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cutirse el punto de las costumbres dijo tales cosas de sus antecesores en el gobierno, que si los demás hubieran sido un poco más irascibles, hubiera habido un fuerte choque. Sólo uno le replicó indignado, no encolerizado; los otros prefirieron evitar contiendas y se ciñeron al asunto propuesto de la formación del costumbrero. En eso mismo, en la redacción de las costumbres, hay que ver las angustias del P. Provincial, y las vueltas que dió, por recelar que la Congregación le quitara a él y se arrogara a sí alguna autoridad e intervención. Por fin se adoptó el arbitrio propuesto por el P. Seguí, de que el Provincial, y no la Congregación, designara cuatro Padres para aquel trabajo; y designados inmediatamente después de la sesión, les dirigió una carta, que leyó en la del día siguiente, y que a V. P. vendría bien conocer; porque la redactó el P. Seguí, y su lectura será tal vez útil para más de una cosa» (1).

Los designados fueron los PP. Puyal, Gil, Torroella y Seguí, es decir, los más declarados en pro y en contra de lo establecido en Alcalá y en el Imperial por el último de ellos, y la carta que les dirigió contenía una instrucción sobre el modo que habían de tener en sus deliberaciones. Duraron éstas hasta mediados de Agosto. Lo acordado en ellas lo entregó el Provincial a otros cuatro Padres, cuyos nombres ignoramos, y después, con las observaciones de éstos, a los Consultores de Provincia, los PP. Gil, Lerdo, Frías y José Téllez, que en reuniones presididas por él mismo, lo fueron revisando todo; y por fin el 10 de Diciembre de 1832 envió a Roma el proyecto definitivamente redactado, con los pareceres de los consultores contrarios a lo propuesto en algunos puntos, a fin de que mejor pudiera el P. General determinar lo que en ellos había de guardarse.

El General, al avisar su recibo, expresaba su juicio sintético por estas palabras: «Alabo la diligencia; pero hay algo de nimiedad» (2); y poco después, el 4 de Febrero de 1833, se las devolvió aprobadas con algunas modificaciones y con estas preciosas advertencias: «Me ha gustado bastante el trabajo puesto en redactar estas Costumbres. Sin embargo, 1.o, en varias materias han descendido a cosas muy menudas, y por lo mismo en exigirlas es necesario proceder con mucha suavidad; si no, hay peli

(1) A 7 de Julio de 1832, original en Cast. II.
(2) Autógrafo, 8 de Enero de 1833, en la Col. Prov.

gro de faltar en lo sustancial por atender a lo accidental. Muchas veces las personas de más noble y sólida virtud no entran por esas menudencias, cuya observancia es bien desear en todos, pero muy difícil conseguir de todos; y exigirla indiscretamente viene a ser ocasión de muchos sinsabores, harto más graves que cien contravenciones a una costumbre en cosa menuda y de suyo indiferente. He dicho esto para que se proceda con mucha suavidad y discreción, distinguiendo debidamente entre costumbre y regla y aun entre costumbre y costumbre. 2.° Me figuro que muchas de estas llamadas costumbres, ahora puestas por escrito, no son verdaderas costumbres, es decir, observadas ya antes, sino más bien para adelante. Una razón más para ir con suavidad y discreción. 3. Las penitencias son muchas y algunas duras. Con gran consuelo vería yo que las practicaban muchos y mucho; pero espontáneamente, por espíritu de fervor y de amor. Imponerlas con frecuencia los Superiores, y hacerse por tanto como a la fuerza, eso no; porque no es conforme al espíritu de la Compañía. Suelte, pues, el Superior la rienda en esto a los robustos y fervorosos; pero con los que no lo son, vaya con tiento. Exhortar a tales penitencias, muy bien; imponerlas sin mucha discreción, estaría mal, porque no sería conforme a la santa prudencia, que ha de ser una de las virtudes principales de un Superior (1).

