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ves algunos Padres y jóvenes el hospital de San Andrés (antigua Casa Profesa) y en él platicaban, enseñaban la doctrina, confesaban y ejercitaban con los enfermos los más humildes oficios. Los martes hacían visita semejante a los presos de la cárcel. Los domingos por la tarde tenían al catecismo en forma parecida a la de Puebla, y fuera de eso otras funciones con sermón en su igle sia de Loreto. Además de esos ministerios fijos y constantes durante el año, renovaron en la cuaresma de 1820 la antigua costumbre de predicar en calles y plazas los domingos de dos en dos, reuniendo la gente con una campanilla, hablándola desde una mesa, explicando la doctrina, y conduciendo luego a los oyentes en procesión al colegio, donde se ponía fin a todo con una fervorosa exhortación.

Las congregaciones piadosas son las que no vemos mencionadas entre los ministerios de esta época, fuera de una de la Virgen para los colegiales indios de San Gregorio, y la Pía Unión del Sagrado Corazón de Jesús. En cambio esta última estuvo muy floreciente, contó gran número de congregantes y se extendió a buen número de poblaciones fuera de la capital.

Tuvo su origen en el fervor de un joven escolar, el Hermano José Ildefonso de la Peña; quien leyendo la obrita del P. Croiset sobre el Corazón de Jesús, y sintiéndose con la lectura encendido en devoción para con este divino Corazón, rogó al P. Márquez, Rector entonces del colegio, que la hiciese leer en refectorio, para promover en todos los de casa la misma devoción. El éxito correspondió a sus deseos y esperanzas; y como el P. Márquez, no sólo pertenecia a la Pía Unión establecida en Roma, en la iglesia de Santa María ad Pineam, sino que tenía facultad para agregar a ella a cuantos quisieran; todos le pidieron la agregación. A nuestros jóvenes siguieron los colegiales; a éstos otras personas que tuvieron noticia de la piadosa asociación; y viendo crecer su número, el P. Márquez trató de establecerla formalmente en la iglesia de Loreto con sus ejercicios mensuales propios. Obtenida del Señor Arzobispo, no sólo la aprobación, sino también el aplauso y excitación para que la inaugurase cuanto antes; anunciado el proyecto con públicos carteles y reunido un buen número de congregantes; dió solemne principio a su obra el domingo, 1.o de Agosto de 1819, con misa, exposición y meditación por la mañana y diálogo doctrinal sobre la materia por la tarde, exhortación y bendición.

Antes de un año se había establecido la Pia Unión, propagada de la capital, no sólo en Puebla y Durango, donde había jesuítas, sino también en otras quince poblaciones, algunas importantes, como Querétaro y Zacatecas; el número de asociados pasó luego de 120.000; y en Méjico se contaban entre ellos los Virreyes y su familia, el Señor Arzobispo y el Cabildo Catedral, el Asesor general, Oidores y otras muchas personas de distinción. La devoción salvadora del Sagrado Corazón de Jesús produjo ahora como siempre y en todas partes copiosos frutos de frecuencia de sacramentos y de vida verdaderamente cristiana entre toda clase de fieles; y arraigó de modo, que no se suspendieron los ejercicios de la Pia Unión con la supresión de la Compañía, sobrevenida poco después, siendo aquel el verdadero principio de la gran difusión alcanzada más tarde por la devoción al Corazón divino en la República Mejicana (1).

Poco más de un año sobrevivió el P. Márquez a su fundación, y ése, medio paralítico, esforzándose, no obstante, por seguir desempeñando su cargo de Rector y Maestro de novicios, y oyendo aun en la cama, los tiempos que no podía levantarse, confesiones de seglares que a él acudían, atraidos de su virtud y pru dencia. En Italia, extinguida la Compañía, no pudiendo dedicarse a los ministerios sagrados, se aplicó al estudio de la Arquitectura y de la Astronomía, en que sobresalió no poco y escribió varias obras, mereciendo la amistad y elogios de insignes astrónomos y tratadistas de arquitectura, ser nombrado socio de diversas academias, entre ellas la de San Fernando de Madrid y la arqueológica de Roma. Vuelto a la Compañía y a Méjico, formó bien en el espíritu a los nuevos jesuítas, no menos con su ejemplo que con sus palabras y doctrina, y rodeado de la estimación de los de casa y de los de fuera, falleció el 2 de Septiembre de 1820.

