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presión o expulsión, y recibidas las comunicó a los superiores de los colegios el 10 de Abril, y las amplió en 19 de Junio de 1834. Antes de un mes hubo un buen aviso. Los Padres franceses, que por habérseles prohibido la enseñanza en su patria el año 1828, habían puesto un colegio fuera, pero cerca de ella, en Pasajes, junto a San Sebastián, acusados, según parece, de fomentar el carlismo, por el Comisario regio de Guipúzcoa, fueron echados de España el 6 de Julio (1). La supresión de los españoles tardó un año en llegar; pero estaba bien cerca ya otra más funesta tragedia.

4. Las sociedades secretas, que en el período constitucional fueron casi públicas, porque nada tenían que temer si no era unas de otras en sus continuas luchas por el mando y el presupuesto, venida la reacción de 1823, tuvieron que retirarse de nue. vo a sus antros, porque el Gobierno y los realistas intransigentes las persiguieron, aunque el Gobierno tuvo a veces con ellas punibles connivencias (2). Menos enemigas entre sí, y empeñadas en el triunfo de sus ideas y de sus ambiciones, no dejaron de agitarse todos aquellos años, y puede asegurarse que en ellas se fraguaron o tuvieron apoyo y fomento las conspiraciones liberales que entonces estallaron. A medida que la represión absolutista fué mitigándose, las logias se fueron fortaleciendo. Sobre todo después de los sucesos de la Granja, hubo de aumentar su número con la vuelta de los emigrados, que en la emigración habian seguido formando las nefastas sociedades; su actividad, porque los recién venidos eran generalmente los constitucionales más exaltados e influyentes, y habían de estar exasperados con el largo destierro; y su audacia, por verse más fuertes, la política inclinada hacia ellas y aun la dinastía pendiente de su apoyo y defensa. Formóse en Enero de 1834 una asociación muy numerosa (3), o masónica, o comunera, o mixta, que llamaron de Isabelinos (4), y cuyo propósito era echar abajo el Gobierno y

(1) Real orden al Comisario inserta en otra dirigida al P. Morey, que original poseemos.- Burnichon, La Compagnie de Jésus en France, t. II, c. I, § V, p. 49.

(2) Véase a D. Vicente de la Fuente, Hist. de las sociedades secretas, t. I, c. IV, párrafo L, pp. 468 y siguientes.

(3) Diez mil afiliados le atribuye el Sr. Pirala en su Hist. de la Guerra civil, t. 1, § CIV, p. 285.

(4) Tirado dice que la Isabelina era bando político y no sociedad secreta, aunque sus jefes eran masones (La Masonería en España, t. II, P. 2.a, § XIV.)

Toмo I.

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sus procedimientos liberales templados, determinadamente el proyectado Estatuto Real, e implantar la Constitución de Cádiz, especie de Alcorán sagrado para la nueva generación liberal, cuando precisamente muchos de sus autores, como Martinez de la Rosa, Toreno y otros, la repudiaban. El Estatuto Real, obra principalmente de Martínez de la Rosa, Ministro de Estado, y de D. Javier de Burgos, Ministro de Fomento, establecía Cortes formadas por dos Cámaras, de próceres la una: el clero, la nobleza y otras personas de distinción, y de procuradores de las ciudades la otra; y algo contenía del espíritu liberal de sus autores y del partido de la Reina; pero tan poco, sobre todo atendiendo a las aspiraciones de éste, que eran en suma las mismas, si no ma yores que en las dos épocas constitucionales anteriores; que los Isabelinos prepararon una insurrección para el día mismo, 24 de Julio, en que habían de abrirse aquellas Cortes, con el intento y la esperanza de transformarlas en un momento en Cortes pura y simplemente constitucionales a la manera de las pasadas. Y ¿quién sabe si lo hubieran logrado, a no haber sido descubiertos la víspera y presos los principales conjurados?

Mas no era solamente el Estatuto y el Gobierno liberal moderado el objeto de las tenebrosas maquinaciones de las sectas. Lo que más aborrecían en España era la religión, y entre sus minis tros a los frailes, aborrecimiento que por todos los medios hacian cundir en el populacho: con invectivas en los periódicos, con di famaciones en las tertulias, con no pocas acusaciones judiciales, como la del P. Sancho y el H. Cana, dándoles alas, naturalmente, las disposiciones del Gobierno contra ellos, indicadas arriba (1).

