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que las disposiciones que iba dando. Oraá estaba encargado de dirigirla; pero, al llegar aquella hora y sabedor de lo crítico de las circunstancias, el general en jefe saltó del lecho, donde le tenía postrado un padecimiento físico, montó á caballo y dirigióse al puente de Luchana, recompuesto poco antes por los ingenieros. Con apasionado acento arengó á sus soldados:

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« Compañeros, les dijo, - la noche de este día se halla destinada á cubrirnos de gloria y á que conozcan los enemigos y el mundo entero que somos dignos de empuñar estas armas que la Nación nos ha confiado. Habéis sufrido con la constancia más laudable los trabajos y privaciones que ofrecen dos meses de campamento en medio de la estación más cruda del año. La Reina y la Patria necesitan que esta noche hagamos el último esfuerzo. Los soldados valientes como vosotros no necesitan más que un solo cartucho; ese sólo se disparará en caso necesario, y con las puntas de vuestras bayonetas, tan acostumbradas á vencer, daremos fin á tan grandiosa empresa; batiremos á los enemigos de nuestra idolatrada Reina, los arrollaremos, y tanto vosotros como yo, que soy el primer soldado, el primero delante de vosotros, los veremos morir ó abandonar el campo, llenos de ignominia y oprobio, corriendo precipitadamente á ocultarse en sus encumbradas guaridas. Marchemos, pues, al combate; marchemos á concluir la obra, á recoger la corona de laurel que nos está preparada; marchemos, en fin, á salvar y abrazar á nuestros hermanos, los valientes que con tanto denuedo han imitado nuestro ejemplo defendiendo la causa nacional dentro de los muros de la inmortal Bilbao. »

Una aclamación unánime acogió estas frases animosas, y los batallones de Borbón, Gerona, Infante, Soria y Extremadura, guiados por Espartero, lanzáronse á la bayoneta, tomando las alturas y el fuerte de Banderas y haciendo huir al enemigo precipitadamente. Oraá y Minuisir, al frente de sus columnas, cooperaron al avance, y el ejército carlista, perdida ya la esperanza, abandonó presuroso todas las posiciones de la derecha de la ría; los puentes de San Marcos y de Olaveaga, que habían construído, sirvieron para darles paso, dispersos y en el mayor desorden, presa del pánico que les sobrecogió. El tren de sitio, que consistía en veinticinco piezas de grueso calibre, armas, bagajes é infinidad de prisioneros perdieron los rebeldes en aquella jornada, que produjo en la ciudad loco frenesí. Espartero entró en ella á las nueve de la mañana del siguiente dia, siendo recibido con delirante entusiasmo. Concedióle el Gobierno el titulo de Conde de Luchana, y las Cortes declararon haber merecido bien de la Patria los defensores de Bilbao y el general y las tropas á sus órdenes que hicieron levantar el sitio.

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EL GENERAL ESPARTERO REVISTANDO SUS TROPAS ANTES DE LA BATALLA DE LUCHANA,

III

Inmejorable ocasión habría sido aquélla para concluir con las facciones, si los directores de la campaña, residentes en Madrid, hubiesen dedicado sus esfuerzos á perseguirlas, en vez de dormirse, como lo hicieron, sobre los laureles de la victoria que acabamos de relatar.

