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a que de prisa entraran los Padres a vivir en el Colegio. En el mes de Febrero se esparció por Madrid la voz de que el Rey desterraba otra vez de España a los jesuitas; y tomó tanto cuerpo, que corrió muchedumbre de gente al convento de San Francisco, donde se hospedaban, para verlos partir. Para desvanecer este falso rumor con obras más que con palabras, dispuso la Junta que el P. Zúñiga con sus compañeros y seis Padres más, venidos poco antes, pasaran inmediatamente el 21 de aquel mes a establecerse en el Colegio Imperial, aunque ocupado todavía en su mayor parte por las familias de los empleados (1). Añaden las cartas anuas que esta precipitación estuvo a punto de causar grave daño a la Compañía; pero no dejan siquiera entrever cual fuese y por qué.

Finalmente, el 29 de Marzo se le dió formal y solemne posesión del Colegio. Halláronse presentes, fuera de otros particulares, los señores de la Junta y el Director con otros empleados de los Reales Estudios; y delante de ellos, el Duque del Infantado, en nombre del Rey, «tomó de la mano al P. Zúñiga, como dice el acta oficial, le introdujo en la capilla propia del establecimiento, se hincó de rodillas (el padre), hizo oración, leyó en el misal y tocó la campanilla». Con ceremonias análogas recorrió después la Biblioteca, Secretaría, Gabinete de Fisica, y cátedras, tomando así posesión de la casa, «no sólo sin contradicción de persona alguna, sino con aplauso y alegría de los muchos concurrentes a este acto» (2).

Resta decir brevemente el destino del recobrado Colegio y su historia hasta la supresión de 1820.

Adviértase ante todo que desde ahora volvió a tener el nombre de Colegio Imperial, que había tenido desde su fundación hasta el extrañamiento, sustituído entonces con el de Estudios Reales de San Isidro por los ministros de Carlos III, para no dejar ni los nombres en lo que había sido de la Compañía. De la comunidad en él establecida fué nombrado Rector el día de la Anunciación, el P. Joaquín María de Parada, profeso de tres votos ratione majoratus al tiempo de la extinción; uno de los primeros que después del universal restablecimiento se afiliaron a la Compañía en Roma; y admitido inmediatamente a la profe

(1) Cartas anuas. Apuntes. Restablecimiento.

(2) Acta de posesión. Copia auténtica en nuestro poder.

TOMO I.

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sión de cuatro votos, que hizo en Tivoli el 29 de Septiembre de 1814 (1). Ocho días antes de su nombramiento, vispera del Patriarca San José, se había inaugurado en la misma casa provisionalmente el noviciado, comenzándole bajo la dirección del P. Pedro Montero los primeros novicios de la nueva Compañía española, uno de los cuales, el H. Mariano Puyal, había de ser doce años después el primer sucesor de los Padres antiguos en el gobierno de ella.

El fin principal de la instalación de sus antiguos dueños en el Colegio Imperial era, como se deja entender, que se encargaran de la formación de la juventud en letras y buenas costumbres. El Real decreto en que se mandaba hacerles la entrega, imponía expresamente la obligación de mantener por entonces las cátedras en él establecidas, y después las demás que se estableciesen, conforme al plan de estudios que los mismos Padres habían de formar. Las cátedras a la sazón en ejercicio eran las indicadas poco antes. Todos los profesores y demás empleados habían de quedar privados de sus cargos desde el día en que los Padres tomaran posesión; pero no contando la Compañía entonces con suficiente número de sujetos para reemplazarlos a todos, hubieron de continuar enseñando bajo su dirección algunos de los catedráticos todos estos cuatro años.

Para el comienzo del próximo curso escolar estaba ya dispuesto y empezó a regir el plan de estudios arreglado por los Padres. De él había dicho el segundo fiscal del Consejo, como notamos en el capítulo segundo del libro primero, que debía ser irremisiblemente sometido al examen de la Junta de Instrucción recientemente creada. No parece que lo entendió así la de restablecimiento de jesuítas; y sin contar con aquélla ni con el Real Consejo, examinó ella y presentó el nuevo plan a la aprobación del Rey, que se dió sin contar tampoco, ni con la de Instrucción, ni con el Consejo. No dejaron de levantar su voz el celoso fiscal y el Consejo mismo, aun fuera de propósito y cuando ya llevaba rigiendo algunos meses; clamando contra el hecho de que estuvieran «los jesuitas enseñando públicamente por un plan de estudios singular y distinto del de todas las universidades, seminarios, colegios y comunidades del reino (2); sin que el Consejo,

(1) Luengo; Diario, 6 de Octubre; t. 48, P. 2.a, p. 194.

