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poco incremento. Hubo entre éstos y las tropas del Gobierno sangrientas luchas, principalmente en Navarra, Aragón y Cataluña, con alternativas de reveses y victorias, y con actos de barbarie que horrorizan. La tartana de Rotten, jefe del ejército cons. titucional, llegó a infundir terror; porque muchos de los que en ella entraban en calidad de presos, como para ser conducidos a otro punto, eran vilmente asesinados en el camino. Así lo fué el Obispo de Vich, Fr. Ramón Strauch, con un lego que le acompañaba; y de una manera semejante murieron en el camino de Manresa a Barcelona veinticuatro individuos de la primera de estas ciudades, entre ellos nuestro P. Juan Urigoitia, el 17 de Noviembre de 1822..

Como todo el curso de los sucesos ponía de manifiesto que esta revolución, aunque no había llegado a los horrores de la francesa del siglo anterior, era hija legítima de ella, informada del mismo espíritu contrario a la religión, a la monarquía y aun al orden social; como en Portugal, en Nápoles y en el Piamonte había levantado también la cabeza poco después que en España; y como en Francia y en otras naciones tenía no pocos partidarios; hallándose reunidos en el Congreso de Verona los monarcas de Rusia, Prusia, Austria, Francia e Inglaterra en Noviembre de 1822, resolvieron, a excepción de esta última potencia, ahogarla aquí con las fuerzas de Francia, como en Italia la habian ahogado ya las de Austria, no fuera que tomase cuerpo y se extendiese por toda Europa. Un ejército francés, al mando del Duque de Angulema, entró por Guipúzcoa en España en Abril de 1823, y a él se unieron las partidas de realistas, formando un conjunto de más de ciento veinte mil hombres. Como la Regencia de Urgel, que había tenido que salir de aquella plaza, amenazada y poco después recobrada por las fuerzas liberales al mando de Mina, y aun refugiarse luego en Francia, había sido disuelta; el Duque de Angulema formó otra, que en nombre del Rey absoluto, y con el nombre de Junta Provisional de España e Indias, gobernara hasta que el Monarca recobrase su libertad. Componíanla el Barón de Eroles, D. Antonio Gómez Calderón, D. Juan Bautista Erro, y como presidente, D. Francisco Eguía. En su primera proclama dieron a conocer sus intentos, reducidos a que las cosas volvieran al estado que tenían el 7 de Marzo de 1820. El 23 de Mayo entraron en Madrid los franceses; e inmediatamente, disuelta también aquella Junta, se formó una verdadera

Regencia, compuesta por los sujetos de la Junta disuelta, por los Duques del Infantado y de Montemar y el Obispo de Osma.

El Rey, que sólo a más no poder soportaba la constitución, y era su mayor enemigo, como todo el mundo sabía, aunque los liberales moderados fingian desconocerlo; no solamente veía con buenos ojos la venida de los franceses, sino que por agentes secretos había entrado en su preparación, como había entrado en algunas de las conspiraciones formadas en España para derribar el régimen constitucional. Pero habiendo de representar hasta el fin el papel que había aceptado de partidario convencido de la nueva forma de gobierno, se sometió, mal de su grado, a la resolución, que las Cortes tomaron, de salir de Madrid para trasladarse a Andalucía el 20 de Marzo, más de dos semanas antes de que pasaran los franceses el Bidasoa. Las Cortes, reanudadas en Sevilla, declararon la guerra a Francia, y el Rey firmó un manifiesto violentísimo contra aquella nación, tan sincero como todos sus actos constitucionales. En Sevilla fué donde, como antes indicamos, las Cortes, viendo que invenciblemente se resistía a retirarse a Cádiz, cuando el Duque de Angulema iba entrando por Andalucía; declararon el 11 de Junio que estaba de mente e incapacitado para reinar, y nombraron una regencia que hizo sus veces hasta llegar a Cádiz. En aquella plaza, de donde había salido en 1812 la funesta constitución, causa de tantos males, se encerraban ahora con ella para defenderla tenazmente sus acérrimos partidarios, y allí resistieron más de tres meses el bloqueo que a los pocos dias les pusieron los franceses. Por fin, después de diversos ataques de los sitiadores, que fueron debilitando a los sitiados, y después de varias notas cruzadas entre el Rey y el Duque de Angulema, en las cuales S. M., vuelto de su pasajera enajenación mental, siguió sosteniendo el papel, a que los constitucionales le obligaban; tuvieron éstos que rendirse, y el 1 de Octubre de 1823, el Rey con toda la Real familia atravesó la bahía de Cádiz, pasando al Puerto de Santa Maria, donde se alojaba el Generalísimo francés con una comisión de la Regencia y del gobierno de Madrid. La reacción fué violentísima, y el proceder del Rey en ella indisculpable. El 30 de Septiembre firmaba en Cádiz un decreto, prometiendo, entre otras cosas, «un olvido general, completo y absoluto de todo lo pasado, sin excepción alguna», y el 1 de Octubre otro en el Puerto de Santa María, anulando todos los actos del Gobierno constitu

