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moral y social, acumulada en Francia, y la difusión rápida y patente de la misma gangrena por todas las demás naciones; hicieron echar de menos generalmente los muchos colegios en que la Compañía imbuía a la juventud en máximas, y la formaba en costumbres diametralmente contrarias, y así desear con ansia y cada vez más y con más vivas súplicas pedir al Sumo Pontifice su restablecimiento.

Con esto vió Pío VII que estaban las cosas suficientemente dispuestas para poner por obra el propósito concebido desde el principio de su pontificado; y apenas volvió a Roma del cautiverio en que Napoleón le tuvo en Francia hasta el año de 1814, luego el 7 de Agosto publicó la Bula Sollicitudo omnium Ecclesiarum, con la cual revocó el Breve abolitivo de Clemente XIV y restableció para todo el mundo, sin limitación alguna de su parte, la Compañía de Jesús.

3.

Brevisimamente hemos expuesto las vicisitudes generales de toda la Orden en su extinción y restablecimiento, por creerlo así necesario y suficiente, como punto de partida de nuestra historia.

Pero pasar sin más a su restauración en España por Fernando VII en 1815, sería dejar este hecho sin la debida explicación: si vino preparándose poco a poco, o no, sino que se realizó súbitamente; si se procuró aunque en vano, durante ese largo tiempo, o no se trató siquiera de él; por qué se hizo cuando se hizo, y no se hizo antes.

Para que todo esto se entienda, daremos a conocer la actitud de la Corte de España ante la idea y proyectos de restablecimiento de la Compañía, no sólo en éste, pero aun en otros reinos, y también su conducta con los jesuítas españoles en punto a per mitir que volvieran a su patria cuando ya no lo eran.

La Corte de España fué, sin género de duda, la que puso más fuerza en arrancar a Clemente XIV el Breve de extinción, entre las cuatro que lo procuraron; fué asimismo la que más trabajó, aunque en vano, por consumarla de hecho, acabando con aque llos restos de la Compañía que quedaron en Rusia; y fué tal vez la única que hizo alguna oposición a su medio y secreto restablecimiento en Parma; al público de Nápoles y al general que sin eso hubiera hecho Pio VII apenas elevado al Trono Pontificio. No es que las otras Cortes o ministros que en ella y en Roma manejaban estos asuntos fueran más timoratos; sino que faltaba

a unos el poder y a otros el odio reconcentrado y frio de los de Carlos III, y con esto la tenacidad o terquedad que parece participaban de su amo. Roda, Campomanes y Moñino reunían en si esas dos cualidades en alto grado, bien que en lo demás fueran de carácter muy diverso y su aborrecimiento de la Compañía tuviera raíces, comunes algunas, pero muy diferentes otras. Jamás hubiera salido de su pluma aquella confesión, que Choiseul hacía en carta confidencial al Cardenal de Bernis, embajador francés en Roma: «Yo no sé si ha estado bien hecho lo de echar a los jesuítas de Francia y de España; y aun de todos los estados de la casa de Borbón lo están ahora. Peor hecho creo que ha sido, después de echarlos, entablar en Roma una negociación ruidosa para obtener la abolición de la Orden» (1). Y su sucesor en el ministerio, el Duque d'Aiguillon, llevó, si, adelante la negociación entablada; pero en mucha parte o en todo, por el compromiso en que ya estaba aquella Corte, mayormente con la de España. Pombal y Tanucci no manejaban reyes suficientemente poderosos para imponer su voluntad al Papa en asunto de tanta monta concerniente a toda la Iglesia. Así, en todas las historias. de estos sucesos, buenas o malas, se ve claramente por la correspondencia de unos y otros, que la Corte de España fué la que llevó la voz y tuvo la parte principal en empresa tan poco honrosa. Citemos solamente la del Pontificado de Clemente XIV por el R. P. Augusto Theiner (2).

Hasta la idea de una congregación de enseñanza, que se pen só en fundar en Francia a raíz de la extinción (1774), para llenar el vacio que en este punto había dejado la supresión de la Compañía, y que en el gobierno francés más encontraba apoyo que resistencia, si es que no fué él mismo el autor de ella; la contradijo y persiguió el español, al principio porque la congregación había de componerse de antiguos jesuítas, y después porque aun en otros vendria a resucitar su espiritu (3). En efecto, por esta oposición o por otras causas, aquel proyecto no prosperó.

