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antes hicieron una cosa parecida, se contentó con dar a entender su disgusto, y aunque vió que no hacían caso, no pasó a más, esperando que a lo menos no se repetiría. Su intención será buena de buscar desprecios; pero los que se los hagan, pecarán. No sirve traer ejemplos de los Santos antiguos, porque los tiempos modernos son muy diferentes. No el vulgo sólo, sino también hombres doctos y sensatos y afectos a la Compañía están contra eso. Si pensaban continuar y por sí no desisten, él se lo prohibirá. Respondió el Vicerector que la perfección propia de la Compañía exigía hombres muertos al mundo, aborrecedores de cuanto él ama y amadores de cuanto aborrece; y que por eso y como cosa necesaria para llegar ahí, había su fundador señalado algunas de estas que esta gente llama publicidades, para que nos acostumbrásemos a despreciar el mundo y el qué dirán de los hombres (1). Que él y otros fundadores las habían practicado, y la Iglesia los alababa por ello y exhortaba a imitarlos. Esto hacían ellos; que si era escándalo, sería farisaico y otros había más dignos de remedio. Que si manda, le obedecerán; pero vea qué prohibe, porque pedir limosna es propio de nuestra orden de mendicantes; el traje, que han llevado era talar, y así no lo prohiben los cánones; traer de la plaza las cosas con el comprador, está en el Instituto (2). El Vicario replicó que no trataba de impedir: les el cumplimiento de su Instituto, pero si aquel género de publicidad. Se fué; y en el Colegio los PP. Provincial, Torroella y Segui resolvieron visitarle al día siguiente, enviando antes a seis de los jóvenes a pedir limosna sin manteo, pero con sombrero. En la visita repitió el Vicario las razones del día anterior, y para satisfacerle expuso el P. Morey, que en aquello había pretendido, con hechos contrarios, deshacer la calumnia aun de gente no vulgar, de que la Compañía era ambiciosa y se metía mucho en Palacio. Con que, si entramos en Palacio, ambiciosos; si buscamos desprecios, hipócritas y escandalosos. Los que censuran el acto de ayer, den por escrito sus razones y responderemos. Impru

(1) San Ignacio no señaló ninguna de esas publicidades. Lo menos desemejante entre lo que él señaló como prueba de los novicios es peregrinar un mes pidiendo limosna, y ya se ve cuánto va de una cosa a otra.

(2) Está en las reglas del Prepósito, n. 30, del Rector, n. 29, y del Maestro de novicios, n. 40; pero no en el Examen ni en las Constituciones, que es lo que escribió San Ignacio. Lo advertimos porque no se crea dispuesto por el Santo y así contrario a lo que decimos en la nota anterior.

dentes, sí; Stulti propter Christum (1), como San Felipe Neri, San Francisco de Borja y otros Santos, que han ido a caza de injurias. Escándalo, cual le definen los doctores, no le hay. Los que nos insultan y así pecan, son pocos; y también pecaron aquellos de quienes dice Cristo: Si non locutus fuissem eis, peccatum non haberent (2), y con todo les habló. Si el vender está prohibido por los Cánones; como nosotros lo hicimos, no, sino recomendado en la Escritura. Ni el vender era por vender, ni creo que nadie tal pensara. Es de advertir que el Vicario tenía detenidos en su casa a dos de los jóvenes, que habían salido a pedir limosna, lo cual parece que también censuró, y con sobrada razón en tales circunstancias. Pero los Padres lo defendieron con decir que en Madrid iban, y aun habían ido a casa del señor Obispo Auxi liar, del de León y del Patriarca, sin que nadie reparara en la alforja; y que los PP. La Calle y otros habian ido a la cárcel cargados de esteras para que durmiesen sobre ellas los presos, de que lejos de nacer escándalo, el Ayuntamiento les había dado las gracias. Volvamos ahora a copiar la relación a la letra. «Aquí abrumado el Vicario comenzó a cantar la palinodia, diciendo que él también se edificaba; pero que era tanto lo que le molestaban, que no podía menos de hacer lo que había hecho; que hiciésemos cuanto quisiésemos, pero despacio, no de golpe. Viendo esto el P. Provincial, le dijo que antiguamente acostumbraban los nuestros también a salir por las calles a predicar y a enseñar la doctrina, y que deseaba mucho que estos ministerios se volviesen a poner en orden. Respondió el señor Vicario que él también lo de seaba, y que si quisiésemos salir, él asistiría al primer sermón, que predicásemos. Con esto nos despedimos; y luego, al llegar a casa, cogimos los calderos que estaban ya preparados, y armamos una procesión a la cárcel. Del dinero de la feria se había compuesto una excelente comida para los presos. Dos estudiantes iban delante con un costal de pan al hombro. Seguían otros dos, uno con un cántaro de vino, y otro con una cesta de fruta. Detrás de estos, dos que llevaban un caldero de comida. Seguía el P. Rector del Colegio Imperial y el P. Vicerector de este Colegio con el otro caldero. Remataba la procesión el R. P. Provincial con dos cucharones para repartir la comida. Pasamos por medio