cional, y aun otro secreto el mismo día o pocos después, sentenciando a muerte a los que habían formado la Regencia durante su supuesta locura. Afortunadamente no nos toca historiar, ni los sucesos del infausto trienio, que entonces acababa, ni los que sobrevinieron después por el abuso del poder absoluto que recobró el monarca. De la segunda época constitucional hemos apuntado solamente los hechos culminantes, que bastan para conocer cómo vino a restablecerse el régimen antiguo y con él la Compañía, según vamos a ver. De ese régimen nuevamente establecido iremos diciendo oportunamente cuanto sea menester para el conocimiento pleno de nuestras cosas, objeto de esta historia. 2. Poco o nada hay que decir de ellas durante los tres años que duró la dispersión. Los Padres antiguos, una vez cerrados los colegios, se retiraron, unos a sus pueblos y familias, otros a las de personas amigas en las mismas poblaciones donde se hallaban, algunos pocos a otras comunidades religiosas, que caritativamente los acogieron. Hubo quienes por sus achaques tuvieron que ir al hospital, y en él murieron en Valencia los Padres Benito, Lloret, Rios y Manuel Rodríguez; y quienes con uno o más Hermanos tomaron casa, o alquilada o cedida gratuítamente, y en ella vivieron formando, sin parecerlo, una corta comunidad. En Madrid estuvieron así algunos en casa cedida por el Duque de Montemar; y el P. Cordón con cuatro, seis y hasta ocho, en otra de las Salesas del primer monasterio, que largamente además los proveían de alimento y de diversos modos los favorecian (1).

De los jóvenes, tanto escolares como coadjutores, unos con los votos del bienio y otros todavía sin ellos, los más hicieron lo mismo que los ancianos; sólo unos pocos, no llegaron a treinta, pasaron a Italia para mejor conservar la vocación, vivir vida religiosa, y continuar los estudiantes su formación literaria. También la continuaron algunos aquí, ya privadamente, ya asistiendo a las clases universitarias; otros se ocuparon en la educación de los niños, ora en sus propias casas, ansiosamente buscados por los padres de familia, ora en escuelas, que por su cuenta pusieron. En Valencia llamó la atención de los constitucionales el mucho concurso a la que abrió el Hermano Coadjutor, Juan Bo

(1) El P. Cordón al P. General, 15 de Diciembre de 1823. Original en Cast. I.

net, y el Jefe político hizo salir de la ciudad con esta ocasión, no sólo a él, sino también a todos los demás, que no eran naturales de aquel reino. Por ese daño, que se veía venir, le habían aconsejado en vano los Padres que no la pusiese. Pero él se fué a Madrid, obtuvo licencia para residir en la ciudad, y vuelto a ella siguió adelante con su escuela. Algún tiempo después, no por eso, sino por causas diferentes, vino a parar en la cárcel y a ser despedido de la Compañía. Cuanto mayores son los peligros más fácil desviarse del camino recto, aunque sea con capa de celo, en la vida de dispersión que en la vida regular; tanto es más necesario dar oídos a la voz de la obediencia o a la del autorizado consejo.