(2) Como singular y distinto de los demás era cada uno de los planes de

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encargado por las leyes fundamentales de la monarquia, del conocimiento, arreglo y puntual observancia de las leyes dictadas sobre este importante ramo de la felicidad pública, hubiera tenido la menor parte en su examen y aprobación, ni aun se le hubiera pasado siquiera un solo ejemplar para su noticia» (1). No fué grande la alteración hecha en el que hasta entonces había regido. Se establecieron los cinco cursos de Latin, Humanidades y Retórica del Ratio Studiorum de la Compañia, juntando con ellos la lengua patria y la griega y como accesorias la Geografía, la Historia y alguna otra. Tras esto venía la Filosofía con sus tres cursos de Lógica, Física y Metafísica con la Etica, juntándose el primer año a la Lógica el estudio de las matemáticas elementales. Dos cursos de Superiores, dos de Arabe y otros dos de Hebreo, con dos también de Historia y Disciplina Eclesiástica completaban el cuadro de asignaturas en el nuevo plan (2).

Del concurso de estudiantes tenemos este dato, que en 1819 eran doscientos ochenta los de las clases inferiores y 180 los de las superiores (3). No entraban en esa cuenta nuestros jóvenes, que en buen número frecuentaban unas y otras aulas, especialmente las superiores de Filosofía y lenguas.

7. Para completar la historia del restablecimiento de este colegio, añadiremos aquí la devolución de la iglesia, que fué en otro tiempo y volvió a ser ahora su complemento.

La iglesia del Colegio Imperial estuvo cerrada casi dos años, desde el 1.o de Abril de 1767, en que antes de amanecer fueron echados de allí los jesuitas, hasta primeros de Febrero de 1769. Entretanto nació, sin que sepamos de quién, el pensamiento de darla el nuevo ser o aplicación que luego tuvo. Había en la parroquía de San Andrés una capilla, dedicada al humilde y excel

los colegios, seminarios y comunidades del reino, puesto que no le había general para todos. Sólo las universidades se puede decir que tenian, a lo menos nominalmente, un plan de estudios general: el de 1807, impuesto por Caballero, Ministro entonces de Gracia y Justicia, que quizá no llegó a regir, por haber quedado desiertas las universidades en 1808, y que ya se trataba de abolir y se abolió de hecho en 1818. ¿Sabía esto el fiscal del Consejo o lo ignoraba?

(1) A. H. N.; Estado, 3.517. Respuesta original del fiscal segundo de 17 de Diciembre de 1816 y copia auténtica del dictamen del Consejo de 31 de Enero de 1817.-La consulta entera en Consejos, 978 e, fol. 241.

(2) Plan de estudios para las escuelas del Colegio Imperial. (3) Cartas anuas.

so Patrón de la villa y Corte, San Isidro Labrador, en la cual eran custodiadas y veneradas sus santas reliquias, cuyo servicio y culto estaba encomendado a doce capellanes y otros ministros secundarios competentemente dotados y presididos por un Teniente de Capellán Mayor, en representación del Arzobispo de Toledo, a quien de derecho la Capellania Mayor correspondía. Apenas expulsados de España los jesuítas por Carlos III, el Teniente y Cabildo de Capellanes, que ya el año anterior habían solicitado aumento de dotación (1), acudieron al Consejo extraordinario representando lo corto de la que tenían, lo deficiente de la Capilla, magnífica ella, sí, pero sin coro, sacristía, sala capitular y otras piezas, y los litigios que con la parroquia ocasionaba su posición. Hallándose ahora sin uso las iglesias de los regulares expulsos, suplicaban se les diese la del Colegio Imperial, <<no para las comodidades del Cabildo, sino para digna colocación del precioso, incorrupto cuerpo del prodigioso San Isidro». Y si para tanto dieran las fundaciones que en ella había, quizá convendría convertirla en Colegiata, que fuese ornamento de Madrid, digna de su Santo Patrono y «templo en que se tributasen a Dios las debidas alabanzas con la solemnidad y decoro que se acostumbra en las catedrales».

