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expresamente reconocen: que no es posible durar lo uno sin lo otro. Lo que faltaba también eran hombres aptos para el gobierno, y a eso en mucha parte atribuían el Provincial y el General la imposibilidad de remediar muchas cosas, juntamente con la escasez general de sujetos. Todo sufre, por lo común, algún menoscabo, cuando, por esa escasez, uno tiene que desempeñar dos o tres cargos, y tal vez no siendo hábil para ninguno de ellos.

Este mal no fué sólo de España. Véase lo que decía a este propósito el P. Roothaan. «Casi en todas partes sucede lo mismo que en España. Circunstancias imperiosas nos han obligado a tomar sobre nosotros cargas superiores a nuestras fuerzas, a aceptar colegios y casas sin tener todavía personal formado para Superiores y Padres espirituales: mal gravísimo que nos arruinaría totalmente, si no tratáramos de remediarlo. Y el remedio no se puede poner en un día; requiere largo tiempo» (1). Dos cosas había que hacer, según él indicaba y lo comprende cualquiera: no seguir abriendo casas, ni en las abiertas multiplicar las cargas; y formar bien conforme al Instituto a nuestros jóvenes en el no viciado y en los estudios. Esto segundo ya hemos visto cómo se fué regularizando, y poco faltaba para estarlo del todo en 1834. Lo primero también se cumplía; puesto que desde 1827, en que se restableció el Colegio de Alcalá, no se había abierto otro.

Hemos estudiado con particular atención este importante punto de nuestra historia, y manifestado llanamente el juicio que hemos formado después de examinar maduramente todos los informes que sobre él tenemos. El espíritu y la disciplina religiosa se resintieron algo por lo anómalo de las circunstancias los prime. ros años; después se fueron ajustando y normalizando las cosas y se fué también encauzando la observancia. Tal vez no se llegó todavía a la regularidad completa, que se logra, cuando se cuenta con superiores generalmente capaces y bien formados y con súbditos, formados también unos y formándose otros progresiva y ordenadamente en los diversos períodos, a ese fin destinados, de la vida religiosa. Relajación no la hubo, ciertamente, durante esta época en la Provincia. Los individuos que caian en ella, se iban o eran despedidos.

6. Terminaremos este capítulo consagrando un recuerdo a

(1) Carta autógrafa al P. Gil de 27 de Octubre de 1829, en nuestro poder.

algunos sujetos dignos de memoria por diversos titulos y fallecidos en este tiempo.

De los antiguos no quedaba en 1835 más que uno, el P. José Echezarraga, que todavía vivió dos años y falleció en Loyola el 19 de Septiembre de 1837.

El más insigne de todos fué sin disputa el P. Faustino Arévalo, por el conjunto de prendas que le adornaban, de ingenio, de letras, de virtudes, de autoridad y de cargos desempeñados.

Nacido en Campanario, villa de Extremadura, en la provincia de Badajoz, a 29 de Julio de 1747, entró en la Compañía en la provincia de Castilla apenas cumplidos catorce años, el 24 de Septiembre de 1761. Poco antes de terminar el estudio de la Filosofía en el colegio de Medina del Campo, salió para el destierro, y en Bolonia recibió las sagradas órdenes. Dedicado de lleno al estudio, y con la idea, sin duda, de utilizar para él las ricas bibliotecas de Roma, se trasladó algunos años después de la extinción de la Compañía a la Ciudad Eterna, donde en 1786 publicó su Hymnodia Hispanica, o colección de los himnos litúrgicos españoles, corrigiéndolos conforme a las leyes del canto y de la lengua y métrica latina, e ilustrándolos con eruditos prolegómenos, notas y apéndices.

