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Dignidad es la buena opinión que se tiene de alguno, por lo cual en todo lo que dice tiene crédito.

Potencia & señorío no es tener muchos á quien mandar, sino tener muchos á quien hagas bien.

Nobleza es ser conocido cada uno por la excelencia de sus hechos: ó siendo hijo de buenos, hacerse semejante á sus padres.

Generoso es el que, de su natural, está aparejado para obrar siempre virtud.

Sanidad es gobernar de tal manera el cuerpo que el seso no enferme. Hermosura es tener las figuras del cuerpo tales que muestren claramente ser más hermosa el ánima que está dentro.

Fuerzas y valentía son estar tan fuerte y habituado en los ejercicios de virtud, que bastes á no te cansar fácilmente.

Deleite es una pura, entera y continua delectación cual se recibe de las cosas que solamente pertenecen al ánima, como es el contemplar en Dios y en sus maravillas.

Si alguno considerare y examinare estos bienes de otra manera conviene á saber, como los entiende el pueblo, el cual los entiende al revés, hallará que son vanos y dañosos.

(INTRODUCCIÓN Y CAMINO PARA LA SABIDURÍA, por Juan LUIS VIVES, tradueido por FRANCISCO CERVANTES DE SALAZAR, 1546.)

Del entendimiento humano.

Tiempo es ya que entremos dentro á mirar el alma, que mora en este templo corporal, la cual, como Dios, que aunque en todo el mundo mora, escogió la parte del cielo para manifestar su gloria y le señaló como lugar propio, según que nos mostró en la oración que hacemos al Padre y de allí envía los ángeles y gobierna al mundo; así el ánima nuestra, que en todo le imita, aunque está en todo el cuerpo y todo lo rige y mantiene, en la cabeza tiene su asiento principal, donde hace sus más excelentes óbras; desde allí ve y entiende y allí manda; desde allí envía al cuerpo licores sutiles que le den sentido y movimiento, y allí tienen los nervios su principio, que son como las riendas con que el alma guía los miembros del cuerpo. Bien conozco que así el cerebro como las otras partes, do principalmente el alma está, son corruptibles y reciben ofensas, como tú, Aurelio, nos mostrabas; pero esto no es por mal del alma, autes es por bien suyo, porque con tales causas de corrupción es disoluble de estos miembros para volar al cielo, do es, como ya he dicho, el lugar suyo natural. Por eso, hablemos ahora del entendimiento que tanto tú condenas, el cual, para mí, es cosa admirable cuando considero que, aunque estamos aquí, como tú dijiste, en la hez del mundo, andamos con él por todas las partes, rodeamos la tierra, medimos las aguas, subimos al cielo, vemos su grandeza, contamos sus movimientos y no paramos hasta Dios, el cual no se nos esconde. Ninguna cosa hay tan encubierta, ninguna hay tan apartada, ninguna hay puesta en tantas tinieblas, do no entre la vista del entendimiento humano. Para ir á todos los secretos del mundo, hechas tiene sendas conocidas, que son las disciplinas, por do lo pasea todo. No es igual la pureza del cuerpo á la gran ligereza de nuestro entendimiento,

ni es menester andar con los pies lo que vemos con el alma. Todas las cosas vemos con ella y en todas miramos y no hay cosa más extendida que es el hombre, que, aunque parece encogido, su entendimiento lo engrandece; éste es el que lo iguala á las cosas mayores, éste es el que rige las manos con sus obras excelentes, éste halló la habla con que se entienden los hombres; éste halló el gran milagro de las letras, que nos dan facultad de hablar con los ausentes y de escuchar agora á los sabios antepasados las cosas que dijeron; las letras nos mantienen la memoria, nos guardan las ciencias y, lo que es más admirable, nos extienden la vida, á luengos siglos; pues por ellas conocemos todos los tiempos pasados, los cuales vivir no es sino sentillos. Pues ¿qué mal puede haber, decidme agora, en la fuente del entendimiento, de donde tales cosas manan? Que si parece turbia, como dijo Aurelio, esto es en las cosas que no son necesarias, en que por ambición se ocupan algunos hombres, que en las cosas que son menester, lumbre tiene natural con que acertar en ellas y en las divinas secretas, Dios fué su maestro; así que Dios hizo al hombre recto, mas él, como dice Salomón, se mezcló en vanas cuestiones.

