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años (de la dispersión) he vivido con algunos otros de los nuestros, hasta ocho, en una casa cedida gratuitamente por las Sa lesas, las cuales además nos enviaban todos los días hortaliza y fruta de su huerta en abundancia, y a menudo platos ya preparados en su cocina, y que debemos otros muchos favores a estas buenas religiosas. Ahora desean que yo las confiese de extraordinario; y dos o tres de ellas tratar conmigo las cosas de su alma una o dos veces al mes; lo cual puedo hacer sin perder tiempo empleando en eso el de paseo por la tarde. No me parece que esto es demasiado; sin embargo me atendré a lo que V. P. disponga» (1). Costosa había de ser la resignación de la voluntad propia en la del Superior en tales circunstancias; ahí está, sin embargo, bien cumplida y manifiesta la del P. Cordón.

8. Fama de virtudes y santidad, ninguno de aquellos Padres ancianos la dejó como el P. Francisco de los Rios, fallecido en Valencia en los comienzos de este período. Era natural de Santiago de Chile, y allí mismo entró en la Compañía y allí también estaba en la casa del Noviciado, llamada de San Francisco de Borja, cuando salió con todos sus hermanos desterrado a Italia por Carlos III. Las fechas principales de su vida son inciertas. Hubo de nacer en 1725 ó 27; entrar en la Compañía en 1745 ỏ 46 y hacer la profesión de cuatro votos el 15 de Agosto de 1761 6 62. En ministerios espirituales con prójimos parece que se ocupó todo o gran parte del tiempo después de sus estudios, y en esa ocupación le cogió el extrañamiento el dia 26 de Agosto de 1767.

Nada apenas sabemos de su vida en el destierro, sino su incorporación secreta a la Compañía restablecida en Rusia oficialmente, hasta que lo fué también en Nápoles, y él pasó a aquella ciudad a formar parte de la renaciente Provincia, en la segunda mitad de 1805. Destinado luego a Sicilia, se ocupó también allí en los ministerios con los prójimos hasta su vuelta a España en 1816. Hallóse en el restablecimiento oficial y solemne del colegio de Valencia, que referimos a su tiempo. Fué cosa singular que estando aquel día sano y bueno, sin más enfermedad que sus noventa años, a la mañana siguiente amaneció ciego (2). Imposibilitado por este mal y por su vejez para otras ocupaciones, se

(1) Original de 15 de Diciembre de 1823, en Cast. I.

(2) Carta de D. Pascual Antonio Ferrando y Gil al P. Zúñiga, de 31 de Agosto de 1816, autógrafa en nuestro poder.

dió muy de veras a la oración y vida interior, con lo cual y con algunas conversaciones familiares, que todas eran de Dios, hizo seguramente, no poco bien en las almas.

Al ser disuelta la Compañía en España en 1820 tuvo que recogerse con los Padres Manuel Rodriguez, Francisco Benito y Timoteo Lloret al hospital que llamaban del Milagro, donde al· gún tiempo les permitió la autoridad tener para su asistencia dos Hermanos Coadjutores, pero después se los quitó, 'echándolos de Valencia con todos los demás de la Compañía, que habían quedado en la ciudad en casas de amigos o parientes. En este tiempo fué cuando más brilló la santidad del P. Ríos, excitando, aun en aquel tan oculto rincón, la admiración y veneración de muchas personas, que acudían a él por consejo en sus dudas y por consuelo en sus tribulaciones, hasta el punto de despertar recelos en las autoridades liberales, que llegaron a ponerle incomu nicado con toda persona que no fuera de su confianza.

El motivo determinante de esta última medida parece que fué haber el Padre anunciado con toda seguridad la caída próxima de la Constitución: predicción muy creída entre la gente como hecha con luz sobrenatural, ya por su fama de santidad, ya también porque parece lo habían experimentado en algunas otras, más o menos comprobadas, y en casos análogos de penetración de los corazones. También cuentan que predijo el día de su muerte, acaecida el 15 de Septiembre de 1823, cuando ya había sido restablecido en la ciudad el antiguo régimen (1).