10. Tres días antes habia sancionado Fernando VII el decreto de las Cortes declarando nulo el restablecimiento de la Compañía en España y sus dominios, y disolviéndola, por tanto, en ellos, como explicamos en el capitulo anterior. Cuando llega

(1) Decorme, t. I, 1. I, c. VIII, nn. 21, 22, 23.- Synopsis historiae Mexicanae Provinciae Societatis Jesu ab anno XVI saecul. XIX, quo instaurata, ad XXI quo fuit dispersa. Manuscrita, por el P. Gutiérrez del Corral. En Prov. Mexic. Litt ann.

TOMO I.

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ron a Méjico las primeras noticias del triunfo de los constitucionales en España, ya el P. Cantón empezó a temer lo que no tardó en sobrevenir, sin que le diera seguridad alguna el haber jurado todos la constitución, tanto en la capital como en Puebla y en Durango, obedeciendo las órdenes del Virrey. Así, a principios de Agosto escribía al P. Silva: «Los jesuítas de Nueva España hicimos juramento de observar la Constitución española del año 12... Callamos, ni hemos proferido palabra alguna de que se puedan agarrar los desafectos. Lo que se hiciere con ustedes se hará con nosotros...» Y poco después decía al Padre Juan Martinez, uno de los mejicanos antiguos residentes en Roma, que hasta saber la resolución de las Cortes no se atrevía a recibir algunos pretendientes que había (1).

La noticia del decreto de supresión de la Compañía llegó a la capital de Nueva España el 16 de Octubre (2), y fué recibida por la mayor parte del reino con disgusto proporcionado al regocijo que causó la anterior de su restablecimiento. Éste y los demás actos de persecución contra los regulares y contra la misma religión católica, realizados por aquellas Cortes, indispusieron no poco a la población mejicana, sincera y profundamente religiosa en su inmensa mayoría y casi en su totalidad, no sólo contra ellas, sino también contra la soberanía de España en aquel reino. Con mucha razón había dicho el Conde de Maule, entre otras cosas, en su voto particular contrario al proyecto de supresión: «De Méjico escriben con entusiasmo de los progresos que hace la Compañía de Jesús. De Quito los llaman y aun han consignado una suma en Cádiz para el caso de su traslación. Todo esto lo expongo a la sabia consideración de las Cortes, para que reflexionen cuánto se sentirá, así en la Península como en ultramar, la abolición que se propone por las Comisiones reunidas. La mirarian como una nueva persecución, y ¿quién sabe hasta dónde se extenderían sus juicios?» A los pocos días de llegar allá la noticia del decreto, ya salía a luz en la capital una vigorosa protesta contra él, publicada por D. Juan Miguel Riesgo, natural de Sonora, lamentándose de los daños sufridos por sus paisanos a causa de la expulsión anterior, y de la falta que los jesuitas hacían para la enseñanza, clamando y esperando que las

(1) Decorme, t. I, 1. I, c. VII, nn. 17 y 20.

(2) Extracto de carta del P. Cantón a Roma, en Prov. Mexicana.

