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do en el pueblo una calma que tal vez no abrigase. Rechazó desde luego la vana pompa de los antiguos reyes. Ocupó en palacio un reducido número de aposentos, vivió sin ostentación, recibió sin ceremonia, salió unos días á caballo, otros en humildes coches, los más solo y siempre sin escolta. Prodigábase tal vez más de lo que convenía, por el deseo de ostentar costumbres democráticas.

No se lo agradecía la muchedumbre, por más que no dejase de verlo con alguna complacencia. La aristocracia lo volvía en menosprecio del joven príncipe. Las clases medias no sabían si censurarlo ó aplaudirlo. Tanto distaban estos sencillos hábitos de la idea que aquí se tenía formada de la monarquía y los monarcas.

Los que habían recibido sin prevención la nueva dinastía esperaban principalmente de Amadeo actos que revelasen prendas de gobierno. Habrían querido verle poniendo desde luego la mano en nuestra viciosa y corrompida administración ó en nuestra desquiciada Hacienda. Deseaban que, por lo menos, estimulase el comercio, la industria, la instrucción, alguna de las fuentes de la vida pública. Amadeo no supo hacerlo ni sacrificar á tan noble objeto parte de su dotación ni de sus rentas, y fué de día en día perdiendo.

Nombró presidente del Consejo de Ministros al general Serrano, y convocó para el día 3 de Abril las primeras Cortes. En tanto que éstas se reunían, apenas hizo más que repartir mercedes al ejército, crear para el servicio de su persona un cuarto militar y una lucida guardia, y exigir juramento de fidelidad á toda la gente de armas. Deseaba ser el verdadero jefe de las fuerzas de mar y tierra, y sobre no conseguirlo por lo insuficiente de los medios, sembró en unos la desconfianza y en otros el disgusto. Negáronse à jurarle algunos, con lo que, al descontento, se añadió el escándalo.

Mas éstos no eran sino leves tropiezos. El gran peligro estaba en la significación que daban á las próximas elecciones los republicanos. Habían puesto en duda la facultad de las Cortes Constituyentes para elegir monarca, y pretendían ahora que los comicios, aunque de un modo indirecto, iban á confirmar ó revocar la elección de Amadeo. Terminaron por creerlo así cuantos no estaban por la nueva dinastía; y la lucha fué verdaderamente entre dinásticos y antidinásticos. No había aún coalición formal entre las oposiciones; mas por la manera como se había presentado el asunto, los que no se sentían con fuerzas para vencer en un distrito se inclinaban á votar al candidato de otro, aunque los separasen abismos. Hecho gravísimo, que no sin razón alarmó al Gobierno y le arrancó, poço antes de abrirse las urnas, la tan arrogante como impolítica frase de que no se dejaría substituir por la anarquía. (REINADO DE AMADEO DE SABOYA. Apuntes para escribir su historia, por F. PÍ Y MARGALL.)

VIII. OBRAS CRÍTICAS

De varios linajes de críticos.

D. Juan de Guzmán.-Y ¿qué ciencia profesan los críticos?

Licenciado Sotomayor.-Haga V. m. cuenta que las han de profesar todas, ó por mejor decir un compuesto de todas; porque, como dice Paulo Merula en

la prefación de su Ennio, discurre generalmente por ella, y las tratan; de forma que de ordinario son eminentes juristas, y muchas veces excelentes historiadores, y algunos filósofos, y no se excusan de saber los profundos misterios de la sagrada Teología, ni quieren ignorar los útiles preceptos de la Medicina, aunque en los grados de la noticia de cada una destas ciencias y de las demás tienen más o menos obligaciones por diversos reepetos de que no es tiempo de tratar agora.

D. Juan.- Bien concedo yo que los críticos merecerán por su ciencia esa judicatura; mas usan tan mal della, que los veo aborrecidos de todos, y yo (si va á decir verdad) no los quiero muy bien.

Licenc.--Eso (señor mío) no está en culpa de la profesión crítica, eino de sus profesores, que riguran sus malas intenciones ó condiciones; por los cuales no la hemos de condenar á ella, como no condenaría ningún cuerdo la judicatura del gobierno por haber algunos jueces que convierten la administración de la justicia en públicos agravios y en daño común: y el modo de censurar riguroso é injurioso siempre ha sido condenado, y contra él escribió Alciato aquel ingenioso Emblema de una golondrina que llevaba una cigarra para manjar de sus polluelos, á quien reprendió con estos versos:

¡Ay, Progne rigorosa!

Por qué tan inhumanamente prendes
A la cigarra dulce y sonorosa,
Con que á tus prendas caras
Manjares llenos de crueldad preparas?
¿Así, cantora, á la cantora ofendes,
Y del verano singular amiga
A la que alivia toda su fatiga?
Huéspeda tú á la huéspeda maltratas
Y ave hija del viento al ave matas?
Deja esa empresa ya no convenible
Ques delito..... insufrible

Que con impío rigor así ensangriente
Una música en otra el crudo diente.

