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se, el mayordomo creyó poder o deber acudir al Síndico y por él al Ayuntamiento; el Ayuntamiento consultó a sus abogados, que respondieron ser manifiesta la razón del mayordomo; y en consecuencia acordó, por mayoría, en sesión de 30 de Septiembre, se elevara a S. M. la correspondiente representación, con testimonio de todos estos documentos, para que S. M. resolviera.

Apenas se habían expedido para Madrid estos papeles, cuando llegó a Cádiz un despacho del Consejo, con fecha de ese mismo dia, comunicando la resolución ya tomada por el Rey en el asunto y la orden de que se ejecutara. El convenio formado entre el Señor Obispo y la Comisión del Ayuntamiento lo había aprobado el P. Silva en representación del P. Comisario, aunque con alguna observación todavía sobre la cuantía y seguridad de las rentas; la Junta lo había pasado a la aprobación del Rey el 21 de Agosto; S. M. se la había dado el 17 de Septiembre; y el Consejo lo avisaba así, con la Real orden para su ejecución, al señor Obispo y al Ayuntamiento el último día de aquel mes (1). En el Ayuntamiento dos concejales opinaron que se debía esperar el resultado de la representación acabada de despachar; la mayoría acordó que se cumpliera sin más tardanza lo ordenado por S. M. y por el Consejo. Por su parte el señor Obispo, que dió a entender más adelante haber ignorado el recurso del mayordomo; recibidas las órdenes del Consejo y de la Junta, dió las suyas «más prontas y públicas para que a la mayor brevedad se trasladase el Seminario a otro local (2); y las repitió cuando, a 24 de Enero de 1818, avisó a todos la Junta que el Rey, a consulta suya, había desestimado la petición del mayordomo, porque el detrimento del seminario estaba compensado con el beneficio eclesiástico que se le aplicaba; pero murió a 22 de Julio sin haberlas visto cumplidas. Por fin, tras de nuevos plazos y prórrogas, arreglada convenientemente para el seminario su antigua casa y hecho a ella su traslado, se dió posesión de iglesia, colegio y bienes a los apoderados de la Compañía, D. José Gandolfo, Presbítero, y D. Francisco Javier Rodríguez de Abarca, novicio al tiempo de la expulsión y uno de los más activos pro

(1) Consulta y resolución en el A. H. N.; Consejo de Castilla; Órdenes religiosas, n. 7.

(2) Oficio a la Junta de 6 de Febrero de 1818. Copia en nuestro poder.

movedores del restablecimiento de aquel colegio, probablemente en el mes de Noviembre de 1818 (1).

Logrado, aunque tarde, el deseo de la ciudad, fué aquel colegio de los que con más pujanza comenzaron su nueva vida. Nada menos que ocho sujetos, dos sacerdotes y seis coadjutores, lo poblaron desde el principio, y en Septiembre siguiente eran ya trece, con el P. Francisco Antonio de Herrera por Superior, hombre casi octogenario, que había dejado el cargo de penitenciario o confesor de lengua española en la Santa Casa de Loreto, para venir a unirse a la Compañía y trabajar en España lo que sus muchos años y pocas fuerzas todavia le permitiesen.

Lucido y afectuosísimo acogimiento se les hizo a su llegada el 2 de Diciembre. «Salieron a recibirlos, leemos en los Apuntes, muy fuera de la Puerta de Tierra en muy lucidos coches el Procurador del público, un Teniente General y otras personas de la primera distinción. Las calles estaban tan cerradas de la muchedumbre de todas clases de gentes, que con mucha dificultad pudieron llegar a la puerta de nuestra iglesia. Allí los aguardaba el Señor Vicario Capitular con otros muy distinguidos personajes; los llevó al altar, les entregó las llaves, y tomando la capa pluvial, entonó el Te Deum entre las voces y lágrimas del pueblo. >>

