, que ordenaba la jura en aquellos dominios del Rey Fernando VII. El gobernador de la plaza, don Francisco Javier Elio, dió cuenta al virrey Liniers de haber proclamado por bando al nuevo Rey y de haber señalado para el 12 de Agosto el solemne acto de la jura. Dispuso Liniers que se aplazase el acto para el día 31 y así se hubiera hecho, sin la llegada de Mr. Sassenay, emisario de Napoleón encargado de instar el reconocimiento de José, ocurrido el 13 y que obligó á anticipar la jura el día 21.

El aplazamiento de la jura ordenado por Liniers, una proclama que dictó el 15 de Agosto y fué reputada por algunos de sospechosa, la circunstancia de ser de origen francés y el acto de entregar el mando de las tropas á su hermano, el Conde Liniers, atrajeron sobre el virrey, si antes ya no existía, la animosidad de Elío. Permitióse el gobernador de Montevideo hacer oficialmente á Liniers algunas advertencias. Tomólas Liniers à mal y á su instancia acordaron la Audiencia, el cuerpo consistorial, el obispo diocesano y las principales autoridades de Buenos Aires el comparecimiento en aquella capital de don Francisco Javier de Elio.

Fundándose en razones de alta política, solicitaron Elio y el cabildo de Montevideo la revocación de tal orden, peligrosa á su juicio en momentos de tanta agitación. Decretó entonces el virrey por sí solo la deposición del gobernador y nombró en su lugar al capitán

de navío don Juan Angel Michelena. Protestaron los habitantes de tal disposición y acordaron la creación de una Junta, dando cuenta de ello al virrey y al Gobierno supremo de la Nación.

Volvió entonces Liniers sobre su primer acuerdo y acallando todo rencor, se allanó á que continuase Elio en el gobierno de Montevideo, à condición de que fuese anulada la Junta. Pero bastaba que Liniers quisiese esto para que Elío juzgase conveniente conservarla.

Hizolo así y quedó cortada desde entonces toda correspondencia entre el gobernador y el virrey.

No ocurrió lo mismo entre los ayuntamientos de Montevideo y Buenos Aires

bue mantuvieron constante y estrecha correspondencia que no tardó en dar sus frutos.

El día 1.o de Enero de 1809 estalló en Buenos Aires un motín. Presentóse en la plaza la multitud y pidió que à imitación de Montevideo se constituyese una Junta.

Congregó Liniers en su palacio las autoridades y propuso hacer renuncia de su mando en el oficial más condecorado, à condición de que no se llevase á efecto la instalación de la Junta popular. No logró su propósito. Se le aceptó, empero, la dimisión y así se comunicó al pueblo.

Algunos comandantes de los cuerpos patricios entraron en esto precipitadamente en el fuerte, mostrándose dispuestos á sostener la autoridad del virrey contra los amotinados. Cedieron estos y fué Liniers restituído á la plenitud de su autoridad.

No costó ya trabajo descubrir la trama de aquella insurrección. Habíala promovido el ayuntamiento, de acuerdo con algunos comandantes y cuerpos de patricios y secundado por elementos populares. Se prendió á los principales instigadores, y don Martin Alzaga, don Esteban Villanueva, don Juan Antonio Santa Coloma y don Francisco Neira fueron relegados á la costa patagónica. Un indulto en favor de la multitud, no sin algunas reservas, que por fortuna no tuvieron jamás las consecuencias que se temió, dió fin á aquella jornada.

Prohibióse desde entonces al cabildo celebrar sesión alguna extraordinaria sin conocimiento del jefe superior y se decretó el desarme de los cuerpos voluntarios de vizcaínos, catalanes y gallegos que más se habían distinguido en la sedición. Alarmada la Junta central por la noticia de las disensiones entre Liniers y Elío, nombró virrey de Buenos Aires al teniente general don Baltasar Hidalgo de Cisneros, marino que se había distinguido en el combate de Trafalgar. Llegó Cisneros á Montevideo á principios de Junio de 1809.

Al tiempo que á Cisneros virrey, nombró la Central á Elio subinspector gencral de todas las milicias argentinas, y gobernador de Montevideo á don Vicente Nieto.

Reconocióse á Liniers una asignación anual de 100,000 reales sobre las cajas de Buenos Aires, y el titulo de Conde de esta ciudad.

