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ra es en las fatigas de los ministerios tanto espirituales como literarios.

De los que habitualmente se ejercitaban en todas nuestras casas tenemos una muy minuciosa y autorizada relación, que puede verse integra en el Apéndice núm. 7. Quiso la segunda Junta en 1819 dar al Rey noticia, no vaga y general, sino por menor y con datos concretos, de lo que la Compañía restablecida trabajaba en el ramo para que principalmente lo había sido, que era la formación y educación de la juventud en letras y buenas costumbres, y con este fin encargó al P. Comisario que pidiera a los superiores de los colegios los informes que hacían al caso (1). Remitidos éstos, que en su mayor parte se conservan originales, se formó con todos un «Breve Compendio», y pasado a la Junta, fué por ella presentado al Rey, que mandó responder haber todo merecido su Real aprobación, y que esperaba continuarían los Padres trabajando en adelante con el mismo celo (2). Habíase incluido en los informes, no sólo todo lo tocante a escuelas, que era lo que la Junta pedía, sino también lo relativo a ministerios espirituales, con toda clase de personas, y así tenemos noticia bastante completa de los trabajos de los Padres en aquella época.

No eran otros que los que la Compañía ha emprendido siempre, conforme a su Instituto, en bien de las almas; pero tenían de singular ser ahora ejercitados por hombres de setenta y ochenta años, que pasaban no raras veces la mañana entera en el confesonario, predicaban domingos y fiestas, visitaban enfermos, cárceles y hospitales, daban Ejercicios, enseñaban el catecismo, erigían y dirigían congregaciones; y en todo eso tenían que ha cer y hacían, dándoles el celo fuerzas, más de lo que su edad y los consiguientes achaques permitían. En Madrid, en la iglesia del Imperial, había misión para el pueblo todos los años; en el Noviciado se daban ejercicios a algunos particulares, que allí se recogían a hacerlos; en Palma dos tandas al año en la iglesia, una para hombres y otra para mujeres; en varios colegios se celebraban solemnes novenas en honor de la Virgen, del Sagrado Corazón, de San Francisco Javier y otros Santos. La congrega

(1)

Actas, 16 de Abril de 1819.

(2) A. H. N. Consejos; Consejo de Castilla; Órdenes religiosas, n. 7. Mi

nuta.

ción mariana no parece que llegó a extenderse a otros que a nuestros alumnos; pero para éstos la hubo ya por lo menos en Madrid, Valencia, Oñate, Graus y Cádiz. El ministerio más generalmente ejercitado en aquellos principios, fuera del oir confesiones, fué el de la enseñanza del catecismo, no sólo a los niños de nuestras escuelas, sino también a los demás y a todo el pueblo. Aun las procesiones públicas con los niños cantando la doctrina se restablecieron en algunas partes con solemnidad, con concurso y con satisfacción de la gente, que ahora no podemos entender.

5. Merece especial mención entre las obras de celo con que nuestros Padres desde su regreso de Italia se esforzaron en promover la piedad y reavivar el espíritu cristiano, la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. El odio satánico de los jansenistas aquende y allende el Pirineo se había cebado en los jesuitas por su ardiente celo en sostener y propagar esta dulcisima devoción, y en la devoción misma, por ser, como decían, devoción jesuitica. Comunes fueron, tal vez sin excepción, los amigos y los enemigos, los defensores y los perseguidores de la devoción del Corazón de Jesús y de la Compañía de Jesús (1). El haberla querido dar un buen impulso en España, alcanzando de la Santa Sede pocos años antes de la expulsión, la celebración de su fiesta con oficio y misa propios, interponiendo las súplicas de gran número de Obispos y cabildos catedrales, pero sin contar con el Rey, hizo que uno de los primeros actores de aquella tragedia lanzara contra los jesuitas, terribles y poco encubiertas amenazas, y punto menos que el definitivo: delenda est Cartago. No se contó con el Rey para aquella petición, ni había obligación, ni se podía esperar de los ministros que le rodeaban y de los vientos que en la corte corrían sino rotunda negativa y aun decidida resis tencia, coloreada con la que Benedicto XIV había hecho años atrás, siendo promotor de la fe, a la misma pretensión. Pero cuando ahora se estaba tratando otra vez de la petición de nuestros prelados y cabildos; tuvo noticia de lo que pasaba el gran jansenista, Roda, a la sazón embajador de España en Roma, por aviso que le dió el Cardenal Ganganelli; estorbó la consecución de la gracia; y aquí en España los Obispos, que la pedían, llevaron una reprimenda de parte de S. M. C., y contra los je