(1) I ad Cor., IV, 10.
(2) S. Joann., XV, 22.

de la feria. Y la gente, que había visto vender agua y lo demás, decía: «Ya decía yo que no querían para sí el dinero». Volvimos a casa, y en la quiete se trató y arregló la doctrina de la plaza para el domingo próximo. Regresaron los Padres a Madrid y encontraron a los Teólogos en la viña de Torrejón, donde habían ido a pasar la tarde. Cuéntase lo que ha sucedido en Alcalá, de que quedaron muy enfervorizados los Teólogos y con hambre de inju rias. Dicenles lo que se había tratado de la doctrina, y muchos se ofrecen a predicar en la plaza y otras cosas. Se enviaron dos a Alcalá para que se preparasen para el domingo, en que hubo nuevas batallas y tales, que al fin no se hizo la doctrina de la plaza.»

No se hizo, porque el Vicario creyó que no debía hacerse por entonces, sino dejarlo para más adelante. No haremos por nuestra cuenta comentario alguno del hecho referido. Cuando llegó a noticia del P. General por carta del P. Gil (1), que lo refirió muy sucintamente, y sin nombrar a nadie, escribió al P. Morey el 18 de Octubre: «¿Qué ha habido en Alcalá? ¿Es verdad que los nuestros se han hecho espectáculo de la gente yendo al mercado a vender cilicios, etc., con gorros morados, sin manteo, etc.? Me cuesta creerlo, pero asi me lo han escrito, y que de ello no resultó edificación, sino otra cosa muy diferente. Esta seria una prueba de la poca discreción de quien no distingue lugares, tiempos ni personas. La época actual no es la de nuestros primeros Padres; y aun entonces, en materia de mortificaciones públicas, no todo lo aprobaba nuestro Santo Fundador» (2).

El P. Morey contestó que quisiera someter en todo su juicio al de Su Paternidad; pero que, a decir verdad, no estaba con los que decían ser aquellos tiempos diferentes de los de nuestros primeros Padres. La experiencia había mostrado que, mientras los antiguos recibían efectivamente insultos y burlas, ahora no se recogía ese fruto, buscado tan de propósito, antes bien atenciones comúnmente de. todos. Esta será, si acaso, la diversidad de

(1) De 1 de Septiembre de 1831, original en Cast. II.

(2) Autógrafa de 18 de Octubre de 1831, en la Col. Prov. No parece que lo acababa de creer el P. Roothaan, como lo dan a entender estas palabras de su contestación al P. Gil: L'affare di Alcala e egli ben certo? E veramente cosa incredibile, massime in quel modo...! «Vendere...!!! Mi fa specie, che finora nulla mi è pervenuto d'altra parte su di un fatto si strano. E V. R. l'avu. to solo per relazione? Chi sa...? (Autógrafa de 13 de Octubre de 1831 en el mismo lugar.)

los tiempos (1). No entendemos cómo se pueda compaginar esto con lo que dice la relación copiada, de lo burlados que fueron y las injurias que escucharon los que figuraron en tales escenas, y de lo que algunos religiosos y gente grave de la Universidad ladraron contra ellos y contra todos los demás. Tal vez quiere decir que, después de aquellos sucesos, en la vida ordinaria y en el tiempo trascurrido hasta fines de Noviembre en que escribía, nadie los había insultado ni injuriado. Pero no era eso de lo que se trataba. Cuanto a su modo de pensar, lo confirmaba con el ejemplo del P. Pignatelli, quien andando con vestido y calzado roto, y enviando a los Padres a misionar a pie y pidiendo limosna, respondió a quien le hacia la misma objeción: «Todos los tiempos son buenos cuando hay humildad y mortificación.» Por otra parte, desedificación no había habido ninguna, como a Su Paternidad parece le habían escrito, antes bien no poca edificación de los buenos, y solamente el Abad de la Iglesia Colegial decia haberse desedificado, pero del proceder de aquellos que se mostraron escandalizados. ¿Quiénes son estos? Nuestros émulos, que de todo murmuran, ahora de esto, antes de que andábamos metidos en Palacio, del fausto, de la arrogancia, de la soberbia jesuítica. Más aún; el fruto de varias misiones, que se han dado y están dando en aquellos alrededores, la autorización del Arzo bispo al P. Seguí, y a otros Padres para darlas en ellos y en la misma ciudad de Alcalá, como la darán más adelante, todo ha nacido de aquello que llamaron ridículeces e imprudencias los que aprecian las cosas con la prudencia del mundo y no con la de Cristo (2). El fruto mismo, que la misión de Alcalá produjo, lo atribuyó también a aquellas escenas singulares, ratificándose en que todo aquello estuvo muy bien hecho (3).

