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que se le mandaba creer y obrar; se queria que fuésemos ciegos para que nos dejasemos guiar.

En las universidades estaba rigurosamente prohibida la enseñanza del derecho político, de que ni aun se permitja hablar por incidencia: en algunas se establecieron cátedras llamadas de derecho natural y de gentes, y aunque esta ciencia se enseñaba generalmente por libros y por maestros que no eran peligrosos para el despotismo y para la supersticion, no tardaron el gobierno y la inquisicion en conocer que saber el Heinecio ó el Bourlamachi, ya era saber algo, y se suprimieron aque→ llas cátedras apenas nacidas.

Sin embargo, en ellas aprendieron los jóvenes destinados al estudio de la legislacion, que habia algo mas que saber los comentarios de Winio soque bre los cuatro libros de las Instituciones de Justiniano; unos pocos maestros de un carácter independiente y fuerte se atrevieron á anunciarles algunas verdades nuevas para ellos, cuya importancia y evidencia picaron su curiosidad, y les movieron á buscar y leer algunos buenos libros á todo riesgo. Ya el Espíritu de las leyes de Montes

quieu circulaba por las manos de muchos jóvenes de talento y de amor á las sanas ideas: el Contrato social de Juan Jacobo Rousseau se tradujo y se copió furtivamente, y corria en muchos manuscritos: los Tratados políticos del Abate Mabli eran bastante conocidos, y las obras del marques de Beccaria y las de Filangieri que se publicaron traducidas al castellano en la época de que estoy hablando, fueron leidas con ansia y contribuyeron mucho á extender las luces sobre todas las ramas de legislacion, y á dar alguna idea de la ciencia social.

Los protectores de la supersticion, del despotismo, y por consiguiente de la ignorancia, conocieron bien que su posicion, incompatible con la instruccion, se hacia cada dia mas peligrosa y precaria, y se apresuraron á cerrar las escuelas de derecho natural y de gentes, á prohibir las obras de Filangieri y Beccaria, y á oprimir, aprisionar y perder á los amigos de las luces y de la humanidad; pero sus medidas fueron y no podian dejar de ser insuficientes, porque las causas de que acabo de hablar habian ya producido su

efecto natural.

Sin embargo estaban las luces aun en

cerradas dentro de un círculo muy estrecho, y la totalidad de la nacion conservaba su envejecida ignorancia; pero la injusta agresion de los franceses ensanchó algo aquel círculo, no porque los invasores hiciesen algo para instruir á la nacion en los principios de la organizacion social; pues entonces los franceses eran gobernados por la vara de hierro del mas absoluto é inmoral de todos los déspotas, y los esclavos no son buenos maestros de libertad; sino porque los españoles instruidos, de que habia muchos en los dos partidos políticos que entonces dividian á la nacion, puestos en libertad de la opresion en que les habia tenido la inquisicion y la policía suspicaz de un gobierno tiránico, proclamaron sus principios liberales, los aplicaron á los casos que pudieron, y el pueblo tocó los buenos efectos de ellos, aunque no conociese las causas.

En las asambleas nacionales se examinaron y debatieron las materias de legislacion política. Establecida la libertad de la imprenta, muchos escritores de talento se dedicaron á tratarlas, y los conocimientos se difundieron por esta parte cuanto lo permitia la dificultad de las comunicaciones entre los pue

do

blos. Los hombres instruidos de Madrid, ¿y por qué no lo diré cuando es una verdad que puede demostrarse rigurosamente? pensaban del mismo mo que los hombres instruidos de Cadiz: sus opiniones no podian dejar de ser las mismas, pues las debian á los mismos maestros y á los mismos libros, y así ambos partidos, sin concertarse expresamente, trabajaron de acuerdo en la obra importante de la propagacion de las luces.

Que se examine bien y con imparcialidad la conducta de ellos, y se hallará bien pronto una absoluta uniformidad en su modo de pensar acerca del gobierno: ambos detestaban el despotismo y la arbitrariedad que regian á España: ambos deseaban una constitucion política: los de Madrid tenian ya una, la de Bayona; y aunque no la aprobaban del todo, tenian la esperanza de que se corregiria en las primeras Córtes, que segun ella misma debian reunirse pronto: y los de Cadiz, en 19 de marzo de 1812, promulgaron la suya, mejor en mi dictamen que la de Bayona, y aun mejor que todas las que conozco, á excepcion tal vez de la de los Estados Unidos de la América septen

trional, aunque, como obra de hombres, no esté exenta de todo vicio.

Los dos partidos, pues, estaban de acuerdo en lo esencial, y en realidad solamente se diferenciaron desde el principio en que unos creyeron que la fuerza del invasor que habia subyugado á casi todo el continente de la Europa, era irresistible para España, y tomaron el partido de la sumision, por evitar los males que una resistencia, vana á su parecer, debia necesariamente producir; y los otros concibieron la esperanza de poder resistir con buen éxito: los unos calcularon por las reglas generales, los otros por las excepcio nes, y estos acertaron, lo que es menester confesar que no siempre sucede.

Por otra parte, en las tropas francesas que ocuparon la península, habia muchos oficiales de buenos conoci mientos y de ideas muy liberales, los cuales, aunque sujetos al mas duro de los tiranos de que dependia su suerte, llevaban con impaciencia su yugo y deseaban que su patria le sacudiese. Sus ideas se traslucian por las personas que estaban en contacto con ellos, y que las comunicaron á otras: se establecieron salones y gabinetes de lectura en

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