Hiciéronse en su fallecimiento las demostraciones que el pueblo suele con los que mueren en olor de santidad: concurso innumerable a venerar el cadáver; tocar en él medallas, rosarios y otros objetos de devoción, llevarse por reliquia cuanto podían, de modo que fué necesario hacer a esto oposición enérgica para que no le dejasen desnudo.

Sepultado el día 16 en la parte del cementerio, destinada generalmente para los sacerdotes, luego el 19 fué trasladado a un nicho de la capilla, donde sólo parece que se colocaba a hombres señalados por su virtud más que ordinaria. Sobre el nicho se puso, tiempo adelante, formada con azulejos, esta inscripción:

(1) En La Provincia de España escribimos que el 14. Hemos visto después la partida de su entierro en el cementerio, firmada el 16, en que se dice «fallecido ayer.

JHS

D. O. M.

Hic jacet

P. Franciscus de los Rios
Societ Jesu

Professus quatuor votorum

In urbe S. Jacobi
Regni Chilensis
Natus

An. Dom. MDCCXXV

Obiit

Clarus virtutibus

Et futura praedicens
Valentiae Edetanorum

An. Dom.

MDCCCXXIII

9. Entre los nuevos jesuitas fallecidos en este periodo, varios jóvenes dejaron de sí muy grata memoria por su vida edificante y fervorosa y por su apacible muerte.

El de más edad y más tiempo de Compañía apenas había cumplido veintinueve años, y no tenía aún ocho de religión. Llamábase Vicente Morera, natural de Taradell, diócesis de Vich y provincia de Barcelona, donde nació de padres honrados el 21 de Marzo de 1803. En Vich estudió la Gramática y en Barcelona la Filosofía, siendo fámulo del Seminario. Las revueltas de 1820 a 23 le hicieron interrumpir la Teología, que allí mismo había comenzado; y estudiando en Vich el segundo año, entró en la Compañía el 4 de Junio de 1824. La Moral la cursó privadamente en el Noviciado, después de hechos los votos, al mismo tiem. po que tenía cierta superintendencia inmediata sobre los novicios. Ordenado de sacerdote en Septiembre de 1828, luego, por su mala salud, fué enviado primero a Alcalá y después, a los cuatro meses, a Manresa, como país natal, por ver si mejoraba. No fué así. La enfermedad, que era tisis, continuó avanzando los tres años largos que allí estuvo, parte, al principio y al fin en el colegio, parte, solo con dos coadjutores en la Residencia de la Santa Cueva, hasta que le acabó el 26 de Mayo de 1832.

Fué desde el noviciado muy dado a la oración, al desprecio de sí mismo, a la penitencia y a toda mortificación de la carne. Era como el alma del noviciado por su mucho espíritu, sus ejemplos y sus fervorosas conversaciones. Este vivo celo le llevaba después a querer trabajar en bien de los prójimos más de lo que

sus fuerzas sufrian; y lo que por medio de los ministerios no podía hacer, procuraba conseguirlo con larga oración y con duras penitencias, en que ni por lo avanzado de la enfermedad aflojó; y menos aún en el sufrimiento de sus molestias, abnegación de sí mismo y puntualísima obediencia. Sacramentado ya, todavía quiso ir, sostenido por sus hermanos, a la capilla el 25 de Mayo; y tan animado estuvo hablando allí con el Señor, que, aunque luego pidió la extremaunción, no creyeron llegado el caso de dársela; pero aquella noche, poco antes de amanecer el día siguiente, pasó a mejor vida (1).