Parecida defensa hizo el P. Torroella, cuando a petición del P. Roothaan le envió esa relación de lo sucedido, sin reconocer en ello yerro ninguno, antes sosteniéndolo calurosamente con el mucho bien que de allí decía haberse seguido: gran reputación de los nuestros entre las personas principales de la ciudad; mayor

(1) El texto original italiano dice: «Noi veramente veggiamo con l'isperienza che non ci anno fatto gli insulti che loro fecero, anzi quasi da pertutto ci ricevono con grazia; e finora non si è potuto ritrovare cio che si va a cercare, cioè i disprezzi; ed in ciò sarebbe vero il detto».

(2) A 21 de Noviembre de 1831, original en Cast. II.

(3) Carta del 26 de Enero de 1832, al mismo P. General, id. id.

concurso de la gente a nuestra Iglesia; el permiso para las misiones (1). En verdad, no nos tenemos por obligados a creer que tales bienes, y sobre todo la licencia del Arzobispo para dar algunas misiones, procediera precisamente de aquel hecho extravagante.

6. Otro asunto no bien manejado pudo traer dolorosas consecuencias, según parece. El Provincial, que como ya se ha podido entender, no era el más a propósito para tratar negocios de Corte, procedió de manera en sacar de Palacio al P. Puyal, en cumplimiento de la orden del P. Roothaan y de su propio deseo; que no solamente lo censuraron el mismo P. Puyal y el P. Gil en sus cartas a Roma (2), pero aun el P. Frías, que por su cargo en la Corte pudo enterarse bien de lo ocurrido, escribió estas significativas palabras: «El P. Puyal salió de Palacio no sin grandes esfuerzos. El R. P. Provincial se ha visto en circunstancias bastante difíciles, que podían habernos acarreado mucho daño. La cosa ha salido, gracias Dios, lo menos mal posible. Yo hubiera querido que consultara con nosotros sus planes, y con eso se hubiera podido evitar algún peligro» (3). Y qué peligro, en caso de ser verdad que preguntó el Rey con esta ocasión, como se lo dijeron al P. Gil, si los jesuítas eran o no vasallos suyos (4). Por incidencia dió a entender el mismo P. Morey más adelante que se había suscitado también en Palacio el punto de nuestra dependencia de Roma (5). No tenemos más noticias del caso, ni nos las daría, aunque la conociéramos, la carta del P. Morey en que hablaba exprofeso de este asunto, porque por otra del General sabemos no haberlo relatado sino oscuramente (6).

(1) Cartas del 26 de Diciembre de 1831 y 2 de Marzo de 1832, id. id. (2) El P. Puyal, Manresa 25 de Enero de 1832; el P. Gil, Madrid 12 de Febrero de 1832, id. id.

(3) Al P. General 30 de Enero de 1832, id. id.

(4) Carta citada.

(5) Carta citada de 26 de Enero.

(6) Al P. Morey, 10 de Marzo de 1832. La separación del P. Puyal debió de ser los primeros días de Enero de 1832. A 31 de Octubre anterior escribia el P. Frías que los Infantes padres la deseaban, por haber el P. Puyal caído en su desgracia con no sabemos qué cosas recientemente acaecidas; y que preguntados por él a instancias del P. Morey si en ella tendrían dificultad, no solamente dijeron que no, pero aun las señoras le indicaban y facilitaban los medios. Lo mismo, en sustancia, escribia el P. Morey a 24 de aquel mes. ¿Cómo, siendo así, no se hizo entonces y hubo después dificultades? Ignorando lo ocurrido, no lo podemos entender; pero una y otra cosa parecen indudables.

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