No parecía bien el proyecto al Arzobispo de Toledo, sin cuya noticia, a lo que se echa de ver, se hizo aquella representación; pero sometia su juicio al del Consejo, que le pidió su dictamen. Ardía éste en deseos de que ocupasen otros nuestras iglesias y casas así para que su vacío no diese en rostro al público (son palabras del fiscal), como por la reflexión del espíritu de regreso que fundaban los fanáticos secuaces de los expulsos con estas apariencias» (quiere decir, para quitar a los amigos de la Compañía toda esperanza de verla otra vez aquí). Con esto informó favorabilisimamente al Rey sobre aquella petición en la consulta antes citada de 9 de Junio de 1768, al mismo tiempo que sobre la aplicación del Colegio al restablecimiento de los Estudios; y el Rey conformándose en todo con este dictamen, mandó que se hiciese desde luego la traslación propuesta (2). El comisionado,

(1) A. H. N.; Consejos; Cámara de Castilla, leg. 17.148.

(2) Todo consta por la consultafy resolución del Rey a ella. Copia en la biblioteca de la Real Academia de la Historia, papeles de jesuitas, n. 335 du plicado; 11-12-3-115.

D. Pedro de Ávila, dió la posesión al Cabildo de Capellanes el día 20 de Enero de 1769 (1), y el 4 de Febrero fueron solemnemente trasladadas, no sólo las reliquias de San Isidro, sino también las de su esposa, Santa María de la Cabeza, conservadas y ve neradas hasta entonces en el oratorio del Ayuntamiento. Duplicóse el número de capellanes, añadiendo otros doce, que con los antiguos habían de atender, no sólo al coro y al altar, como antes, sino también al púlpito y al confesonario. Se aumentó también el número de cantores y otros subalternos y se dotó la nueva Capilla así constituída, con la renta de la antigua, que subía a 129.071 reales; la de fundaciones y memorias pías existentes en la iglesia del Colegio Imperial, imponiéndole sus cargas u otras en que habían sido conmutadas; otra tomada de las dignidades de la Iglesia Primada de Toledo, con algunas más que hacian llegar la suma a 591.234 reales; bien que por diversas cargas quedaba reducida a 462.363 (2). A 1 de Abril de 1773 se hizo a los capellanes entrega formal de los bienes que la habían de producir. No la produjeron de hecho; reclamaron los interesados; y en 1785 por decreto de 8 de Octubre, no sólo se les completó esa renta anual, sino que se elevó hasta 752.538 reales, aumentando con esto la asignación a la fábrica, a todos los capellanes, que así tendrían 15.000 cada uno y el Teniente de Capellán Ma yor 18.000, y a otros varios ministros inferiores (3). Poco después de asentada así la dotación aprobó S. M. las Constituciones de la Real Iglesia y su Cabildo, que desde su traslado se habían empezado a disponer (4); y a los tres años Pio VI, a ruegos de Carlos III, expidió un breve en 20 de Mayo de 1788, concediendo a los veinticuatro capellanés el título de canónigos con las prerrogativas correspondientes (5).

Tal era, sin alteración que sepamos, al ser restablecida la

(1) Archivo del Ayuntamiento: 2-286-9, documento n. 7. D. Pedro de Ávila al Ayuntamiento, 26 de Enero de 1769.

(2) Academia de la Historia; legajo citado. Copia de Real cédula de 28 de Diciembre de 1769. A. H. N.; Consejos, leg. 17.144. Real decreto original de 29 de Enero de 1773.

(3) A. H. N.; Consejos; Cámara de Castilla, 17.149. Minuta de la Real cédula de 23 de Octubre de 1785.

(4) Cédula de 28 de Diciembre de 1785, original en nuestro poder.

(5) Se expidió e imprimió cédula publicando el Breve a 1 de Noviembre de aquel año.

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