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Ofrécesme un soberbio casamiento,

sin ver que el ser soberbio es gran pecado,
y que es humilde mi cristiano intento.
Escribes que por verme sosegado,

y fuera de este mundo, quieres darme
una mujer de prendas y de estado.
Bien haces, pues que sabes que el matarme,
para sacarme de este mundo importa;
y el morir se asegura con casarme.
Dícesme que la vida es leve y corta,
y que es la sucesión dulce y suave;
y al matrimonio Cristo nos exhorta.
Que no ha de ser el hombre cual la nave
que pasa sin dejar rastro ni seña:

ó como en el ligero viento la ave.

¡Oh sí, aunque yo pagase el fuego y leña,
te viese arder, infame, en mi presencia,
y en la de tu mujer, que te desdeña!
Yo confieso que Cristo da excelencia
al matrimonio santo, y que le aprueba;
que Dios siempre aprobó la penitencia.
Confieso que en los hijos se renueva
el cano padre para nueva historia,
y que memoria deja de sí nueva.
Pero para dejar esta memoria,
le dejan voluntad y entendimiento,

y verdadera por soñada gloria...

(D. FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS.)

C. Oda mística ó religiosa.

Noche escura del alma.

En una noche escura,

Con ansias en amores inflamada,

¡Oh dichosa ventura!

Salf sin ser notada,

Estando ya mi casa sosegada.

A escuras y segura

Por la secreta escala, disfrazada,

¡Oh dichosa ventura!

A escuras, encelada,

Estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa,

En secreto, que nadie me veía,

Ni yo miraba cosa,

Sin otra luz ni guía

Sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba

Mas cierto que la luz de mediodía,
Adonde me esperaba

Quien yo bien me sabía

En parte donde nadie parecía.

¡Oh noche, que guiaste,

Oh noche amable más que el alborada,

Oh noche, que juntaste

Amado con amada,

Amada en el Amado trasformada!

En mi pecho florido,

Que entero para él solo se guardaba,

Allí quedó dormido

Y yo le regalaba,

Y el ventalle de cedros aire daba.

El aire del almena,

Cuando yo sus cabellos esparcía,

Con su mano serena

En mi cuello hería,

Y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme,

El rostro recliné sobre el Amado,
Cesó todo, y dejéme,

Dejando mi cuidado

Entre las azucenas olvidado.

(SAN JUAN DE La Cruz, 1542-1591.)

Noche serena. A Don Oloarte.

Cuando contemplo el cielo,

De innumerabies luces adornado,

Y miro hacia el suelo,

De noche rodeado,

En sueño y en olvido sepultado,

El amor y la pena

Despiertan en mi pecho un ansia ardiente,

Depiden larga vena,

Los ojos hechos fuentes,

Oloarte, y digo al fin con voz doliente:

«Morada de grandeza

Templo de claridad y hermosura,

El alma que á tu alteza

Nació, ¿qué desventura

La tiene en esta cárcel baja, escura?

»¿Qué mortal desatino

De la verdad aleja así el sentido,

Que, de tu bien divino

Olvidado, perdido

Sigue la vana sombra el bien fingido?

El hombre está entregado

Al sueño, de su suerte no cuidando,

Y con paso callado

El cielo vueltas dando,

Las horas del vivir le va hurtando.

¡Oh! despertad, mortales,

Mirad con atención en vuestro daño;

Las almas inmortales,

Hechas á bien tamaño,

¿Podrán vivir de sombras y de engaño?
¡Ay! levantad los ojos

A aquesta celestial eterna esfera,
Burlaréis los antojos

De aquesta lisonjera

Vida, con cuanto teme y cuanto espera.

¿Es más que un breve punto

El bajo y torpe suelo, comparado

Con ese gran trasunto,

Do vive mejorado

Lo que es, lo que será, lo que ha pasado?

Quien mira el gran concierto

De aquestos resplandores eternales,

Su movimiento cierto,

Sus pasos desiguales,

Y en proporción concorde tan iguales;

La luna cómo mueve

La plateada rueda, y va en pos de ella

La luz do el saber llueve,

Y la graciosa estrella

De amor la sigue, reluciente y bella;

Y cómo otro camino

Prosigue el sanguinoso Marte airado,

Y el Júpiter benino

De bienes mil cercado,

Serena el cielo con su rayo amado.