(1) En Ravignan, Clem. XIII et Clem. XIV, t. I, c. VIII, p. 237. (2) L'Espagne harcelait sans cesse Louis XV, pour qu'il fit pousser auprés du Pape, par Bernis, avec le plus grand zèle, et de concert avec les ministres des autres cours, l'affaire de suppression» (Histoire du Pontificat de Clement XIV, t. 1, año de 1769, § XLVI, p. 358.) Lo repite en otros pasajes. (3) A. H. N., Estado, leg. 3.518. Aranda a Grimaldi, Paris, 9 de Marzo de 1774. Minuta, con copias de dos Memorias sobre el asunto

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4. En cambio toda la energia, toda la tenacidad de Carlos III y sus ministros empeñados en estorbar la conservación de la Compañía en Rusia, se estrelló contra la firmeza mayor y el empeño más decidido de la Emperatriz en asegurarla. Omitimos todas las diligencias hechas los seis primeros años que siguieron a la publicación del Breve de extinción, para que les fuera intimado a aquellos jesuítas y así dejaran de serlo. En 1778, el Sumo Pontifice, por medio de la Congregación de Propaganda Fide, dió amplísimas facultadas al Obispo de Mohylow, Estanislao Siestrzencewicz, sobre todos los regulares de aquellas partes; y éste, en virtud de ellas, autorizó a los jesuítas para abrir noviciado, que nunca había habido en la región donde ahora subsistían, y era necesario para que no desapareciera la Compañía con la muerte de los actuales (1). Es de ver la irritación que este hecho causó a los ministros de Carlos III, y los manejos diplomáticos y no diplomáticos que emplearon para deshacerlo, ya en la Corte misma de Rusia, con cuya orden había procedido el Obispo, ya también en Roma para que el Papa, o hiciera al prelado revocar la licencia consabida, o por sí mismo y con su autoridad suprema la anulara, o la declarara nula en derecho, por mil razones que para ello aducían; en fin, que aquello se deshiciera, se acabara de una vez con ellos, promulgando el Breve de extinción, y aun se castigara fuertemente al temerario Obispo. Sería enojosisimo relatar con algún detenimiento esta negociación de cuatro o cinco años, seguida por Floridablanca, ministro entonces de Carlos III, con nuestros embajadores en Roma y en San Petersburgo y aun con el de Rusia y el Nuncio de Su Santidad en Madrid; por estos consiguientemente con sus cortes respectivas; y sobre todo por el Secretario de Estado del Papa con el Nuncio en Varsovia, encargado de los negocios de Roma en Rusia, y, valiéndose de él, también con el Obispo mismo de Mohylow y aun con la Corte de la Emperatriz, ya por escrito, ya también como enviado extraordinario que fué en ella para este y otros asuntos con él relacionados. Bastará exponer en dos palabras y por partes la substancia de ella.

A D. Pedro Normández, nuestro ministro en Rusia, escribió

(1) El rescripto pontificio puede verse en Nonell, El V. P. José Pignatelli, t. II, 1. III, c. III, pp. 69-70. El edicto del Obispo, allí mismo, c. IV, pp. 82-83.

Floridablanca, apenas supo lo ocurrido por relación del Duque de Grimaldi, que lo era en Roma, ordenándole pasar los más eficaces oficios en nombre del Rey, para que la Emperatriz permi tiera y aun mandara que no se realizase lo dispuesto por el Obispo cuanto a la admisión de novicios; que tuviera a bien se diera cumplimiento en sus dominios al Breve de extinción; y que hiciera ejecutar al prelado las órdenes que sobre esto le daría Su Santidad por medio del Nuncio de Polonia, de que ya en Madrid se tenía noticia (1). El embajador dió en varios despachos buenas esperanzas, fundadas en promesas del Ministro ruso, Conde de Panine, y aun llegó a escribir que la Emperatriz estaba dispuesta a dar gusto al Rey, faltando sólo hallar un medio que no tuviese apariencias de retractación formal (2); pero eran ilusiones, y un año después comunicaba la verdad diciendo, que a las representaciones del Conde había dado la Soberana negativas tan rotundas y aun duras, que ni él ni otro ministro alguno se atreverían a proponérselo otra vez (3). Un autógrafo de Catalina, recientemente hallado en los archivos imperiales, contiene esta orden dada al Ministro: «Vuelvo a deciros, como ya lo he hecho otras veces, que respondáis que el asunto de los jesuitas perteneCe exclusivamente a mi gobierno interior» (4). En España se persuadieron de que era inútil su acción en Rusia, y Floridablanca escribió a D. José Azanza, que había sucedido a Normández

(1) A. H. N., Estado, leg. 6.116. Original, San Ildefonso, 27 de Septiembre de 1779.

