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CAPITULO V

NUEVA SUPRESIÓN DE LA COMPAÑÍA EN ESPAÑA Y OTROS

SUCESOS IMPORTANTES

1. Muerte del P. General y expulsión de Rusia.--2. Muerte del P. Zúñiga. — 3. Sus sucesores interinos.-4. La revolución.-5. Primeros ataques contra la Compañía. - 6. Dictamen y proyecto de decreto presentados en las Cortes.-7. Su discusión y aprobación.-8. Cartas cruzadas entre el Rey y el Papa.-9. La congregación general.

1. Fué el año de 1820 de varia y singular fortuna para la Compañía universal y particularmente para la de España. Murió en Rusia el P. General, Tadeo Brzozowski, y en España el P. Comisario, Manuel de Zúñiga; fué suprimida aquí de nuevo la Compañía, y allí desterrada de todo el Imperio; pero se tuvo en Roma la primera Congregación general celebrada después de su universal restablecimiento. Y de todos, aun de los malos sucesos, sacó el Señor y la Compañia, a vuelta de grandes pérdidas y duras tribulaciones, no pocos bienes.

El tercer Vicario general de la Compañía en Rusia, el P. Gabriel Gruber, había trasladado su residencia de Polotsk, donde sus predecesores la habían tenido, a San Petersburgo. Alli continuó su sucesor el P. Tadeo Brzozowski, y allí se hallaba cuando el Papa, Pío VII, restableció la Compañía en todo el mundo. ¡Coincidencia providencial! La protección y amparo que el imperio de Rusia prestó a la Compañía, había comenzado en el momento de su general extinción por Clemente XIV; la persecución por parte del gobierno comenzó en aquel mismo imperio el año de su universal restablecimiento por Pio VII.

El General quiso y no pudo obtener permiso para trasladarse a Roma, como sede y centro natural de su gobierno, y más necesario en aquellas circunstancias. En cambio, a fines de 1815 fué con todos sus súbditos expulsado de San Petersburgo, por el delito que se les atribuía, de atraer a los rusos cismáticos a la

religión católica; y volvió a establecerse en el colegio de Polotsk. Allí, durante cuatro años, esperó de un día a otro la expulsión de la Compañía de todo el imperio moscovita; pero de verla y sentir la pena consiguiente vino a librarle la mano de Dios, que le llamó a Si el 5 de Febrero de 1820 (1). Su muerte aceleró tal vez la expulsión, decretada luego, el 13 de Marzo; pero facilitó la traslación del gobierno superior de toda la Compañía a la capital del mundo católico.

Desde 1814 hubo en ella quien con nombre y autoridad de Vi cario general dirigía nuestros asuntos, aunque con dependencia del General mismo. Este modo de gobernar fué entonces necesario; pero bien se ve que no podía menos de traer consigo graves inconvenientes. La remoción del P. Panizzoni de su cargo poco después del restablecimiento, la del P. Perelli en 1818, la del P. Fortis, su sucesor, el año siguiente, con la supresión misma del cargo ¿no son indicios claros de los graves embarazos, que aquella media división de la autoridad producía? Ahora quedaba una sola cabeza y esa en Roma. Porque el General difunto había dejado nombrado Vicario al P. Mariano Petrucci, jesuita ya en la antigua Compañía, Rector a la sazón del colegio de San Ambrosio en Génova; y éste, pasando inmediatamente a Roma, gobernó la Compañía en la forma señalada por el Instituto hasta la elección del nuevo General.

