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Trasladados los seminaristas nobles a su propio edificio en Agosto de 1828, luego a 19 de Octubre se inauguró el nuevo Seminario de los Reales Estudios. El de Nobles parece que no había tenido dependencia alguna del Colegio Imperial; éste sí, dependió de su Rector, bajo cuya mano lo gobernaba un Director y un Ministro. Duró seis años, hasta los tristes sucesos de 1834, y no prosperó mucho, puesto que el mayor número de alumnos que encontramos en él no pasa de ochenta, y el local admitia un centenar más, como los hubo cuando le ocupaban los nobles. ¿Sería principal causa de tan mediano concurso haber declarado expresamente que se fundaba para los que no podían probar la nobleza de su origen? Así lo aseguraba el P. Seguí, tachando de impolítica seme. jante declaración (1).

6. Otras innovaciones de mayor importancia se intentaron en el Imperial, aunque por fin no llegaron a realizarse.

A poco de recobrado el colegio, al empezar el curso de 1823 a 24, el P. Cordón representó al Rey que varios padres de familia, para no tener que enviar sus hijos a las universidades, por los gastos que esto ocasionaba y el peligro de corrupción a que los exponia, le habían pedido el cambio de las cátedras de Derecho Natural y de Gentes, de Derecho público y de Disciplina eclesiástica, leídas en el Imperial, por las de Derecho civil y patrio y la de Cánones; y que pareciéndole razonable y deseando complacerles, pedía a S. M. le autorizase para hacer esta mudanza.

Remitida esta representación a informe del Patriarca de las Indias, del Obispo de Ciudad Rodrigo y del antiguo Confesor del Rey, Arzobispo de Heraclea, que opinaron diversamente, y llevado el asunto al Consejo; éste fué de parecer que por entonces no se debía hacer variación ninguna, sino estar a lo que regia en 7 de Marzo de 1820, hasta que la Junta encargada del plan de estudios lo diera, tanto para el Imperial como para todas las universidades (2). Debió de adoptar el Rey este dictamen, puesto que las clases del Imperial siguieron siendo las mismas que antes, y los planes de estudios publicados por la Junta en 1824, 25 y 26 tampoco introdujeron en ellas cambio ninguno.

Mucho más que lo pedido y no obtenido ahora se trató de ha

(1) Al P. General, 23 de Enero de 1830, original en Cast. II.

(2) A. H. N.; Consejo de Castilla, leg. 5.445.

cer en 1828. No menos que los padres de familia, deseaban los nuestros preservar a sus alumnos de los peligros de perversión, que tanto en las costumbres como en las ideas habían de correr en las universidades; y para lograrlo, acariciaban algunos el proyecto de que los Estudios del Imperial se hicieran Generales con la extensión y validez de los universitarios para obtener grados. Parece que fueron promovedores de esta idea los PP. Gil y Sebastián Sancho, entendiéndose con el oficial de la Secretaría de Gracia y Justicia, D. Joaquín Fernández Company, favorito, dicen, de Calomarde, y por su medio con este mismo (1). O por no creer, a pesar de eso, tan seguro el éxito de tal pretensión, o por empezar por poco esperando pasar a más, o por otras razones que ignoramos, el P. Cordón, en memorial dirigido al Rey en 15 de Enero de aquel año, pidió solamente autorización para enseñar la Teología, cuyos cursos fueran incorporables en cualquiera universidad del reino, sin aducir otro fundamento que el ser muy propia de la Compañía por instituto, y muy ejercitada de hecho su enseñanza y poder así completar allí sus estudios los alumnos que hubieran de seguir esa facultad, de los muchos que ya concurrían y muchos más que serían con el Seminario o internado que S. M. acababa de autorizar (2). Llegó este memorial a manos del oficial Company, que en la Secretaría corría con es. tos asuntos; y escribió al pie del extracto hecho para dar cuenta al Rey una Nota en que decía, no sabemos si en nombre propio o del Ministro: «Ya indiqué en la nota al expediente de la Academia de San Isidro, que tenía algunas observaciones que hacer presentes a V. M.; y la solicitud del Superior de jesuítas me da ocasión de anticiparla acaso. Es notable que en la corte no haya universidad en donde se cultiven las ciencias a la inmediación del Gobierno, bajo su inmediata protección y vigilancia. La comisión de estudios trató este punto cuando arregló el plan; pero la arredró la idea de que en tiempo de la rebelión se estableció la central, y calló, sin embargo de que estaba convencida de la utilidad y necesidad del establecimiento; y haciendo caso omiso

