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rarme de que lo serían de hecho algunos de ellos, escogí más de propósito a tres canónigos y cuatro párrocos, que sin concierto. ninguno previo, ni con nosotros ni con los discípulos, se encargaron de examinarlos. El éxito fué cual no podíamos desearlo ni esperarlo. Los amigos de la Compañía y los padres de los niños. triunfan; los indiferentes alaban; aun los émulos reconocen haberse cumplido cuanto se prometía, que, a juicio de todos, no era poco. Pero quizás ninguno quedó tan complacido como nuestro dignísimo Prelado, que como celoso del bien de sus ovejas, preside siempre los exámenes con señales de gran satisfacción, y quiso costear parte de los premios distribuídos a los más aprovechados, y vestir además a los que eran pobres» (1). Una relación impresa de estas fiestas confirma la afirmación de que no quedó puesto vacío en la iglesia, coro y tribunas, y cuenta cómo los matemáticos exponían los teoremas y resolvían los problemas de Álgebra y Geometría, aplicando esos conocimientos puramente teóricos a la medición de distancias y alturas inaccesibles, a la formación de planos y mapas y a la nivelación de terrenos, y cómo entretanto, los retóricos, allí mismo, dándoseles temas, escribieron sobre ellos composiciones en prosa latina y en verso latino y castellano. No son, claro está, esas composiciones, que al fin de la relación se imprimieron, modelos de poesía; pero la simple corrección gramatical y métrica es en ellas de no corto mérito (2).

El P. Casto Fernández escribía de Sevilla en 1830 que se habían tenido los exámenes con gran solemnidad y concurso, presididos por el Asistente de la ciudad, con muestras de grande satisfacción y aprobación de parte de él y de todos, y con el resulta. do inmediato de notable aumento en el número de alumnos (3).

Nombrado luego Vicerector del Colegio-Seminario de Valencia daba cuenta de los habidos allí en 1832, durante ocho días, con excelente resultado ante Profesores de la Universidad y otros hombres doctos, eclesiásticos y seculares, que fueron los examinadores, y ante gran concurso de otras personas, presidiendo el Ayuntamiento, el Capitán general y el Señor Arzobispo (4). El

(1) Al P. General, 1 de 1828, original en Cast. II.

(2) Pág. 5 y siguientes de la Relación.

(3) Al P. General, sin fecha, pero es de Octubre de 1830. Original en Cast. 11.

(4) Al mismo, 24 de Septiembre, id. id.

año anterior los alumnos de Filosofía y Matemáticas lo habian hecho tan bien, que profesores universitarios y otros caballeros pidieron y obtuvieron que se repitiera el examen (1). Terminaremos con estas lacónicas palabras del P. Gil, hablando de los suyos de 1831: «Nuestros exámenes públicos salieron bien. Duraron diez días, mañana y tarde, además del de la distribución de premios. La concurrencia numerosísima y escogida. Examinadores, los primeros literatos de la Corte; los alumnos prontos, desembarazados y acertados en sus respuestas» (2). Por mucho que se quiera rebajar de estas expresiones, quedará seguramente en pie la idea de que los estudios se hallaban a más que mediana altura, ya que no podamos decirla grande y elevada. Este viene a ser el juicio emitido por el Sr. Gil y Zárate en su obra De la Instrucción Pública en España, tanto más seguro en la sustancia, cuanto más adverso se muestra el autor en lo demás a la Compañía, aunque en puntos particulares de él diste mucho de la verdad. «Los jesuítas, dice, que volvieron de Italia, por su larga residencia en el extranjero y por el espíritu que generalmente anima, según he dicho, a su orden, no eran tan ignorantes y preocupados como necesitaban los que los traian. Ancianos, además, y no pudiéndose dedicar a la enseñanza, empezaron por valerse de los buenos profesores, que había en Madrid, mientras bajo su dirección formaban maestros aptos para sentarse en las cátedras; distando mucho por lo tanto los estudios que establecieron, de ser tan incompletos y erróneos como los que dominaban en los demás establecimientos del Reino. Enseñaron con esmero y gusto el latin y las Humanidades; dieron bastante extensión a las Matemáticas; y aleccionados por el sabio D. Antonio Gutiérrez, explicaron la Física experimental; su lógica era menos absurda que la universitaria; y al que deseaba instruirse en la lengua de Homero, no le faltaban tampoco profesores idoneos» (3).