Los años siguientes fué dando a luz las obras de los cuatro poetas cristianos, Prudencio, Draconcio, Juvencio y Sedulio, y algo más adelante las del gran Padre de la Iglesia española, San Isidoro, y el Misal Gótico. El Cardenal Lorenzana le animó en estas publicaciones ya antes de conocerle personalmente en Roma, y aun costeó algunas de ellas. Allá le honró con su amistad y le dejó al morir por uno de sus albaceas. Los eruditisimos trabajos con que avaloró estas ediciones, sobre todo la de San Isidoro, le han dado lugar eminente en la literatura eclesiástica, y se le dieron también en Roma entre los dignatarios de la curia pontificia. A propuesta del Cardenal de la Somaglia, Vicario de Su Santidad y Prefecto de la Congregación de Ritos, creó Pío VII expresamente para él el cargo de Hymnógrafo de aquella sagrada Congregación, o sea, revisor de himnos y oficios litúrgicos, que le fué dado a 18 de Noviembre de 1800. Tuvo también más tarde, primero como suplente, y después en propiedad, el cargo de teólogo consultor de la Sagrada Penitenciaria. Cuando Napoleón se apoderó de casi toda España, y su hermano José, rey intruso en ella, exigió entre otros muchos a los antiguos jesuítas españoles

el juramento de fidelidad, uno de los que se lo negaron, y por dos veces, fué el P. Arévalo, sufriendo prisión la primera, y sentencia de destierro con algunos otros la segunda; si bien a causa de su edad y achaques luego se le coumutó esa pena en la de tener la ciudad por cárcel.

Siguió, pues, como venía de muchos años atrás, viviendo con gran número de compañeros, en nuestra antigua Casa Profesa y generalicia del Jesús, y allí se hallaba cuando Pio VII restableció la Compañía en todo el mundo. Agregóse a ella inmediatamente, siguiendo con los dos cargos antes expresados; pero cuando llegó allá el decreto de restablecimiento en España, lejos de retenerle aquellas honras en Roma, cosa tanto más fácil cuanto que supo lo deseaba el Papa y el Cardenal Penitenciario; se adelantó a noticiar por medio del Embajador a la Corte su propósito de volver a España, para fundar en esa especie de compromiso contraido con el Rey, su renuncia a ellas. Así, aunque con sentimiento, se la hubieron de admitir. Púsose, pues, en camino por tierra con tres compañeros el 25 de Septiembre de 1815; llegó a Pamplona a mediados de Noviembre; esperó allí, hospedado y agasajado por el señor Obispo, D. Joaquín Javier de Uriz, el restablecimiento del Colegio de Loyola, y restablecido lo gobernó prudentemente hasta la supresión de 1820. Queda dicho ya su nombramiento para sucesor interino del P. Zúñiga y cómo delegó su autoridad en el P. Cordón. Durante el trienio constitucional estuvo retirado en su patria; mas apenas pasado, luego en Noviembre, según parece, de 1823, vino al Colegio Imperial, donde una corta enfermedad acabó con su vida el 7 de Enero de 1824. El Padre Cordón, que ya era Provincial, le había tomado por Admonitor y su consultor más autorizado. Había escrito antes al P. General, que, si insistia en imponerle a él aquel cargo, el P. Arévalo tendría que ayudarle a llevar la cruz (1); después le escri bía que, en efecto, en todo acudía principalmente a su Cirineo, et nihil sine Arevalo (2).

Luz de nuestra historia eclesiástica y de las obras de nuestros Santos Padres y poetas cristianos, le llamó con su autoridad indiscutible el Sr. Menéndez y Pelayo (3); ejemplar de eclesiás

(1) A 20 de Octubre de 1823, original en Cast. 1.
(2) El 29 de Diciembre del mismo año, id. id.
(3) Heterodoxos, III, 1. VI, c. II, § III, p. 146.

ticos y religiosos le hacen su saber y sus virtudes, y con eso gloria de España y de la Compañía de Jesús.

