Imágenes de páginas
PDF
EPUB

y después un grandísimo temor, con la aflicción consiguiente, de ser despedido de la Compañía a causa de su enfermedad, puesto que cumplidos ya los dos años de noviciado, nada le decían de los votos. Morir no le importaba; salir, eso era lo que él miraba como se suele mirar la muerte. Sintióse asegurado en la fiesta de San José, à quien lo pidió con gran fervor, y pocos días después, agravándose repentina e inesperadamente, recibió los Sacramentos, hizo los votos al recibir el Viático, y falleció entrada la noche el 30 de Marzo de 1832. «No sabré bien explicar, dice el P. Berdugo, todos los afectos que causó su dichosa muerte. Toda la noche la pasamos alabando al Señor y derramando lágrimas, no de tristeza y desconsuelo, sino de ternura y devoción. Se nos representaba muy al vivo la muerte de San Estanislao, aquella carta que escribió a María Santísima, el intercesor que le alcanzó la gracia, los novicios que le rodeaban a la última hora, su ce lestial alegría en aquel trance y su felicisimo tránsito de esta vida a la eterna. Me abstengo de toda comparación; pero es cierto que se nos ofrecían estas consideraciones y otras no menos placenteras y consoladoras, al ver difunto delante de nuestros ojos, como una flor recién cortada en los primeros días de la primavera, a un joven de diez y ocho años, tan cándido, piadoso y espiritual, que había servido a Dios desde la niñez, que todo lo había dejado por su amor, y que acababa de hacer los votos de la Compañía de Jesús. Por lo que respecta al Noviciado, estoy viendo con gran consuelo mío, que su muerte ha causado en el ánimo de todos los jóvenes un vivo deseo de aspirar a la perfección, como se cuenta haber sucedido en el fallecimiento de nuestros Santos y varones ilustres» (1).

(1) Carta de edificación de 13 de Mayo de 1832.

CAPITULO IV

VIDA INTERNA DE LA PROVINCIA. PELIGROS DE UNA REFORMA

INDISCRETA

1. Reformadores indiscretos: los PP. Ramón José de Frías y Cayetano Segui. - 2. Rigor excesivo.-3. División de ahi originada.-4. Poco acertado informe del P. Morey.-5. Ruidoso suceso de Alcalá.-6. El P. Puyal reti. rado de Palacio.-7. Nuevo y más fuerte informe del P. Morey ya Provincial.-8. Juicio del P. Roothaan.-9. Postulados de la Congregación Provincial relacionados con esta materia. -10. Las costumbres de la Provincia.-11. El P. Segui trasladado a Italia.-12. Advertencia final.

1. No solamente se iba poniendo remedio los últimos años en las cosas de la disciplina regular, que lo necesitaban; sino que se fué en el estrechar su observancia demasiado allá, demasiado de prisa y con modo áspero y duro, falto de la debida caridad y discreción, iniciándose una desviación del verdadero espíritu de la Compañía en el gobierno y en todas las relaciones entre supeperiores y súbditos, cierta disensión entre los fautores de ella y los que, conociéndola, procuraron evitarla, y una situación dificil para la Provincia, de que la sacó por fin, el P. Roothaan. Vamos a exponer con la mayor fidelidad, aunque no menudamente, todo lo acaecido en este asunto.

Dijimos antes cómo a mediados de 1826, apenas acabados sus estudios, vino de Italia el P. Ramón José de Frías, joven de veinticinco años, y el P. Cordón le puso al frente de las dos casas que teníamos en Valencia, Colegio y Seminario, por no tener otro y contar con sus buenas prendas para el desempeño de aquel cargo. Antes de acabar el año volvió también el P. Seguí, que no le llevaba de edad uno, y al poco tiempo le fué dado, a petición suya, como Ministro del Colegio, donde se recordará que por entonces puso el P. Cordón a nuestros jóvenes humanistas. Estos dos Padres, ya por noticias, que aun en Roma debieron de tener, ya por lo que aquí vieron por sus ojos, conocieron lo que faltaba para la perfecta observancia; las deficiencias ya indicadas en la