(DIÁLOGO DE LA DIGNIDAD DEL HOMBRE, por el maestro FERNÁN PÉREZ DE OLIVA, 1546.)

De la amistad.

La amistad y buena conversación es muy necesaria para la salud al hom bre, porque el hombre es animal sociable, quiere y ama la conversación de su semejante, en tanto que algunos llamaron á la buena conversación quinto elemento con que vive el hombre; es necesario el hablar y conversar al ánima á sus tiempos, y entender en algo de pasatiempo, porque el alma empleada y atenta en algo aprovecha para la salud, y al contrario, estando queda y ociosa como el agua encharcada, se podrece. También por otra razón son necesarios los amigos, porque si el alma no tiene en qué emplear su amor natural, que brota para afuera, ni con qué llenar sus deseos y gran capacidad, la cual se llena con lo amado, luego se marchita y desmaya, y hace melancolía y tristeza, quedándose como vacía, y frustrado su apetito, deseo y acción natural. El amigo es otro yo, y así como el ser es la mayor felicidad, y dejar de ser es la mayor miseria, así es gran felicidad ser hombre dos veces, teniendo amigo verdadero. Con el buen amigo los bienes comunicados crecen y se hacen mayores, y los males y congojas se alivian y hacen menores. El amigo procura las cosas del amigo como las suyas. Guarda el secreto, y con él han de ser comunes los secretos del alma, y también las riquezas corporales. Todo lo de los amigos ha de ser común.

(COLOQUIO DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO, por Doña OLIVA SABUCO DE NANTES BARRERA, 1587.)

Filosofía moral sobre el matrimonio.

Quiero, pues, ya relatar las reglas con las cuales vivirán en paz los maridos con sus mujeres propias, y son éstas:

Lo primero, debe el marido sufrir y tener paciencia, cuando la mujer esté

en ojada, porque no hay serpiente que tenga tanta ponzoña como es la mujer cuando está airada.

Lo segundo, debe el marido trabajar en que provea á su mujer, según la posibilidad, de todo lo necesario, así para su persona, como para su casa; porque acontece muchas veces que andando las mujeres á buscar las cosas necesarias, tropiezan con las superfluas y no muy honestas.

Lo tercero, debe el marido trabajur que su mujer trate con buenas personas; porque muchas veces riñen y dan voces las mujeres, no tanto por la ocasión que les dan sus maridos, cuanto por lo que las dicen é imponen sus ma. los vecinos.

Lo cuarto, debe el marido trabajar que su mujer en ninguna cosa sea extremada, conviene á saber, que ni del todo esté siempre encerrada en casa, ni tampoco muy amenudo la deje andar fuera; porque la mujer muy andariega pone en peligro la fama y pone en condición la hacienda.

Lo quinto, debe el marido guardarse que no se ponga con su mujer en porfía, á causa de que no le pierda la vergüenza; porque la mujer que una vez á su marido se descara, no hay vileza que dende en adelante contra él no

cometa.

Lo sexto, debe el marido hacer entender á su mujer que tiene della confianza; porque es de tal calidad la mujer, que aquello de que no tenían della . confianza, aquello cometerá ella más ahina.

Lo séptimo, debe el marido ser cauto en que de su mujer, ni del todo fíe la hacienda, ni del todo la excluye della; porque si es á cargo de la mujer toda Ja hacienda, auméntala poco, y si no le dá parte y tiene sospecha della, hurta mucho.

Lo octavo, debe el marido á su mujer mostrar algunas veces la cara alegre y otras veces mostrársela triste; porque son de tal condición las mujeres, que cuando sus maridos les muestran la cara alegre, ánanlos, y cuando se las muestran triste, témenlos.