Tomaron luego, al empezar el año 19, las dos escuelas de primeras letras, antiguamente propias de la Compañía y ahora a cargo de la Sociedad Económica; y a los seis meses, de trescientos subió el número a ochocientos sesenta niños, que obligaron a ensanchar el local y a multiplicar los maestros (2). También de Gramática se pusieron en 1.o de Julio dos clases, sobre las cuales no tenemos datos algunos. Tal incremento iba tomando el colegio, cuando en Septiembre de aquel año se echó sobre Cádiz la fiebre amarilla y ofreció ocasión a los nuestros de renovar los grandes ejemplos de caridad de sus antecesores, expo: niendo su vida en la asistencia de los apestados. Sin descanso y sin hurtar el cuerpo al peligro, trabajaron con ellos en lo espiritual y corporal, por lo menos los dos Padres; y ambos sucumbieron en los primeros días a la fuerza del contagio: el primero,

(1) Todos los documentos de este largo expediente se hallan en los libros capitulares del Ayuntamiento de Cádiz.

(2) Oficio del P. Silva a la Junta, de 26 de Junio de 1819.

el Superior, en 20 de Septiembre; el segundo, el P. Andrés Morel, en 2 de Octubre, y pocas horas antes uno de los dos jóvenes profesores de Retórica, todavía novicio. El P. Morel era francés, sacerdote emigrado en tiempo de la revolución, y uno de los siete primeros sujetos que en el mismo día, 18 de Marzo de 1816, dieron su nombre a la nueva Compañía en España. Los nueve jóve nes que quedaban, fueron todos, según parece, atacados de la peste, y, restablecidos, llevaron adelante sus tareas, en cuanto las circunstancias lo permitían, atendidos y medio gobernados por aquel buen sacerdote, D. José Gandolfo y D. Francisco Javier Rodriguez de Abarca, ambos grandemente afectos y favorecedores de la Compañia. A principios de Mayo de 1820 debió de llegar a Cádiz para hacerse cargo del colegio el P.-Ignacio Duchesne, uno de los últimos venidos de Italia, con un escolar que ocupara la clase, dejada vacante por el muerto.

Para entonces había triunfado ya la revolución; y suprimida la Compañía por las Cortes, fué ejecutado en Cádiz el inicuo decreto el día 30 de Septiembre; y aquel colegio no se volvió a abrir jamás.

12. Pocas casas de la Compañía española derramaron y dejaron de si tan suave olor entre propios y extraños como la de Villagarcia, villa no muy crecida en tierra de Campos, provincia de Valladolid y diócesis de Palencia. Entre los extraños dióle gran fama en toda España lo floreciente de los estudios de latinidad en aquel colegio concurridísimo, porque vinieron a ocupar puestos eminentes gran número de sus estudiantes, y sólo en veinte años dice el P. Calatayud que entraron en diversas religiones hasta dos mil de ellos (1). Entre los propios hacíanla, no solamente nombrada, sino mirada con cariño, los muchos que se alistaban en la nuestra; pues era sin duda un gran semillero de vocaciones para la provincia de Castilla y aun para las ultramarinas. Sin embargo, lo que a Villagarcia hizo de puertas adentro. de gratisima memoria, que aun dura entre nosotros, no fué tanto el colegio como el noviciado. Habíalo sido por espacio de casi dos siglos para la provincia de Castilla, y entre los que lo poblaron, a lo menos los primeros y los últimos años, así maestros como novicios, se distinguieron tanto algunos, ya por la santi

(1) Doctrinas prácticas, t. I, tratado IX, doctr. VI, § I. Muchos parecen ciento cada año; pero no tenemos otro fundamento para contradecirlo.

dad, ya por la doctrina ascética, que su memoria consagró aquel lugar como centro o foco del más ferviente espíritu religioso. Los PP. Baltasar Álvarez y Luis de la Puente en los principios; los PP. Idiáquez, Calatayud, Hoyos y Cardaveraz hacia el fin. Hasta las virtudes y nombre de la insigne fundadora, D. Magdalena de Ulloa, contribuyen a mantener vivo y siempre grato el recuerdo del colegio y noviciado de Villagarcia.

Por esta causa se unieron y concurrieron para solicitar el restablecimiento de uno y otro, los deseos de aquel pueblo y su comarca, los de nuestros Padres y los de algunos prelados amigos, educados en aquellas aulas.