Cortes le revocasen, a lo menos para aquella nación, y suplicando a las autoridades suspendieran su ejecución hasta saber lo que en España se resolvía, después de oir a los diputados que de allá venian con ánimo de pedir y procurar la conservación de la Compañía en Méjico (1). Es verdad que algunos de los diputados habían prometido hacer tales gestiones, que no sabemos si hicieron; lo es asimismo que personas de valimiento con el Virrey le rogaron y esperaron que aplazara la publicación del decreto, representando al Gobierno de la Metrópoli fundados temores de gravísimos males en su ejecución; pero todo fué en vano. Ni otras diversas representaciones públicas, ni la más importante de todas, redactada en Puebla por un cuñado de Argüelles, Ministro de la Gobernación, a quien remitió ejemplares, y firmada por más de mil cuatrocientos individuos, todos seglares, «del comercio, milicia, empleados, letrados, artesanos y gobernadores de repúblicas de indios», pudieron parar el golpe (2). El Virrey, al dar cuenta al Gobierno de estos papeles, remitiéndole ejemplares de ellos, aseguraba que ninguna parte habían tenido en su publicación los jesuítas, antes la habían resistido; pero no ocultaba que le parecía estar bastante generalizadas aquellas ideas, y mostraba algún temor de alborotos, recordando lo ocurrido en algunos puntos de aquel reino cuando la expulsión de Carlos III (3).

El 18 de Enero de 1821 le llegó oficialmente el decreto de supresión con la Real orden en que se le mandaba ejecutarlo; y aunque más parecía haberse mostrado en todo su gobierno afecto que desafecto a la Compañía; no creyó deber aplazar, como le habían rogado, su cumplimiento. El P. Cantón, lejos de pensar en poner resistencia, ni aun pasiva, al tiempo de intimársele el inicuo e impopular decreto; apenas conoció su texto por la Prensa, se apresuró a oficiar al Virrey manifestándole la sumisión con que él y todos sus súbditos le darían cumplimiento tan

(1) Decorme, t. I, 1. I, c. VIII, n. 6. Justo reclamo de la América a las cortes de la nación.

(2) Archivo de Indias, 91-2-11.—– Carta original, n. 128, del Virrey al Ministro de la Gobernación de Ultramar; Méjico 31 de Diciembre de 1820. Decorme, 1. c., nn. 7 y 8.

(3) Carta original, n. 107, del Virrey, de 13 de Diciembre, en el lugar citado.

pronto como S. E. se lo intimara (1). Así, pues, intimado que les fué el 22 de Enero por la noche por el Intendente o Gobernador en persona, para que desde el día siguiente quedara la Comunidad disuelta; el Provincial fué el primero, por mostrar su obediencia, en salir del colegio el día 23, retirándose con el P. Amaya, Rector de San Ildefonso, y con el H. Ravanna, al hospicio de los PP. Agustinos, por disposición o consejo del Señor Arzobispo. Aquel mismo día dejaron la sotana los novicios, y luego fue. ron saliendo del colegio los demás sin apresuramiento, porque el Virrey les autorizó para hacerlo cuando les conviniera; les permitió, además, llevar consigo cuanto no pertenecía a las temporalidades, que les habían sido devueltas; y les ofreció cuanto necesitasen para cambiar de traje y otros gastos precisos. Muchas personas distinguidas acudieron al colegio a condolerse con ellos de su suerte y a ofrecerles sus casas; y el pueblo al salir los rodeaba en tropel dándoles las más vivas muestras de amor y sen timiento.

De la salida de los de Durango no tenemos particulares noticias.

En Puebla se había excitado algún tanto la gente desde que llegaron las primeras noticias del decreto, como ya hemos indicado. El autor de la Defensa de los jesuítas por los poblanos promovió también una función religiosa en honor del Sagrado Corazón de Jesús, para pedirle que no llegara a ser allí ejecutado; y fué menester que nuestro superior moderase su ardor excesivo en querer traer a ella gran concurso con llamamientos ruidosos por toda la ciudad. Más aún; aseguró al superior que el pueblo había de estorbar con las armas la salida de los Padres, y que aunque quisieran no podrían hacerla ocultamente, porque estarían continuamente vigilados. De hecho tenían tomado el camino ordinario de Puebla a Méjico para detenerlos; pero por iniciativa del Superior, confirmada por el Provincial y por el Virrey, salieron ocultamente la noche del 22 al 23 de Enero, dirigiéndose a Méjico por caminos extraviados, quedando allí sólo el P. Ignacio José González, procurador y novicio todavía, para hacer la entrega de casas y papeles al Intendente comisionado para eso por el Virrey.

(1) Copia del oficio de 7 de Diciembre en el Archivo de Indias, lugar citado.

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