(1) Cartas del P. Cordón al P. General de 3 de Marzo y 7 de Abril de 1828. Del P. Puyal al P. General de 12 de Mayo y al P. Peña de 9 de Junio del mismo año. Del P. Seguí al P. General de 31 de Enero de 1830. Originales en Cast. II.

(2) Original en Alcalá, M. F., 3.952. Alli está todo el expediente. Algunos documentos en el leg. 2.489.

del punto, lo reservó para que el tiempo lo presentase por sí mismo. No considero que hoy sea el más a propósito. Aun no están las pasiones en la calma necesaria para ver hacer lo mismo que en aquel tiempo se hizo. Los españoles desconfían de todo; y hay ciertas cosas, Señor, que el hombre de estado conoce ventajosas y tiene que sacrificarlas; porque la política le enseña que no es siempre conveniente hacer lo mejor, sino lo que se puede hacer. Esta consideración me obliga a no proponer el establecimiento de una universidad en Madrid. Tiempos más felices llegarán; reservemos, pues, el pensamiento para entonces, y acudamos entretanto a lo preciso.»

Lo preciso y factible era poner en San Isidro, es decir, en el Colegio Imperial, estudios generales de Teología, Cánones y Leyes, incorporados a la Universidad de Alcalá. La necesidad era imperiosa. Todo el bien que ya empezaba a recogerse en el Seminario de Nobles, y el que se esperaba del proyectado en San Isidro, sería perdido infaliblemente, si los alumnos tenían que ir a seguir sus cursos en las Universidades, por el roce con otros estudiantes. De eso se lamentaban con razón muchos padres de familia. Por otra parte, «no hay un pueblo en España, dice, que más necesite de este establecimiento, ni que más ventajas pueda traer a las familias. Madrid es el centro de la Monarquía, en donde se reunen las casas principales, las más ricas, y los empleados de más servicios y confianza de V. M. Pues todos estos tienen que enviar sus hijos fuera de sus casas, si quieren sigan alguna carrera literaria. Si en Madrid hubiese estudios generales incorporados a una Universidad; los hijos segundos de los grandes, los primogénitos de los títulos, los ricos y medianos mayorazgos se dedicarían a las carreras de Leyes y Teología, que hoy no lo hacen por no separarlos sus padres de sus casas, y exponerlos a los peligros, que no pueden evitarse, en las Universidades. De esto resultaría que los empleos de magistraturas y las grandes dignidades de la Iglesia recaerían con el tiempo en hombres de clase, de educación y literatura; se formaría una aris tocracia judicial, política y eclesiástica; y la Monarquía española tendría un apoyo el más digno y más grandioso que pudiera desearse».

Si se objeta que Madrid es pueblo caro, que está lleno de distracciones, y que no pudiendo ser vigilada la conducta de los estudiantes, todos se perderían; a esto responde que los dos cole

gios de jesuítas, los dos de las Escuelas Pias y el de San Bernardo, pueden ser la salvaguardia de todo. Los padres de familia tienen en estas cinco casas un asilo de virtud, recogimiento y aplicación en donde poner sus hijos. Los que no puedan costearlos en ellas, tienen conventos en donde estarán con más baratura y con el mismo recogimiento; y lo más que puede suceder es, que no haya más estudiantes que los de dichas casas y los hijos de Madrid: número, por cierto, que antes de tres años será mayor que el de cualquiera Universidad».

