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7. No hubo tal oscuridad en exponer una vez más su manera de pensar sobre la conocida división que entre los Padres había. Recordando la fuerte carta que escribió al P. General, apenas venido de Italia, bastaría decir que era más fuerte la que le escribió apenas hecho Provincial. Era contestación a otra suya, en que declarando más cómo deseaba que hiciera de Ángel de paz, le decía: «Recomiéndole de nuevo lo que en mi anterior, a saber: que con el mayor empeño procure unir los ánimos de todos, apagar discordias y traer a todos a un mismo modo de sentir y de proceder, en cuanto esto es posible. No creo exenta de defectos a la parte contraria; pero bien mirado todo, se ve claro que también los tiene y da en excesos el P. Seguí, además de faltarle prudencia en el modo de obrar. Por tanto, importa mucho evitar toda apariencia de ser él quien dirige a V. R.; si no, imposible ganarse la confianza de los otros» (1). A esto, pues, contesta largamente el 5 de Septiembre.

Omitamos las protestas de desapasionamiento, de hablar como en la hora de la muerte y otras generalidades, y resumamos lo demás que hace al caso. El P. Seguí, bien miradas sus cosas, no sólo en general, sino una a una, con las circunstancias de tiempo, modo y demás, ha procedido en todas con razón y con prudencia. Lo que sus contrarios dicen es lo que no va ni conforme a prudencia ni conforme al Instituto; y asi rehuyen la discusión de las cosas una por una. Haga yo lo que haga, mientras no me declare por ellos y contra él y eche abajo toda su obra, no estarán contentos; y eso seria introducir la relajación e ir contra mi conciencia, que me dicta el deber de apoyar a quien defiende y prueba bien su causa. Si esto ha de ser Compañía de Jesús, informada de su verdadero espiritu, menester es hacernos columna de hierro y muro de bronce (2) para sostener la disciplina y formar la juventud como pide el Instituto. Mimados hasta ahora y criados sin la abnegación de los verdaderos compañeros de Jesús, antes habituados a la relajación, los ya un poco antiguos, sacerdotes, escolares y coadjutores, molestados con la observancia exigida por el P. Seguí, la tacharon de arbitrariedad suya y de importación italiana; pero ahí están los nuevos que sin dificultad han entrado en este molde, que no es otro que el Institu

(1) Original de 16 de Agosto de 1831, en la Col. Prov. (2) Jerem. I, 18.

to. Los principales culpables, sin cuya oposición ya todo estaría allanado; los superiores que más han descuidado la disciplina por ignorancia del Instituto y por debilidad y condescendencia, son los PP. Puyal y Gil. Lo entendi y así lo escribí cuando vine de Italia, lo he visto y veo más claro cada día, y por eso ya en Enero último dije a V. P. que, si se había de reformar la Provincia, era necesario sacarlos de ella. El P. Seguí es casi el único que tiene el espíritu, la forma y el conocimiento debido del Instituto; la más mínima cosa la apoya en él, en cartas de Generales o en nuestras historias; y en el modo de introducirlas y en todo su gobierno procede razonada y discretamente. Si, pues, en vez de sostenerle, se abandona al único hombre que puede ayudar a levantar la Provincia, ¿adónde iremos a parar? Mi plan, bien pensado delante de Dios, es: 1.o, limpiar la Provincia de incorregibles; 2.o, selección y buena formación en el noviciado; 3.o, sostener la espiritual y la literaria en Alcalá y en el Imperial, según el Instituto; 4.0, reformación de los ya algo antiguos, o mejor dicho, formación, porque no la han tenido; 5.°, para uniformar los colegios, que tengamos aprobado por V. P. un buen sistema de educación, y las prácticas y costumbres que en todos hayan de observarse. Estas las tiene escritas, sacadas de buenas fuentes, el P. Segui. Que desciende a pequeñeces. También San Ignacio, y los Padres antiguos y el P. Pignatelli. Observándolas se cumplirá el dicho de Cristo: Qui fidelis est in minimo, etiam in maximo (sic) (1). Este es mi proyecto; y no tema V. P. que dificulten su ejecución nuestras diferencias; porque éstas cesarán como por encanto, no con hacer sospechoso al P. Seguí y queriendo contentar a ambas partes, sino examinando V. P. las cosas, tomando el partido de la verdad e imponiendo silencio a los que no tienen razón. Del P. Seguí puede pedir informes a los Padres franceses que han estado aqui; y mejor a los hechos: a la misión de Valdemoro, al mes de María, al ejemplo de los sábados, a las cárceles y hospitales con los sucesos de ellos hasta milagrosos, al concurso de oyentes en nuestra iglesia, a las conversiones maravillosas por el número y las circunstancias, a la frecuencia de sacramentos nunca vista, al culto y funciones cuyo decoro y majestad tiene al pueblo estupefacto, al concepto de predicador apostólico y santo que casi todo Madrid tiene formado de él. Todo esto, que

