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nas «me mueven, dice, a compasión, y veo que era impaciencia mía traerlos podridos, y que es menester sufrirlos, mirando poco a ellos y mucho a Dios, y a esto se sigue dar Dios los súbditos rendidos: Qui subdit populum meum sub me, etc.» (1).

12. Para terminar, no dejaremos de advertir lo que muchos habrán entendido por sí mismos. La oposicion aqui manifestada entre los principales sujetos de la Provincia, y que no dejó de extenderse algo a los más inmediatos a ellos, no obstante ser tan clara y firme en la diversa manera de pensar, en querer cada parte hacer prevalecer sus ideas y modo de gobierno, y aun el proceder cada una de hecho conforme a ellas; turbó muy poco o nada la paz exterior. Algo entibió sin duda la caridad interna, algo también la confianza mutua en el trato: que no era posible, habiendo entre ellos lo que había, proceder enteramente como si nada hubiera. Pero tanto en lo interior como en lo exterior, la virtud ponía freno y dominaba los movimientos del ánimo. Lo que escribían a Roma en cumplimiento de su deber, aunque tal vez con demasiada viveza y aun con alguna alteración unos de otros, lo que ahora sale aquí a luz y parece que había de engendrar entre ellos discordias, lo ignoraban, y sólo en Roma se sabía. En esas mismas cartas repetían unos y otros que a pesar de sus diferencias conservaban la paz.

No estará demás añadir aquí que, andando el tiempo, los dos Padres, Frías y Seguí, salieron de la Compañía, el primero de su voluntad y el segundo por no querer, a lo que parece, someterse a la obediencia. El P. Frías no satisfacía al Infante D. Carlos en la enseñanza de sus hijos, ni a los superiores de la Compañía, en eso y en su conducta religiosa. Siguió adelante este mal o se agravó en el destierro a que, eso no obstante, le llevó consigo la augusta familia; y fué por fin necesario retirarle en 1836. Hizo luego la tercera probación y profesó en 1838; estuvo en la Provincia de Nápoles otros ocho años, y vuelto a España, se secularizó en 1849.

Del P. Seguí escribía el P. Roothaan al P. Morey en Noviembre de 1833, es decir, cuando aquél había terminado la tercera probación, confirmando con lo que él mismo había visto y sabido por otros de su conducta en aquel año, la triste idea que de él se había formado, y ya le había manifestado antes. Más dice esta

(1) La Puente, Vida del V. P. Baltasar Alvarez, c. XIII, párrafo I, páginas 135-138.

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carta del P. General contra el P. Seguí que las que a él le habían escrito los años pasados los PP. Puyal y Gil. Que es hombre muy pagado de sí mismo y de sus cosas, alabándose por ellas a cada instante; que tiene en poco a los demás, aun superiores suyos, y habla de ellos con libertad; que es duro de juicio y no reconoce falta de que se le avise, persuadido de que él acierta, él conoce el Instituto, él tiene más espíritu que los otros, sin ex ceptuar a los superiores. Cuando vino a Roma le recibí amoro samente y, dejando a un lado todo lo demás, le manifesté sólo mi sentimiento por su cambio en el modo de escribirme, desde que le insinué que no podía aprobar todo su proceder, y que echaba de menos alguna mayor discreción. Le dije que esta advertencia no era para darse por ofendido y dejar de escribirme o hacerlo secamente, en dos líneas y con tono quejumbroso. No sé si entonces o en otras ocasiones, que le he hablado con llaneza y amor, ha reconocido su culpa; lo cierto es que apenas pude sacar de él otra cosa sino que entendió que había perdido mi confianza. En España todo lo quiso poner a la italiana; ahora habla mal de Italia y dice que sólo en España está bien la Compañía. Aun del P. Instructor, que es un santo varón, ha andado murmurando, prefiriéndose a él; y al salir destinado a Módena, ni de él ni de los otros Padres se ha despedido. Temo, temo mucho; y sin vacilar aseguro que no le guía el buen espíritu, sino el malo, poniéndole en tanto mayor peligro, cuanto más firme está, fiado de sí propio, en que es el de Dios. Enviarle ahora a su provincia de España, hubiera sido meter en ella una tea incendiaria de discordias y disensiones. El tiempo dirá lo demás; yo he querido decir esto a V. R., porque me ha parecido verle un poco engañado con la apariencia de celo que veía en este sujeto (1). Esta carta le desengañó, según parece por una suya de 1837.

