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tuto, que excluye de la Compañía a todo hombre notado de herejia, de cisma o de otro delito grave. ¿Y cuál más grave, después de esos dos, que la infidelidad al Rey? (1). A estas diligencias juntó el P. Castañiza las de implorar con un triduo la protección de Nuestra Señora de Guadalupe; y el resultado fué quedar reducido a consejo lo que se proponía como precepto, y a los eclesiásticos, lo que se queria aplicar a todos cuantos pretendieran entrar.

Decretado el restablecimiento, y que los Padres se instalaran provisionalmente en algún departamento de San Ildefonso; resolvióse también por unánime voluntad de las autoridades y de los interesados, que el Marqués de Castañiza renunciara desde luego oficialmente el rectorado del colegio, pasándolo a la Compañia, mas que no lo dejara de hecho, sino que siguiera con él hasta el tiempo de su partida.

Todo ya concertado, señaló el Virrey el día 19 de Mayo para el acto solemne, que comprendía, según lo expuesto, tres cosas: el restablecimiento formal de la Compañía en Nueva España; la instalación de su primera comunidad como huésped, y no en casa propia, en el colegio de San Ildefonso; y la entrega oficial del cargo de Rector al P. Castañiza. Casi a última hora, la antevispera del acto, el Virrey decretó la entrega formal del colegio a los Padres; y así, no ya como huésped, sino en su propia casa quedaria restablecida la Compañía y entablada de nuevo la vida común y religiosa de los Padres restauradores (2).

Hizose la ceremonia en la capilla del colegio, ricamente engalanada. El Señor Arzobispo quiso llevar en coche desde su palacio a los PP. Castañiza y Cantón. Todo el colegio, con su Rector, el Sr. Castañiza, a la cabeza, los de los otros colegios y los Superiores de religiones los recibieron a la puerta y los condujeron a sus puestos en el presbiterio. Allí se les unió el P. Barroso, que por enfermizo no pudo salir de casa. Concurrió luego

(1) Carta a D. Juan Evangelista Gamboa, 22 de Abril de 1816; otra a los PP. Arrieta y Serrano, 7 de Mayo del mismo. Las tenemos solamente traducidas al italiano, sin duda para informar al P. Vicario. (Prov. Mexicana.)

(2) A. H. N.; Jesuítas, 117. «Testimonio del expediente formado para acordar el acto solemne del formal restablecimiento de la Compañía de Jesús y recibimiento de los Padres de ella en el Real y más antiguo Colegio de los Santos Pedro, Pablo e Ildefonso. Orden de Calleja al oidor, D. Manuel del Campo y Rivas, de 17 de Mayo de 1816.

en cuerpo el Cabildo metropolitano, la Audiencia, el Ayuntamiento, la Universidad y otras Corporaciones, y el Virrey en coche de corte con el brillante acompañamiento de alabarderos, caballerizos, pajes de honor y escolta de realistas de Fernando VII, y cuantas personas cupieron en la capilla de las más distinguidas de la ciudad. Leida la Real cédula de restablecimiento en Indias y una breve noticia de las diligencias hechas para su cumplimiento en aquella capital, el Virrey dió posesión del colegio al P. Castañiza, entregándole en señal de ella una llave, y el Padre entregó al Virrey una candela en reconocimiento del Real patronato; hizo luego una alocución el Señor Arzobispo, y por fin se cantó el Te Deum, oficiando el mismo Ilmo. Prelado. Inmediatamente se echaron a vuelo todas las campanas de la ciudad. El Virrey llevaba en dar al acto tan gran solemnidad alguna mira política. Se proponía con eso, según escribía al Rey a 31 de aquel mes, «contribuir a las soberanas, piadosas intenciones de V. M., no menos que imprimir en los ánimos de estos habitantes las más justas ideas del paternal amor de V. M., y de los bienes, que deben prometerse de un Monarca que por todos los medios posibles promueve su verdadera felicidad» (1). Mas no parece que fueran dirigidas a tal intento otras demostraciones suyas de afecto, como el dar un estrecho abrazo al P. Castañiza en el momento solemne de la entrega del colegio; volver a él con su esposa por la tarde a visitar a los Padres y darles la enhorabuena; y concurrir también por la noche a los festejos de fuegos de artificio y escogida música, celebrados en el patio interior (2). El P. Castañiza escribía al P. Zúñiga el 4 de Octubre, que sin el favor y empeño particular del Sr. Calleja no estaría todavía hecho el restablecimiento en aquella fecha (3). Fuera de él y de los dos Prelados de Méjico y Durango, contribuyeron grandemente a facilitarlo y disponerlo todo con su actividad oficiosa en las diligencias necesarias, el Maestrescuela de la Metropolitana, don Juan José Gamboa, y el Tesorero, D. Andrés Fernández de Madrid. Los particulares, en gran número, manifestaron su alegría por el restablecimiento con colgaduras en sus casas el día del acto solemne y muchas comunidades, además, con devotas fun