(1) Qui fidelis est in minimo, et in majori fidelis est. Luc. XVI, 10.

todos ven y palpan, junto con la vida aperreada que lleva, ¿no es una prueba de aquella bendición del Señor: Inveni David, etc., manus enim mea auxiliabitur ei? (1). Pero como quien lo hace es el P. Seguí, todo ello no vale nada ni ha merecido del P. Puyal, fuera del permiso para emprenderlo, sino esta alabanza: «La verdad es que predica como un energúmeno» (2). Omitimos otro punto en que extensamente y con el mismo calor sostiene el proceder del P. Seguí contra el del P. Puyal, para venir al final de su carta. Su fin en lo dicho es poner a S. P. al tanto de las cosas; lo que después juzgue y disponga, él lo abraza desde ahora cogitatione verbo et opere. Bien habrá menester antes de un año acordarse de estas palabras.

El P. Roothaan le contestó con la frase vaga de que en la sustancia era de su mismo sentir, pero no lo era en algunos pun tos que luego veremos, y en cada uno de los otros de que nada dice, no es fácil conjeturarlo (3).

Con la disposición de ánimo que esta carta descubre, era imposible al P. Morey hacer de Ángel de paz, y aun evitar, viviendo en una misma casa con el P. Seguí, aquello que el P. General, sin haber podido todavía tener aviso de lo que ya empezaba a suceder, le advertía: no parezca en manera alguna que V. R. está gobernado por el P. Seguí. Respondiale, sí, en esta carta que ya él estaba en eso, y lo procuraba cuanto podía desde el primer momento; pero desde el primer momento fueron a Roma y siguieron yendo después noticias en contrario. Omitiendo otros testimonios, citaremos no más el del P. Frías, en una carta bastante

(1) Ps. LXXXVIII, 22.

(2) En este punto parece que quien decía toda la verdad era el P. Lerdo. Hablando de la misión de Alcalá, dada por el P. Seguí, a la cual se halló presente los últimos días, decía escribiendo al General, que aunque sin duda enviarían a S. P. una relación magnífica de ella, la verdad era que nada habia ocurrido de extraordinario, sino lo que suele en toda misión bien dirigida. Que el P. Seguí tiene inclinación y aptitud para esos ministerios; pero que no prepara los sermones, sino que son casi del todo improvisados, consiguientemente pobres, supliendo con voces la falta de doctrina. Verdad es, añade, que Dios parece que bendice sus trabajos, y de todos ellos recoge abundante fruto. Al fin de la carta retracta en parte lo dicho, por haber sabido y considerar fruto extraordinario de la misión, que al día siguiente de terminarse se abrió el teatro y no fué nadie (31 de Enero de 1832).

(3) Autógrafa de 15 de Octubre de 1831, en la Col. Prov.