No hemos creído necesario averiguar la conducta del P. Seguí en Italia, donde estuvo hasta que la revolución de 1848 le obligó a volver a España. En Palma de Mallorca, su patriá, se presentó como misionero apostólico, y predicó con vehemencia, como en Madrid, pero sin el tino necesario. Parece, aunque no lo tenemos bien averiguado, que los superiores le quisieron sacar de allí; que se obstinó en no salir, y que esta fué la causa de su salida de la Compañía en 1853.

(1) Carta de 21 de Noviembre de 1833. Registro.

TOMO I.

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CAPÍTULO V

LA ENSEÑANZA Y LOS MINISTERIOS ESPIRITUALES

1. Enseñanzas en los colegios y concurso de estudiantes.-2. Privilegio de seguir el Ratio Studiorum.-3. Validez oficial de los cursos.-4. El Ratio Studiorum revisado.-5. Fruto de los colegios en el orden literario.-6. En el moral.-7. Diversos ministerios espirituales.-8. El mes de María introducido en España. -9. Asistencia a los apestados.-10. Beatificación del H. Alonso Rodriguez.

1. Habiendo puesto la Compañía casi todas sus fuerzas en la instrucción de la juventud, como se ha visto; no podemos menos de dedicar algunas páginas a la exposición de sus trabajos en esta parte, dando cuenta por junto, aun a riesgo de incurrir en alguna repetición, de las enseñanzas que en nuestros colegios se daban y de sus relaciones con los centros oficiales, del concurso de estudiantes a nuestras aulas y de lo aprovechados que en virtud y letras salían de ellas.

En todos los colegios, menos el Imperial y Loyola, y también en los dos Seminarios de Nobles, hubo escuelas de primeras letras a cargo de Hermanos coadjutores, uno, dos, tres y hasta cuatro, como los hallamos algún año en Palma de Mallorca y en la antigua Casa Profesa de Valencia. Llamaban comúnmente a estas escuelas de leer y escribir; pero no era eso lo único que en ellas se enseñaba. Agregábase el contar, y además del catecismo, como ya se deja entender, en Palma sabemos positivamente que se daban lecciones de Gramática Castellana y de Geografía, en Sevilla de Geografía e Historia Sagrada, y lo mismo se hacia en los demás colegios.

Seiscientos eran los niños que a estas escuelas acudían en Valencia los años de 1830 y 33, cuantos cabian en las aulas (1) y a

(1) El P. Miguel Pascual al P. General, 27 de Abril de 1830; el P. Jeróni mo Rius al mismo, 31 de Enero de 1833. Originales en Cast. II.

mil y aun a mil doscientos llegaron en Sevilla (1), empleándose en su enseñanza, además de nuestros Hermanos, ocho ayudantes de fuera. En Manresa varios años pasaron mucho de quinienLos; en Mallorca nunca llegaron a cuatrocientos (2).

La enseñanza más general fué ahora, como antiguamente, la de Latinidad y Humanidades durante tres o cuatro años, en algún colegio tal vez cinco. La parte principal de estos cursos era la Gramática latina y la Retórica, con sus correspondientes ejercicios de traducción, análisis y composición; pero a la par se enseñaba también, con más o menos amplitud, la Poética, la Historia y la Geografía, y en algunas partes como en Mallorca, en el Imperial y en los dos Seminarios, también el Griego. De notar es en el Imperial una cátedra especial de elocuencia y poesía castellana.