Desde el mes de Mayo se empezaron a oir voces de que en Madrid había de haber dos días de degüello, entendiendo muy bien todo el mundo quiénes habían de ser las víctimas, y aun llegaron a algunas casas religiosas avisos particulares, que fueron desatendidos, de lo que se tramaba (2). Pareció a los malva

(1) Todo lo que vamos a decir de los sucesos de 17 y 18 de Julio, salvo tal cual noticia, cuya fuente anotaremos, lo tomamos de la larga Relación que de ellos escribió el P. Lerdo. Véase la Bibliografía de impresos y de manuscritos.

(2) D. Vicente de la Fuente dice que a los Padres de la Compañía se les avisó por liberales que tenian hijos en sus escuelas y colegios» (Hist. de las Sociedades secretas, t. II, c. V, § LXI, p. 35). Que se les dieron tales avisos, lo aseguró el P. Morey, sin decir por quién, en oficio al Ministro del Interior de 15 de Octubre de aquel año, cuya copia tenemos.

dos que ofrecía ocasión oportuna para ejecutar su proyecto la epidemia del cólera, que después de haber recorrido desde el año anterior buena parte de la Península, penetró en Madrid a fines de Junio y se desarrolló con gran fuerza al mediar Julio de 1897. Algunos días antes había esto ocasionado a la comunidad de nuestro Noviciado una buena pesadumbre. Con el fin de preservar mejor del contagio a las tropas, sacándolas por dicta. men de la Junta de Sanidad, de la estrechez y suciedad de sus cuarteles; la autoridad dió orden de que pasaran a ocupar en todo o en parte los conventos de San Jerónimo, San Francisco el Grande, Recoletos y el Noviciado de la Compañía. La cosa en sí nada significaba, y quizá fuese lo más razonable en aquel caso; pero la forma en que se hizo descubría los sentimientos de las autoridades para con los religiosos. A las seis de la mañana del día cinco se entregó al Superior la orden; y a las seis de la mañana siguiente había de tener enteramente desocupado el edificio. A fuerza de instancias pudo conseguir que le dejaran un rineón junto a la iglesia, donde se quedaron los Padres y coadjuto. res para atender al culto. El Superior con los novicios se trasladó aquel dia al Seminario de Nobles, donde había lugar para ellos, y el P. Gil lo cedió de buena gana (1). A los pocos días, el catorce o quince, paseando en silencio, como acostumbraban, por la huerta del Seminario; un guardia de Corps, desde una ventana de su cuartel, que daba hacia aquella parte, pistola en mano y disparando al aire los insultaba y amenazaba con estas palabras harto significativas: ¡Ah holgazanes! Una tarde nos hemos de empeñar en arrancar la grama; porque hace daño a las plantas, sobre todo en estos tiempos» (2). Y ya entonces empezó a divulgarse muy de propósito la perversa idea de que los frailes envenenaban las aguas, y eso era lo que producía el cólera (3). Esta voz no se esparció solamente en Madrid. El Capitán

(1) Carta autógrafa del P. Berdugo, Superior del Noviciado, al P. Morey escrita la tarde de aquel dia, en nuestro poder.

(2) El P. Juan Crisostomo Ortigón, uno de los novicios, en carta autógrafa que poseemos, escrita muchos años después, cuenta esta escena con alguna diferencia accidental. A ella debe de referirse, alterándola, el Sr. La Fuente, cuando hablando de los horrores del día 17 dice: «Los amables guardias de Corps entretanto hacían fuego desde las ventanas de su cuartel sobre los jesuítas que cruzaban por la huerta del Seminario de Nobles.» (Hist. de las Sociedades secretas, t. II, c. V, párrafo LXI).

(3) La Relación del P. Lerdo dice que esas voces empezaron a correr el

General de Valencia recibió dos anónimos, uno sin fecha y otro de 15 de Julio, en que se le aseguraba que cierto comerciante de aquella ciudad estaba en el secreto, y como prueba de ser los religiosos y sus amigos los envenenadores, advertian que en los conventos no moría nadie, como no fuera alguno de los adictos al Gobierno (1). Los gritos de ¡mueran los frailes! ¡mueran los jesuítas! no comenzaron entonces; se venian repitiendo de tiempo atrás, y ya los tomaban nuestros Padres como simple desahogo del furor revolucionario de gente baja y exaltada. Más horribles imprecaciones oyó uno de nuestros jóvenes la noche del 16 al 17 (2). Un hombre infame cantaba al son de la vihuela esta copla infernal, síntesis contrapuesta de los partidos extremos y de sus aspiraciones:

Muera Cristo y viva Luzbel;

Muera D. Carlos y viva Isabel (3).