(1) Nilles, De rationibus festorum....., l. I, P. 1.a, c. IV, § IV, pp. 153-56.

suitas escribió furioso el Confesor del Rey, el conocido P. Osma, una carta incendiaria, llamándolos traidores y amenazando con una fuerte providencia para remedio de tan graves males; tal vez la expulsión, que vino poco después (1). Ya se ve cuán relacionada anduvo la ruina de la Compañía de Jesús con su celo por la devoción del Corazón de Jesús.

Por dicha, quedaba ésta arraigada en España en el corazón de nuestros amigos; pero fuerte sacudida y rudo golpe sufrió con el extrañamiento. En la mayor parte de nuestras iglesias estaba fundada y floreciente la congregación, que nuestros Padres fueron los primeros en implantar en estos reinos (2); y todas aquellas congregaciones, con las demás dirigidas por la Compaňía, fueron despóticamente abolidas por Carlos III (3). Más aún; poco después escribía Roda a su sucesor en la embajada de Roma, D. Tomás Azpuru, y a su grande amigo, el Cardenal Marefoschi, enemigo mortal como él de la Compañía de Jesús y de la devoción al Corazón de Jesús, que el Rey había desterrado de todas nuestras iglesias esta superstición jesuitica, y hecho que se recogiesen y quitasen de ellas todos los cuadros que llevaban la bendita imagen (4). No hay porqué continuar exponiendo toda la guerra que al Corazón divino se hizo durante nuestro destierro. Lo que aquí cumple es notar la coincidencia, o hablando con propiedad, la amorosa y como natural providencia del Señor, en introducir en España la fiesta litúrgica con el oficio y misa del Sagrado Corazón de Jesús, al mismo tiempo que volvía también de Italia la Compañia desterrada. No sabemos, ni nos parece que en la consecución de esta gracia en Roma tomaron parte directa e inmediata nuestros Padres; obra debió de ser de nuestro grande amigo y favorecedor, el nuevo Patriarca de las Indias, Ilustrisimo Sr. D. Francisco Antonio Cebrián y Balda, que años atrás, siendo Obispo de Orihuela, la había obtenido para su diócesis, y movió sin duda al Rey a pedirla a Su Santidad. El 7 de Diciembre de 1815 fué concedida para todo el reino (5). Pero como no

(1) Puede verse esta triste historia en Razón y Fe, t. XXXIII (MayoAgosto de 1912), pp. 165, 437. Más brevemente en Uriarte, Principios del Reinado del Corazón de Jesús, n. 104, p. 477 y siguientes.

(2) Véanse los Principios del Reinado

(3) Real cédula de 28 de Diciembre de 1769.

(4) Razón y Fe, lugar citado.

(5) Principios del Reinado, n. 107, pp. 503-504.

perdieron de vista en el destierro la devoción jesuítica, antes la defendieron y difundieron con celo infatigable con la palabra y con la pluma; al primer anuncio de su vuelta a la patria, luego acariciaron al pensamiento de reavivarla y propagarla en España. Así, el P. Francisco Catalá, y quizá otros que ignoramos, en vísperas de emprender el viaje, pidió y obtuvo en Roma patente de la congregación del Sagrado Corazón de Jesús, establecida en Santa Maria ad Pineam, con facultad para erigir otras y agregarlas a ella (1).