2. Poco después que el General en Rusia, falleció en Madrid el P. Comsisario. Había hecho el año anterior la visita de los colegios, y llegado a la corte de vuelta de Valencia, Tortosa y Murcia el 25 de Febrero del 20 con la salud algo quebrantada. Arreciando el mal, cayó postrado en cama precisamente el día que en Madrid llegaba a su colmo la agitación revolucionaria, de que luego hablaremos, y obligaba al Rey a aceptar la constitución del año doce. Estos sucesos, que presagiaban la próxima supresión de la Compañia en España, y más determinadamente el tumulto de algunos grupos de constitucionales, que apedrearon el colegio Imperial y lanzaron ya contra los Padres, entre otros mil insultos, amenazas de destierro y aun gritos de «¡mueran los jesuítas!», no pudieron menos de ejercer funesto influjo en su ánimo, con que acelerado el curso de la enfermedad, falle

(1) Zalenski, t. II, lib. VI, c. III, nn. 1 y 2.-Liber saecularis, c. I, páginas 49.52.

ció a los cuatro días, el 14 de Marzo. Acudieron a sus funerales todos los superiores de las Órdenes religiosas; pero se echó de menos, como notan las Cartas anuas, a muchos sujetos, que en tiempos mejores habían blasonado de grandes amigos nuestros.

Descendiente el P. Zúñiga de linajuda familia, había nacido en Alba de Tormes el 2 de Febrero de 1743 y entrado en la Compañía en la Provincia de Toledo el 16 de Septiembre de 1758. Estudiaba la Teología en Alcalá al tiempo de la expulsión, y conducido con sus hermanos de Cartagena a Córcega y de allí a los Estados Pontificios, siguió la suerte de todos, fiel a su vocacación, hasta que el Papa Clemente XIV suprimió la Compañía en todo el mundo. Reducido a la condición de sacerdote secular, estuvo algunos años en Ferrara, donde perteneció a una de las academias literarias de aquella ciudad. De allí pasó a Rovigo, en el Veneciano, y tuvo a su cargo, juntamente con el P. Antonio Alcoriza, la educación de un niño de noble familia. Restablecida la Compañía oficial y públicamente en Rusia el año de 1801, luego se agregó a ella secretamente; y cuando lo estuvo igualmente en Nápoles en 1804, fué uno de los pocos que corrieron a incorporarse en ella, acompañado también en esto del P. Alcoriza. Destinado a Sicilia, enseñó primero Retórica y Poética y después Teología en el Colegio Máximo de Palermo; hizo la profesión de cuatro votos el 15 de Agosto de 1806; fué nombrado en 1809 Viceprovincial y en 1810 Provincial de aquella provincia, separada poco antes de la de Nápoles; y gobernándola siguió hasta su salida para España en 1815. Por asuntos de su gobierno y aun tocantes toda la Compañía, se hallaba el año antes en Roma al tiempo del restablecimiento universal, y como una de las personas más autorizadas intervino en las deliberaciones, muchas y graves, que necesariamente hubo de haber en aquellos principios para realizarlo. En España él lo dirigió por razón de su cargo, de la manera que se ha visto en esta historia.

Fué sin duda el P. Zúñiga hombre de aventajadas dotes naturales y de más que vulgares virtudes. De su ingenio y de su adelantamiento en las letras sagradas y profanas, a que según su estado se aplicó, son bastante prueba las cátedras que desempeñó satisfactoriamente en Sicilia; y, según escribía el Padre Luengo, al hablar de su paso por Roma para Nápoles, cuando iba a entrar en la Compañía restablecida, de él y de su compa

ñero, el P. Alcoriza decian los que los conocían, que podrían servir muy bien en los ministerios y en la enseñanza.

Era de carácter afable y bondadoso, que fácilmente se hacía amar de las personas con quienes trataba, y de corazón muy de padre para con sus súbditos; condición que, acrecentada, naturalmente, por los años, dió tal vez en algún exceso, y fué causa, a lo menos en parte, de aquel demasiado recibir pretendientes al noviciado y a los votos, que notamos en otro lugar. Retratole en dos palabras el P. General, cuando a propósito del cargo y título de Comisario, que quería dejase ya, tomando el de Provincial, decia al P. Fortis: «Escribí al P. Zúñiga lo del titulo de Comisario; hame respondido aquella santa alma que de su parte no hay la menor dificultad en dejarlo. He aquí la idea que uno se forma del carácter y de las virtudes del P. Comisario leyendo lo que nos queda de su correspondencia: era una santa alma; hombre bueno y bondadoso, humilde, de ánimo igual en la próspera y en la adversa fortuna, como levantado sobre las ordinarias miserias de la tierra, espiritual sin afectación y sencillo con dignidad. Su estima de la vocación y el amor a la Compañía, manifiestos están en su vuelta a ella, primero en secreto, por su agregación a Rusia, y después descubiertamente en Nápoles, y esto cuando ya se sabía que los que allá iban y eran de nuevo recibidos, perdían la pensión que se les pasaba de España.