Este modo de censura nace de soberbia: porque como la ciencia sola sin caridad hincha los ánimos, según el Apóstol, luego pretende el ser preferida á todos, y consecuentemente derribar á cualquiera que le pudiere hacer competencia. Y así, dice Suetonio que mandó matar Heron á Páris, un famoso representante, teniéndolo por peligroso competidor en aquella arte, que él también ejercitaba, y que en otras semejantes tenía cuidado de informar á los demás opositores en los certámenes, por llevarse él todos los premios. Son los que hacen estas diligencias, como el gran turco, que dicen que el día que ciñe la corona del imperio manda matar á todos los hermanos que tiene, por asegurar la perpetuidad de sus estados con la diligencia de tan inhumana crueldad. Fueron tocados de esta lepra antiguamente los griegos, y siempre dieron en menospreciar á las demás naciones, teniéndolas por bárbaras en comparación á la suya. Un ejemplo del cual pone Aulo Gelio, de lo que sucedió en un convite de un caballero mancebo, de Asia, en que los huéspedes

griegos motejaron de ignorante á nuestro español Antonio Julián, maestro de Retórica en Roma, y juntamente fueron poniendo diversos defectos ȧ ias obras de Nevio, Hortensio, Cinna y Mensio, y minorando la bondad de las de Cátulo y Calvo, poetas latinos, por hacer único en el mundo á su Anacreonte; aunque no se fueron sin satisfacción ó respuesta del agudo español. En otros nace el ánimo de censurar de interés; porque son de casta de linajudos, que quieren que les paguen el decir bien de las obras ajenas, y si no di cen mal.

Son los deste género, leones de la sierra de Azahon en Fez, espantosos sólo con el nombre y la figura, pero desnudos de fuerzas y ferocidad, Y así, cuenta el secretario Mármol que vió en la ciudad de Aguila á una muchacha de doce años quitarle á palos á un león destos un niño que se llevaba. La naturaleza de la censura de todos los que hemos dicho se descubre y conoce fácilmente en lo mordaz y amargo del estilo, con que tratan más de vituperar y deslustrar por mayor las cosas, que de dar luz dellas ni probar, como es razón, lo que dicen.

Hay fuera destos otros censores que no son ni pueden ser críticos, sino im. pertinentes; porque sólo pretenden dar á entender que saben, y no se extien. de su jurisdicción á más que notar un vocablillo impropio, ó un modo de hablar no muy usado, cosas que se deslizan de los labios ó penetrar por entre los puntos de la pluma al más cuidadoso y diligente. Sɔn éstas las moscas que dice Alciato en su Emblema... 163, que fatigan con su importunidad, sin haber remedio suficiente contra ellos: y así aconseja á todos que no hagan caso dello, y persuade mejor con el Emblema próximo siguiente, en que pinta un perro ladrando á la luna clara y llena, y pone al pie estos versos:

Cuando la luna en su estrellado coche
Corre argentando el velo de la noche,
El can, que en su hruñida plata mira
Como en su espejo su figura, piensa
Ser otro can autor de alguna ofensa

Que solicita. Y encendido en ira

Ladra, mas es en vano; que los vientos
Esparcen sus inútiles acentos,

Y la sorda Diana más ligera

Va rematando su veloz carrera.

Calificó este pensamiento nuestro sevillano Francisco de Rioja en un soneto con la gravedad de su estilo, que dice así:

¡Cómo á ser inmortal, Manlio, caminas!
Pues cuando el orbe en piezas dividido
Cae con ímpetu horrendo y con ruido,
Impávido te hieren sus ruinas.
Emulas, Manlio, son de las divinas
Tus acciones: del número embestido,
Ni paras á sus voces advertido,

Ni á sus injurias aún la frente inclinas.
Así al luciente cerco de la luna,

Rayando en muda noche el Oriente;
Furioso can latiendo va erizado,
Y ella igual, y segura, y refulgente,
Sube mal advertida á la importuna

Voz del can simple en daño suyo airado.

D. Juan. Conocido remedio suele ser el de simular en muchas cosas, y de la misma forma lo será en éstas: mas habrá alguno de esos impertinentes que atribuya el silencio á temor y no cordura, y se vuelva más insolente y ufano.

Licenc. Contra eso suelen aprovechar algunas respuestas agudas, que satisfacen ó concluyen en cierto modo agraciado: como el filósofo Epicteto, que, culpándole un hombre soltero de que no se casaba, le dijo: «Pues dame una de tus hijas»; con que le mostró prestamente su dislate, que no queriendo el estado del matrimonio para sí, se lo aconsejaba á él. No fué menos donairoso el predicador que comía á la mesa del excelentísimo de Guevara, mi señor, habiendo predicado un gran sermón; y alabándole to los la exposición de un lugar de Escritura, dijo un bachiller: «Esa no es de V. P., sino de San Agustín»; á lo cual respondió el predicador muy sereno: «Ahí verá V. m. cómo nunca pongo nada de mi cabeza»; y con esto sólo, y el modo de decirlo, dejó muy desairado al bachiller y á todos muy gustosos. Por manera, concluyendo el punto, que el verdadero critico será el que tuviere una noticia general de ciencias y cosas diversas, con que discurra fundadamente por ellas, enseñándolas ó explicándolas, y notando lo bueno y malo que hay en cualquiera obra, alabando aquéllo y enmendando ésto, pero con estilo cristiano y cuerdo, de forma que en ninguna contradicción ni oposición toque en materia de linaje ni costumbres, con que pueda injuriar á la persona á quien contradice y se opone, sino sólo toque en la ciencia ó ignorancia, ya con advertencias bien fundadas, ya con donaires traídos á propósito; que saboreen la lectura de modo que diga mal bien; cosa que dice una persona bien conocida y nombrada de esta ciudad que invidia en un amigo mío. Porque es menester particular destreza en el esgrima para señalar la herida tanto que se eche de ver, ein que se asiente pesada la mano. La censura que fuere tal como he dicho será á todos agradable y menos molesta á los censurados.