Pero el autor del proyecto parece no temer en Madrid aun por los estudiantes de fuera que vivan en posadas. Porque cuanto a las distracciones de una grande población, dice, son fantasmas de espíritus pequeños». Todos los jóvenes las han de tener, como nosotros, nuestros padres, abuelos y antepasados todos; y aun pueden ser menos peligrosas en pueblos grandes que en pequeños. «La buena educación está reducida sólo a contener y evitar que la naturaleza se anticipe, que se vicie la juventud, y a formar un hábito de buenas costumbres y de aplicación.»

¿Cómo realizar el proyecto? El erario no puede; los jesuítas podrán y querrán. La Teología ellos mismos la piden; y no hay por qué negársela, con las debidas condiciones. Bastan seis catedráticos más para Leyes y Cánones; porque un curso es común a las tres facultades, y cuatro a las dos últimas. Los sueldos de los seis subirán a cincuenta y un mil reales. ¿No los dará de buena gana la Compañía, que paga maestros de primeras letras, de dibujo, de baile, de esgrima y equitación, a trueque de tener estudio general y conservar en sus alumnos el fruto de las enseñanzas y educación anterior? Si no a los seis, con que pagaran a cuatro bastaría; porque habría modo (y lo expone) de proveer las otras cátedras, o podrían los estudiantes ir a las Universidades a terminar la carrera. Los profesores de Leyes habían de ser seglares; y se indica ya la manera de darles las cátedras.

Resultado de esta exposición fué la Real orden siguiente, dirigida al P. Cordón por Calomarde el 3 de Marzo de 1828.

«He dado cuenta al Rey nuestro Señor, de la exposición de usted de 15 de Enero último, en la que solicita permiso para establecer cátedra de Teologia en el Colegio Imperial, cuyos cursos puedan incorporarse en cualquiera Universidad del reino. S. M. ha oído con agrado la manifestación de los deseos de la Compañía en beneficio de la pública enseñanza; y me encarga

diga a V. en su Real nombre que, satisfecho de los adelantamien. tos del Seminario de Nobles, y confiado en los que debe producir el mandado establecer en el local que hoy ocupa, quisiera S. M. que los buenos principios, que en ellos han de adquirir los hijos de la nobleza y casas acomodadas, no se inutilizasen con su salida para las Universidades; que para evitarlo y proporcionar a los primeros empleados del reino, que residen cerca de su Real persona, la satisfacción de que sus hijos puedan hacer sus carreras literarias sin salir de las casas paternas, en las que al mismo tiempo recibirán lecciones de fidelidad con el ejemplo de sus padres; había meditado muchas veces en establecer unos estudios generales en San Isidro, que incorporados a la Universidad de Alcalá, pudiesen tranquilizar los ánimos de los padres de familia, que educan sus hijos en los primeros años bajo la dirección de la Compañía; pero como las penurias del erario no permiten a S. M. llevar adelante muchos de los planes que su paternal desvelo medita en beneficio de sus pueblos y leales vasallos, tenía reservado éste para cuando las circunstancias le permitiesen realizarlo. S. M. espera que la Compañía de Jesús, que tantas pruebas da de estar identificada con el trono, y que debe persuadirse que los Seminarios decaerán, si sus alumnos tienen que salir de ellos para continuar sus carreras literarias en las Universidades, le proporcionará los medios que están a su alcance para establecer los estudios generales de San Isidro en los términos indicados» (1).

Como esta proposición no era nueva, sino que, según hemos dicho, ya se había tratado del asunto confidencialmente, a lo menos en términos generales, el P. Cordón lo pudo tener estudiado y contestar a los pocos días al Ministro, exponiendo la manera de dotar las cátedras y algunos puntos principales relativos a la constitución de los nuevos estudios.

Cuanto a lo primero, quince profesores más, unos de casa y otros de fuera, y las obras imprescindibles y considerables de adaptación y aun ampliación del local para tantas aulas, exigen caudales que la Compañía no tiene; lo que tiene son deudas, contraídas en el restablecimiento del Real Seminario de Nobles. He aquí, sin embargo, un recurso que se le ofrece para atender a todo

(1) Archivo del Ministerio de Gracia y Justicia, Ordenes de Madrid, número 0.256, fol. 64, y en Alcalá, 3.952.

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