Despachada favorablemente la representación que el Ayuntamiento y párrocos dirigieron al Rey, luego que tuvieron noticia del decreto con que restablecía la Compañia en España, solicitando que lo fuese también en Villagarcia; destinó el P. Comisario para tomar a su cargo aquella casa a los PP. Miguel Macias y José Gallardo, residentes desde 1798 en aquellas cercanías, y a instancia suya incorporados por el P. Panizzoni a la Compañía, apenas restablecida en Roma, como notamos en otra parte. Con diferencia de pocos días entraron ambos en la villa los primeros de Julio de 1816, y ambos fueron recibidos en triunfo por el Ayuntamiento y el clero entre vivas aclamaciones del pueblo y con repique general de campanas.

Al principio se trató solamente de reorganizar el colegio; pero aun esto hubo de ir despacio por lo destrozado y aun en parte arruinado del edificio. Habíalo destinado todo pomposamente el Consejo extraordinario, sin distinción ni división de iglesia, noviciado, aulas y colegio, como en otras partes, a seminario de misioneros de una de las dos Américas (1); pero como era de suponer, allí donde se habían reunido y criado centenares y aun quizá millares de misioneros para América, respondiendo dócilmente a la vocación de Dios, no acudió ninguno que sepamos al llamamiento del Consejo. Veinte años más tarde, el Comisario de la Orden de San Francisco de la provincia de Filipinas quiso poner alli para ella el seminario de misioneros, con aprobación del Señor Obispo de Palencia, a quien el Rey habia entregado el colegio para que lo destinara a algún fin piadoso; pero

(1) Colección de providencias, parte segunda, n. VIII.

tampoco entoces se pudo realizar el proyecto (1). En el tiempo intermedio, ignoramos el año, se pusieron alli tres clases de latinidad y una de primeras letras, sin que sepamos tampoco si los maestros vivían en el colegio. Como quiera que fuese, o en todo o en su mayor parte, estuvo muchos años abandonado el edificio, salvo la iglesia, que, como ya en tiempo de la Compañía, estuvo servida por un cuerpo de capellanes seglares, antiguamente dependientes del Rector (2). Ocupáronlo después las tropas francesas en tiempo de la guerra de la Independencia; a su salida volvió a quedar vacio algunos años; y no es fácil determinar con qué sufriría más, si con el abandono primero y último o con la ocupación intermedia. Ni un solo aposento encontraron arreglado los Padres a su llegada; y asi hubieron de hospedarse en casa de personas amigas, hasta que acomodado provisionalmente en el colegio el local necesario, se trasladaron a él un mes después. Su primer cuidado fué reanimar y volver, si pudieran, al antiguo lustre las escuelas. Cinco habían sido siempre las tan celebradas de Gramática y dos para niños de primeras letras. Desde 1808 no había sino un maestro para las primeras y otro para las últimas (3). Hiciéronse las convenientes reparaciones en lo material de sus dos aulas y en otras dos de las de Gramática, previendo el pronto y considerable aumento de los discípulos, y continuaron por entonces ambos maestros como antes, aunque ya bajo la dirección de los Padres. Sólo esto, con la noticia de que pronto llegaban también maestros jesuitas, bastó para que, en efecto, tanto en una como en otra se multiplicaran considerablemente los alumnos. Al comenzar el curso de 1817 a 1818 ya eran dos las clases de Gramática y en el siguiente tres, con unos cien to treinta estudiantes.

El noviciado no se abrió hasta Marzo de 1819. Instaron mucho en ello y contribuyeron con tres mil duros para los gastos necesarios, el Arzobispo de Burgos, Ilmo. Sr. D. Manuel Cid y Monroy, discípulo allí de la Compañía antes de su expulsión, los Obispos de Teruel y Almería y el Colector General de espolios, que después de ella estudiaron también en aquellas escuelas. En

(1) Varios documentos sobre el asunto en el A. H. N.; Estado, 3.518. (2) Oficio original del Ayuntamiento al P. Comisario de 1 de Octubre de 1816, en nuestro poder.

(3) En el mismo oficio.

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