formación religiosa y literaria de novicios y estudiantes; el descuido en varios puntos de disciplina regular, no graves en sí, pero que observados, dan a las personas y sobre todo a las comunidades su aspecto religioso y edificante, y no observados, se lo quitan en mucha parte; y la omisión de algunos de los medios ordenados por el Instituto para corregir esos defectos y fomentar el espíritu interior, que ha de ser el alma de la vida religiosa y la única base firme de la disciplina externa. A vista de este mal, no supieron proceder con la madurez, tacto y prudencia que era debido.

Juntos primero los dos en Valencia y separados después, el uno allí y el otro en Alcalá, emprendieron con gran calor la reforma, animados, sostenidos y aplaudidos en aquellos comienzos por el P. Cordón. Repetidas veces en las cartas al General elogia el celo, la actividad y aun la prudencia y buen modo con que el P. Frías iba poniendo en buen estado las dos casas de Valen· cia (1); y del P. Seguí estaba tan satisfecho, que en el Colegio de Alcalá tenia sus delicias, y allí veia realizarse el verdadero res tablecimiento de la Compañía española (2). Solamente notó en ambos alguna dureza en el gobierno, pero suavizada luego, a su parecer, y reducida al justo medio de la firmeza sin acritud (3).

Es indudable que los dos promovieron muy eficazmente la observancia de la disciplina religiosa, suprimiendo los abusos, corrigiendo las faltas, exigiendo el exacto cumplimiento de las reglas, constituciones, ordenaciones de los generales y cualesquiera otras prescripciones, y regularizando y sistematizando todas las acciones hasta el exceso, como luego veremos (4). Tuvo la parte principal en este punto, como en los demás que con él están relacionados, el P. Seguí, ya por su mayor actividad y celo, bien o mal entendido, ya también porque el P. Frías pasó luego

(1) 11 de Septiembre y 9 de Octubre de 1826 y 25 de Enero de 1827. Originales en Cast. I.

(2) Cartas, al P. Segui de 21 de Noviembre de 1827 y al P. Fortis del mismo mes y año, sin día. Está original en Cast. I; de aquella algunos párrafos en una del P. Seguí al P. Puyal de 2 de Julio de 1830, copia en Cast. II. (3) Carta de Noviembre citada al P. Fortis y otra al mismo de 10 de Septiembre del mismo año, original también allí.

(4) El P. Seguí decía al P. General en 1832 que tenía escritos para el gobierno de los Hermanos estudiantes dos tomos bastante voluminosos. (Carta de 24 de Junio.)

a ser maestro de los Infantes, hijos de D. Carlos, quedando sin intervención en las cosas domésticas; mientras que el P. Segui siguió gobernando cinco años, y no un colegio cualquiera, sino los dos más importantes, a lo menos para lo que a este asunto se refiere: el de Alcalá, donde cogía a los jóvenes al salir del novi. ciado, y por eso y por estar casi solo pudo hacer más fácilmente cuanto quiso (1), y el Imperial, donde debía continuar su formación religiosa y literaria, y había además un internado para alumnos seglares y un externado, por el número, por su situación en la Corte y por los estudios mayores que en él se cursaban, el primero de España. Así, aunque en este asunto, además del Padre Frias, entraron algunos otros; vino a ser con mucha razón llamado y considerado como asunto del P. Seguí, con tanto mayor razón, cuanto que él trajo a esos otros a su manera de pensar. Los dos jóvenes y nuevos Superiores viciaron su celo por el remedio de los males que aquí encontraron, a más de otros defectos, que después notaremos, con una flaqueza y un error: error que vinieron a agravar con una confusión o equivoco primero, y con una gravisima imputación más tarde, nacida de él.