De hecho, ya en este primero y corto periodo de vida de la Compañía española encontramos congregaciones del Sagrado Corazón de Jesús y cultos en honor suyo cada año y aun cada mes en nuestras iglesias de Madrid, Valencia, Palma, Manresa, Murcia y Tortosa. Y tan unido iba ahora como antes el nombre de la Compañía a la devoción del Corazón de Jesús, que el P. Silva escribiendo a Roma en 1822 decia: «Aqui la prensa pública nos pinta como intrigantes; pero en tan buena compañía como la devoción del Corazón de Jesús, que tachan de supersticiosa: todo con ocasión de las funciones hechas en Bordó por la religión y felicidad de España» (2).

Del trabajo que en la enseñanza se ponía queda hecha alguna mención al hablar de cada uno de los colegios. La avidez con que era deseada se manifestó primero en el empeño de tenerla; pero acaso más claramente después en el concurso de los niños a recibirla. Unos cuatro mil frecuentaban ya nuestras aulas al tiempo de la supresión de 1820; más de las tres cuartas partes de primeras letras, muy pocos de estudios mayores, los demás de Gramática y Humanidades. Demasiado se abarcó en aquellos · principios de tanta escasez de sujetos, por las causas antes indicadas. Aun así hubo Ayuntamiento, que acusó a los Padres de querer recobrar todos los bienes de los antiguos colegios, sin tomar sobre sí el peso de sus cargas: como si esto hubiera sido posible (3); cuando la verdad era que ni lo correspondiente a las que habían tomado podían conseguir en muchas partes. Esta escasez de rentas juntamente con la de personal para dotar conve

(1) Despachada el 27 de Septiembre de 1815.

(2) Al P. Fortis, 21 de Febrero-10 de Marzo de 1822. Original en Cast. I. (3) El de León. El documento está en el A. H. N.; Consejos; Consejo de Castilla; Órdenes religiosas, n. 7.

nientemente de lo uno y de lo otro los colegios, y los males que de ahí dimanaron, especialmente en la formación apresurada y poco sólida de nuestra juventud, hacían que los más cuerdos, a juicio del P. Cordón, tuvieran por particular providencia de Dios el que las Cortes, próximas a reunirse, nos quitaran los colegios y nos redujeran a pocas casas (1).

Con tales circunstancias y atendida la corta duración de este periodo, que aun para las escuelas del Imperial, primeras puestas a cargo de la Compañía, apenas llegó a cuatro años, no hay que buscar ni echar de menos los frutos literarios de nuestra enseñanza. Ni en lo que más importaba y más los pueblos desea ban, que era la formación moral y religiosa de la juventud, se pudo dar paso de consideración, aunque se emplearon con celo y eficacia, para despertar el espíritu cristiano, tan dañado y decaído, todos los medios, que la Compañía ha usado siempre, como la enseñanza del catecismo, la frecuencia de sacramentos, la congregación mariana, la misa y otros ejercicios de piedad diarios, semanales y mensuales.

7.

Terminada la relación del restablecimiento de los colegios, creemos conveniente añadir dos palabras sobre su estado económico, del cual no hemos hecho sino indicar en general las rentas que a cada uno se aplicaron, reservando alguna mayor explicación para este lugar.

Nos queda gran número de cartas de los superiores locales, y oficios del P. Zúñiga para la Junta, por los cuales se ven las graves dificultades con que en este particular tropezaron; porque no siendo nada sobrada la renta líquida que a los colegios se aplicaba, buena parte de ella no se podía cobrar, y la otra, tarde y mal. No estará de más advertir que la total, aun ahora al tiem· po del restablecimiento, a veces era de cierta consideración. Así, al colegio de Loyola se le asignaron sus antiguas rentas y censos todavía corrientes, que sumaban más de 145.000 reales; pero con tales cargas, que los reducían a 8.000. Esa era, a nuestro entender, una de las causas que abultaban las riquezas de la antigua Compañía: se miraban y aun exageraban las rentas, y no se tomaban en cuenta las grandes cargas que sobre ellas pesaban, no ya de servicios que los colegios habían de prestar, pero aun de sumas que debían dar a otras personas o corporaciones. El Cole

(1) Al P. Vicario, 29 de Junio de 1820. Original en Cast. I.

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