Los carlistas, hasta entonces unidos en las ideas, comenzaron á manifestar opuestos criterios que llevaron la confusión á la Corte del Pretendiente. Unos, como el arzobispo de Cuba, el padre Gil, el general Cabañas y Valdespina, le aconsejaban que transigiera, formulando al efecto un programa en el que prometiera considerar á todos los españoles por igual, ofreciendo algunas reformas liberales. El obispo de León y los demás consejeros de Don Carlos se oponían á estos planes, considerándolos revolucionarios y pecaminosos. Los militares del partido dividiéronse también, achacándose mutuamente las culpas de los desastres, y de todo ello surgió un estado de recelos y desconfianzas que llegó á originar la prisión del general Eguía en el castillo de San Gregorio, de Navarra. Formáronse grupos con los nombres de transaccionistas, puristas, infantistas y eguiistas, que minaban sordamente la existencia de la rebeldía, cuyo elemento principal de vida no podía ser otro sino la cohesión. Mal podía inspirarla el Pretendiente, persona vulgar, sin arranques ni sentimientos elevados, juguete de los apostólicos y representante de un absolutismo teocrático del que se burlaba la mayoría de los militares del partido. He aquí cómo le juzgó el señor Fernández de los Ríos: « Don Carlos no tenía vicios ni virtudes; era un fanático insensato, que hacía consistir la religión en una serie de actos rutinarios. Ayunaba muy a menudo, leía las vidas de los santos, llenaba la mesa y las paredes de su cuarto de imágenes de todas clases, rezaba el rosario en familia, confesaba todos los meses, escogiendo los curas más ignorantes, y descuidaba los negocios de más importancia para salir al encuentro de quien le traía una estampa bendita ó un hueso estimado como reliquia. Acompañábale siempre un gentilhombre cargado de santos y breviarios para presentárselos así que llegaba á su alojamiento; no hacía ningún caso de los actos de corrupción de los empleados, pero mandaba castigar rigurosamente al oficial que no oíá misa los domingos.

A un hombre de esta naturaleza; en el estado, además, que alcanzó la guerra después de la victoria de Luchana; y traicionando á la nación liberal que tantos sacrificios hacía por ella y por su hija, acudió Cristina, para entablar con él negociaciones á espaldas de su Gobierno. De acuerdo con los Reyes de Nápoles, propuso á Don Carlos reconocer los derechos que alegaba á la Corona de España, con la condición de que su primogénito se casase con la Reina Isabel, y que fuesen perdonadas las personas que por ella se habian comprometido. El Pretendiente contestó por medio de un documento donde se decía lo que sigue:

< Tomando en consideración el estado de cautiverio de la Reina viuda Doña María Cristina, y el deseo que ha manifestado de refugiarse con sus hijas en el seno de su augusta familia, S. M. C. es del mismo sentir que S. M. el Rey de las dos Sicilias; que la combinación más feliz para salvar á la Reina viuda de los peligros que la amenazan, y poner término á una guerra tan desastrosa para España, seria que ella y sus hijas pudiesen venir cerca de S. M. C.

» Para la ejecución de este proyecto, el Rey, después de haber oido el dictamen de su Consejo de Estado, ha decidido que se den las órdenes convenientes á los generales que operan sobre Madrid, para que hagan todo lo posible para salvar á la Reina viuda y á sus hijas, y las faciliten los auxilios y ayuda que puedan necesitar, á fin de que se junten con los ejércitos de S. M. C.

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Luego que S. M. la Reina viuda haya hecho en el cuartel general, á presencia del general que mande sus tropas reales, el acto formal de reconocimiento de los derechos legítimos de S. M. C. el señor Don Carlos V, como Rey de España y de las Indias, reconocerá S. M. los suyos como viuda de su augusto hermano (Q. G. H.), y los de sus hijas como Infantas de Castilla.

La posición de la Reina viuda será la misma que si se hallase en España y gozará de las mismas ventajas que en Nápoles.>>

Fuese que á Cristina la doliera ver rechazada con el silencio su proposición

de casar á Isabel II con el Conde de Montemolin; fuese que entonces ya comenzasen las inteligencias suyas con los moderados para expulsar del poder á los progresistas, las negociaciones se interrumpieron sin pasar más adelante. Se ha abrigado, sin embargo, la sospecha de que estuviesen relacionadas con la expedición que organizó poco después Don Carlos para dirigirse sobre Madrid.

Dejó el Pretendiente á Uranga con fuerzas bastantes para mantener la insurrección en las provincias Vascongadas, y reuniendo 15,000 hombres, al frente de los que puso á su sobrino el Infante Don Sebastián, salió de Estella el 17 de Mayo de 1837, marchó sobre el Arga, pasó por Echaurri, Monreal y Lumbier y entró en Aragón. En los primeros días siguientes al de esta marcha encontró á los expedicionarios el general Ceballos Escalera, cerca de Orio, causándoles algunas pérdidas, pero no pudo detenerles. Ya en Aragón, dirigióse Don Carlos à Huesca, en cuyas inmediaciones fué derrotado el general Iribarren, que le perseguía, siguiendo aquél á Bar

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Ceballos Escalera.

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