Aprobadas, pues, así las costumbres, el P. Morey las publicó en la fiesta de San José de aquel año de treinta y tres, con una larga carta que servía de introducción histórica, y recomendaba eficazmente su observancia (2). No faltaron representaciones al P. General contra algunas de las cosas establecidas en ellas y contra el empeño del Provincial en exigir su aplicación literal en todas partes; y el General halló bien fundadas muchas de esas quejas y volvió a hacer al P. Morey prudentes advertencias, recordándole las de 4 de Febrero de 1833. «Parece, le dice, que V. R. no me ha entendido, aunque creo haber escrito bastante claro. Me vienen muchas quejas porque V. R. impone las costumbres aun en cosas mínimas, donde por las circunstancias del lugar antes causarán disgusto que edificación. Ya había yo observado que había en ellas demasiadas menudencias, y que la gran diferencia que va de unas regiones a otras, requeriría al

(1) Carta de 4 de Febrero de 1833, Registro.

(2) Original en diversos ejemplares de las Costumbres.

guna variación en esas cosas. ¿Cómo no? España, lo mismo que Italia, estuvo en lo antiguo dividida en tantos estados, y cada. uno con diversos usos y costumbres. Querer que ahora en todos se proceda igual, será no más ocasionar desazones, y bien pesadas, sin provecho y por naderías (1).

Estos avisos debieron de producir algún buen efecto; y moderado así, aunque no del todo, el rigor y nimiedad en exigir por igual la observancia de todas esas prácticas, y sin variación alguna en todas partes, se fueron sin duda acabando de asentar, con lo cual, además de las otras ventajas positivas, se había logradoquitar en mucha parte la ocasión de la división de los ánimos, que había en la Provincia.

11. Otra providencia tomada por el P. General contribuyó tal vez más a restablecer la unión. El 30 de Agosto de 1832 el P. Segui recibió orden de ir a Roma con el P. Puyal, elegido Procurador; y llegado allí, fué destinado a hacer la tercera probación aquel año en el Noviciado de San Andrés, y no volvió a España, hasta que en 1848 la revolución echó de Italia a los jesuítas. En su lugar fué nombrado Rector del Colegio Imperial el P. Puyal, apenas terminada su comisión en Roma, y el P. Roothaan escribía sobre esto al P. Gil: «Vuelve allá el P. Puyal para ser Rector del Colegio Imperial. Espero que dentro de poco no quedará ya ni rastro de disensión, la cual no podría menos de hacer mucho daño a toda la Provincia. Hase quitado la causa principal de ella; sólo falta, con el buen modo de proceder, conciliar los ánimos de los demás, para que todos sean un alma y un corazón» (2). El Provincial, cuando supo este nombramiento, significó sus temores de que en el Colegio se alterase la suma paz de aquellos tres meses de interinidad, por querer el nuevo Rector cambiar algunas de las cosas ya establecidas; de que decayese la observancia con su mal ejemplo de poco recogimiento; y de que tratando tanto con caballeros y señoras, se le fuese alguna palabra, que en tiempos tan vidriosos ocasionara graves disgustos (3). Alguna decadencia en la observancia ya dijimos haberse notado, y el Provincial echó también mucho de menos en el P. Puyal, cuando los sucesos de 1834, el valor para arrostrar

(1) A 21 de Noviembre de 1833; 25 de Febrero y 22 de Marzo de 1834. Registro.

(2) Original, 18 de Diciembre de 1832, en la Col. Gil.

(3) Al P. General, 4 de Enero de 1833, original en Cast. II.

los peligros y la solicitud debida por sus súbditos en aquellas circunstancias anómalas de temor y de dispersión, aunque corta, de la comunidad, repitiendo y confirmando su juicio desfavorable para el Rector (1).