Lo nono, debe el marido, si es cuerdo, tener en esto muy sobrado aviso, en que su mujer no tome enojos ni pendencias con vecino ni con extraño; porque muchas veces hemos visto en Roma sólo por reñir una mujer con su vecina, que el marido pierda la vida y ella pierda la hacienda, y se levante gran escándalo en la república.

Lo décimo, debe al marido ser tan sufrido, que si viere á su mujer cometer algún delito, por ninguna manera la corrija sino en secreto; porque no es otra cosa castigar el marido á su mujer delante de testigos, sino escupir á los cielos, y lo que escupe caerle sobre los ojos.

Lo undécimo, debe el marido tener en esto mucha templanza, en que no ponga las manos en su mujer para castigarla; porque á la verdad la mujer que no se enmienda diciéndole palabras recias y lastimosas, menos se enmen dará aunque la maten á palos ni puñaladas.

Lo duodécimo, debe el marido, guardarse de loar á otra mujer extraña delante de su mujer propia; porque son de tal calidad las mujeres, que el día que el marido toma en la boca á una mujer extraña, aquel día le rae del corazón su mujer propia, pensando que á la otra ama y á ella aborrece.

Lo terciodécimo, debe el marido, si quiere tener paz con su mujer, loarla mucho delante los vecinos y los extraños; porque entre las otras cosus, este

bien tienen todas las mujeres, que quieren ser de todos loadas, y de ninguna permiten ser reprehendidas.

Lo cuartodécimo, debe el marido estar mucho sobrea viso que aunque sea su mujer fea, le diga y haga encreyente que es muy hermosa; porque no hay cosa que entre ellos levante mayor rencilla que pensar ella que la desecha el marido porque es fea.

Lo quintodécimo, debe el marido traer á su mujer á la memoria la infancia y lo que mal se habla de las que son malas en la República, porque las mujeres, cómo son vanagloriosas, porque no digan dellas lo que dicen de las otras, por ventura no harán ellas lo que hacen las otras.

Lo sextodécimo, debe el marido excusar á su mujer que no tome muchas amistades; porque muchas veces, de tomar las mujeres unas amistades excusadas, nacen entre los dos muy peligrosas rencillas.

Lo décimoséptimo, debe el marido fingir y hacer encreyente á su mujer que quiere mal á todos los que ella quiere mal; porque son de tal calidad las mujeres, que si el marido ama lo que ella aborrece, luego ella aborrece todo lo que él ama.

Lo décimooctavo, debe el marido en lo que no vá nada condescender y otorgar con lo que su mujer porfía; porque más precia una mujer salir con su porfía, aunque sea mentira, que si la diesen seis mil sextercios de renta. (Marco Aurelio y Faustina, por FRAY ANTONIO DE GUEVARA, 1529.)

La cueva de la nada.

A todas luces anduvieron desalumbrados los que dijeron, que pudiera el mundo estar mejor trazado de lo que hoy está, con las mismas cosas de que se compone. Preguntados del modo, respondían que todo al revés de como hoy lo vemos: esto és, que el sol había de estar acá abajo ocupando el centro del Universo, la tierra acullá arriba, donde ahora está el cielo, en ajustada distancia; porque de esta suerte los que hoy se experimentan azares, entonces se lograrían conveniencias; fuera siempre día claro, viéramosnos las caras á todas horas, y procediéramos con lisura, pues á la luz del medio día con esto no hubiera noches prolijas para desazonados, ni largas para enfermos, nï capas de maldad para vellacos; no padeciéramos las desigualdades de los tiempos, las inclemencias del cielo, ni la destemplanza de los climas, no hubiera invierno triste; y encapotado, con nieves, nieblas y escarchas; no se sonaran los romadizos, ni tosiéramos con los catarros, no conociéramos sabañones en el invierno, ni salpullido en el verane: no hubiera que empezar por las mañanas, ni que estar todo el día tragando humo á una chimenea, calentándonos por un lado y resfriándonos por el otro; no pasáramos el estío sudando, basqueando, dando vuelcos toda la noche por la cama: escapáramos de una tan intolerable plaga de sabandijas, enemigos ruincillos, mosquitos que pican y moscas que enfadan: fuera siempre una primavera alegre y regocijada: no duraran sólo quince días las rosas, ni sólo dos meses las flores, cantaran todo el año los ruiseñores y fuera continuo el regalo de las guindas: no conociéramos entonces, ni groseros diciembres ni julios apicarados, con tanto desaliño; todos fueran verdes abriles, y floridos mayos, á uso del paraíso, conduciendo todas estas comodidades á una salud de bronce y á una felicidad

