Ofrécesme un soberbio casamiento, sin ver que el ser soberbio es gran pecado, y fuera de este mundo, quieres darme ó como en el ligero viento la ave. ¡Oh sí, aunque yo pagase el fuego y leña, y verdadera por soñada gloria... (D. FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS.) C. Oda mística ó religiosa. Noche escura del alma. En una noche escura, Con ansias en amores inflamada, ¡Oh dichosa ventura! Salf sin ser notada, Estando ya mi casa sosegada. A escuras y segura Por la secreta escala, disfrazada, ¡Oh dichosa ventura! A escuras, encelada, Estando ya mi casa sosegada. En la noche dichosa, En secreto, que nadie me veía, Ni yo miraba cosa, Sin otra luz ni guía Sino la que en el corazón ardía. Aquesta me guiaba Mas cierto que la luz de mediodía, Quien yo bien me sabía En parte donde nadie parecía. ¡Oh noche, que guiaste, Oh noche amable más que el alborada, Oh noche, que juntaste Amado con amada, Amada en el Amado trasformada! En mi pecho florido, Que entero para él solo se guardaba, Allí quedó dormido Y yo le regalaba, Y el ventalle de cedros aire daba. El aire del almena, Cuando yo sus cabellos esparcía, Con su mano serena En mi cuello hería, Y todos mis sentidos suspendía. El rostro recliné sobre el Amado, Dejando mi cuidado Entre las azucenas olvidado. (SAN JUAN DE La Cruz, 1542-1591.) Noche serena. A Don Oloarte. Cuando contemplo el cielo, De innumerabies luces adornado, Y miro hacia el suelo, De noche rodeado, En sueño y en olvido sepultado, El amor y la pena Despiertan en mi pecho un ansia ardiente, Depiden larga vena, Los ojos hechos fuentes, Oloarte, y digo al fin con voz doliente: «Morada de grandeza Templo de claridad y hermosura, El alma que á tu alteza Nació, ¿qué desventura La tiene en esta cárcel baja, escura? »¿Qué mortal desatino De la verdad aleja así el sentido, Que, de tu bien divino Olvidado, perdido Sigue la vana sombra el bien fingido? El hombre está entregado Al sueño, de su suerte no cuidando, Y con paso callado El cielo vueltas dando, Las horas del vivir le va hurtando. ¡Oh! despertad, mortales, Mirad con atención en vuestro daño; Las almas inmortales, Hechas á bien tamaño, ¿Podrán vivir de sombras y de engaño? A aquesta celestial eterna esfera, De aquesta lisonjera Vida, con cuanto teme y cuanto espera. ¿Es más que un breve punto El bajo y torpe suelo, comparado Con ese gran trasunto, Do vive mejorado Lo que es, lo que será, lo que ha pasado? Quien mira el gran concierto De aquestos resplandores eternales, Su movimiento cierto, Sus pasos desiguales, Y en proporción concorde tan iguales; La luna cómo mueve La plateada rueda, y va en pos de ella La luz do el saber llueve, Y la graciosa estrella De amor la sigue, reluciente y bella; Y cómo otro camino Prosigue el sanguinoso Marte airado, Y el Júpiter benino De bienes mil cercado, Serena el cielo con su rayo amado. Rodéase en la cumbre Saturno, padre de los siglos de oro; Tras él la muchedumbre Del reluciente coro Su luz va repartiendo y su tesoro. ¿Quién es el que esto mira Y precia la bajeza de la tierra, Y no gime y suspira Y rompe lo que encierra El alma, y destos bienes la destierra? Aquí vive el contento Aquí reina la paz, aquí asentado Está el amor sagrado, De glorias y deleites rodeado. Inmensa hermosura Aquí se muestra toda, y resplandece Que jamás anochece; Eterna primavera aquí florece. ¡Oh campos verdaderos! ¡Oh prados con verdad frescos y amenos, Riquísimos mineros! ¡Oh deleitosos senos, Repuestos valles, de mil bienes llenos! (FRAY LUIS DE LEÓN. 1527-1591.) El Cielo. ¡Oh playas eternas, azules, radiantes de místico modo! Arriba y abajo y en torno este Cielo sin límites huelga; y así como á nidos pequeños á todos los mundos arropa; El Cielo es la Patria sin odios, ni ausencia, ni error, ni falsía; la ¡Mirad cómo al Cielo señalan, cuan mano al mortal bienhechora, va el lente del sabio, la faz del viajero, el pincel del artista! El Cielo es la Patria! ¡Mirad cómo todo de allá nos desciende: la luz y el rocío, la sombra y el iris, la lluvia y la caìma; У en ed cómo, al par, desde el orbe á los diáfanos Cielos asciende D. Oda moral. Epístola moral á Fabio, ó carta que el capitán Andrés Fernández de Andrada escribió desde Sevilla á D. Alonso Tello de Guzmán, pretendiente en Madrid, que fué corregidor de México. Fabio, las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere y adonde al más activo nacen caras. 19 Esta invasión terrible é importuna de contrarios sucesos nos espera, desde el primer sollozo de la cuna. Dejémosle pasar como á la fiera corriente ó al gran Betis, cuando airado dilata entre los montes su carrera. Aquel entre los héroes es contado que el premio mereció, no quien le alcanza por vanas consecuencias del estado. Peculio propio es ya de la privanza cuanto de Astrea fué; cuanto regía con su temida espada y su balanza. El oro, la maldad, la tiranía, del inicuo precede y pasa al bueno, ¿qué espera la virtud ó en qué confía? Ven y reposa en el materno seno de la antigua Romúlia, cuyo clima te será más humano y más sereno, Adonde por lo menos cuando oprima nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno: < Blanda le sea» al derramarla encima. Donde no dejarás la mesa ayuno, cuando en ella te falte el pece raro ó cuando su pavón te niegue Juno. Busca, pues, el sosiego dulce y claro, como en la oscura noche del Letheo busca el piloto el eminente faro. Que si acortas y ciñes tu deseo dirás: Cuanto desprecio he conseguido que la opinión vulgar es devaneo. Más precia el ruiseñor el pobre nido de pluma y leves pajas, más sus quejas en el bosque repuesto y escondido, Que adular lisonjero las orejas de algún príncipe raro, aprisionado en el metal de las doradas rejas. |