Bien pronto pudo convencerse Cisneros de cuán gratuítas habían sido las sCSpechas que se había sentido contra Liniers. Este pundonoroso militar rechazó cuantas proposiciones se le hicieron para que, contra lo acordado en la metrópoli, retuviese el mando. Tomando una pistola en la mano, prometió suicidarse antes que faltar á sus deberes de lealtad.

Llevaba Cisneros á su virreinato instrucciones que, como dadas desde lejos y sin exacto conocimiento de la situación, no pudo en su mayoría cumplir. Habíasele encargado que disolviera la Junta de Montevideo, si bien colmándola de encomios y distinciones; que sobreseyera en el proceso incoado á consecuencia del motin del 1.o de Enero poniendo en libertad á los deportados y haciendo en su favor

declaraciones honorificas; que dispusiese el inmediato reembarco de Liniers para España; que disolviese los cuerpos de arribeños y patricios, compuestos exclusivamente de criollos y reorganizase los europeos de gallegos, vizcaínos y catalanes, y que anulase, en fin, la denominación de los cuerpos urbanos armados por provincias y lugares de su nacimiento, para organizarlos de nuevo como españoles con oficialidad propuesta por Elío y aceptada por el propio Cisneros.

Convengamos en que las tales instrucciones no eran las más á propósito para restablecer la calma de aquel agitado país.

Apenas tuvieron noticia de esas instrucciones, reuniéronse los jefes principales de las milicias, Belgrano, Pueyrredón, Viamonte, Terrada, Azcuénaga y Martin Rodríguez con personas de las más notables, como Rivadavia, y decidieron de clararse en abierta desobediencia, declarándose unos por solicitar el apoyo de Liniers y otros por instituir una Junta provisional que gobernase durante la cautividad de Fernando VII, en nombre de la Infanta Carlota.

Decidióse explorar la voluntad de Liniers, y entonces fué cuando el popular ex virrey se negó enérgicamente á todo acto de rebelión. No sólo se negó, sino que pasó á la Banda Oriental á recibir á Cisneros, le entregó el mando, le hizo imparcial relación del estado del país y le aconsejó lealmente que adoptase temperamentos de templanza y desistiese de ejecutar alguna de las peligrosas instrucciones que traía. Solicitó además Liniers de Cisneros que le permitiese retirarse á ciento cincuenta leguas de distancia, para quitar á la maledicencia toda ocasión de ejercitarse. Encaminóse luego Liniers à Buenos Aires y entregó allí el mando de las fuerzas populares à Nieto, en representación del virrey.

Císneros entró en Buenos Aires el día 30 de Junio. No desarmó los cuerpos de arribeños y patricios, ni envió á España á Liniers, ni puso á Elío en posesión del cargo de inspector de milicias. Hacía bien conduciéndose con prudencia.

El estado del país no aconsejaba otra cosa. Cualquier pretexto bastaba para que estallasen sublevaciones.

Hacía apenas un mes que se había producido por motivo futil un serio conflicto en la ciudad de Charcas ó Chuquisaca. El nombramiento de provisor eclesiástico dió lugar á que se formasen dos partidos: en el uno figuraban el cabildo eclesiástico y la Audiencia, en el otro el arzobispo y el propio presidente de la ciudad, teniente general don Ramón García León de Pizarro. Dividióse con las autoridades el pueblo, intervino el general Goyeneche, comisionado español, para sostener en América los derechos de Fernando VII, y tales fueron sus consejos á Pizarro, que Pizarro en vez de refrenar provocó el motín.

La primitiva causa de disgusto, aquel nombramiento de provisor, se transformó en una acusación, contra Goyeneche y Pizarro, en connivencia con la Infanta Carlota para entregarla el verreinato. La prisión del sindico procurador de la Universidad y el anuncio de otras acabó de acalorar los ánimos.

El 25 de Mayo tocó el pueblo á rebato las campanas de las iglesias, atacó armado al palacio del presidente, encerró á éste en un calabozo y confió el gobier

no civil al oidor decano de la Audiencia y el militar al coronel don Juan Antonio Alvarez de Arenales.

Dirigió en seguida el nuevo gobierno de Chuquisaca una exposición al virrey haciendo protestas de fidelidad á Fernando VII y acusando al gobernador Pizarro de alta traición.

