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La maravilla es que al medio siglo, o poco menos, de vida difícil y reducida, a causa de tales vicisitudes, entrara de pronto en un desarrollo desproporcionado con esos antecedentes, pasando en diez años, de 1853 a 1863, el número de individuos de trescientos cincuenta a ochocientos setenta; y que sin quebranto visible por la supresión de 1868 haya venido después, en otro medio siglo escaso de paz relativa, aumentando constante y considerablemente hasta el grado de sorprendente florecimiento en que hoy está, con cuatro provincias numerosas en la Península, y la de Portugal echada de su patria; dos en ambos extremos, Norte y Sur, de la América española; varias misiones en el inter medio; otra saliendo de Filipinas para trasladarse a la Indiaotra en China y otra en las Islas Marianas, Palaos y Caroli; nas: que todas son desarrollo y expansión del árbol replantado en 1815, con un total de más de cuatro mil y trescientos sujetos en ciento treinta o más colegios y residencias, bien y establemente fundadas, sin contar las casas de misiones de infieles; las de Filipinas, porque las dejan los Padres españoles, y las de la India. a que se trasladan, por no tener de ellas bastante noticia; y bue na parte de las de Méjico y Portugal, por considerarlas provisionales.

Pero la Historia de esta segunda época de prosperidad y de extensa labor apostólica vendrá después. El presente tomo se limita a aquella primera tan trabajosa, y a una parte no más de ella, la que termina con la supresión de 1835.

Los ministros de Carlos III, autores del destierro de la Compañía de España y sus extensos dominios de entonces y principales promovedores y agentes de su extinción por Clemente XIV, no aflojaron jamás un punto en su odio y persecución, ni contra el cuerpo mismo de la Compañía, ya disuelta, haciendo esfuerzos increibles para acabar con la pequeña porción de ella, sub sistente en un rincón del imperio ruso, ni contra los individuos ya secularizados, teniéndoles absolutamente cerrada la puerta de la patria, sin que ni a uno solo consiguiera abrirsela la intervención de poderosos valedores.

Los de Carlos IV, sin el aborrecimiento personal de sus predecesores en el cargo, siguieron la misma política, aunque ya no con tanta firmeza, oponiéndose a todo conato de restablecimiento de la orden en otras naciones, pero retirando, al fin, esa oposición por lo tocante a Nápoles en 1804. En España, una y otra

vez, expresaron su propósito de no admitírla jamás; y por prueba de hecho de esa inquebrantable resolución, pudo servir el nuevo destierro decretado en 1801 contra todos los antiguos jesuítas que, usando del permiso general dado tres años antes, habían vuelto a la patria.

A favor de los trastornos causados por la invasión francesa, en sustitución y falsa representación del Rey desterrado, se alzó en Cádiz un poder guiado por espíritu y principios más hostiles aún que los de los ministros de Carlos III y Carlos IV. No era posible esperar de aquellas cortes, hijas de la revolución anticristiana, ni favor ni justicia para las peticiones que, en nombre de la Compañía española y para su restablecimiento en América, les fueron dirigidas.

Aquel poder cayó; con la restauración del trono de Fernando VII prevalecieron otros hombres y otras ideas; prelados y cabildos, ciudades y provincias clamaron por los jesuítas; y a pe sar de la oposición hecha por el Consejo de Castilla, fundada en exigencias y preocupaciones regalísticas, el Rey autorizó y aun promovió positiva y calurosamente su restablecimiento en la Peninsula y Ultramar. Con trabajo, por su corto número, y con penuria por la escasez de rentas, se establecieron y sostuvieron hasta la revolución de 1820, en diez y seis poblaciones, grandes y pequeñas, de España, de las cincuenta y más que los habían solicitado, y en tres solamente de Méjico, habiendo sido pedidos para diez y seis o más en aquel reino, y como para otras tantas en el resto de América. Lo poco que pudieron hacer, mucho para las circunstancias, sobre todo en la educación de la niñez y de la juventud, llenaba de satisfacción a los pueblos, que la veían tal como la deseaban, y apenas la habían visto en los últimos cincuenta años, mayormente en la parte moral y religiosa.

Derribado por la revolución de 1820 cuanto en aquellos cinco años se había edificado, se restablecen, trabajosamente, en 1823 no más que la mitad de las casas del periodo anterior, y se añaden durante el nuevo sólo otras dos de alguna importancia; pero con el mayor espacio de tiempo y la experiencia de lo pasado, vencida, hasta cierto punto, los últimos años, la dificultad de la pobreza de sujetos, se entabla, en toda regla, la formación de ellos, se provee mejor a los colegios y, sofocadas ciertas malas. semillas que habían comenzado a brotar en lo interior de ella, la Compañía española se encuentra en buen estado para seguir des

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arrollándose más o menos rápida, pero sólidamente, cuando el nuevo triunfo de las ideas revolucionarias, a que da ocasión la muerte del Rey y el entronizamiento de la Reina niña, con la oposición de D. Carlos, la hizo desaparecer de nuevo en 1835. En Méjico, suprimida por el Gobierno constitucional español de 1820, en vísperas de la emancipación de aquel reino, a que dieron no pequeño impulso esa y otras semejantes medidas, no lo gró verse repuesta sino en tiempo a que no llega, por ahora, nuestra historia. Trabajaron bien, sin embargo, como particulares los pocos Padres que allí quedaron dispersos.

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LIBRO PRIMERO

Revocación de la pragmática de extrañamiento y vuelta de los antiguos jesuítas a España,

CAPITULO PRIMERO

LA CORTE DE ESPAÑA HASTA FERNANDO VII IRRECONCILIABLE CON LA COMPAÑÍA

1. Supresión de la Compañía en varios estados y en toda la Iglesia.-2. Su conservación en Rusia y su restablecimiento, parcial primero y luego universal.-3. La Corte de España la más tenaz y activa en procurar la supresión y en estorbar el restablecimiento.-4. Su empeño por la ejecución del Breve de abolición en Rusia.-5. Su oposición al restablecimiento en Polonia.-6. Tolerancia del de Parma y negativa rotunda en lo tocante a España.-7. Permiso a los desterrados para volver como particulares.— 8. Oposición al restablecimiento en cualquier otro estado desatendida por Pio VII en favor de Rusia.-9. Segunda expulsión de los que habían vuelto a España.-10. Condescendencia para el restablecimiento en Nápoles. -11. Persecución de quien trató de él para España y de los que quedaron en la Peninsula.-12. La Junta Central y las Cortes de Cádiz.— 13. Apologias en la prensa.

1. Como el restablecimiento de la Compañía de Jesús en ambos reinos de la Península Ibérica, España y Portugal, y en sus antiguas posesiones, que hemos de relatar en esta historia, supone su existencia anterior en ellos y su desaparición por algún tiempo; parece necesario referir aquí, sucintamente a lo menos, este segundo acontecimiento y algunos otros subsiguientes, que más o menos eslabonados unen entre si ambos extremos, la supresión y el restablecimiento de los jesuítas en estas naciones.

La gran tormenta desencadenada contra la religión y la sociedad civil en el siglo XVIII, y que todavia sigue furiosamente sacudiéndolas, descargó sus primeros rayos contra la Compañía

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