(2) A. H. N., Estado, leg. 6.116. Minuta, San Petersburgo, 10/21 de Noviembre de 1779.

(3) Ibid. Minuta, 19/28 de Octubre de 1780.

(4) En una Colección de Documentos diplomáticos, relativos al noviciado de Polock, publicada por el Gobierno ruso, hay un rescripto de Catalina II, de 14 de Febrero de 1780, mandando a su ministro dé instrucciones al embajador en Madrid para que diga a Floridablanca en sustancia lo contenido en este autógrafo, y por la fecha parece el mismo, proviniendo de las traducciones la diferencia. Véase en Razón y Fe, t. 38, p. 279, Marzo de 1914. En este hecho y documento auténtico y en el despacho correspondiente al embajador ruso en Madrid tiene, sin duda, su fundamento la carta apócrifa de la Emperatriz a Carlos III, publicada por Linguet en sus Anales, n. 7, p. 260, edición de Londres, según Ravignan, Clément XIII et Clément XIV, t. II, p. 502, y de que por aquel tiempo corrieron copias manuscritas, una de las cuales se halla en el t. VII de Papeles varios del P. Luengo, p. 260. Puede verse también en Nonell, t. II, 1. III, c. V, p. 107.

Томо I.

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como encargado de negocios en San Petersburgo, este significativo oficio: «Quiere el Rey que usted no tenga con ese ministerio explicaciones algunas ni sobre la comisión principal de Monseñor Archetti, ni sobre el punto de ex-jesuítas. En cuanto a éste se ha manifestado ya antes de ahora a esa Corte el modo de pensar del Rey y sus deseos; y así S. M. sólo piensa entenderse con la de Roma en un negocio que directamente la pertenece. S. M. mirará con mucho desagrado cualquiera condescendencia que ésta tenga acerca de esos ex-jesuítas, y hará a la misma las reconvenciones a que diere lugar su conducta. Este deberá ser el modo de explicarse de usted con el Nuncio Pontificio, cuando tuviere oportunidad (1).

Desde el primer momento atacó la Corte de España el noviciado de Rusia y cuanto allí se hacía en favor de los jesuítas con más fuerza en Roma que en San Petersburgo. El gran Carlos III sabía ser fuerte con el débil, y débil con el fuerte. Los representantes de las cortes borbónicas en Roma entendían y hacían entender a sus Reyes y Ministros respectivos, que Pio VI era de corazón partidario de la Compañía, de tal suerte, que siguiendo su

(1) A. H. N., Estado, leg. 6.119. Original en cifra. San Ildefonso, 9 de Septiembre de 1783. De paso queremos recoger aqui algunos párrafos de esta correspondencia, en los cuales se les escapa a los ministros de Carlos III la verdad de su propio sentir contra lo que otras veces dicen a boca llena. Su tema es que aquellos Padres por el Breve de extinción han dejado de ser jesuitas, y que en reconocerlo, en seguir llamándose jesuitas y procediendo como tales, se muestran rebeldes a la autoridad de la Iglesia. Ahora véase cómo se expresaba Moñino en oficio a Normández de 29 de Enero de 1780. En el punto de ex-jesuitas el Rey está vivamente empeñado y desea que se ejecute el Breve de extinción en esos dominios, reduciéndose a presbíteros o clérigos seculares, y quedando como tales, aun cuando existan en colegios o casas de enseñanza». (A. H. N., Estado, 6.116. Original). No se habia, pues, ejecutado el Breve de extinción; no estaban los jesuitas reducidos a presbiteros o clérigos seculares. Azanza, escribiendo a Floridablanca, llama a los que allí subsisten «pequeña parte que queda del disuelto cuerpo de la Compañia». (Simancas, Estado, leg. 6.652. Original, San Petersburgo, 30 de Julio de 1783.) En 6 de Febrero de 1777, a propósito de noticias que corrieron del noviciado, que ya entonces se proyectaba, escribía Aranda desde Paris: «El actual Pontifice pasa por muy jesuíta; un resto del orden, tolerado por el Jefe de la Iglesia, sin haber usado contra él de las armas que puede y le competen, nunca puede tener buenas resultas.» (A. H. N., Estado, 3.518. Minuta.) Y en 10 de Mayo de 1785: «A propósito que se habla de extintos, menos en la Polonia rusa, donde existen. (Simancas, Estado, libro 180.)

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