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rarios que están haciendo falta a la grey que el Señor me ha encomendado» (1). Esta exigencia del P. Cantón, ¿fué solamente por la razón general de no poner casa nuestra en una diócesis sin consentimiento del Ordinario, o por otras particulares que había para querer asegurarse del de Puebla, como indica el Padre Decorme? Lo ignoramos; la primera causa bastaba, pero no quita que hubiera también alguna otra.

El 8 de Diciembre de 1819, fiesta de la Inmaculada Concepción, hizo la profesión solemne en Méjico el P. Ignacio María Lerdo, como acabamos de decir; el día de la octava salió de la capital como Superior del futuro colegio con el P. Basilio Arrillaga, ya escolar aprobado, el P. José Ignacio González, novicio, y los Hermanos Coadjutores, Juan Pablo Ortega y Severo Mesa, también novicios; y el 18 de aquel mes entraron en Puebla con solemnidad semejante a la que dijimos de Durango. Invitación pública de las autoridades al vecindario para que saliera a recibirlos; colgaduras, banderas y arcos de flores; campanas a vuelo y bandas de música; el Ayuntamiento desde fuera de la ciudad conduciéndolos a su antigua iglesia del Espiritu Santo, y el pueblo en inmenso concurso aclamándolos a su paso y derramando lágrimas de alegria; el Clero a la puerta, y el Prelado, el Comandante General y el Intendente de Provincia recibiéndolos en el presbiterio; Te Deum, discurso del Señor Obispo y entrega oficial inmediata de aquella iglesia y colegio a los Padres. Estas y otras manifestaciones, que por la tarde y noche siguieron, probaban bien el afecto de la ciudad y la importancia que daba al restablecimiento de la Compañía en ella.

No sabemos los trámites que en la oficina de temporalidades, local o central, siguió la devolución de bienes y edificios en Puebla. Ello es que, según parece, en poco tiempo recobró la Compañía cuanto de unos y otros quedaba. Edificios, todos los antiguos, que por lo menos eran cinco: el colegio e iglesia del Espíritu Santo, destinado a ministerios, enseñanza de letras humanas y con casa de Ejercicios adjunta; el de San Ildefonso, dedicado a estudios de Filosofía, Teología y Derecho Canónico; los seminarios de San Ignacio, San Jerónimo y San Javier, el primero adjunto a San Ildefonso, el segundo al Espiritu Santo, y el tercero semejante al de San Gregorio de Méjico, destinado a la en

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señanza primaria de los indios y a su cultivo espiritual (1). Todos, menos el del Espiritu Santo, conocido después de la expulsión por Carolino, del nombre de Carlos III, que le dió nueva organización y le declaró de su Real patronato, todos estaban ahora o abandonados o dedicados a usos profanos.

En el Carolino, devuelto a la Compañia, continuó la enseñanza, parte a cargo de los Padres, parte de sus anteriores maestros, y se mejoró la disciplina y la formación espiritual. En el seminario de San Javier también se inauguró con gran solemnidad la escuela para los niños indios y pobres, cuyo maestro no parece que vivía allí, sino que iba todos los días del Carolino. Con estos ministerios literarios juntaron los espirituales de púlpito y confesonario, visitas regulares a cárceles y hospitales y la enseñan. za pública del catecismo los domingos: todo caído en desuso desde nuestra salida. Véase cómo describe el P. Lerdo la primera función de la doctrina, tenida a los ocho días de su llegada. «Se había convidado, dice, para esta función la escuela de la Sociedad patriótica, y a algunos de sus niños se les había enseñado y ensayado el tono con que habían de ir cantando por las calles la doctrina; y reunida en la portería de este colegio a las tres y media, no sólo la escuela, sino también una multitud de gente, se empezó a formar la procesión... Delante iba un Hermano Coadjutor llevando el estandarte de N. S. Padre, en que se veía bordado de oro el Santisimo Nombre de Jesús, y a los dos lados iban sosteniendo las borlas, que pendían, otro Hermano Coadju tor y un colegial de beca. Seguíase la escuela, formada en dos filas, y al fin de ella los cantores, entonando el texto de la doctrina, a que respondía todo el concurso. Después iban los tres Padres, de manteo y bonete llevando en medio al P. Rector, quien conducia en las manos un santo crucifijo, sostenido con velo morado, que llevaba pendiente al cuello. En esta forma, seguida la procesión de un numeroso gentio, fué por el lado de mediodia a salir por frente al seminario hasta la puerta del palacio episcopal, y desde allí, por el atrio de la catedral, atravesó la plaza hasta la puerta del Señor General, de donde revolvió para bajar