Para conseguir este buen resultado, tenían que vencer los Padres no pequeños obstáculos. El P. Ramón José de Frías escribia. informando sobre este punto al P. General: Aqui en España las facultades superiores son demasiado largas y lo mismo las va

(1) Cartas anuas de 1831.

(2) Al P. General, 31 de Octubre de 1831, id. id.

(3) De la Instrucción Pública en España, t. I, Sec. primera, c. V, pp. 89-90.

caciones. De ahí que los padres, que sólo miran a sus intereses materiales, se dan prisa a llevar los hijos a la Universidad siendo aun de pocos años, y allí los reciben fácilmente con una tintura no más de latín. Añádase el gran número de maestros mercenarios, que para tener discipulos, prodigan el certificado de estudios de latinidad, requerido para entrar en la Universidad; y se entenderá porqué nuestras escuelas no son más frecuentadas y porqué tan pocos llegan a cursar las Humanidades y poquísimos la Retórica. Y Humanidades y Retórica de puro nombre; porque aquí en Madrid, por lo que he podido observar, la clase de Humanidades más bien es de Gramática, y la de Retórica, de pobrisimas Humanidades. Esto en Madrid, donde hay. más alicientes para el estudio que en otras partes» (1).

Parecidamente se lamentaban los Padres de Sevilla en unas palabras que antepusieron al programa de su primer Examen General y Público, tenido en 1828, dando razón de no haberlo cele brado antes. «La poca estima y aprecio, decían, que se hace por lo regular del estudio de las Humanidades, era el primer principio de que nacía el mayor de los inconvenientes. Reputándose por no necesaria y enteramente inútil para las ciencias mayores la perfección del idioma latino, los jóvenes se retiraban de las clases, cuando apenas habían tenido tiempo para aprender sus elementos. Obviado ya, aunque no del todo, aquel inconveniente por la disposición oportuna tomada por el Señor Rector de la Real Universidad en Octubre próximo pasado, y habiéndose conseguido que algunos jóvenes, apartándose del ejemplo pernicioso de otros, que les precedieron en el mismo estudio, se mantuviesen en él aun este año, se está ya en el caso de poder presentar en público teatro de Letras humanas un buen número de ellos, que si no merecen el nombre de perfectos humanistas, han adquirido por lo menos y harán patentes los conocimientos más vastos del idioma latino, que en tres años de estudio puede proporcionar una constante aplicación, reuniendo a ellos la noticia de otros ramos de erudición, con que se ha procurado alimentar su laboriosidad» (2).

Por aquí se ve que en Sevilla no duraban estos estudios más que tres años. Con tan poco tiempo y en edad tan corta, como se

(1) Sin fecha, pero es de Febrero de 1832. Original en Cast. II.

(2) Examen General, pp. 3-4.

ría por término medio de doce a quince años o menos, era imposible la formación humanística propia de ellos, y más imposible aún el desarrollo progresivo y armónico de las facultades, que debía ser su fruto más precioso, por preparar bien a los jóvenes para los de cualquiera facultad; lo cual exigía por regla general cinco años, aunque ni en nuestro Ratio Studiorum estaban prescritos determinadamente cinco años, sino sólo cinco clases sucesivas con las materias correspondientes a cada una, pudiéndose recorrer en menos tiempo. No sabemos con seguridad lo que du · raban en otros colegios; pero probablemente tampoco pasaban de tres o cuando más cuatro años, que tampoco son bastantes para obtener aquellos dos importantes objetos.

Salían, pues, los alumnos de las aulas con el aprovechamiento a que daba lugar el tiempo pasado en ellas; no con el que debieran pretender y pudieran sacar deteniéndose lo que era razón (1).