La flaqueza fué que, en vez de hacer el bien callando y como quien ni trata de ello, se dieron aires de reformadores de la Provincia. De esto los tildaron luego, sobre todo al P. Seguí (2), y por toda la correspondencia suya y de los otros con el General se entiende claramente que hubo algo de esto. Véase lo que aquél escribía al ser nombrado Rector del Colegio Imperial. «Todos los que deseaban la observancia dan gracias a Dios por haber inspirado a V. P. que me pusiera a mí en este Colegio. Solamente yo lloro viendo mis pocas fuerzas espirituales para este cargo» (3). La frase primera tiene algún fundamento; pero su autor, cuando parece que sólo expone el modo de pensar ajeno, descubre manifiestamente el propio, que en vano viene a querer encubrir la segunda frase puramente formularia. Esa jactancia no

(1) Aquí se hace mucho, y eso que estoy solo (no sin providencia del cielo), porque asi todo va a mi modo.» (Carta de 15 de Mayo de 1828 al P. la Peña. Original en Cast. II.)

(2) De esta manera, sin polvareda, y sin que nadie me haya podido tachar de reformador, pues este titulo me lo encabezaban, por creer que iba de mancomún con el P. Frías... Carta del P. Segui al P. Peña, Alcalá 9 de Febrero de 1829, original en Cast. II.

(3) 22-24 de Septiembre de 1828, id. id.

era, sin embargo, tan descarada que todos la entendieran. Por eso hubo, en efecto, quienes no conociéndola, y sabiendo solamente el celo del P. Seguí por la observancia y lo bueno de sus efectos en Alcalá; se alegraron de su nombramiento para el Imperial, donde el gobierno de los ancianos y sobre todo del último, había adolecido de los defectos, a que difícilmente se sustraen los muchos años, agravados aquí por las circunstancias que ya conocemos. Mas no faltaron quienes la entendieron; y entendiénla no pudieron ver con buenos ojos, ni a los reformadores, ni la reforma, aunque hecha debidamente, la desearan tal vez tantc como ellos.

Juntaron con esta flaqueza y aun andaba mezclado con ella, el error de querer ponerlo aqui todo, aun las cosas más menudas, como ellos lo habían visto en Italia; y por si no lo sabían o recordaban bien, pedían y recibían de allá instrucciones y noti cias de los usos y costumbres de Italia, particularmente de Roma, para introducirlos en España. Todo cuanto se practicaba en Alcalá decía expresamente el P. Segui que lo había sacado de los papeles enviados de Roma (1); y el P. Frías, que su Seminario de Valencia se iba arreglando por los modelos de Italia, en la parte que se podía, terminando su carta con esta postdata: «Si encuentra alguna cosa de nuevo perteneciente a la Compañia, acuérdese de los PP. Seguí y Frías, que son apasionados de las antigüedades de la Compañia y de los usos de Roma, a qua nulla unquam dimovere nos poterit auctoritas» (2). En trasladar a España los usos de Roma bajaban a pequeñeces como éstas: «Diga al Padre Ferrari, escribía el P. Seguí, que los estudiantes ya están todos conforme me escribió estaban antiguamente (en Italia, se entiende). Los aposentos todos tienen sus cuadros propios; cada Hermano su tavolino (mesita) pintado a nogal, su velón, etc. Detrás de todas las puertas hay unos avisos sacados del reglamento o regole delle camere, que me enviaron», etc. (3). Es cosa que trae a la memoria involuntariamente la célebre sátira del P. Isla en Fray Gerundio, ridiculizando en los españoles de entonces el prurito de imitar a los franceses:

Yo conoci en Madrid una Marquesa
Que aprendió a estornudar a la francesa.»

(1) Al P. Peña, Alcalá 19 de Octubre de 1828, íd. id.
(2) Al mismo, Valencia 20 de Mayo de 1828, íd. id.
(3) Al P. Peña, carta citada.

« AnteriorContinuar »