(1) El P. Decorme, 1. I, c. VII, n. 7, pone otro seminario adjunto a San Ildefonso, llamado de San Miguel. No le hallamos en el Catálogo de 1767, ni en una Mexicanae Provinciae brevis notitia del P. Lerdo, en que enumera los

otros.

por la calle de la Compañía hasta entrar en nuestra iglesia. Entrados en ella, y penetrando con suma dificultad por una de las naves los Padres detrás de los niños, subieron al presbiterio, y alli, hecha la advocación del Espíritu Santo, seis niños que para ello se habían prevenido, empezaron a decir en voz alta la primera declaración del P. Ripalda, preguntándose alternativamente, mientras el P. Vice, que había de predicar, fué a ocupar el púlpito y el P. Rector la cátedra, que enfrente se había colocado con este objeto. Luego que los niños acabaron, se pusieron en pie ambos Padres y comenzaron el diálogo de doctrina, preguntando el P. Vice y respondiendo el P. Rector. Tocada la campanilla para concluir este diálogo, el P. Rector bajó de la cátedra para ir a tomar su asiento en el presbiterio, y el P. Vice empezó su sermón, acabado el cual, los niños cantaron a dúo y con buenas voces las letanías de Nuestra Señora, respondiendo todo el concurso, que era en gran manera numeroso, y con esto se dió fin a la función. Hasta aquí el P. Lerdo. El domingo siguiente fué tal la concurrencia, que ocasionó algunas desgracias, y para adelante se pusieron guardias que cuidaran del orden y del silencio (1).

Del bien que los Padres hacían y del amor que les cobró el pueblo, veremos elocuentes testimonios al verificarse la supresión ordenada por las cortes constitucionales del año veinte.

8. Mientras asi atendia el P. Cantón a propagar y consolidar la Compañía en Méjico, se le ofreció con los superiores mayores una pequeña dificultad, que afortunadamente no tuvo otras consecuencias, sino el disgusto, inevitable en tales circunstancias, para él y para uno de ellos.

Recuérdese que el P. Perelli, Vicario General en Roma a poco del restablecimiento universal, dió al P. Zúñiga, para que entendiera en el de España, nombramiento de Comisario General de la Compañía en todos los reinos y dominios del Rey Católico, confiriéndole toda su autoridad, para que como a él mismo le obedecieran cuantos en ellos estuviesen sujetos a su obediencia. El P. Zú· ñiga, con esta autoridad y respondiendo a oficios de la Junta de restablecimiento, que reconociéndola trataba con él los negocios de América lo mismo que los de España, procedió como tal Comisario de Méjico, si bien no sabemos que diera órdenes algunas determinadas, limitándose a enviar al P. Castañiza amplios poderes

(1) Decorme, 1. I, c. VII, n. 11.

