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fa de todos los obstáculos, y al cabo triunfará en España de las preocupaciones envejecidas, de los hábitos antiguos sostenidos por la ignorancia y por el interés particular: unos ministros, aun mas ineptos que mal intencionados, aceleran esta mudanza exasperando cada vez mas al pueblo, cuya paciencia van agotando á toda prisa, y no puede estar muy lejos la época de una revolucion en el gobierno de España.

y

Yo que amo á mi país y que temo las mudanzas totales y repentinas en las instituciones sociales, sentia que Fernando VII no tuviese cerca de sí un ministro amigo, bastante ilustrado, que convenciéndole de la necesidad inevitable de este suceso que la inquisicion los jesuitas no podrian retardar mucho tiempo, le moviera á hacer él mismo, sucesivamente y poco á poco, lá revolucion, empezando por ganar la confianza del pueblo, confesándole francamente y de buena fe los errores absurdos de la administracion pública de España, y asegurándole que iba á ocuparse todo en reformarlos y en hacer feliz á la nacion.

de

Era necesario no reducirse á palabras que el pueblo tenia algun funda

mento para desconfiar, y debia empezarse inmediatamente la obra, siendo el primer paso para la reforma la con. cèsion de la libertad de la imprenta, incompatible con la existencia del tribunal horrible del Santo Oficio que debia inmediatamente suprimirse. Escribiendo libremente, se instruiria poco á poco el pueblo, y se le prepararia á recibir con gusto las mudanzas cuya necesidad ó utilidad se le habria de antemano demostrado, y los enemigos naturales de las reformas contrarias á unos abusos á que debian toda su consideracion y todas sus riquezas, perderian cada dia mucho de su fuerza y de su influencia; porque se les quitaria la máscara, se darian ellos á conocer por lo que son, y el respeto go con que antes se les habia mirado, se convertiria en el desprecio que merecen.

cie

Se irian corrigiendo sucesivamente los errores mas nocivos, y contra los cuales la voz general estuviese mas pronunciada; y cuando ya el gobierno hubiese recibido unas mejoras que nadie pudiese dejar de ver y aprobar, cuando ya el rey hubiese ganado la confianza de la nacion, rodeándose de ministros que la voz de esta le indicase, era

pue-

la hora de congregar las Córtes (si se
queria conservar este nombre por res-
peto á la antigüedad), y de dar al
blo una Constitucion política adaptada
á las circunstancias en que se hallaba,
y digna del siglo XIX.

Así poco mas o menos me parecia á
mí que debia hacerse una reforma ra-
dical del gobierno español: yo pensa-
ba que una mudanza total y repentina
sería infinitamente arriesgada, y creia
que una revolucion hecha por el pue-
blo mismo sería para mi patria la ma-
yor
de las calamidades: una calamidad
mas terrible mil veces que el despotis-
mo que la oprimia.

Mis temores se fundaban en la creen-
cia de que el pueblo español no po-
dia ser impelido á una revolucion por el
deseo razonado de recobrar los dere-
chos que se le habian usurpado: ¿ aca-
so conocia él estos derechos? ¿Conocia
los medios de que debia valerse para
ponerse en posesion de ellos, asegurar-
los
y conservarlos? ¿ conocia los prin-
cipios y bases de la organizacion social?
Con que no podia ser arrastrado á una
mudanza sino por la miseria: veria que
sus males habian llegado á lo sumo;
que en ningunas circunstancias podia

ser peor su suerte, y haria un esfuer-
zo enérgico, pero ciego, para salir de
una posicion que habria llegado á serle
insoportable: ¿y qué no podia temerse
de una revolucion hecha así?

y

gre,

pue-

ΕΙ rey, dueño de la fuerza armada,
las clases de ciudadanos, que en Es-
paña son muy numerosas, interesadas
en la permanencia de un gobierno vi-
cioso, se hubieran puesto en guerra
abierta con el pueblo, y cualquiera que
fuese el resultado de esta lucha, que no
se sostendria sin verter torrentes de san-
sin atentados contra las propieda-
des mas sagradas y sin horrores de to-
da especie, me parecia que no podia
dejar de ser funesto; porque si el
blo era vencido, el opresor tomaria las
medidas mas fuertes para remachar las
cadenas, de manera que en siglos no
pudiese la nacion romperlas: este es el
efecto infalible de todas las revolucio-
nes que se intentan y no se realizan; y
si el pueblo vencia, su primer paso á la
libertad seria una licencia desenfrenada;
y nada hay, nada absolutamente, que
no deba temerse de un pueblo bastante
ciego para no ver los límites que sepa-
ran á la licencia de una libertad razo-
nable, y bastante enérgico por otra par-

te para mantenerse en el partido que una vez hubiese tomado, hasta que los efectos infalibles y exterminadores del desorden le hubiesen forzado á entrar en el orden; es decir, hasta que la nacion quedase arruinada para muchos siglos. ¿Y qué sería si alguna potencia extrangera tomaba una parte activa en la contienda, como era casi seguro?

Los españoles con las mejores disposiciones para las ciencias, hemos vivido en la ignorancia de las verdades que mas importan al género humano: ¿y cómo podiamos saberlas, cuando no solamente no se nos enseñaban, sino que se nos privaba con el mayor cuidado de todos los medios de adquirirlas? La policía civil y la policía religiosa en nada se ocupaban con mas celo que en mantenernos en aquella estupidez que es el único apoyo de la obediencia pasiva ; y si á pesar de esta vigilancia, de este cuidado en cerrar todos los pasos á la luz, se escapaba algun rayo de ella y penetraba hasta un ciudadano, menos preocupado que los otros, desgraciado de él si trataba de propagarla: los calabozos del Estado. y de la Iglesia hacian pronta y severa justicia del insolente que se atrevia á razonar contra lo

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