de oro: otra cosa, que fuera cien veces mayor la tierra, pues todo lo que ahora es cielo, repartido en muchas y mayores provincias, habitadas de cultas y políticas naciones, no informes sino uniformes, porque no hubiera entonces negros, chichimecos ni pigmeos, salvajes, etc. Otrosí, que no fuera tan seca España, airosa la Francia, húmeda Italia, fría Alemania, anieblada Inglaterra, hórrida Suecia, y abrasada la Mauritania; así que toda la tierra fuera un paraíso y todo el mundo un cielo.

De este modo discurrían hombres blancos, y aun aplaudidos de sabios; pero bien examinado este modo de echarse á discurrir, no tanto puede pasar por opinión, cuanto por capricho de entendimientos noveleros, amigos de trastornarlo todo, y mudar las cosas cuadradas por redondas, dando materia de risa al sentencioso Venusino. Estos, por huir de un inconveniente, dieron en muchos mayores, quitando la variedad y con ella la hermosura y el gusto, destruyendo de todo punto el orden y concierto de los tiempos, de los años, los días, y las horas, la conservación de las plantas, la sazón de los frutos, el sosiego de las noches, el descanso de los vivientes, procediendo á todo esto sin estrella, pues las habrían de desterrar todas por ociosas, no hallándolas ocupación ni puesto: pero á todos estos desconciertos, ¿qué había de hacer el sol, inmoble y apoltronado en el centro del mundo, contra toda su natural inclinación y obligación, que á fuer de vigilante príncipe pide mo. verse sin parar, dando una y otra vuelta por toda su lucida monarquía? He, que no es tratable eso: muévase el sol y camine, amanezca en unas partes y escóndase en otras; véalo todo muy de cerca y toque las cosas con sus rayos, influya con eficacia, caliente con actividad y refresque con templanza, y retírese con alterarión de tiempos y de efectos; aquí levante vapores, allí conmueva vientos, hoy llueva, mañana nieve, ya cubierto, ya sereno, ande, visite, vivifique, pase y pasée de la una India á la otra, déjese ver ya en Flandes ya en Lombardía, cumpliendo con las obligaciones de universal Monarca del orbe, que si el ocio donde quiera es culpable vicio, en el príncipe de los astros sería intolerable monstruosidad.

(El criticón, por LORENZO GRACIAN, 1601-1658).

El tipo español.

Todos los pueblos tienen un tipo real ó imaginado en quien encarnan sus propias cualidades; en todas las literaturas encontramos una obra maestra, en la que ese hombre típico figura entrar en acción, ponerse en contacto con la sociedad de su tiempo y atravesar una larga serie de pruebas donde se aquilata el temple de su espíritu, que es el espíritu propio de su raza. Ulises es el griego por excelencia; en él se reunen todas las virtudes de un ario: la prudencia, la constancia, el esfuerzo, el dominio de sí mismo, con la astucia y fertilidad de recursos de un semita; comparémosle con cualquiera de los conductores de pueblos germánicos y veremos, con más precisión que pesándola en una balanza, la cantidad de espíritu que los griegos tomaron de los semitas. Nuestro Ulises es D. Quijote; y en D. Quijote notamos á primera vista una metamorfosis espiritual. El tipo se ha purificado más aún, y para poder moverse tiene que librarse del peso de las preocupaciones materiales, descargándolas sobre un escudero; así camina completamente desembarazado

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