Un año más tarde que el P. Morera entró en la Compañía el H. Carlos López Alda, nacido en Virgala Mayor, pequeño lugar de Alava, el 2 de Noviembre de 1806. Huérfano desde la infancia, llevóle consigo a los doce años un tio materno, capellán de las religiosas de Santa Brígida en Vitoria; y tanto él como otro tio de Carlos y las religiosas dieron después de su muerte testimonio de la mucha inocencia, piedad, recato y otras virtudes, no comunes en aquella edad, de que dió ejemplo hasta cerca de los diez y nueve años que tenía cuando entró en la Compañia, estudiada ya la Gramática, Filosofía y dos años de Teología. Daba sus horas a la oración, y su tío hubo de prohibirle que estuviera tanto tiempo en la iglesia por la noche; pero la continuaba en su aposento. Llegó a comulgar dos veces por semana, cosa entonces seguramente bien rara. En la compostura exterior, y particularmente en la guarda de la vista, fué, si cabe, extremado; y acaso hubo algún exceso de rigidez en el modo, dando lugar a que hubiera quienes se propasaran, no sólo a censurarlo, sino también a cogerle y levantarle violentamente la cabeza para que mirase a aquellos con quien hablaba. No menos singular es, sin duda, que supiera estimar y aceptara de buena gana la risa y dichos de la gente viéndole alguna vez con ropa no bien acomodada.

Tuvo algún pensamiento de ser cartujo; pero la vida de San Luis Gonzaga, que su tío de propósito le dió a leer, y la vista de algunos Padres nuestros, que se detuvieron unos días en Vitoria, camino de Loyola, le decidieron, después de mucho encomendarlo a Dios, a entrar en la Compañía. El 25 de Junio de 1825 empezó en Madrid su noviciado; y a poco de hechos los votos, pasó a Al

(1) Carta de edificación, escrita por el P. Morey el 1 de Junio.

calá entre los primeros pobladores de aquel colegio, donde murió, de fiebre nerviosa dicen, el 6 de Agosto de 1828.

Fué, sin duda, joven fervoroso, mortificado y observante, que, si hemos de dar fe a sus palabras, pronunciadas poco antes de morir, y al testimonio del P. Segui, su superior, que asegura habérselas hecho repetir varias veces, no se acordaba de haber quebrantado deliberadamente la más mínima regla, ni de haber dejado de apuntar un solo día el examen particular.

En el obedecer llegó a aquellos extremos que solemos decir ser más dignos de admiración que de imitación. Como cosa de obediencia tomó una vez al pie de la letra unas palabras del médico, que recomendándole con encarecimiento que se alimentase, le dijo aquella expresión vulgar: Coma usted hasta que se lo alcance con el dedo. Tan materialmente lo quiso cumplir en la primera ocasión, que alguno de los compañeros notó aquel comer sin tasa y el consiguiente malestar, y avisando al Superior, éste se enteró de lo que era y lo estorbó. En cambio otra vez, no sabemos si el mismo Superior u otro de los tres que tuvo en Madrid sucesivamente, probó de verdad su obediencia y abnegación tentando la disposición de su ánimo para sufrir menosprecios; y preguntándole si por imitar a Cristo desearía, conforme a la regla, ser tenido por loco, como respondiera que, llegado el caso, esperaba que no le faltaría para ello la gracia del Señor, le mandó que desde aquel momento hasta nueva orden fingiera estarlo. Inmediatamente empezó a hacer su papel y lo continuó por varios días, de modo que los de casa le tuvieron de hecho por loco. Y ni él dió un paso para que el Superior revocase la orden, ni por entonces se supo la verdad de lo ocurrido, porque ambos guardaron sobre ello absoluto silencio. En su última enfermedad, como el médico le hallara dos días sin calentura, le mandó tomar alimento; pero cuando se lo fueron a dar le había vuelto y lo rehusó, sintiéndose mal dispuesto para tomarlo. Esto le pareció después tan mal hecho, que pidió perdón al médico y penitencia al Superior.

Obediencia y mortificación mostró en otro caso que le acaeció también estando enfermo. Una medicina muy amarga, que había de tomar en dos o tres porciones pequeñas, se la dió por equivocación el enfermero de una vez, y el la tomó sin replicar y saboreándola, como hacía con todas y se cuenta de algunos santos y varones ilustres. Este espíritu de mortificación ejercitó en

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