Setecientos alumnos externos acudían a estas clases en ese colegio el año de 1829 (3), y el de 1831 pasaron mucho de ese número, pero los demás no llegaron. Doscientos sesenta había en Sevilla en la primera de esas fechas (4) y pocos menos los años siguientes. En Manresa, el que más, hallamos doscientos cincuenta; en Mallorca doscientos cuarenta; y en Valencia trescientos diez, números superiores a los de otros cursos (5).

En la antigua Compañía, buen número de colegios tenían además de estas enseñanzas, que tal vez en ninguno faltaban, otras de Filosofía y Teologia, tanto para nuestros estudiantes como para los de fuera. Ahora, Teologia no la hubo en ninguno para estos últimos; y Filosofia, salvo algún curso en Mallorca, no más que en el Imperial y en ambos Seminarios. Digase lo mismo de las Matemáticas, aun elementales. En el Seminario Conciliar de aquella isla fué donde los últimos años, a ruegos del Prelado, Ilmo. Sr. D. Antonio Pérez de Hirias, afectísimo a la Compañía, tomaron nuestros Padres dos cátedras de Filosofía y una de Sagrada Escritura, esta última a cargo del P. Nicolás Montemayor. Por algún tiempo asistieron los seminaristas a

(1) El P. Casto Fernández al P. General, 15 de Octubre de 1829, id. id (2) Estados de los alumnos matriculados en los colegios desde 1831 a 1834, hechos por encargo del P. Morey, en nuestro poder. Más hay en Alcalá, M. F., 2.489.

(3) El P. Payal al P. General, 8 de Octubre, original en Cast. II. (4) El P. Casto Fernández al P. General, 15 de Octubre, id. id.

(5) Estados antes citados.

nuestras clases; mas luego el Señor Obispo quiso entablar en regla su Seminario y fueron a enseñar en él profesores nuestros, con esperanza de tanto mayor bien, cuanto que a aquellas aulas podían asistir, no solamente los seminaristas, sino cualesquiera otros estudiantes, y los cursos servian para obtener los grados universitarios en Teología a los alumnos internos y en Artes a todos, conforme al Plan de estudios de las Universidades. En nuestros dos Seminarios de Madrid y Valencia y en el colegio Imperial eran parte principal de la enseñanza, la Filosofía, repartidos en dos o tres cursos sus diversos tratados de Lógica, Ontologia, Cosmologia, Psicología, Teología natural y Etica; las Matemáticas elementales y superiores, tres años en el Imperial, tres y aun cuatro en los Seminarios; la Fisica matemática y la experimental. Fuera de estas materias comunes, se enseñaban en los Seminarios las lenguas vivas: francés en Valencia; francés, inglés e italiano en Madrid; mientras que en el Imperial se cultivaban el Árabe y el Hebreo con la Historia y Disciplina ecle

siástica.

Los cursantes de estas asignaturas de Filosofía, Ciencias y Lenguas en él, decía el P. Puyal que eran quinientos en 1829 (1). Los años de 1831 a 34 oscilan entre algunos más de doscientos y de cuatrocientos (2).

El número total de los niños y jóvenes que recibían educación y enseñanza en nuestros colegios los cinco últimos años de que tenemos datos estadísticos, pasaba de cuatro mil, y en 1833 aun de cinco mil.

Alguna ligera variación, fuera de las aquí anotadas, hubo en las asignaturas en el transcurso de los doce años que abarca este período. En el apéndice núm. 13 puede verse un estado oficial del año 1834.

2. En el período anterior notamos cómo, a pesar de las protestas y reclamaciones del Consejo de Castilla, el Rey no sometió a su examen y aprobación el Plan de estudios que la Compañía había de seguir en el Colegio Imperial, sino que lo aprobó sin otra consulta que la de la Junta de restablecimiento (3). Para los demás colegios, ni se trató de aprobación del Plan de estudios,

(1) Carta de 8 de Octubre, antes citada.

(2) Estados de los alumnos.

(3) Véase el lib. II, c. I, n. 6, p. 208.

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