sensata sobre estas cosas (1) e insertaremos el menos sospechoso aún del P. Lerdo, socio del Provincial, y venido de Italia con encargo de informar allá sobre este punto y sobre el de las costumbres italianas. «Son, dice, por desgracia, muy ciertos ambos. Todo, en efecto, está aquí montado a la italiana asi en la iglesia como en las escuelas y en el orden doméstico, a excepción de algunas pocas cosas más notables, que en el uso español son muy comunes... El otro punto es el más positivo y actual. Ya en la carta latina digo acaso demasiado, para que V. P. conozca la especie de intima estrechez que hay entre el P. Provincial y el P. Rector (Seguí); el primero la conoce bien, pero la cohonesta con decir que tiene razón para eso, porque en dicho P. Rector halla cuanto necesita, noticias, consejos, etc. Y yo no tengo motivo para disminuir el mérito de éste; pero hallo mucho exceso y mucha pasión en lo que hace con él. Le alaba y aprueba cuanto dispone y practica, aunque en ello haya mucho de singular y poco regulado, v. gr., el dilatarse a veces una hora en decir la misa, el llenar en ella el cáliz de vino hasta lo alto, el hablar muy a menudo de sus propias hazañas, etc., etc., el P. Provincial es el primero en alabarlo, aun en su misma presencia; con él se acompaña muy frecuentemente; con él sale a la calle, siempre que ocurre algún negocio; con él va a la recreación las veces que va, a excepción de alguna muy rara; y en fin, sin el P. Segui apenas se atreve a disponer cosa alguna. La paz, no obstante, se conserva; y si hay de esto algún sentimiento en los demás, callan y ninguno da muestras de descontento» (2). Esto escribió en Febrero de 1832 y lo repitió en Julio, añadiendo que nada hacía el Provincial sino lo que al P. Seguí parecía bien y que éste estaba por aquél autorizado para hacer lo que quisiera (3).

Puede suponerse cómo iría adelante, con las demás cosas del P. Seguí, su rigor y dureza en la corrección, reprensión y cas

(1) Si yo veo que el Provincial en todo opina como alguno de mis compañeros (consultores de Provincia), que esos tienen entrada con él y él con ellos sus confianzas, mientras que a mí no se me oye sino cuando lo exige la obligación del oficio; fácilmente, como es natural, me persuadiré de que no tiene el superior gran concepto de mí, y esto ha de traer sus consecuencias. (Al P. General, 30 de Enero de 1832, original en Cast. II.)

(2) Febrero de 1832, sin dia, id. id.

(3) El 7 de Julio de 1832, id. id.

tigo de las faltas, teniendo tan de su parte en eso como en todo al Provincial, cuando no había bastado para templarle tener por contrario al anterior. Ya lo indica el P. Lerdo; lo expresa claramente el P. Boulanger, cuya queja, antes referida, es de este tiempo; y lo confirma el P. Frías, escribiendo que gritaba, cuando veía algo que le parecía mal (1), y que daba en refectorio algunas reprensiones públicas demasiado fuertes, aun a los sacerdotes, haciéndoles salir de su puesto y ponerse de rodillas y tratándolos de vos, término, dice, humillante entre nosotros y que ni la infima plebe lo usa ahora aun en las conversaciones familiares; de modo que se los ha visto llorar oyéndolo, y los demás lo han oído con disgusto (2).

8. Queda atrás insinuado algo del juicio que el P. Roothaan iba formando de las cosas y de las personas, de las unas y de las otras. Acabaremos de darlo a conocer con sus mismas palabras, antes de venir al remedio que puso a la raíz del mal.

De los PP. Puyal y Gil empezó a tener mediano concepto, por lo menos desde la primera carta del P. Morey arriba extractada, a la cual respondía lamentando el mal gobierno del Seminario de Nobles, dirigido por el P. Gil, y el estar algunos tan metidos en la corte. Creció ese mal concepto con las comunicaciones sucesivas del mismo P. Morey, aun antes de ser Provincial, del P. Seguí y de algún otro. El primero, en carta que no hemos visto pero conocemos por la contestación del P. General, llegó a proponer entre las demás cosas necesarias para remediar los males que afligían a la Provincia, el sacar de ella a aquellos dos Padres, y así lo dice el mismo P. Morey en la antes citada de 5 de Septiembre de 1831. La respuesta fué, que el remedio propuesto le agradaba bastante en cuanto a este punto y que de día en día le parecía conocer por experiencia más claramente su necesidad. Lo dificil era hallar donde ponerlos; porque hacer asistente al P. Puyal, como él indicaba, y profesor de Teologia en Roma al P. Gil no era tan llano, sobre todo lo primero (3).

(1) Carta citada de 30 de Enero de 1832.

(2) Carta de 1 de Julio del mismo año, id. id.

(3) Quod remedium spectat a R. V. propositum ad miserias istius Provinciae finiendas pro parte satis placet, nempe quoad hominum istorum remotionem, quam omnino necessariam clarius in dies expiriri videor. Omnis autem difficultas in eo est, quid de illis faciendum et ubi collocandi sint; quod enim R. V. suggerit de altero constituendo A. (Asistente), id sane non praemeditate

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