(1) A. H. N., en el Testimonio últimamente citado, (2) Relación del restablecimiento, etc.

(3) Carta original en nuestro poder.

ciones religiosas de acción de gracias (1). La del Oratorio de San Felipe Neri, establecida en nuestra antigua Casa Profesa, quiso celebrar solemnisimamente la fiesta de San Ignacio de aquel año en la capilla de San Ildefonso, oficiando, predicando y haciendo todo el servicio y costa. Sobre todas se señaló la del Colegio mismo, que el día de la ceremonia engalanó el edificio con colgaduras, emblemas y poesías alusivas al acto, y el siguiente tuvo misa solemne y Te Deum, oficiando el Sr. Castañiza (2). El pueblo en general mostró también su contento con su concurso al acto y con otras diversas manifestaciones.

El Colegio de San Ildefonso era al tiempo de la expulsión un seminario o internado y contaba con trescientos colegiales, que, según entendemos, bien que no lo hallamos expresamente consignado, no tenían alli sus clases, sino que acudían a las del Colegio Máximo (3). En los primeros momentos de la expulsión el colegio se deshizo; pero en 1774 fué reorganizado con profesorado propio, bajo la dirección de sacerdotes seglares. El Sr. Castañiza pasó en él cuarenta años, primero de estudiante, después de Catedrático y últimamente de Rector (4). Así seguía al tiempo del restablecimiento, pero mermado su número, que no parece llegaba al centenar (5). Hasta primeros de Noviembre, que partió para su Obispado, le siguió gobernando el Rector antiguo con los demás subalternos. Entonces fueron nombrados para los cuatro cargos principales cuatro novicios: Rector, el P. Ignacio María de la Plaza, sacerdote que en el mismo colegio había sido maestro de aposentos, es decir, lo que ahora llamamos Inspector; Vicerector, el H. Francisco Mendizábal, que había enseñado leyes; Maestro de aposentos, el H. Juan Ignacio Lyón; Padre espiritual, el P. Blas Perea, que era además Procurador de provincia. Los demás cargos de gobierno y todas las clases siguieron. en manos de los que antes las tenían. Los alumnos subieron ya en este primer año a más de ciento cincuenta (6).

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(3) Nos fundamos en que el catálogo de la Provincia no pone profesores algunos en San Ildefonso.

(4) Lo dice él en su memorial al Rey, de 31 de Julio de 1815.

(5) El Sr. Castañiza, hablando del primer 'año de la insurrección, dice que entonces pasaban de ciento. Por el contexto se entiende que cuando lo escribia no llegaban.

(6) Dávila, II, c. VII, p. 198.