Aquel día 16, se había desarrollado extraordinaria y casi repentinamente el contagio del cólera y con él los rumores del envenenamiento de las fuentes, diseminados para enfurecer a la gente baja e irreligiosa contra los frailes. El 17, resuelta ya

16 por la mañana. El fiscal, que intervino en las causas formadas por aquellos sucesos, en la suya autógrafa, que poseemos, dice que algunos días

antes.

(1) Copia auténtica en el Archivo del Ministerio de Gracia y Justicia; Reservado, n. 23.

(2) El H. José Maria Anglés, teólogo entonces de primer año, cuya relación autógrafa tenemos a la vista.

(3) Todo esto habia tomado ya tal incremento a principios de Mayo, que el Corregidor, Marqués de Falces, creyó necesario publicar un bando para reprimirlo. Por diferentes conductos, dice, ha llegado a mi noticia, y aun he tenido el disgusto de presenciar por mi mismo, que algunos grupos de personas de ambos sexos han recorrido las últimas noches varias calles de la capital entonando canciones, en que no se sabe si merecen más indignación las amenazas y denuestos contra clases y corporaciones respetables, autorizadas por la ley, o las palabras groseras e inmundas, que no pueden oirse sin escándalo de la moral pública. Hace aun más detestables estos excesos, el ver profanados en esos cantares y en las vociferaciones destempladas con que los acompañan, los augustos nombres de la Reina nuestra Señora y de su excelsa Madre, a la que se retribuye su clemencia y generosidad con provocaciones a la venganza y al desorden.» Sigue la prohibición de tales grupos y cantares, que sin duda fué completamente inútil (El Siglo Futuro, 11 de Agosto de 1909. Documento del Archivo Municipal de Madrid, publicado por su Archivero, D. Higinio Ciria).

para aquel día la ejecución del diabólico plan, se emplearon medios de persuasión más eficaces que las simples palabras. El P. Lerdo asegura que hubo efectivamente quienes echaron arsé nico en el agua, para, sacándolo y mostrándolo, persuadir sin género de duda aquella burda calumnia y lanzar las turbas furiosas contra los conventos. Más; cuenta que el Capitán General, o creyendo también o fingiendo creer la patraña, presentó al Padre Provincial unos terroncillos de aquel veneno, que decía haber sido encontrados en las cubas del agua, reconviniéndole con ellos como prueba convincente del crimen. Y si de los otros casos, que en general indica, pudiera temerse que fueran invenciones, por él ligeramente creídas; del hecho del Capitán General no se puede razonablemente abrigar la menor duda, porque, aunque él no lo presenció, lo cuenta como sucedido en su misma casa, delante de muchos, y con el Superior cuyo secretario era él, de quien seguramente lo supo, y que no hubiera dejado pasar en la relación este pasaje, si no fuera verdadero.

5. Excitados con esto los ánimos de muchos para la tarde del 17, empezaron los atropellos hacia la mitad de ella, cayendo víctimas del furor de la chusma, más o menos engañada y arrebatada, un muchacho que se acercaba a la fuente de la Puerta del Sol; un mozo cogido con igual pretexto en la Plazuela de la Cebada, llevado al Comisario de Policía, dado por libre, escapado de los que a pesar de eso lo querían asesinar, pero alcanzado en la calle de la Ruda y allí efectivamente asesinado; un caballero realista, D. Joaquin Elosua Arrieta, preso por tal en su casa, conducido con el mozo a la Comisaría, y a sus mismas puertas, al salir absuelto, bárbaramente muerto a sablazos; un donado de San Francisco, Vicente Diéguez, cercado primero tumultuariamente, dejado ir, y luego seguido por urbanos o milicianos nacionales, que a sablazos también le dejaron muerto en la calle de Toledo. Esta milicia nacional, que disuelta la de voluntarios realistas, por ser generalmente partidarios de D. Carlos y de sus principios, había sido formada a su imitación pero con fines contrarios y entrando en ella hombres de ideas contrarias, ciegamente hostiles al clero, sobre todo al regular, según el espíritu que en el partido dominaba e iba creciendo de día en día, tuvo no poca parte en los trágicos sucesos que empezamos a re · latar. Urbanos eran, según la Relación del P. Lerdo, los que capitaneaban las bandas de asesinos, y urbanos buena parte de los

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