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Y más tal vez que con eso mostró su amor a la vocación y a la Compañía con su vida ajustada a la más ejemplar observancia. Su cargo de Provincial de Sicilia lo empezó a ejercitar besando los pies, fuera de costumbre, a los de casa; y no le impidió seguir, como antes, sirviendo frecuentemente en la cocina y en el refectorio. Vivió como verdadero pobre, y de su obediencia el P. General estaba tan seguro, que, en el asunto antes indicado, a él mismo encomendó hacer lo posible en la corte para remover los impedimentos, que estorbaban la supresión del titulo de Comisario, no dudando que había de hacer realmente cuanto estuviera en su mano.

La observancia y proceder religioso que él tuvo, la celó también en los otros, en cumplimiento de los deberes de su oficio. Aun para el viaje de los Padres de Italia a España dió oportunos avisos para el buen orden y porte religioso; y ya aquí, al comenzar de hecho el restablecimiento, escribió una fervorosa circular, recomendando el Instituto como única norma de conducta, sin

dar lugar a modos de pensar particulares, y haciendo muy prudentes advertencias sobre la crianza de los novicios, sobre el ejercicio de los ministerios espirituales y de enseñanza, y sobre las relaciones con los prelados y con otros religiosos.

Con estas prendas de virtud y de carácter, pero principalmente con su apacible trato, caridad y bondad con todos, se granjeó generalmente las voluntades, y dejó de sí tanto en Italia como en Sicilia y en España, gratísima memoria en los que le trataron y fueron súbditos suyos en aquellos años de restauración de la Compañía.

3. Dejó nombrado el P. Zúñiga para sucederle interinamente en el gobierno, al P. Faustino Arévalo, Rector del colegio de Loyola y maestro de novicios; y el P. Silva, después de publicarlo ante la comunidad del Colegio Imperial, lo avisó al mismo Padre y a todos los superiores de las casas, a Roma y a Rusia, por no saber aún la muerte del P. General, y lo puso también en noticia del Rey. El buen P. Arévalo contestó inmediatamente, que sobre hallarse inutilizado para tratar negocios por su gran falta de oído, tenía tan flaca salud, que no creía poder ponerse en camino para la corte sin riesgo de la vida; que por tanto renunciaba al derecho que aquel nombramiento pudiera darle y rogaba a los consultores designasen ellos otro sucesor al benemérito Padre Comisario (1). Extraño puede parecer en varón tan docto que ignorase la nulidad de su renuncia, como hecha en manos de quien no tenía autoridad competente para aceptarla, y la del nuevo nombramiento, si lo hicieran, por igual incompetencia de facultades para ello. El P. Silva, a quien vino dirigida esta carta, ocultó su recibo; y sin dar en rostro al P. Arévalo con estas razones, ni con la que en carta al P. General llamaba apatia suya en excusarse de aceptar el cargo; le escribió, sin embargo, inmediatamente que no era posible admitirle la renuncia, por estar ya su nombramiento comunicado hasta al Rey, y que si lo fuera, a lo menos el poner otro en su lugar no tocaba a los consultores, como cosa sin precedente y expuesta luego a quejas y disensiones, nunca más que en tal coyuntura nocivas a la Compañía (2). Movido con estas consideraciones aceptó el nombra

(1) Carta del 20 de Marzo, original en nuestro poder.

(2) Lo refiere en la carta mencionada al P. General de 28 de Marzo de 1820, original en Cast. I.

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