7. No rayó tan alto en el saber el P. Cordón, aunque fué hombre docto, bien formado en los estudios eclesiásticos, buen humanista, de no escasos conocimientos históricos y geográficos, y que en lenguas poseía, además de las dos clásicas, latina y griega, el italiano, el francés y el inglés. Era natural de Pipaona, lugar pequeño en la provincia de Logroño, donde nació el 27 de Junio de 1750. Entrado en la Compañía el 3 de Julio de 1764, le cogió el extrañamiento estudiando Lógica en el Colegio de Santiago, teniendo por Profesor al P. Luengo, que lo siguió siendo en el destierro los dos años siguientes, y por esta causa consigna en su Diario muchos pormenores de la vida de éste y los demás discipulos suyos durante ese tiempo y aun después, por haberlos mirado siempre con alguna predilección. Ordenóse de sacerdote el último de los escolares de su Provincia, como el más joven de todos, a 31 de Mayo de 1773, pocos días antes de la extinción y de terminar los estudios; que ambas cosas fueron en aquel verano. Fué años adelante Profesor de Filosofía y luego Rector en el Seminario o modesta Universidad de Cento, en la legación de Ferrara (1), de donde le echaron los republicanos franceses por haberse negado a llevar la escarapela revolucionaria. Estuvo algún tiempo de Secretario del Gran Maestre de Malta para su co rrespondencia española, pero en 1805 ya volvió a la enseñanza, ahora en el Seminario de Nobles, que el Duque de Parma había puesto bajo la dirección de antiguos jesuitas, varios de ellos españoles. Dominaban aquel estado los franceses desde la muerte del Duque, y tampoco alli pudo perseverar mucho tiempo. En Bolonia estaba cuando se exigió a todos nuestros desterrados el juramento antes dicho; y a pesar de que los más de los de allí creyeron que podían prestarlo y lo prestaron, él con otros veinte se resistieron y fueron conducidos a la cárcel de Mántua, donde pasaron gravísimas penalidades y murieron algunos. Por esta causa se dió a los sobrevivientes alguna libertad, hasta 1813 en que la obtuvieron completa. El P. Cordón volvió poco después a Bolonia, donde hizo la profesión de cuatro votos el 2 de Febrero de

(1) Seminario lo llama el P. Caballero en su Gloria Posthuma Societatis Jesu, p. 19; universidad el P. Luengo en su Diario, t. 25, p. 231; Junio de 1791.

1815. Agregado a la Compañía creemos que lo estaba ya desde 1806. En Octubre de 1816 volvió a España, y en el Colegio Imperial fué destinado a la enseñanza, a los ministerios y a la di rección de nuestros jóvenes, que allí empezaban o repasaban sus estudios. Lo demás de su vida desde 1820 hasta 22 de Abril de 1828, en que murió, contado está en la historia de la Provincia durante esos ocho años. En aquella lenta y laboriosa reconstitu ción de la Compañía española, puede decirse que aprovechó los pocos y medianos elementos con que contaba para ir dando asiento a las cosas. En diversos puntos tocantes a la observancia general de la disciplina doméstica tal vez pudo hacer más de lo que hizo; pero no hay que olvidar sus setenta años cuando empezó a gobernar, y que los superiores inmediatos eran todos más ancianos que él. En cambio supo en lo exterior obtener las grandes ventajas de la libre administración de bienes, la exención de nuestros colegios de la Inspección General de estudios, la reorganización del Seminario de Valencia, sustrayéndolo de la dependencia del Regente, y algunas otras estimables.

Por su correspondencia se ve que era hombre de carácter alegre y apacible, o que con la virtud había conseguido serlo aun en los casos dificiles. Jamás emplea en ella el tono severo, ni deja escapar una palabra que manifieste acritud de ánimo, aunque no le faltaron ocasiones.

De sus virtudes religiosas, mayormente la sumisión a los superiores, hay hartos indicios en sus cartas. Notemos estos dos. Recomendando la vida común, le escribió el P. Fortis que sin permiso suyo nadie usara reloj (1). Al contestar a esta carta, dice que lo piden a Su Paternidad los tres ancianos Padres, Diego Martínez, Gallardo y Campra; pero para sí mismo ni lo pide ni lo rehusará, si se lo da, como mejor le parezca (2). El P. Monzón, Asistente entonces, una de las cosas que de parte del P. General le recomendaba, entre otras varias tocantes a la observancia regular, era que se guardase lo dispuesto en el Instituto acerca del trato con religiosas, confesarlas y demás que puede ofrecerse (3). El P. Cordón contestaba en estos términos: «En el punto de las religiosas debo decir a V. P. que todos estos tres

(1) Autógrafa de 1 de Septiembre de 1824, en la Colec. Prov. (2) Octubre de 1824, sin dia, original en Cast. I.

(3) Carta autógrafa de 6 de Noviembre de 1823, en la Colec. Prov.

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