Si esta sublevación debía servir de aviso á Cisneros, confirmación de cuantos

Pany

temores pudiese abrigar fué la ocurrida antes de un mes de su instalación en el virreinato, en el pueblo de la Paz. Sublevóse aquí la gente el 16 de Julio apoyada por un batallón de milicias y los gritos de ¡Viva Fernando VII! ¡Mueran los chapetones! (1). Nombró el pueblo una Junta á que tituló Junta tuitiva de los derechos de Fernando VII y para la que designó solamente hijos del país; dióse una Constitución, reformó el régimen administrativo y levantó tropas. En una proclama dirigida al país expresaron los pa ceños sus quejas y sus aspiraciones, sosteniendo que hasta entonces habían tolerado una especie de destierro en el seno mismo de su patria y visto con indiferencia por más de tres siglos sometida su primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto que, degradándoles de la especie humana, les había reputado por salvajes y mirado como esclavos, y que era ya hora de sacudir tan funesto yugo. Ya es tiempo, añadían, de organizar un sistema nuevo de gobierno

fundado en los intereses de nuestra Patria. Ya es tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor titulo y conservadas con la mayor injusticia y tiranía.»

Mal se compadecían estas explícitas manifestaciones en favor de la independencia con aquellos vivas á Fernando VII y con aquel título de su Junta de tuitiva de los derechos del Monarca español.

(1) Españoles.

Contra Charcas y Paz, enviaron respectivamente Cisneros y Abascal, este último á la sazón virrey del Perú, el primero al general Nieto con 1,000 hombres y el segundo á Goyeneche con 5,000.

Vencidos los paceños, á quienes capitaneaba don Pedro Domingo Murillo, y escarmentados con dureza en las personas de sus principales jefes, rindiéronse, desalentados, á la llegada de Nieto los de Chuquisaca. Nieto, nombrado presidente de Charcas en substitución de Pizarro, no se mostró tan cruel como Goyeneche con los vencidos y se contentó con algunas prisiones y deportaciones.

Tropezaba Cisneros en su gestión con todo género de obstáculos. Comenzadas las disensiones intestinas en el Alto Perú, había cesado la remesa de fondos á Buenos Aires y la situación económica no presentaba mejor aspecto que la política. Habíase recurrido en el año anterior á una contribución extraordinaria; se había decretado un impuesto sobre las propiedades y el 24 por 100 de derechos sobre los efectos de introducción. Ninguna de estas medidas había dado resultado. Necesitábanse nada menos que doscientos cincuenta mil pesos mensuales para atender á los gastos, y apenas se recaudaban cien mil. Hubo en tal trance de recurrir Cisneros á una medida que habían de tomar muy à mal los españoles: decretó la libertad comercial, como medida transitoria, hasta que España, libre de la invasión francesa, pudiera seguir surtiendo los mercados coloniales. Esta disposición, la única eficaz, según confirmaron los hechos y predecía en su exposición, á nombre de los hacendados de las campañas del Río de la Plata, don Mariano Moreno, tenía en aquellos momentos para nuestra causa un grave peligro: el de descubrir á los americanos la explotación de que hasta entonces los habíamos hecho objeto.

Pudo, merced á la decretada libertad comercial, paparse las deudas atrasadas, atenderse á todos los gastos y hasta obtener un remanente de doscientos mil pesos mensuales.

Alcanzaron además con la medida valor muchos artículos del pais, y entre ellos los cueros, cuya exportación se duplicó.

Era Cisneros hombre de buena voluntad y atendió, como á lo económico y lo político, á otros asuntos de distinto orden. Asolaba el bandolerismo el país, y para extirparlo creó partidas sueltas de caballería. Era vicio tan generalizado con grave perjuicio de las buenas costumbres y de la tranquilidad de los vecinos pacíficos el duelo á cuchillo, que raro era el día que no ensangrentaba las calles, y para corregirlo adoptó severas disposiciones. El remedio contra el bandolerismo surtió efecto. Las disposiciones contra el duelo no dieron resultado.

Había llegado Cisneros en mala hora á su virreinato, y todo, hasta lo bueno que realizó, redundó en contra de su autoridad. Las persecuciones de los bandoleros, como los castigos á los duelistas, como los rigores empleados en Charcas y en Paz, como la libertad comercial que venía á malograr el negocio que estaban haciendo tantos peninsulares, como las propias condiciones de su carácter, todo se conjuró para restarle simpatías y crearle enemigos.

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