Rodéase en la cumbre

Saturno, padre de los siglos de oro;

Tras él la muchedumbre

Del reluciente coro

Su luz va repartiendo y su tesoro.

¿Quién es el que esto mira

Y precia la bajeza de la tierra,

Y no gime y suspira

Y rompe lo que encierra

El alma, y destos bienes la destierra?

Aquí vive el contento

Aquí reina la paz, aquí asentado
En rico y alto asiento

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Está el amor sagrado,

De glorias y deleites rodeado.

Inmensa hermosura

Aquí se muestra toda, y resplandece
Clarísima luz pura

Que jamás anochece;

Eterna primavera aquí florece.

¡Oh campos verdaderos!

¡Oh prados con verdad frescos y amenos,

Riquísimos mineros!

¡Oh deleitosos senos,

Repuestos valles, de mil bienes llenos!

(FRAY LUIS DE LEÓN. 1527-1591.)

El Cielo.

¡Oh playas eternas, azules, radiantes de místico modo!
¡Oh corva techumbre sin lindes que á tantos mortales sustentas!
En tí, Cielo, clava des le esta mortal vestidura de lodo,
el ánima errante por tiempos y espacios, miradas hambrientas.

Arriba y abajo y en torno este Cielo sin límites huelga;

y así como á nidos pequeños á todos los mundos arropa;
y á todos los hombres amor y esperanzas y sueños descuelga,
da lumbre á su antorcha, da pan á su mesa, da vino á su copa...

El Cielo es la Patria sin odios, ni ausencia, ni error, ni falsía;
de noche, estrellado, cuán tierna, cuán triste nostalgia difunde;
¡la estrella que asoma parece mirada que Dios nos envía!
¡parece mirada que Dios nos reserva la estrella que se hunde!

la

¡Mirad cómo al Cielo señalan, cuan mano al mortal bienhechora,
oca y el árbol, la torre y la flecha, el ave y la arista;
yél por instinto vá el rostro que ríe el rostro que llora,

va

el lente del sabio, la faz del viajero, el pincel del artista!

El Cielo es la Patria! ¡Mirad cómo todo de allá nos desciende: la luz y el rocío, la sombra y el iris, la lluvia y la caìma;

У

en

ed cómo, al par, desde el orbe á los diáfanos Cielos asciende
humo la llama, y en brumas el río, y en preces el alma!
(ENRIQUE W. FERNÁNDEZ. 1897.)

D. Oda moral.

Epístola moral á Fabio, ó carta que el capitán Andrés Fernández de Andrada escribió desde Sevilla á D. Alonso Tello de Guzmán, pretendiente en Madrid, que fué corregidor de México.

Fabio, las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere y adonde al más activo nacen caras.

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Esta invasión terrible é importuna de contrarios sucesos nos espera, desde el primer sollozo de la cuna. Dejémosle pasar como á la fiera corriente ó al gran Betis, cuando airado dilata entre los montes su carrera.

Aquel entre los héroes es contado que el premio mereció, no quien le alcanza por vanas consecuencias del estado. Peculio propio es ya de la privanza cuanto de Astrea fué; cuanto regía con su temida espada y su balanza. El oro, la maldad, la tiranía, del inicuo precede y pasa al bueno, ¿qué espera la virtud ó en qué confía? Ven y reposa en el materno seno de la antigua Romúlia, cuyo clima te será más humano y más sereno,

Adonde por lo menos cuando oprima nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno: < Blanda le sea» al derramarla encima. Donde no dejarás la mesa ayuno, cuando en ella te falte el pece raro ó cuando su pavón te niegue Juno. Busca, pues, el sosiego dulce y claro, como en la oscura noche del Letheo busca el piloto el eminente faro.

Que si acortas y ciñes tu deseo dirás: Cuanto desprecio he conseguido que la opinión vulgar es devaneo.

Más precia el ruiseñor el pobre nido de pluma y leves pajas, más sus quejas en el bosque repuesto y escondido, Que adular lisonjero las orejas de algún príncipe raro, aprisionado en el metal de las doradas rejas.

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