y

Los Padres ejercitaban, cuanto se lo permitian las circunstancias y su mucha edad y pocas fuerzas, los ministerios sagrados. En ese ejercicio murieron gloriosamente en Tortosa los Padres Francisco Campi y Vicente Calvo, asistiendo a los apestados en 1821, y quizá el H. Buenaventura Brunet, que ciertamente falleció también allí durante la epidemia (1). En Mallorca no sabemos que muriera ninguno; pero sí que algunos ejercitaron la misma caridad con los heridos del contagio (2). Más aun: de Valencia se fueron a Tortosa expresamente para asistirlos el Hermano escolar, Fernando Queralt y los Coadjutores Francisco Jordá o Jordán y Ramón Ruiz. Las autoridades les encomendaron el cuidado y educación de los niños, a quienes la peste había dejado sin padres; pero luego fueron, con otros distinguidos sujetos, victimas de uno de aquellos atropellos constitucionales, tan frecuentes entonces, llevados presos a Tarragona y allí tenidos tres meses en la cárcel, Queralt y Ruiz. Jordá se salvó con la fuga (3).

Entretanto los jansenistas triunfantes con la constitución, los defensores de la doctrina pura de la Iglesia, de la disciplina antigua, de la moral rigida y del amor puro de Dios, después de haber suprimido la Compañía, ejercitaban también a su modo la caridad repitiendo las calumnias, cien veces lanzadas contra ella y cien veces refutadas. En Abril de 1821 escribía el P. Silva que

(1) Fernández, Anales de Tortosa, Epoca moderna, párrafo XXVI, p. 226. (2) El P. Cordón al P. Monzón, Asistente, 9 de Marzo de 1822. Original en Cast. I.

(3) Hist. Colleg Valent.., a die 18 Julii anni 1816 ad ann. 1832 exclusum.

acababa de salir el tercer libelo contra la Compañía; y en Julio, que se los volvía a acusar de regicidas en contraposición de los carbonarios, sostenedores del trono (1). Tal vez uno de los libelos sea la carta undécima de D. Roque Leal, es decir, el conocidísimo jansenista, D. Joaquín Lorenzo Villanueva. Satirizó también repetidas veces a nuestros Padres el presbítero, D. Sebastián de Miñano y Bedoya, director de El Censor, en las cartas que fué publicando separadamente con el título de Lamentos políticos de un pobrecito holgazán. Más tarde el anónimo autor de la Historia de Fernando VII atribuyó a los jesuitas de Roma la extensión, ya que no la fundación en España por aquel tiempo, de sociedades secretas realistas, que si existieron, no fué sino en la nueva época de régimen absolutista (2). Los jesuítas de Roma y los de España eran realistas, como todo el clero, secular y regular, limpio de todo fermento jansenistico o revolucionario; no tanto o nada por la forma de gobierno considerada en abstracto, que aquel partido sostenía, como por ir entonces unida con ella la defensa de la religión contra los ataques dirigidos a entrambas, a la sombra de la bandera, en apariencia meramente política, de la constitución. Banderías políticas y aun dinásticas las hubo siempre en España y las habrá en todas partes; pero ni en la transformación de la monarquía templada en absoluta, que se fué haciendo lentamente y no de golpe, como la contraria se quiso hacer en 1812 y 1820, hubo por lo mismo la violenta lucha que entonces, ni menos hizo jamás alianza la irreligión con la política, como entonces, para disfrazarse la primera con la máscara de la segunda. Así vinieron a ser entre nosotros causas comunes, por un lado la de la constitución y la de la impiedad, más o menos avanzada y desembozada, y por otro la de la monarquía absoluta y la de la religión católica. Lo cual no quita que tal o cual individuo partidario de la constitución, fuera en su corazón católico, apostólico, romano, sin tacha en sus ideas religiosas, y que alguno del bando contrario pudiera estar más o menos tocado de irreligión. Movidas por este espiritu contrario habían procedido ya antes y procedieron ahora ambas partes en los asuntos religiosos, como se ha visto y se verá.

(1) Al P. General, Sevilla 29 de Abril y 12 de Julio. Originales en Cast. l. (2) III, 1. XI, pp. 126-127. Sobre esas sociedades secretas véase a D. Vicente de la Fuente, Historia de ellas, t. I, c. III, párrafo XXVII, y c. IV, párrafo XLVIII.

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