Los sagrientos sucesos de 1834, que acabamos de mencionar, y la supresión de la Compañía en España el año siguiente, no dieron lugar a que la exacta observancia se acabara de armonizar con el espíritu de amor y no de temor en ella. El exceso pasado en exigirla y las nuevas costumbres, ahora legítimamente promulgadas, hacían mucho para que quedase muy bien enta blada en lo exterior; y el estar al frente del noviciado y del colegio Imperial hombres opuestos al anterior espíritu de rigor y dureza, juntamente con el empeño del General en desterrarlo, hizo que fuera disminuyendo, aunque no desapareció del todo, estando principalmente sostenido por el Ministro del Imperial, el Vicerector de Alcalá y el mismo Provincial, que no acertaba a despojarse de él. Oigamos por última vez al P. Roothaan tratar de este punto, condenando aquel sistema y lamentando sus desas trosos efectos. El 6 de Mayo de 1833 escribía al P. Morey: «Duélome de la muerte prematura de tantos jóvenes, y más aún de que, según entiendo, hay otros ya casi desahuciados. Mucho tiem po hace que me lo pronosticaban hombres de conocida prudencia, viéndolos gobernados con tanto rigor en Madrid en tiempo del P. Seguí y en Alcalá. Y lo peor es que apenas se ve cambio ninguno en ese sistema, tan ajeno del trato suave y humano que se acostumbra en la Compañía.» De su propia mano añadió lo siguiente: «No sé qué espiritu es el de esos hombres; pero ciertamente no es el de N. P. S. Ignacio, a quien me extraña que conozcan tan poco los que se creen y pregonan prácticos en nuestro Instituto como ninguno. He sabido también, no sin grave sentimiento, que en muchos jóvenes flaquea el amor a la vocación, hasta el punto de que, si hubiera sucedido el trastorno que se temía, no pocos de ellos, lejos de sentirlo, hubieran respirado. Y ¿qué tiene de extraño, no habiendo caridad en los superiores, es decir, en los que para ser forma gregis, están obligados a aventajarse en ella? V. R. mismo (no puedo dejar de advertirselo), recelo que no ha entendido bien lo que sobre este punto le he escrito repetidas veces. V. R. teme la relajación. La relajación tam

(1) A 17 y 27 de Septiembre de 1834, id. id.

bién yo la aborrezco. Pero ¿es que no hay medio entre la relajación y una dureza rígida y casi inhumana? Esa severidad en el gobierno, sobre todo de jóvenes, impide el amor filial y la confianza, sin la cual no hay Compañía de Jesús, tal como la quiso N. S. P., informada del espíritu de amor. San Ignacio se mostraba severo con hombres ya maduros e insignes en virtud, un Polanco, un Nadal y otros tales; con los jóvenes, mayormente aun tiernos en ella, blando como el que más. Padre mio carísimo, esa provincia ofrece grandes esperanzas por el número y prendas no despreciables de los jóvenes que Dios llama a la Compaňía; pero si el superior los gobierna como enemigos in virga ferrea, et tanquam vas figuli confringat (1), ¿en qué pararán tales esperanzas?» (2). Nadie se maraville de que fueran necesarias tantas y tan fuertes advertencias. En cosas, no materiales y taxativamente determinadas, sino morales, y que quedan al prudente juicio de las personas; aun con el mayor deseo de acertar se equivocan creyendo haberse puesto en el justo medio, que se les aconseja, cuando el carácter, la educación y más si también la conciencia, no bien ilustrada, inclinan al extremo. A pesar de estas circunstancias, poco después de recibida esta carta, escri bía del P. Morey el P. Puyal que no pensaba ya como antes (3); y andando el tiempo parece que desapareció de él totalmente aquella rigidez de los principios, y dejó entre nosotros memoria de varón virtuoso y prudente superior. Acaecióle algo parecido a lo que de sí mismo cuenta el P. Baltasar Alvarez; no sabemos si la causa del cambio fué la misma. El P. Baltasar dejó escritas de sus principios estas palabras: También en este tiempo veía que me amargaban más mis faltas que me humillaban, y parecianme impedimento de las trazas de Dios, y por la estrechura de mi corazón dábanme pena las faltas de los otros que estaban a mi cargo y pensaba era buen gobierno traerlos podridos, para que se enmendasen. Mas hablando luego de los efectos causados en su alma por la oración extraordinaria, a que le levantó el Señor después de algunos años, pone entre ellos el sentimiento humilde de su poco valer, pero sin amargura ni tristeza, y la necesidad de acudir a Dios que le producía la vista de sus faltas. Las aje

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(1) Ps. II, 9.

(2) A 6 de Mayo de 1833. Registro.

(3) Al General a 27 de Julio de 1833, original en Cast. II.

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