4. En Méjico, más que en España, era urgente, realizado el restablecimiento de la religión, asegurar su vida recibiendo y formando sujetos en quienes se perpetuase. Los antiguos eran tres; el P. Barroso estaba para poco; los otros dos contaban ya más de setenta años; sin pérdida de momento había que prepararles sucesores. De los muchos pretendientes que se presentaron, once pudieron ser recibidos desde luego, entre los cuales había tres sacerdotes, otros con todos los estudios hechos o muy adelantados, profesores algunos entonces o anteriormente, y entre ellos el Rector de la Universidad, D. Isidro Ignacio de Icaza. No teniendo la Compañía todavía otra casa que el colegio de San Ildefonso, en él se acomodó para noviciado un departamento, y en su capilla se inauguró el 2 de Junio, fiesta de Pentecostés, celebrando el Ilmo. Sr. Arzobispo y recibiendo la comunión de su mano, vestidos ya con la sotana de la Compañía, los nuevos jesuitas, que fueron confiados para su formación religiosa al P. Cantón. Inmediatamente empezaron los ejercicios propios del noviciado, a la manera antigua, enseñados con palabras y ejemplo por los dos Padres ancianos: asistir a los enfermos en el hospital, consolándolos, enseñándoles la doctrina cristiana, confesándolos y cuidando de toda la limpieza de las salas; visitar a los presos de la cárcel, doctrinándolos y regalándolos con alguna cosa; pedir limosna por las calles para beneficio del hospital de San Lázaro; conducir procesionalmente a alguna iglesia en dias festivos a los niños y explicarles el catecismo con diálogos, pláticas y preguntas, rezando a coros el Rosario por las calles con el pueblo que los acompañaba a la vuelta.

Llegó entretanto de Roma a los PP. Castañiza y Cantón facultad del P. Vicario General para hacer la profesión de cuatro votos; y no habiendo allí otro profeso que se la recibiera, delicada y oportunamente dispuso el Ilmo. Señor Arzobispo, a quien acudieron, que recibiendo la consagración episcopal el hermano del P. Castañiza el 4 de Agosto, luego el 15, celebrando misa de pontifical por vez primera en su capilla de San Ildefonso, en ella y en sus manos hicieran ellos la profesión solemne. Bien se deja entender el consuelo de todos y particularmente de los dos hermanos en esta ceremonia.

A los pocos dias se hizo entrega a la Compañía de otros tres edificios: el colegio de San Gregorio y sus rentas; el de San Pedro y San Pablo; y la iglesia de Nuestra Señora de Loreto.

El colegio de San Gregorio, con su iglesia de Loreto, estaba en lo antiguo destinado exclusivamente al bien de los indios; por lo cual habían de saber su lengua, al menos cierto número de los sujetos empleados en él. A los indios se atendía en la igle sia y fuera de ella, en la ciudad y en el campo; y niños indios habian de ser los de sus escuelas, internos gratis como una do

cena.

Después del extrañamiento de la Compañía, la Junta superior formada en Méjico para disponer la aplicación que había de darse a nuestras casas, iglesias y bienes, lo destinó con todos los suyos a un nuevo seminario de indios, no sabemos en qué forma y con qué condiciones, pero sí que había de llamarse de San Carlos, en honra del Rey, que sería tenido por fundador. En la corte se aprobó el proyecto, pero quitándole casi todos los fondos a él destinados; y mientras se buscaba modo de vencer esta dificultad, hubo quien supo hacer cambiar completamente de aspecto el asunto. El colegio con sus rentas había pertenecido a la Compañía, como generalmente todos los demás que tenía, en plena propiedad, aunque con cargas o destino determinado. Expulsada la Compañia, hizose en este punto una «variación sustancial de las cláusulas de su primitiva fundación... para salvarlo de las garras del fisco», según dice Dávila (1), que explica esa variación o falsificación de esta manera. Después de haber mencionado una hacienda, que para los piadosos fines de su institución le había legado antes del extrañamiento el capitán D. Juan Echeverría, continúa así: «Extinguida la antigua Compañía, se nombraron comisionados para revisar los libros, documentos y papeles de cada casa; y los referentes a San Gregorio se encomendaron al oidor mejicano D. Francisco Javier Gamboa, quien deseando salvar esos bienes de la confiscación general, extendió su informe fijándose diestramente más en el objeto que se había propuesto Echeverría, que en la persona moral, a cuyo favor había legado, alterando con este fin la cláusula testamentaria; con cuya diligencia y su influjo, logró que la junta de aplicaciones declarase no pertenecer aquél a las 'temporalidades, y se mandara abrir un establecimiento análogo al anterior, compuesto de un rector y seis sacerdotes dedicados a los ministerios espirituales en favor de los indígenas y conservando la escuela de niños

(1) II, c. VII, p. 216.

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