para todo lo que allí ocurriera, y después al P. Cantón patente de Provincial, la cual no parece que envió al P. Castañiza, quizá por no haber sabido a tiempo su profesión, y a servir de intermediario entre ellos y la Junta para los negocios que a ella remitian. Los de gobierno interior, en que la Junta no intervenía, ambos Provinciales los trataban con el P. Vicario, y apenas encontra mos uno sobre el que se entendieran con el P. Zúñiga. A pesar de eso, el mismo P. Perelli, que había dado al P. Zúñiga tan explícitamente toda su autoridad sobre los jesuítas de América, no sabemos con qué ocasión, hubo de quejarse de que el P. Cantón parecía no querer depender inmediatamente de él, sino del Padre Zúñiga. En varias de sus cartas a los PP. Arrieta y Serrato, residentes en Roma, protesta aquél que no es asi, y les ruega que se lo persuadan al P. Vicario; que mientras no tenga respuesta de haberse desvanecido enteramente aquella sospecha, no estará tranquilo; que si obedece al P. Zúñiga, el cual cree estarle subordinada aquella provincia como la de España, es porque teniéndole el Gobierno español por Comisario también de Indias, si él no reconociera su autoridad en las actuales circunstancias de la insurrección mejicana contra la metrópoli, se atribuiría a espíritu separatista; y también porque de alguno se había de valer como de intermediario o procurador en Madrid para con el Gobierno y la Junta de restablecimiento (1). Por estos datos parece que el P. Cantón no creía ser el P. Zúñiga Comisario de Indias, ni tener sobre la provincia de Méjico autoridad alguna; bien que por otro lado a él pedía le quitase el cargo de Provincial enviando otro de España (2). Hasta Rusia llegó este asunto de la dependencia o independencia que del P. Zúñiga tenia o había de tener la provincia de Méjico. Conjeturamos que quien escribió sobre eso al P. General, fué el P. Fortis, Provin cial entonces de Italia, en la misma carta en que le incitó a suprimir el titulo y la autoridad de Comisario (3). A lo menos, el P. General, en la misma carta de 28 de Julio de 1818, en que por vez primera habló de este último punto al P. Zúñiga, le decía también estas palabras, harto significativas, tocantes al de Méjico: «Quisiera tener informes de las cosas de América. ¿Quién go

(1) Decorme, l. I, C. V, n. 17.

(2) Decorme, l. I, c. V.
n. 16.

(3) Véase el 1. II, c. III, n. 9.

bierna a los pocos que allí hay de los nuestros? ¿Vuestra Reverencia o el P. Vicario? ¿Cómo era antiguamente? Dicenme que siempre dependieron del General, y que todos sus negocios se despachaban en Roma por procurador. Ahora ¿cómo se hace? ¿Y están contentos los mejicanos con el actual sistema?» (1). Consta además, por otra parte, que el P. Fortis, una de las cosas que desaprobaba en el cargo de Comisario, era precisamente la extensión de su autoridad a la América; y aun la negaba siendo ya Vicario, sin haberla revocado, que sepamos, como hubiera podido (2). Claro es que, si el P. Zúñiga dejaba de ser Comisario de España e Indias, nada tenía que ver ya con la provincia mejicana. Mas como no parece que se le llegó a quitar aquel cargo, ni oficialmente se le limitaron las facultades con él concedidas; tuvo sobre ella, sin género de duda, verdadera autoridad, aunque subordinada al Vicario y al General, y en su ejercicio tan reducida, como hemos indicado, y más aún probablemente, desde que se suscitaron estas diferencias. Y en verdad que, si hubiera sido hombre que reparara en puntillos de honra y vanamente celoso de su autoridad, si no hubiera tenido la profunda religiosidad y la rendida y sincera sumisión a sus superiores, de que dudaba el P. Fortis, con una palabra dicha en Madrid les hubiera causado en esta ocasión gravísimas pesadumbres y adelantado la supresión a la renaciente provincia mejicana.

9. Antes de referir este triste suceso, que por otra vía bien diferente sobrevino, añadiremos aquí dos palabras a lo ya indicado sobre los ministerios ejercitados en la capital.

El confesonario ocupaba de tal manera a los Padres, que el P. Cantón, ni empleando el día entero decía que podría oir a tantos como a él acudían, y que si hubiera cien jesuitas, a todos les sobraría que hacer en este ministerio; porque no sólo de la ciudad, sino también de los contornos y aun de largas distancias venia la gente a buscarlos, principalmente para el cumplimiento pascual. A pesar de ese trabajo, no dejaban de visitar todos los jue

(1) Copia en el Registro correspondiente.

(2) «Porro P. Zúñiga, mense elapso officiosam litteram scripsit, protestans obedientiam et reverentiam; cui protestationi nescio quantum credere debeam, cum subjungat, se in Mexicum scripturum ut Provincialis Mexicanus idem erga me faciat; quasi Provincialis Mexicanus a sua auctoritate penderet, et jam mecum et immediate et per suum Procuratorem non ageret. › (Original de 25 de Febrero de 1819, en nuestro poder.)

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