(Primera parte del Culto sevillano, por el Licenciado JUAN DE ROBLES. 1564-1649).

<Los amantes de Teruel», drama en cinco actos, en prosa y verso, por D. Juan Eugenio Hartzenbusch.

El drama que motiva estas líneas, tiene, en nuestro pobre juicio, bellezas que ponen á su autor, no ya fuera de la línea del vulgo, pero que lo distinguen también entre escritores de nota. Sinceramente le debemos alabanza, y aquí citaremos de nuevo, como otras veces hemos hecho, á los que, maldicientes, nos acusan; solo se presenta el autor de Los amantes de Teruel, sin pandilla literaria detrás de él, sin alta posición que le abone, no le conocemos; pero nosotros, mordaces y satíricos, contamos á dicha hacer justicia al

que se presenta reclamando nuestro fallo, con memoriales en la mano como Los amantes de Teruel. Si la indignación afila á veces nuestra pluma, corre sobre el papel más feliz y más ligera para alabar que para censurar.

No haremos de Los amantes de Teruel un análisis minucioso; vale en nuestro entender la pena de ser visto, y para quien no tenga la curiosidad de verle, ¿qué interés puede ofrecer nuestro artículo?

La historia de Isabel de Segura y de Diego Marsilla, legada por la tradición á la posteridad, y consignada en el poema y en los apuntes del escribano Yagüe, es popular, trivial casi en nuestro país; á más de una persona hemos oído deducir de esa trivialidad la imposibilidad de hacer con ella un buen drama. Tiempo es de alegar razones que rebatan esta opinión, puesto que nosotros no participamos de ella. El ingenio no consiste en decir cosas nuevas, maravillosas y nunca oídas, sino en eternizar, en formular las verdades más sabidas; que dos amantes se amen y mueran uno por otro, es efectivamente idea tan poco nueva que apenas hay comedia, anécdota ó cuento, cuya intriga no gire sobre la exageración ó los excesos del amor: pero el ingenio no está en el asunto, sino en el autor que lo trata; si en el asunto pudiera estar, la comedia de Montalván que trata la misma tradición hubiera sido buena, ó mala la de Hartzenbusch. Aquélla es, sin embargo, una pobre trama salpicada de trivialidades y lugares comunes, y ésta es un destello de pasión y sentimiento. ¿Qué es D. Juan Tenorio sino un disipado, seductor de mujeres como mil se han presentado en el teatro antes y después de El convidado de Piedra? Sin embargo, ¿por qué han quedado todos enterrados en la obscuridad con sus autores, y sólo El convidado de Piedra se ha hecho euuniversal?

ropeo,

¿Qué es un celoso, sino un ser común de que hay una muestra en cada intriga amorosa, y que cien poetas han pintado? ¿Por qué Otelo sólo, por qué sólo el celoso de Shakespeare ha traspasado su época y su teatro?

¿Qué es el Fausto de Goethe, sino una idea al alcance de todo el mundo, desenvuelta por un ingenio superior?

¿Qué es un loco y una manía para asombrar el mundo? Llenos están de ellos los hospitales y las novelas. ¿Por qué Cervantes sólo hace llegar el suyo á la posteridad?

El huevo de Colón es la parábola más significativa de lo que hace el talento. Las verdades todas son triviales y sabidas: es fuerza saberlas decir y pre

sentar.

No hemos querido establecer comparaciones; no son los coetáneos de una obra ni los críticos de periódicos los que pueden fijar imparcialmente el puesto que ha de ocupar en la biblioteca de la humanidad; la posteridad sólo decide, y la sucesión de los tiempos, si la obra de un ingenio está escrita en la lengua universal, y si ha de abarcar el mundo. Sólo hemos querido probar que la trivialidad del asunto no es obstáculo, sino que al paso que es aumento de dificultad, es el primer síntoma de verdadero talento.

Los amantes de Teruel están escritos en general con pasión, con fuego, con verdad.

La mayor dificultad que ofrecía el asunto era esa misma publicidad, ese amor colosal que la imaginación y la tradición abultan hasta lo infinito. ¿Cómo persuadir al auditorio que la Amante de Teruel podía dar su mano á quien no

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