6. Cuanto al fin principal que la Compañía se propone conseguir en sus colegios, que es la formación cristiana de la juventud, no puede tan fácilmente medirse y comprobarse con datos concretos el bien que en ellos se hacía. Porque aun conocida y apreciada que fuera con la exactitud posible en estas cosas, la vida virtuosa llevada por los alumnos durante los años de colegio y después, cuando ya hombres; todavia restaba saber qué parte de ella era fruto del colegio y cuál de la familia, y tal vez otras fuentes de donde pudo dimanar, mayormente en los externos, que eran en ese tiempo la inmensa mayoría, como ya sabemos.

El empeño de la Compañía por dar esa educación a los niños y jóvenes encomendados a sus cuidados es bien conocido, sin diferencia de la época antigua a la moderna; y conocidos son también los medios de que para ello se vale, contenidos, cuanto a la sustancia, y aun en muchos pormenores, en el Ratio Studiorum, que en esta parte no sufrió en 1832 modificación alguna. Dejan

(1) A la misma causa, de no querer detener a sus hijos en estos estudios más de tres años, atribuía el P. Isla el corto número de buenos humanistas en España en los siglos anteriores. En otras naciones, decía, se emplean por lo menos cinco años. En España, si los jesuitas pretendian lo mismo con sus discipulos, o se atribuía a fines particulares suyos, o se les respondía que no era posible, por los gastos que esto traia. (Anatomía, t. IV, carta IX, párrafo III, nn. 14 y 15.)

do a un lado la acción educadora constante de maestros y directores, en las aulas y fuera de ellas, por su trato con los alumnos, semejante al de los padres naturales con sus hijos, para corregirlos e infundir en ellos el santo temor de Dios, el amor a la virtud y el aborrecimiento del vicio; referiremos como cosa más concreta y de que tenemos noticias positivas, las prácticas religiosas con que procuraban formar sus corazones en la piedad y fortalecerlos para resistir a las seducciones del mal. No haremos sino copiar los párrafos que sobre esta materia leemos en las cartas. anuas del Seminario de Nobles de Madrid, firmadas y creemos que aun redactadas por su Director, el P. Gil.

«Ya indicamos antes, dice, cuán a pechos tomamos desde el principio formar a nuestros alumnos en religión y buenas costumbres. A esto van enderezados todos los ejercicios de piedad establecidos desde el restablecimiento del Seminario, las frecuentes exhortaciones a la virtud, las academias de Historia Sagrada, la lectura espiritual cotidiana, la misa, el rosario, las oraciones de la mañana y de la noche y el examen de conciencia antes de acostarse; los ejercicios de la congregación mariana los días festivos, el Santo de mes a que cada uno durante él se encomienda particularmente, y la confesión y comunión, por lo menos mensual: que todo se viene haciendo desde el principio del Seminario. Celébrase también todos los años el mes de María con gran entusiasmo por parte de los alumnos, y es increíble lo que en él se enfervorizan... Cada división lo hace en su sala en la forma acostumbrada, pero un día invitan a las demás y tienen una función con plática y cánticos en honra de la Virgen. Todos los días sacan por suerte un obsequio que al siguiente le han de hacer; y al terminar el mes le ofrecen con gran solemnidad en la capilla esta corona de flores espirituales. Con menos aparato, pero con fruto no menor, celebran las tres fiestas principales de Nuestra Señora. Unos días antes se pone en la capilla un cepillo, en que cada cual echa una papeleta anónima, con el obsequio que se propone ofrecerle; a veces se hace un triduo de preparación, con exposición del Santísimo por la tarde, rosario, lectura o plática y bendición; y el día de la fiesta comulgan todos, se cantan solemnes vísperas con el Señor expuesto, y después del sermón uno de los seminaristas ofrece a la Virgen la guirnalda formada con las flores del cepillo. Contribuye también mucho a fomentar la piedad, la congregación del Sagrado Corazón de Jesús, que uno

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